¡Bendito sea el nombre de Jesús!
1Jn. 2, 29-3, 6
Sal.97
Jn. 1, 20-34
‘Al cumplirse los ocho días de su nacimiento tocaba circuncidar al Niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su Concepción’. Así escuchábamos hace un par de días en el evangelio. ‘Le pusieron por nombre Jesús…’ Hoy la liturgia nos invita a hacer memoria del Santísimo Nombre de Jesús.
El ángel le había dicho a María: ‘y le pondrás por nombre Jesús’. De la misma manera le había dicho a José: ‘y tú le pondrás por nombre Jesús porque El salvará a su pueblo de los pecados’. Jesús, Dios salva. Jesús, que nos salvará de nuestros pecados.
‘Bajo el cielo no hay otro nombre que nos pueda dar la salvación’, respondería Pedro ante el Sanedrín cuando le preguntaban por la razón de la curación del paralítico de la puerta Hermosa del templo. Y san pablo proclamaría ‘ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y toda lengua proclame Jesús, el Cristo, es el Señor’. Invocar el nombre de Jesús es invocar a Jesús y su salvación. Es proclamar que El es el Señor. En este día, en medio de las celebraciones de la Navidad, celebramos su santo nombre, aprendemos a invocarlo.
En el evangelio proclamado en este día vemos cómo llama a Jesús el Bautista. ‘Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclama: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…’ Lo llama Cordero de Dios en referencia clara al sacrificio de Cristo que recordaba al Cordero de la Pascua. Pero éste sí que es el Cordero cuyo sacrificio nos perdona los pecados. Ya no es sólo el recuerdo o la celebración, sino que es la salvación mismo. Quitarnos los pecados es salvarnos. En plena consonancia con el nombre de Jesús, en cuyo nombre somos salvados.
Pero siguiendo con el texto del evangelio vemos que a continuación Juan nos dirá que Jesús es el que está lleno, inundado del Espíritu de Dios. No nos cuenta este evangelista el hecho mismo del bautismo de Jesús, pero sí hace clara referencia a él en este texto. ‘He contemplado al Espíritu que bajaba sobre El como una paloma, y se posó sobre El’. Con ellos nos está describiendo la teofanía posterior al Bautismo de Jesús. Porque allí se nos cuenta que se oyó la voz del cielo que señalaba a Jesús como el Hijo de Dios. Y ahora el Bautista nos cuenta: ‘y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios’.
Con lo que tenemos que lo llama el Cordero de Dios que es Jesús que nos salva, que quita el pecado del mundo; pero es también el que está lleno del Espíritu Santo y es el Hijo de Dios. Pero lleno del Espíritu Santo nos bautizará a nosotros en el Espíritu. ‘El que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre El, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo’. Juan bautizaba con agua porque esa era la señal de la conversión y de la penitencia, pero aquel bautismo no salvaba, no perdonaba los pecados. Es Cristo con su Sangre derramada el que nos bautiza con el Espíritu y con el que alcanzaremos el perdón de los pecados. ‘Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados’, proclamamos en el Credo de nuestra fe.
Bautizados en el Espíritu para el perdón y para la vida nueva. Es lo que nos dice san Juan en su carta. Se nos da una vida nueva que nos hace hijos de Dios. ‘Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!’ Llenos del Espíritu somos hijos de Dios; llenos del Espíritu podremos llegar a tener la visión de Dios. ‘Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es’. ¡Qué maravilla y qué grandeza!
Invoquemos el nombre de Jesús que nos salva. Que esté siempre presente en nuestros labios para invocarle y para alabarle. Que en su nombre le invoquemos y con su mediación roguemos al Señor porque sabemos que ‘cuanto pidamos en su nombre El nos lo concederá’. Tengámoslo en nuestros labios y en nuestro corazón, para que así seamos salvos, para que así nos veamos libres del enemigo y salgamos siempre vencedores en la tentación.
¡Bendito sea el nombre del Señor!