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lunes, 29 de diciembre de 2008

También nosotros como Simeón tomemos en brazos a Jesús

1Jn. 2, 3-11

Sal.95

Lc. 2, 22-35

¡Qué gozo y alegría grande sintió el anciano Simeón aquel día en el templo! Era ‘un hombre honrado y piadoso’.Tenía una esperanza grande en la proximidad de la llegada del Mesías. Se recogen en él las mejores esperanzas del pueblo de Israel. ‘Aguardaba el consuelo de Israel’. Pera él era un a certeza porque allá en lo hondo de su corazón había sentido la voz del Espíritu Santo que le decía ‘que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor’.

‘Impulsado por el Espíritu Santo fue al templo’ aquella mañana. Sus ojos estarían atentos buscando donde estaba la señal para descubrir quién era el enviado del Señor. Entre tantos padres que presentaban sus hijos al Señor, conforme a lo prescrito por la ley de Moisés para los primogénitos descubrió a María y a José con el Niño. Allí estaban entre los pobres para hacer la ofrenda de los pobres –‘un par de tórtolas o dos pichones’ -. ‘Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres (para cumplir lo previsto por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios’.

Ya podía morir en paz. Sus ojos habían visto al Salvador. La promesa del Señor ya estaba cumplida. Allí culminaban todas las esperanzas de Israel. Para muchos pasaría desapercibido, pero quien estaba lleno del Espíritu Santo como Simeón podía cantar al Señor: ‘Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador a quien has presentado a todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel’.

Nosotros quisiéramos también poder tomar en nuestros brazos a Jesús como lo hizo Simeón. Digamos que hay una sana envidia en nuestro corazón porque quisiéramos emular sus gestos. Pero hay una cosa que tenemos que decir. Eso y mucho más, con la fe, podemos hacer nosotros. Porque Simeón solamente lo tomó en sus brazos, pero nosotros por la fe lo podemos meter en nuestro corazón. Algo más profundo que podemos nosotros hacer. Cuando recibimos a Jesús en la Comunión eucarística, ¿qué es lo que estamos haciendo sino comiendo a Cristo mismo para que entre totalmente en nuestra vida? No es sólo en nuestros brazos, sino que es en nuestro corazón. Comemos a Cristo para hacernos una misma cosa con El, para llenarnos de su vida, para vivir su misma vida.

¡Cómo tendríamos también nosotros que cantar a Dios cada vez que le recibimos en la Eucaristía! Muchas veces nos preocupamos mucho de concentrarnos en nosotros mismos y recogernos en el silencio de nuestro corazón para sentir esa presencia eucarística del Señor en nosotros, y hacemos bien, pero no nos importe poneros a cantar con los demás alabando y bendiciendo al Señor, que es lo que hizo Simeón. Hemos de tener esos momentos de silencio e intimidad con el Señor pero hemos también de sabernos unir al canto de toda la Iglesia, de toda la Asamblea, de todos los que allí estamos reunidos sintiendo gozosamente esa presencia de Jesús en nuestro corazón.

Pero aún hay algo más. Unamos lo que hemos escuchado en este evangelio con lo escuchado también en la primera carta de Juan. Simeón lo proclama ‘luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel’. Y san Juan en su carta nos habla de luz y de tinieblas. Y nos dice que estaremos en la luz si amamos. ‘Quien ama a su hermano permanece en la luz…’ nos dice. Amar es llenarnos de luz. Amar es llenarnos de Cristo que es la luz de las naciones, la luz del mundo.

Cuando amamos al hermano, sea quien sea y cualquiera que sea el gesto de amor que con él tengamos, estamos amando a Cristo, estamos acogiendo a Cristo en nuestra vida, estamos haciendo algo más que tomar en brazos a Jesús. En ese gesto de amor, en esa acogida que hagas al otro, en esa sonrisa con que te acerques a él, en esa luz, ilusión y esperanza que despiertas en su corazón, en ese servicio que le prestas, en esa mano que pones sobre el hombro de su vida, en ese pan que compartes con cualquier hermano, estás amando a Jesús, estás haciéndoselo a Jesús. ‘Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis’, nos dice El en el evangelio.

Estamos haciendo algo más que tomar en nuestros brazos a Jesús. Cantemos y bendigamos también nosotros al Señor.

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