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sábado, 6 de enero de 2024

La Epifanía es el regalo del amor de Dios lo que se nos ofrece en Jesús, pero ha de ser también la ofrenda y el regalo que nosotros en los demás queremos ofrecer a Dios

 


La Epifanía es el regalo del amor de Dios lo que se nos ofrece en Jesús, pero ha de ser también la ofrenda y el regalo que nosotros en los demás queremos ofrecer a Dios

Isaías 60, 1-6; Sal 71; Efesios 3, 2-3a. 5-6; Mateo 2, 1-12

¿Buscar siguiendo los rastros de una estrella? ¿Buscar un mundo desconocido más allá de las estrellas? ¿Buscar algo nuevo y distinto que nos dé nueva ilusión y esperanza? ¿Qué hay más allá? Quizás de niño nos preguntábamos que había más allá de las montañas que veíamos en horizonte, qué había después del mar tan inmenso que veíamos delante. No es cosa baladí. Siempre el hombre, la humanidad ha estado en búsqueda que no solo es lo que pueda haber tras las montañas, aunque eso haya despertado le entusiasmo de conquistadores o de buscadores de otros mundos.

Ahí tenemos la historia de la humanidad. Pero esa historia de la humanidad nos habla también de otras búsquedas, de nuevos pensamientos, de nuevas maneras de ver las cosas, de un sentido a lo que vemos, a lo que vivimos, a lo que nos sucede. Y surge una filosofía, una manera de entender las cosas, una cultura que se va forjando desde esa búsqueda que se hace belleza y arte, que se hace en ocasiones guerrera, que siempre abre a nuevos horizontes, que nos eleva también a estadios superiores, que se convierte en búsqueda espiritual.

¿Seguimos buscando? Tenemos que decir que sí, es el crecimiento de la vida, es la inquietud que siempre tenemos en el corazón, es el deseo de encuentros que nos hagan más felices, son los sueños que todos tenemos dentro y que a veces no sabemos cómo desarrollar, es esa lucha por la vida que en ocasiones se nos vuelve dura, son esos caminos que todos recorremos y que en ocasiones se vuelven enmarañados por los problemas, por las dificultades, por las ansias que tenemos de algo superior que no siempre encontramos, por esos deseos de felicidad que muchas veces no sabemos como realizarlos.

¿Seremos perseverantes en ese camino de búsqueda? ¿Sentiremos en ocasiones el desaliento y el desencanto porque no encontramos tan pronto lo que buscamos? ¿Nos aburre la vida por tanta lucha muchas veces, nos parece, sin resultados? ¿Dónde encontrar fuerza para seguir esa lucha y esa búsqueda? ¿Encontraremos en algún momento un rayo de luz que nos llene de esperanza? ¿Nos sucederá que algunas veces los que van a nuestro lado nos confunden, quizás o desde sus intereses, o desde su propia desorientación?

Muchas preguntas me estoy haciendo hoy por lo que es la vida, lo que es el camino que recorremos todos de una manera o de otra. Es en lo que me hace pensar el escenario que hoy contemplamos. Unos magos de oriente que han visto una nueva estrella en el firmamento, y sin saber bien lo que puede significar, sin embargo se ponen en camino. En la imagen geográfica incluso que podemos tener del relato del evangelio, el camino tenía que haber sido largo y dificultoso para atravesar desiertos y montañas hasta llegar a Jerusalén.

Por lo que ellos intuyen es el signo de un nuevo rey que ha nacido. En la antigüedad todos los grandes personajes de la historia tenían su estrella. Y en Jerusalén preguntan y se crea un sobresalto que moviliza a Herodes y a los sacerdotes y escribas del templo. Las respuestas que les van dando los dirigen a Belén, aunque el aviso por parte de algunos – Herodes en este caso – era bien interesado.

¿No puede ser imagen todo esto de lo que nos decíamos antes de nuestras vidas de búsquedas que también se hacían largas y dificultosas? ¿Nos estará queriendo decir algo para esa vida nuestra de cada día este episodio que hoy contemplamos en el Evangelio? Quizá tendríamos que preguntarnos también por nuestra perseverancia en esas búsquedas, por los medios en los que busquemos esas respuestas que queremos darle a nuestra vida.

Finalmente aquella estrella les condujo a Belén y allí encontraron a aquel niño al que ofrecieron sus dones de oro, incienso y mirra. Encontraron un niño con su madre, encontraron a Jesús, pero allí se estaban encontrando con un misterio inmenso, porque veían a un rey, pero veían a un Dios, y al mismo tiempo se habían encontrado con un hombre. Y ante el misterio se postraron y adoraron. Ellos eran unos sabios – es el sentido de la palabra ‘mago’ – pero tuvieron la humildad de postrarse ante lo nuevo que se les revelaba porque los estaba haciendo encontrarse con Dios.

¿Llegaremos nosotros también a encontrarnos con Dios en esa búsqueda que vamos haciendo en el recorrido de nuestra vida? Ojalá tuviéramos también la humildad para postrarnos y para adorar, para saber bajarnos de las alturas en que a veces nos queremos poner y encontrar en la pequeñez de un niño, encontrar en aquello que nos parece demasiado humilde y pequeño esa luz que necesitamos para nuestra vida.

Es encontrarnos con la Estrella, es encontrarnos con el Sol que nos viene de lo alto, es encontrarnos con la Luz porque en Jesús nos encontramos con Dios. Ahí está la verdadera sabiduría, ahí está la luz de nuestra vida que nos da profundo sentido, ahí está la verdadera riqueza de nuestra existencia cuando en lo pequeño del hermano que camino a nuestro lado nosotros somos capaces de ver a Dios. Dios quiere llegar de tantas maneras a nuestra vida, pero también nos ha dicho que cuanto hiciéramos al otro, al pobre, al hambriento, al enfermo o al que es menos considerado a El se lo estábamos haciendo. Ya sabemos pues donde tenemos que ir a adorar y a presentar nuestras ofrendas y regalos.

Es el regalo de Dios lo que se nos ofrece en Jesús que es todo un regalo de amor, pero será también la ofrenda y el regalo que nosotros en los demás queremos ofrecer a Dios. ¿A quien vas a hacer más feliz hoy por un gesto o un detalle especial de amor que vas a ofrecer? Puedes mirar cerca, a los tuyos, a los que están en tu entorno, o puedes dirigir la mirada un poco más donde están los que nunca reciben una sonrisa de nadie.

Sigamos en ese camino de búsqueda hasta que encontremos esa luz en los ojos de alguien que llene de dicha tu corazón.

viernes, 5 de enero de 2024

Destruyamos las barreras de los prejuicios comenzando a tener palabras de valoración y podremos llegar a conocer a Dios desde el encuentro que tengamos con los demás

 


Destruyamos las barreras de los prejuicios comenzando a tener palabras de valoración y podremos llegar a conocer a Dios desde el encuentro que tengamos con los demás

1Juan 3,11-21; Sal 99; Juan 1,43-51

Los prejuicios lo que hacen es levantar muros infranqueables que nos impiden ver lo que hay detrás y por eso mismo andamos en cavilaciones y sospechas de lo que puede haber detrás y que nos conducirá a hacernos nuestros juicios muy particulares sin ningún tipo de fundamento. El prejuicio nos lleva al juicio temerario que hasta podría convertirse en calumnia cuando llegamos a aseverar algo de lo que no tenemos fundamente y que solo puede haber salido de nuestra imaginación.

Por el contrario, una palabra amable y favorable, un buen aprecio por lo que los otros hacen con un buen juicio de valor incluso por lo que es la persona a la que nos referimos, rompe moldes y tabiques de separación, abre puertas y corazones, estimula a la confianza y al cultivo de una bonita amistad y también de un amor verdadero, hace renacer la confianza en sí mismo para quien recibe la alabanza y mueve a estar disponible para comenzar nuevos caminos.

Este doble pensamiento me ha surgido en la contemplación de la escena que nos relata el evangelio que puede ir más allá incluso de esas llamadas que el Señor hace a los quiere para que vayan con El porque puede incluso darnos pautas para posturas y gestos que nosotros podemos tomar en la vida en nuestras mutuas relaciones y en el camino que queremos hacer con los demás.

Es el relato de una doble llamada del Señor a seguirle, en el testimonio de aquellos primeros discípulos que comenzaron a hacer su mismo camino. Primero Felipe a quien es suficiente una palabra de Jesús para irse con El. ‘Sígueme’, le dice Jesús y allí está pronto no solo para seguirle sino para comenzar a ser pescador de hombres, como en otro momento Jesús nos dirá cuando estemos dispuestos a seguirle. Tal es la radicalidad de la respuesta, que pronto se encuentra un amigo al que ya le estará hablando de Jesús desde el primer momento. ¿Será así nuestra respuesta a la llamada que Jesús nos hace para ser trabajadores de su viña, o pescadores de hombres en el mar de la vida?

Y es en este momento, donde primero nos encontraremos con alguien que tiene muchos prejuicios en el corazón. De Nazaret no puede salir nada bueno, y habla desde la rivalidad de pueblos vecinos que siempre andarán con sus grescas de quien es el mejor o quien tiene mejor agua. Ese prejuicio va a ser una barrera difícil de sortear cuando le ha dicho que han encontrado a aquel de quien hablan las Escrituras y señala a Jesús el hijo del carpintero de Nazaret. Sin embargo Felipe empleará una hermosa pedagogía, ‘Ven y verás’.

Aunque sea en muchas ocasiones difícil el sortear esas barreras que nos vamos interponiendo, algunas veces incluso maliciosamente, en el camino, tendrá que llegar el momento de dejarse conducir, para palpar con sus propias manos, escuchar con sus oídos, o sentir en lo más hondo del corazón algo que le lleve a saltar esas barreras y a encontrarse con la luz.

No podemos dejar de pensar que Natanael aun así iba renuente a conocer a aquel de quien Felipe le ha hablado. Se llevará en cambio la sorpresa que Jesús comienza hablando bien de él. Si hubiéramos sido nosotros los que estuviéramos en el lugar de Jesús seguro que tendríamos nuestras resistencias. ¿Cómo va a recibirle si incluso ha hablado mal de su pueblo, si se ve que realmente en el fondo el no quiere aceptar lo que le han dicho y al final ha venido algo así como por compromiso con su amigo? Pero Jesús comienza hablando bien de él, porque lo presentará como un israelita cabal, en quien no hay engaño.

Sorprendido Natanael deja caer las espadas del combate, porque ya sólo se preguntará de qué le conoce para hablar así de él. ‘Antes de que Felipe te llamara te vi, cuando estabas debajo de la higuera’, fue la respuesta de Jesús. No sabemos qué había sucedido entonces, pero ciertamente era algo que llevaba en secreto bien guardado en el corazón. Y ahora se ha descubierto todo, quien le hablaba no podía ser un cualquiera, por medio tenía que estar Dios. Y viene su hermosa confesión. ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’.

No es necesario en este momento que hagamos más comentarios. Primero que nada dejémonos sorprender e interpelar también nosotros por el Señor que conoce muy bien lo que hay tras las hojas de la higuera con las que escondemos nuestro corazón y sin embargo sigue creyendo en nosotros, porque sigue amándonos y queriendo contar con nosotros.

Solamente una pregunta para terminar. ¿Por qué no rompemos esas barreras de prejuicios con las que tantas veces nos acercamos a los demás y comenzamos a tener palabras amables de valoración hacia los otros? Nos puede hacer llegar al encuentro con el Señor a través de esos nuevos encuentros con los que nos rodean.

jueves, 4 de enero de 2024

Noches de silencio, noches de encuentro, noches de las que arranca una nueva vida, experiencias que transforman, es sentir una presencia, es el paso de Dios en nosotros

 


Noches de silencio, noches de encuentro, noches de las que arranca una nueva vida, experiencias que transforman, es sentir una presencia, es el paso de Dios en nosotros

1 Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1, 35-42

Nos gusta que nos digan las cosas y nos las expliquen y por supuesto a través de las palabras tenemos conocimiento de las cosas, de lo que sucede o de lo que llega a ser un sentido del vivir, pero diríamos que es mejor aprendido cuando por nosotros mismos experimentamos las cosas. ‘Eso yo lo viví’, decimos, ‘y no necesitamos que nos expliquen como fueron las cosas’, razonamos ‘porque por mi mismo lo he experimentado’. Importantes y necesarias las palabras, pero muy importante para llegar al más profundo convencimiento lo que por nosotros mismos hemos experimentado, porque podemos decir que lo hemos plantado en la tierra de nuestra vida.

Es también el camino de la fe y de la experiencia cristiana que se hace vida y termina haciéndose de verdad compromiso. Aquello que nos han enseñado, aquello que nos han comunicado, que lo hemos escuchado pero también lo hemos visto plasmado en la experiencia de vida de los demás, será lo que llegará a un convencimiento personal cuando lo hemos masticado, cuando lo hemos experimentado en nosotros y hecho vida en consecuencia.

Y esa tiene que ser la tarea del buen predicador; no solo enseñará con sus palabras sino de la experiencia de su vida, no solo enseñará con lo que nos diga, sino también lo que en su vida veamos reflejados, pero aun más tendrá que provocar en nosotros ese deseo de vivir, de hacer vida, de experimentar por nosotros mismos, y será así como iremos llegando a una fe cada vez más madura. No sé si siempre lo sabremos hacer, porque ese es además el testimonio que todo creyente, que todo cristiano tiene que dar de su fe, hacer que nuestra fe provoque la fe también de los demás. No es tarea fácil.

Lo vemos palpable en el evangelio que se nos ha ofrecido. Juan Bautista señaló a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Allí estaba su anuncio, su palabra, pero que iba acompañado por el testimonio de su vivir. Serían muchos los que escucharon su palabra, entre tantos que acudían a él para escucharle y bautizarse como una señal de que querían preparar los caminos del Señor. Pero son dos de sus discípulos los que se ponen a hacer el camino, pues se van tras Jesús. Querían conocerle.

Ante la pregunta de Jesús que se vuelve hacia ellos ‘¿qué buscáis?’, responden preguntando ‘¿Dónde vives?’. No es un lugar por el que preguntan, es por una forma de vivir por lo que están interesados; es algo más, es como querer acercarse a El y no saber cómo expresarlo. Como tantas veces nos sucede. Ansiamos saber algo, conocer algo, y cuando tenemos la oportunidad de expresar lo que buscamos no encontramos palabras y nos ponemos como a balbucir. Pero como se suele decir a buen entendedor pocas palabras bastan, por eso la respuesta de Jesús pudiera parecer parca en palabras, pero es toda una invitación. ‘Venid y lo veréis’. No les dice Jesús que vengan y lo escuchen que El se lo va a explicar muy bien. Jesús invita a estar con El.

¿Cuál fue la experiencia que vivieron aquellos dos primeros discípulos cuando se fueron con Jesús aquella tarde? No dice nada el evangelio de lo que allí sucedió, de lo que allí vieron o allí escucharan, simplemente nos dice que a la mañana siguiente – y no es cuestión de cronologías – ya ellos estaban anunciando que habían encontrado al Mesías. ¿Una noche de silencio? Fue mucho más, fue una noche de vida, de experiencia, de encuentro, estar con…

Necesitamos también nosotros noches de silencio, necesitamos noches de encuentro, necesitamos noches de vida. Que ya sabemos que no lo reducimos ni a una noche, ni a unas horas, ni a un día. Cada uno tiene su tiempo, porque es descubrir la presencia y es sentir que esa presencia nos inunda, es sentir que la noche se vuelve luz y que el tiempo se convierte en eternidad.

Es, en una palabra, hacer Pascua de Dios en nosotros, sentir cómo Dios pasa por nuestra vida para que renazcamos a una nueva vida. Pero esto no lo podemos explicar con palabras, esto es algo que tenemos que llegar a vivir por nosotros mismos, esto lo vamos luego a reflejar en nueva vida. Esto es un don de Dios, pero que El quiere regalar a todos.

miércoles, 3 de enero de 2024

El Niño al que llamamos Jesús y que contemplamos y celebramos nacido en Belén es el Hijo de Dios, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y nos inunda con su Espíritu

 


El Niño al que llamamos Jesús y que contemplamos y celebramos nacido en Belén es el Hijo de Dios, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y  nos inunda con su Espíritu

1Juan 2, 29 – 3, 6; Sal 97; Juan 1, 29-34

‘Yo lo he visto, y he dado testimonio, soy testigo, lo que he visto y casi he palpado no lo puedo callar, diré siempre la verdad…’ Pueden parecer las palabras de cualquiera de nuestro entorno, que es recto y empieza por ser leal consigo mismo, que ha contemplado cualquier hecho o cualquier acontecimiento, un suceso que ha acaecido y que ha podido implicar a tantos, pero del que quizás muchos dan testimonios no tan convergentes, pero que quiere proclamar la verdad, dar testimonio de la verdad, de lo que él ha visto.

Lo que estamos diciendo nos sugiere multitud de acontecimientos, de hechos, de testimonios, que escuchamos todos los días, que damos nosotros mismos cuando en verdad queremos actuar con rectitud. Pero en lo dicho anteriormente solamente estoy refiriéndome a lo que es el evangelio en el que creemos, del que incluso estamos tomando palabras textuales, de lo que nos está hablando el evangelio de hoy.

Es el testimonio de Juan Bautista, pero es el testimonio que nos ofrece con lo escrito Juan el evangelista, aquel que estuvo tan cerca de Jesús, que se sentía amado de manera especial por Jesús, al que el resto de los discípulos llamará incluso el discípulo amado.

Por eso esa afirmación final que no parece como salida de los labios de Juan Bautista y que parecen ser mejor lo que Juan el Evangelista nos quiere reflejar con su evangelio. Si hoy casi al final de su primer capítulo nos hace esta afirmación ‘y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios’ parece que en labios del Bautista, es lo que nos dirá al final de su evangelio que se ha escrito para que todos crean que Jesús es el Hijo de Dios.

Esta es la afirmación rotunda que se convierte en evangelio para nosotros, que es buena noticia para nosotros. Pero esta breve página del evangelio contiene otras afirmaciones rotundamente hermosas. Comienza señalando Juan el Bautista a Jesús como ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. La imagen de san Juan bautista ya normalmente se nos representará con el Cordero de Dios en su mano o a sus pies, como recordarnos esta afirmación tan importante. Es el Cordero inmolado, que nos habían anunciado los profetas que sería llevado al matadero sin proferir balido alguno. Son las palabras que recoge repetidamente la liturgia para que así invoquemos a Jesús y que tenga piedad de nosotros. ‘Tú que quitas el pecado del mundo… tú que estás sentado a la derecha del Padre… ten piedad de nosotros… danos la paz…’

Pero también recordando estas palabras del Bautista así se nos presenta a Jesús a quien tenemos la dicha de comer para que tengamos vida eterna. Se hace comida y alimento por nosotros y nos invita a que con alegría participes de su banquete que es como antesala del cielo. ‘Dichosos los invitados a esta cena’. ¿O acaso seremos como aquellos invitados que rehusaron ir al banquete de bodas al que habían sido invitados? Nos lo tenemos que pensar, cual es la actitud con que nosotros venimos a la Eucaristía.

Pero todavía quiere decirnos algo más de Jesús. ‘He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él’. Reconoce que no lo conocía. ¿Se habrían encontrado, a pesar de ser primos, alguna vez que cuando ambos estaban en el seno de sus respectivas madres, y Juan saltó de alegría con la presencia de Jesús en el seno de María? Ahora lo señala como aquel sobre el que ha visto posarse sobre El al Espíritu Santo. Está haciéndonos referencia a la teofanía del momento del Bautismo de Jesús. Ahora nos anuncia Juan un nuevo bautismo; él ha bautizado con agua ‘para que sea manifestado a Israel’ Era el preparar los caminos del Señor, que era la misión del Bautista, el Precursor de los caminos del Señor. Pero ahora habrá un nuevo Bautismo, en el Espíritu. ‘Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo’. Es lo que nos está señalando Juan acerca de Jesús.

Una página del evangelio de profundo sentido teológico; una página que nos ayuda a conocer a Jesús; una página que nos está señalando que aquel Niño que hemos visto nacer en Belén, como en estos días celebramos, es mucho más, es el Hijo de Dios, es el Cordero de Dios que nos quita el pecado – para eso se ha inmolado como Cordero en la Cruz, y es el que nos va a llenar del Espíritu Santo para inundarnos de una vida nueva. Hoy es el día del santo Nombre de Jesús, por quien invocándolo obtenemos la salvación.

martes, 2 de enero de 2024

Despertemos y abramos nuestros ojos para encontrarnos con Jesús en esos misterios de fe, que son los que nos rodean, y en los que El quiere que le encontremos

 


Despertemos y abramos nuestros ojos para encontrarnos con Jesús en esos misterios de fe, que son los que nos rodean, y en los que El quiere que le encontremos

1Juan 2, 22-28; Sal 97; Juan 1, 19-28

Quizás ha vivido siempre a nuestro lado y nos preguntan por él y no lo conocemos. Hay personas que saben pasar desapercibidas, una vida silenciosa quizás, metida solo en sus asuntos, sus problemas, sus cosas, viven como semiocultas; pero  no siempre es porque la persona viva así o provoque ese desconocimiento, sino que algunas veces no sabemos mirar, no sabemos fijarnos, también vamos a lo nuestro y a nuestros intereses; a nuestro lado está y quizás pueden ir apareciendo algunos de sus valores, pero nosotros ni enterarnos.

Vivimos aislados, ponemos barreras imperceptibles quizás pero barreras al fin y al cabo, con nuestros intereses o nuestras preocupaciones vamos a lo nuestro y no mostramos mayor intereses por los demás. Y luego decimos que no conocemos. Nos falta algo, porque tampoco es cuestión solo de saber el nombre, la familia de donde proviene o algunas cosas que hace esa persona. Y cuando nos la hacen destacar nos sorprendemos, o quizás aun seguimos ignorándola porque nos parece que no es de los nuestros.

Y Jesús era de Galilea, allí había pasado la mayor parte de su vida, ahora comenzaba a dar los primeros pasos y también se había acercado al Jordán con todos aquellos que querían escuchar al profeta surgido allá en el desierto. Pero Jesús pasaba desapercibido y solo venían ahora preguntar a Juan si él era el Mesías, o acaso un profeta; perro él lo niega, en su humildad tampoco busca verse sobresaltado y se consideraba indigno. Pero seguía haciendo el anuncio. En medio de ellos estaba y no lo habían reconocido. La insistencia en la humildad de Juan persistía, la presencia de Jesús podía comenzar a hacerse notar, más tarde en otra ocasión – yo lo escucharemos también – mandaría a preguntar a Jesús si era El o habían de esperar a otro.

Ahora lo que persistían eras las preguntas que hacían aquellos enviados desde Jerusalén. En su humildad Juan dirá que es Grande y que él no se considera digno ni siquiera de desatar su sandalia. Por algo dirá más tarde Jesús que habían salido al desierto a buscar a un profeta y a alguien que era más que un profeta. Pero aquellos que incluso escuchan luego las palabras de Jesús no terminarían de entender la misión de Juan, aunque él lo tenía bien claro. Como nos cuesta a nosotros reconocer tantas veces.

Y nos cuesta reconocer porque muchas veces hemos rodeado la imagen de Jesús de tantas cosas que nos costará reconocerle allí donde El de verdad quiere hacerse presente. Los destellos de los oropeles nos encandilan y nos dejan como ciegos y cuando nos encontramos con Jesús que no tiene esos destellos, porque se nos puede manifestar en los más pobres, se nos manifiesta incluso en aquellos que tienen un corazón rebelde, en aquellos que están alejados y nos pueden parece unos pordosieros por sus apariencias, pero de muchas maneras puede estar llegando a nuestra vida y andamos cegatos.

En medio de nosotros está y no le reconocemos, como les dice Juan a sus contemporáneos que nos dicen también hoy a los hombres y mujeres del siglo XXI. Y no es que nosotros no nos atrevamos a desatar sus sandalias, sino que es que negamos  el admitir esas sandalias. Más tarde nos dirá que Jesús que está en el hambriento y en el sediento, que está en el marginado o en aquellos que hemos puesto detrás de rejas o de barreras, que está en el que vive en la soledad y nadie quiere perder tiempo con él, en el que está a la orilla del camino pero nadie quiere escuchar sus gritos de auxilio o proferimos nosotros mirar para otro lado para no enterarnos, o está en el que viven aun atado a sus muletas o sus camillas pero de quien nadie se preocupa… ¿Seremos capaces de reconocerle?

Con nosotros está y no le reconocemos. ¿Cuándo despertaremos y abriremos nuestros ojos para encontrarnos con El en esos misterios de fe, que son los que nos rodean, y en los que El quiere que le encontremos?

lunes, 1 de enero de 2024

Navidad, María, paz, tres palabras que se encadenan y nos comprometen con un anuncio para el hoy de nuestro mundo, Dios vuelve su rostro sobre nosotros para darnos la paz

 


Navidad, María, paz, tres palabras que se encadenan y nos comprometen con un anuncio para el hoy de nuestro mundo, Dios vuelve su rostro sobre nosotros para darnos la paz

Números 6, 22-27; Sal 66; Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21

Navidad, María, paz, tres palabras que como en cadena vienen a situarnos en la celebración de este día. Junto a ello no podemos ignorar el momento presente con el inicio de un nuevo año, que nos hará aterrizar también en la vida concreta de cada día y en las circunstancias concretas que vivimos en nuestro mundo.

Sí, seguimos celebrando la navidad, hoy es su octava, que además seguimos queriendo vivir con la misma solemnidad; así nos lo ofrece la liturgia para nuestra celebración y en consecuencia para nuestra vida. Es el misterio del Emmanuel, porque no podemos dejar de llamarlo misterio, porque es algo que en mente humana, con nuestros racionalismos, parece que no cabe, que Dios haya querido hacerse uno como nosotros y así lo hemos contemplado en su nacimiento en Belén, que venimos celebrando, queriendo seguir viéndonos envueltos por esa presencia y por ese amor.

Pero no podemos celebrar el misterio de la Navidad sin contemplar a María; es la madre que quiso tener Dios para encarnarse, para hacerse hombre, ‘nacido de una mujer’, como nos recuerda san Pablo. Esa mujer llena de gracia, como la llama el ángel, que se siente mirada y escogida por Dios, envuelta y poseída por Dios para ser la agraciada del Señor que encima Dios nos quiso regalar como madre. Es la Madre de Dios, y no terminamos de contemplar las maravillas que Dios realiza en ella y admirarnos con ella que es sentir el impulso de ponernos también a cantar la gloria de Dios, como lo hizo María. ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, que ha realizado obras grandes…’

Escuchamos hoy en relato del evangelio, completando lo escuchado en la noche de la Navidad que el ángel del Señor llevó la buena noticia a unos pastores que guardaban sus ganados en los campos de Belén. ‘Os anuncio una gran alegría, os ha nacido un Salvador…’ No es el anuncio de algo hipotético, no es un anuncio como las profecías que hacían los profetas que eran siempre para un tiempo futuro, es el anuncio de un hoy, de un ahora, de un momento presente. ‘Hoy, en la ciudad de David…’ les anuncia de forma concreta el ángel. Allí está el Salvador, no para otros tiempos, no para un tiempo futuro. Es el anuncio concreto que nosotros también recibimos en el hoy de nuestra vida. ‘Hoy nos ha nacido un Salvador’.

Y los ángeles comienzan a cantar la gloria del Señor, no podría ser de otra manera. Allí, en el hoy concreto de sus vidas, en el hoy concreto de nuestra vida recibimos nosotros también ese anuncio. Es la gloria del Señor que nos viene a traer la paz. Paz a los hombres de buena voluntad, paz a los hombres porque nos ama Dios. Es el regalo de Dios. Es el gran signo de la Navidad. Es el anuncio que escuchamos para el hoy de nuestra vida. Qué importante es la paz, la paz que tenemos que aprender a sentir en el corazón, la paz que vamos a vivir en nuestras relaciones humanas para que verdaderamente sean humanas, la paz que tenemos que construir en nuestro mundo, sordo quizás a ese anuncio de paz.

La paz que tiene que hacer que callen las armas y los cañones, la paz que destierre violencias y enfrentamientos, la paz que nos tiene que llevar al encuentro y al entendimiento, la paz que tiene que poner serenidad en el corazón para mantenernos en caminos de rectitud buscando siempre el bien y la justicia, la paz que nos tiene que hacer sentirnos bien con nosotros mismos, la paz que hará resaltar los mejores sentimientos, los mejores deseos que llevamos en el corazón, la paz que nos hará sentir el palpitar de la vida allá en lo más hondo, la paz que nos mantiene en la integridad para realizarnos como personas, la paz que nos hace sentir la armonía de la vida en nosotros, con los otros y con la naturaleza que nos rodea, la paz que nos hará caminar caminos de plenitud.

Es la paz que nos trae el Salvador. Así lo cantaron los Ángeles y así queremos nosotros cantarlo con nuestra vida en el hoy de nuestra historia. No todos parece que hayamos escuchado esa Buena Noticia que hoy sigue anunciándosenos. Seguimos resistiéndonos y no terminamos de dejar que esa Buena Nueva sea para todos hoy porque siguen sufriendo la falta de esa paz. Y ese es el compromiso de los que creemos en Jesús, de los que celebramos la Navidad; mientras no hagamos realidad ese compromiso no hemos terminado de celebrar de verdad la navidad, tenemos que reconocerlo aunque nos resulte dure.

Dejemos que Dios vuelva su rostro sobre nosotros y nos llene y nos inunde de su paz. Comencemos nosotros también a volver nuestro rostro sobre los que están a nuestro lado para ir despertando en todos esos deseos de paz y todos comencemos a comprometernos más por lograrla para nuestro mundo. Sintamos también a nuestro lado a María, como Madre y reina de la paz.

domingo, 31 de diciembre de 2023

Desde la contemplación de la Sagrada Familia de Nazaret aprendamos a descubrir lo maravilloso de la vida familiar y la riqueza inmensa que en ella tenemos

 


Desde la contemplación de la Sagrada Familia de Nazaret aprendamos a descubrir lo maravilloso de la vida familiar y la riqueza inmensa que en ella tenemos

Eclesiástico 3, 2-6.12-14; Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 22-40

Un evangelio rico en colorido se nos ofrece hoy, un viaje a Jerusalén, un matrimonio con su hijo recién nacido, una ofrenda de un par de tórtolas o dos pichones, la ofrenda de los pobres, los atrios del templo que se ven sorprendidos con algo que no ha sucedido otras veces, un anciano que sin ser el sacerdote de la ofrenda toma al niño en sus brazos y se desgañita en alabanzas y anuncios proféticos, otra anciana que se une al grupo para unirse también a las alabanzas y a los anuncios a todos los viandantes del templo que se ven sorprendidos por lo que allí sucede. No vamos a ser unos simples espectadores porque en ello también nos vemos nosotros implicados e interpelados cuando escuchamos este evangelio.

Podría pasar por un acto ritual más, pero que sin embargo tiene hondo significado; podrían pasar por una familia más, como tantos que por la misma razón de la presentación del primogénito recién nacido y la  purificación de la madre igualmente se encontraban en el templo aquel día. Pero para nosotros no es ni una familia cualquiera, ni un niño más que es presentado en esa ofrenda en el templo.

Y hoy queremos en medio de este ambiente y estas fiestas navideñas que venimos celebrando queremos contemplar a esa familia que tanto significado va a tener para nosotros. Una familia de Nazaret que para nosotros es la Sagrada Familia de Nazaret porque allí está el Hijo de Dios encarnado en el seno de María y que va a ir creciendo en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres, precisamente en aquel hogar de Nazaret.

Es cierto que hemos envuelto las fiestas navideñas en un hermoso marco familiar, de manera que para muchos todo se puede quedar en esa cena familiar celebrada en la noche de la Navidad. Pero somos conscientes también, que en algunas ocasiones resulta en cierto modo una fiesta forzada por las circunstancias, por el ambiente o por la costumbre, pero que se puede quedar solo en la fiesta y la cena familiar de un día, porque cuando cerramos la puerta al finalizar la cena de navidad cerremos también ese ambiente que solo volvamos a revivir al año que viene.

Creo que cuando la liturgia de la Iglesia nos propone que en este domingo siguiente a la Navidad celebremos la fiesta de la Sagrada Familia de alguna manera nos está queriendo centrar en lo que verdaderamente es importante para que desde la contemplación de aquel hogar y aquella familia de Nazaret nosotros aprendamos a descubrir la maravilloso de la vida familiar y la riqueza inmensa que en ella tenemos para nuestra vida.

Es una familia hemos nacido y hemos crecido. No es solo lo biológico del nacimiento y del crecimiento de la persona lo que en un hogar o una familia se realiza sino que tiene que ser otra apertura a la vida, otro crecimiento en la vida, en lo humano y en lo espiritual, y que ahí de esa fuente hemos de beber  para que nazcan y se fortalezcan todos esos valores que nos van a hacer más humanos y más personas, nos va a ejercitar en la verdadera libertad y en el más hermoso respeto de los unos para con los otros, nos hará encontrar la verdadera dignidad y grandeza de la persona, va a ser semillero de vida y de amor, porque ahí aprendemos lo que son los verdaderos encuentros, lo que es cultivar la flor de la libertad y el respeto, lo que de verdad es caminar juntos, lo que es ese apoyo que mutuamente nos vamos a dar ese crecimiento como personas, y donde en verdad vamos a elevar nuestro espíritu a grandes y sublimes alturas que nos llenen de grandeza y de dignidad. Y de todo eso es escuela la familia, y todo eso en medio de la familia va a crecer en nuestro corazón.

Y hoy nosotros miramos a aquella familia que nos puede parecer humilde e insignificante, que podría pasar desapercibida para tantos, pero en quien nosotros sabemos que vamos a encontrar la gran lección pero también se va a convertir en medio de gracia que viniendo de lo alto va a ser que todos vayamos creciendo también en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres.

Relaciones de amor y de respeto, posturas y actitudes de valentía para afrontar los problemas y para encontrar luz en las oscuridades, valoración de cada uno de sus miembros que actúan siempre con la libertad del espíritu, pero que harán sentir la paz de Dios que contagia de la presencia divina a cuantos están a su alrededor. Todas esas cosas y muchas más podríamos irlas contemplando en cada uno de sus miembros  que convierten así aquel hogar de Nazaret en verdadero Magisterio para nuestras vidas.

Cultivemos esos hermosos valores en nuestros hogares. Sepamos vivir y defender la maravilla y la riqueza de la vida familiar. Seamos capaces de superar con valentía y poniendo siempre como centro y como eje el amor las oscuridades que se puedan presentar. Seamos capaces de en el seno de nuestros hogares están también abiertos a Dios para escuchar su Palabra, para hacer ese silencio que María y José supieron hacer para escuchar a Dios y encontrar en Dios las respuestas a los problemas que se les iban presentando.

¿No recordamos la actitud de José ante las dudas que se le iban presentando? ¿No recordamos el corazón abierto de María para dejarse inundar por la gracia del Dios que la amaba y quería hacerla su madre? ¿No recordamos la actitud de Jesús que decía que tenía que atender a las cosas de su Padre?

Que nos ciñamos el cinturón del amor como nos decía san Pablo; que hagamos resplandecer en nosotros la humildad y la sencillez, la comprensión y la misericordia, para que mantengamos siempre nuestro espíritu lleno de paz para que sepamos regalar en todo momento el perdón, que florezcan la mansedumbre y la paciencia, así nuestros hogares estarán revestidos de Dios.