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viernes, 5 de enero de 2024

Destruyamos las barreras de los prejuicios comenzando a tener palabras de valoración y podremos llegar a conocer a Dios desde el encuentro que tengamos con los demás

 


Destruyamos las barreras de los prejuicios comenzando a tener palabras de valoración y podremos llegar a conocer a Dios desde el encuentro que tengamos con los demás

1Juan 3,11-21; Sal 99; Juan 1,43-51

Los prejuicios lo que hacen es levantar muros infranqueables que nos impiden ver lo que hay detrás y por eso mismo andamos en cavilaciones y sospechas de lo que puede haber detrás y que nos conducirá a hacernos nuestros juicios muy particulares sin ningún tipo de fundamento. El prejuicio nos lleva al juicio temerario que hasta podría convertirse en calumnia cuando llegamos a aseverar algo de lo que no tenemos fundamente y que solo puede haber salido de nuestra imaginación.

Por el contrario, una palabra amable y favorable, un buen aprecio por lo que los otros hacen con un buen juicio de valor incluso por lo que es la persona a la que nos referimos, rompe moldes y tabiques de separación, abre puertas y corazones, estimula a la confianza y al cultivo de una bonita amistad y también de un amor verdadero, hace renacer la confianza en sí mismo para quien recibe la alabanza y mueve a estar disponible para comenzar nuevos caminos.

Este doble pensamiento me ha surgido en la contemplación de la escena que nos relata el evangelio que puede ir más allá incluso de esas llamadas que el Señor hace a los quiere para que vayan con El porque puede incluso darnos pautas para posturas y gestos que nosotros podemos tomar en la vida en nuestras mutuas relaciones y en el camino que queremos hacer con los demás.

Es el relato de una doble llamada del Señor a seguirle, en el testimonio de aquellos primeros discípulos que comenzaron a hacer su mismo camino. Primero Felipe a quien es suficiente una palabra de Jesús para irse con El. ‘Sígueme’, le dice Jesús y allí está pronto no solo para seguirle sino para comenzar a ser pescador de hombres, como en otro momento Jesús nos dirá cuando estemos dispuestos a seguirle. Tal es la radicalidad de la respuesta, que pronto se encuentra un amigo al que ya le estará hablando de Jesús desde el primer momento. ¿Será así nuestra respuesta a la llamada que Jesús nos hace para ser trabajadores de su viña, o pescadores de hombres en el mar de la vida?

Y es en este momento, donde primero nos encontraremos con alguien que tiene muchos prejuicios en el corazón. De Nazaret no puede salir nada bueno, y habla desde la rivalidad de pueblos vecinos que siempre andarán con sus grescas de quien es el mejor o quien tiene mejor agua. Ese prejuicio va a ser una barrera difícil de sortear cuando le ha dicho que han encontrado a aquel de quien hablan las Escrituras y señala a Jesús el hijo del carpintero de Nazaret. Sin embargo Felipe empleará una hermosa pedagogía, ‘Ven y verás’.

Aunque sea en muchas ocasiones difícil el sortear esas barreras que nos vamos interponiendo, algunas veces incluso maliciosamente, en el camino, tendrá que llegar el momento de dejarse conducir, para palpar con sus propias manos, escuchar con sus oídos, o sentir en lo más hondo del corazón algo que le lleve a saltar esas barreras y a encontrarse con la luz.

No podemos dejar de pensar que Natanael aun así iba renuente a conocer a aquel de quien Felipe le ha hablado. Se llevará en cambio la sorpresa que Jesús comienza hablando bien de él. Si hubiéramos sido nosotros los que estuviéramos en el lugar de Jesús seguro que tendríamos nuestras resistencias. ¿Cómo va a recibirle si incluso ha hablado mal de su pueblo, si se ve que realmente en el fondo el no quiere aceptar lo que le han dicho y al final ha venido algo así como por compromiso con su amigo? Pero Jesús comienza hablando bien de él, porque lo presentará como un israelita cabal, en quien no hay engaño.

Sorprendido Natanael deja caer las espadas del combate, porque ya sólo se preguntará de qué le conoce para hablar así de él. ‘Antes de que Felipe te llamara te vi, cuando estabas debajo de la higuera’, fue la respuesta de Jesús. No sabemos qué había sucedido entonces, pero ciertamente era algo que llevaba en secreto bien guardado en el corazón. Y ahora se ha descubierto todo, quien le hablaba no podía ser un cualquiera, por medio tenía que estar Dios. Y viene su hermosa confesión. ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’.

No es necesario en este momento que hagamos más comentarios. Primero que nada dejémonos sorprender e interpelar también nosotros por el Señor que conoce muy bien lo que hay tras las hojas de la higuera con las que escondemos nuestro corazón y sin embargo sigue creyendo en nosotros, porque sigue amándonos y queriendo contar con nosotros.

Solamente una pregunta para terminar. ¿Por qué no rompemos esas barreras de prejuicios con las que tantas veces nos acercamos a los demás y comenzamos a tener palabras amables de valoración hacia los otros? Nos puede hacer llegar al encuentro con el Señor a través de esos nuevos encuentros con los que nos rodean.

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