Despertemos
y abramos nuestros ojos para encontrarnos con Jesús en esos misterios de fe,
que son los que nos rodean, y en los que El quiere que le encontremos
1Juan 2, 22-28; Sal 97; Juan 1, 19-28
Quizás ha vivido siempre a nuestro lado
y nos preguntan por él y no lo conocemos. Hay personas que saben pasar
desapercibidas, una vida silenciosa quizás, metida solo en sus asuntos, sus
problemas, sus cosas, viven como semiocultas; pero no siempre es porque la persona viva así o
provoque ese desconocimiento, sino que algunas veces no sabemos mirar, no
sabemos fijarnos, también vamos a lo nuestro y a nuestros intereses; a nuestro
lado está y quizás pueden ir apareciendo algunos de sus valores, pero nosotros
ni enterarnos.
Vivimos aislados, ponemos barreras
imperceptibles quizás pero barreras al fin y al cabo, con nuestros intereses o
nuestras preocupaciones vamos a lo nuestro y no mostramos mayor intereses por
los demás. Y luego decimos que no conocemos. Nos falta algo, porque tampoco es cuestión
solo de saber el nombre, la familia de donde proviene o algunas cosas que hace
esa persona. Y cuando nos la hacen destacar nos sorprendemos, o quizás aun
seguimos ignorándola porque nos parece que no es de los nuestros.
Y Jesús era de Galilea, allí había
pasado la mayor parte de su vida, ahora comenzaba a dar los primeros pasos y también
se había acercado al Jordán con todos aquellos que querían escuchar al profeta
surgido allá en el desierto. Pero Jesús pasaba desapercibido y solo venían
ahora preguntar a Juan si él era el Mesías, o acaso un profeta; perro él lo
niega, en su humildad tampoco busca verse sobresaltado y se consideraba
indigno. Pero seguía haciendo el anuncio. En medio de ellos estaba y no lo
habían reconocido. La insistencia en la humildad de Juan persistía, la
presencia de Jesús podía comenzar a hacerse notar, más tarde en otra ocasión –
yo lo escucharemos también – mandaría a preguntar a Jesús si era El o habían de
esperar a otro.
Ahora lo que persistían eras las
preguntas que hacían aquellos enviados desde Jerusalén. En su humildad Juan
dirá que es Grande y que él no se considera digno ni siquiera de desatar su
sandalia. Por algo dirá más tarde Jesús que habían salido al desierto a buscar
a un profeta y a alguien que era más que un profeta. Pero aquellos que incluso
escuchan luego las palabras de Jesús no terminarían de entender la misión de
Juan, aunque él lo tenía bien claro. Como nos cuesta a nosotros reconocer
tantas veces.
Y nos cuesta reconocer porque muchas
veces hemos rodeado la imagen de Jesús de tantas cosas que nos costará
reconocerle allí donde El de verdad quiere hacerse presente. Los destellos de
los oropeles nos encandilan y nos dejan como ciegos y cuando nos encontramos
con Jesús que no tiene esos destellos, porque se nos puede manifestar en los
más pobres, se nos manifiesta incluso en aquellos que tienen un corazón
rebelde, en aquellos que están alejados y nos pueden parece unos pordosieros
por sus apariencias, pero de muchas maneras puede estar llegando a nuestra vida
y andamos cegatos.
En medio de nosotros está y no le
reconocemos, como les dice Juan a sus contemporáneos que nos dicen también hoy
a los hombres y mujeres del siglo XXI. Y no es que nosotros no nos atrevamos a
desatar sus sandalias, sino que es que negamos
el admitir esas sandalias. Más tarde nos dirá que Jesús que está en el
hambriento y en el sediento, que está en el marginado o en aquellos que hemos
puesto detrás de rejas o de barreras, que está en el que vive en la soledad y
nadie quiere perder tiempo con él, en el que está a la orilla del camino pero
nadie quiere escuchar sus gritos de auxilio o proferimos nosotros mirar para
otro lado para no enterarnos, o está en el que viven aun atado a sus muletas o
sus camillas pero de quien nadie se preocupa… ¿Seremos capaces de reconocerle?
Con nosotros está y no le reconocemos.
¿Cuándo despertaremos y abriremos nuestros ojos para encontrarnos con El en
esos misterios de fe, que son los que nos rodean, y en los que El quiere que le
encontremos?
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