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sábado, 8 de enero de 2011

Empezó a enseñarles muchas cosas


1Jn. 4, 7-10;

Sal. 71;

Mc. 6, 34-44

Hermosa relación que podemos encontrar entre el relato de la multiplicación de los panes que nos narra el evangelio y el comentario previo que hace el evangelista. ‘Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor’.

El pastor cuida de sus ovejas y tiene que llevarla a donde haya pastos abundantes para que se puedan alimentar debidamente. ¿Se referirá entonces a que Jesús sentía lástima de aquellas gentes porque no tenían que comer y para eso hizo el milagro de la multiplicación de los panes para que todos comieran? Creo que todos nos damos cuenta de que el evangelio quiere decirnos algo más.

No negamos la necesidad del pan material pero era otro pan, otro alimento el que aquella gente necesitaba y por lo que Jesús sentía lástima por ellos porque estaban como ovejas sin pastor. Además el mismo evangelista nos dice que cuando Jesús se sintió así ante aquella multitud que le seguía, ‘empezó a enseñarles muchas cosas’.

Seguimos en el ambiente de la Epifanía o de la manifestación del Señor. Lo que la liturgia nos va ofreciendo en estos días y que concluiremos mañana con la fiesta del Bautismo del Señor es un ayudarnos para que descubramos en verdad quién es Jesús. En eso nos ayuda la Palabra de Dios que se nos va proponiendo y vamos escuchando.

El Jesús que contemplamos en Belén y al que le ofrecieron sus dones los pastores, o el Jesús que contemplamos adorado por los Magos de Oriente que le ofrecieron oro, incienso y mirra es el Jesús que es nuestro Salvador, el Hijo de Dios como lo vamos a escuchar proclamar desde el cielo en el Jordán mañana, pero es el Jesús que es nuestro Maestro que nos enseña y que nos conduce al conocimiento de Dios; es el Maestro que será también nuestro Camino y nuestra vida que nos enseñará a ir por sus sendas y a alimentarnos de su vida.

Jesús quiere alimentarnos, sí, pero nos va descubriendo muchas cosas más. Es el Dios amor, como nos ha enseñado hoy la carta de san Juan, pero que ha venido ‘para que vivamos por medio de El’. Es el Dios amor que quiere que nosotros vivamos en su amor y eso nos llevará a unas posturas distintas en nuestra relación con los demás.

Los discípulos andaban preocupados porque era tarde, estaban en despoblado y a aquella gente se les han acabado las provisiones que podían llevar. ‘Despídelos, le dicen, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer’. Ya era una buena actitud esa preocupación. Pero quien les estaba enseñando lo que era el amor de Dios y lo que tenía que ser nuestro amor nos estaba queriendo decir algo más. ‘Dadles vosotros de comer’.

Ni podemos desentendernos, ni podemos quedarnos en bonitas palabras o deseos. El amor nos lleva a comprometernos a algo más. ‘Dadle vosotros de comer’. No tienen ni con qué comprar panes para darle a toda aquella gente ni habrá donde comprarlo, porque estan en descampado. Pero podrán surgir otras iniciativas. ‘Aquí hay cinco panes y dos peces’, pero ya sabemos que eso no es nada para tanta gente. El Señor se encargará del resto cuando por nuestra parte hay esa iniciativa de generosidad. Ya conocemos el resto del evangelio y cómo todos comieron hasta hartarse e incluso sobre en buena cantidad.

Es mucho lo que nos está enseñando el Señor. Quizá sienta lástima de nosotros cuando seamos tan mezquinos que no asome por ningun lado en nosotros la generosidad y la disponibilidad para compartir. Escuchemos la lección y el mensaje de Jesús nosotros que tantas veces decimos que no sabemos que hacer o que no tenemos medios para remediar tanta necesidad o tanta problemática como puede haber en nuestro mundo. Si aprendemos la lección del amor que Jesús nos enseña podremos, incluso con nuestra pobreza o nuestros aparentemente insuficientes medios, hacer muchas cosas si ponemos a trabajar el amor en nuestro corazón. Encontraremos medios, formas para hacer las cosas.

Pero dejémonos nosotros hacer por ese amor de Jesús. Mucho podemos aprender de El y mucho podemos hacer con El.

viernes, 7 de enero de 2011

Su fama se extendió por todas partes y todos venía a El en búsqueda de Dios


1Jn. 3. 22-4, 6;

Sal. 2;

Mt. 4, 12-17.23-25

En días pasados – antes de la Epifanía – escuchábamos el relato de la vocación de los primeros discípulos; hecho acaecido probablemente en Judea, en la orilla o las cercanías del Jordán donde Juan había estado bautizando y preparando los caminos del Señor. Hoy, aunque es en el relato de Mateo, nos dice que ‘al enterarse Jesús que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea’. Allí va a comenzar la actividad de Jesús.

No se establece en Nazaret, su pueblo donde había vivido la mayor parte de su vida, sino que se va a Cafarnaún. Es un lugar estratégico como nudo de comunicaciones entre Palestina y Asiria enmarcado en lo que los entendidos llaman la luna fértil que es el amplio territorio que viene desde la tierra de los Caldeos y se prolonga por Palestina. Damasco, la capital de Siria queda a poca distancia.

Sin embargo tampoco no se establece en la ciudad nueva e importante de Tiberíades – mandada a edificar por Herodes en honor de Tiberio, emperador romano -, quizá mucho más pagana y romanizada que Cafarnaún, aunque como anunciaba el profeta en la cita que nos propone hoy el evangelista se le llamaba Galilea de los gentiles, por esas influencias que recibían de pueblos extranjeros.

Allí comienza la actividad pública de Jesús anunciando el Reino de Dios e invitando a la conversión. ‘Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo’. Las noticias vuelan y su fama se va extendiendo. Aunque se ha establecido en Cafarnáun y su recorrido en principio es solo por Galilea le traen multitudes de enfermos y llegan gentes de toda Palestina. El Evangelista es detallista en este sentido en la descripción de los lugares: ‘Le seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania’.

¿Había ansias de Dios? ¿Era muy intensa la esperanza que tenían en la pronta venida del Mesías? El corazón humano aunque algunas veces lo llenamos de tantas cosas terrenas que parece que lo ahogamos, sin embargo tiende hacia arriba, busca lo espiritual y lo sobrenatural; en una palabra busca a Dios. En Jesús se estaba manifestando algo especial y distinto. Como iremos viendo en el evangelio se admiraban de sus palabras, de su autoridad, de su doctrina, de su poder.

En el fondo todos deseamos a Dios y a nuestra manera lo buscamos. Esas aspiraciones algunas veces se nos ahogan por los apegos terrenos y materiales de los que nos rodean y bajamos el listón de lo espiritual a lo material. No ahoguemos los deseos más hondos que pueda haber en nuestro corazón.

Busquemos de verdad a Dios y dejémonos conducir por El, por su Espíritu, porque realmente es Dios quien nos sale al encuentro, quien nos está buscando también y ofreciéndonos lo mejor y lo más hermoso. Dejemos que Dios se nos meta en el corazón. Es quien puede llenarlo de verdad y de plenitud.

Aquí tenemos cada día la posibilidad de sintonizar con Dios. La Palabra que se nos proclama, la celebración en la que participamos, los momentos de oración que tenemos. Ahí podemos encontrar esa sintonía de Dios. Entremos en su onda. Afinemos de verdad esa sintonía. Como nos sucede cuando queremos captar una onda, una emisora en un receptor de radio que tenemos que con mucho pulso y delicadeza sintonizar bien para poder escuchar debidamente dicha emisión, así tenemos que hacerlo también con Dios. Porque se nos pueden meter por medio otras ondas, otras señales que enturbian nuestra sintonía. Por eso cómo hemos de concentrarnos, buscar la forma de que nada nos distraiga cuando queremos estar con Dios para poder escucharle, sentirle y sentirnos en su presencia, vivirle.

Sintonicemos de verdad con Dios y con su Palabra.

jueves, 6 de enero de 2011

Estrellas luminosas que conducen a Jesús

Is. 60, 1-6;

Sal. 71;

, 2-6;

Mt, 2, 1-12


‘Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’. Desde que celebramos la nochebuena en el nacimiento de Jesús todo ha sido hablarnos de luz. El profeta anunciaba al pueblo que caminaba en tinieblas que brillaría una luz grande y el ángel del Señor se les presentó a los pastores para anunciarles que les habia nacido un Salvador y ‘la gloria del Señor los envolvió de claridad’.


Repetidamente en la liturgia se nos ha mostrado esa Luz que viene de lo alto y que nos llena de vida porque ‘en la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres, la luz verdadera que alumbra a todo hombre’.


La luz de la estrella que conduce a Belén a los Magos venidos de Oriente nos está hablando de la gran manifestación de Señor que viene con su salvación para todos los hombres. Es la fiesta de la Epifanía, la manifestación de Cristo luz y vida para todos los hombres. Es el misterio que hoy estamos celebrando. Se nos puede quedar oscurecida esa luz cuando sólo convertimos esta fiesta en una fiesta de regalos olvidándonos del verdadero regalo de Dios para los hombres que es Cristo Jesús que es lo que con profundo agradecimiento a Dios tenemos que contemplar y celebrar.


‘Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres’. La estrella que los Magos contemplaron es la señal. Tenemos que aprender a mirar a lo alto para contemplar esa estrella luminosa que Dios pone como señal para nuestra vida, y como señal para todos los hombres de lo que es su amor y de lo que es la salvación que nos ofrece. Una estrella que brilla en la noche de nuestra vida, noche necesitada de esa luz de salvación.


Claro que para ver las estrellas en la noche hemos de levantarnos, salir de nosotros mismos y ponernos en camino. Lo hicieron aquellos personajes de los que nos habla el evangelio. Si sólo hubieran estado mirando sus cosas y se hubieran apegado a lo que tenían, no hubieran mirado a los alto ni se hubieran puesto en camino. Seguir la señal de la estrella obliga a ponerse en camino. La estrella no está estática en el firmamento sino que va siguiendo su camino. Es una buena imagen que nos da sentido. Levantarnos y mirar a lo alto y seguir su rastro, pero quizá estamos tan entretenidos en nuestras cosas, o tan adormilados que nos da pereza levantarnos para mirar a lo alto y luego seguir su rastro. Tenemos que despertar, avivarnos.


Es hermosa la lección que nos dan estos personajes del evangelio. No se cansaron ni se rindieron ante las dificultades; cuando les parecía que se les perdía la estrella y estaban a punto de errar el camino, buscaban, preguntaban. Fue así cómo encontraron el camino de Belén. La Escritura Santa les sirvió de guía para saber certeramente a dónde dirigirse. Fue una actitud sabia y una actitud humilde la que mostraron aquellos hombres para buscar y dejarse guiar, para encontrar de nuevo la estrella y poder llegar finalmente guiados por estrella, que apareció de nuevo, hasta Jesús y allí adorarle y presentarle sus ofrendas que significaban mucho de su reconocimiento, su sacrificio y su amor. ‘Se llenaron de inmensa alegría’, dice el evangelista.


Necesitamos nosotros encontrar la estrella también que nos conduzca hasta Jesús. Dios también nos va poniendo a nuestro lado señales, estrellas que nos señalan camino para que vayamos a Jesús. De muchas maneras pueden aparecernos esas estrellas, pero, como decíamos, tenemos que levantarnos y saber mirar para descubrirlas. Muchas luces engañosas pueden aparecer rodeándonos pero hemos de saber encontrar la verdadera estrella, la verdadera luz. Descubramos la verdadera luz que ilumina nuestra vida.


A lo largo de nuestra vida de muchas maneras ha aparecido esa estrella a nuestro lado para hablarnos de Jesús y señalarnos el camino para ir hasta El. Podemos empezar por la familia donde primero nos hablaron de Dios nuestros padres que nos enseñaron a amarle y a rezarle. Esa estrella ha aparecido a nuestro lado tantas veces para enseñarnos los caminos de Dios cuando hemos escuchado en la Iglesia la Palabra de Dios y nuestros sacerdotes nos han enseñado, nos han ayudado a vivir esa presencia y esa gracia de Dios en los sacramentos recibidos.


En más de una ocasión hemos escuchado una palabra buena que nos aconseja, o hemos visto a nuestro lado el testimonio de servicialidad y amor generoso en muchas personas; han sido estrellas que el Señor ha puesto a nuestro lado. Personas que nos han acompañado de diversas maneras en el camino de nuestra vida o nos han ayudado en nuestras limitaciones y debilidades, sembrando esperanza en nuestro corazón, dándonos alegría y consuelo en nuestras tristezas, diciéndonos palabras de ánimo en los momentos bajos, o haciéndonos sentir una fortaleza interior que sabemos que nos viene de Dios; estrellas del Señor a nuestro lado para que no olvidemos el camino.


Personas que en el dolor y el sufrimiento con su silencio y su paciencia han sido para nosotros estímulo para el desánimo o que quizá se han sacrificado ofreciendo su sufrimiento al Señor por nosotros han sido también estrellas de Dios a nuestro lado. Un libro bueno que hemos leído, el ejemplo de los santos o de tantas personas buenas que conocemos, o los mismos acontecimientos que suceden alrededor y con ojos de fe hemos sabido también hacer una lectura creyente, han sido también estrellas de luz para nosotros.


Creo que por una parte hemos de saber dar gracias a Dios por tantas estrellas luminosas que ha puesto en nuestro camino y que nos han ayudado y nos siguen ayudando para que no nos apartemos de El. Hemos mencionado algunas posibles, pero seguro que en nuestra historia personal cada uno recuerda esa estrella especial que le ha ayudado e iluinado en un momento concreto. Saberlas reconocer con inmensa alegtría, con corazón agradecido, pero también seguir su rastro, porque haciendo igual nosotros podemos ser también estrellas de luz para los demás y conducirlos también hasta Jesús.


Vamos nosotros hoy a llegar también hasta Belén para postrarnos ante Jesús como lo hicieron aquellos Magos de Oriente y ofrecerles nuestros dones, los dones de nuestro amor, de nuestra gratitud por tanto amor que Dios nos ha tenido para ponernos esas estrellas a nuestro lado, pero también de nuestro compromiso de ser estrellas que con nuestro amor, nuestro espiritu de servicio, nuestra alegría y tantas cosas buenas que podemos hacer resplandecer en nuestra vida ayudemos a todos para que lleguen también hasta Jesús.


Podíamos decir que esta es la primera fiesta misionera de todas las fiestas de Jesús porque la estrella brilló en el cielo para decirnos cómo Dios quiere la salvación de todos los hombres y a todos ha de llegar la luz del evangelio. Los personajes del evangelio venidos de lejos hasta Jesús guiados por la estrella pueden ser signo de todo ese mundo que no conoce a Jesús y su evangelio al que tenemos que llevar la Buena Noticia de la salvación. Y nosotros siendo estrellas de luz para los demás, como hemos dicho, reavivamos nuestra conciencia misionera en ese deseo de que todos puedan conocer a Cristo y llenarse de su salvación.


El mundo necesita de estrellas luminosas. Y nosotros tenemos que ser esas estrellas que con nuestra vida anunciemos que en Jesús tenemos la salvación. Que ese sea el compromiso de lo que aquí ahora vivimos y celebramos.

miércoles, 5 de enero de 2011

Rabí, Mesías-Salvador esperado, Hijo de Dios… confesamos nuestra fe en Jesús

Rabí, Mesías-Salvador esperado, Hijo de Dios… confesamos nuestra fe en Jesús

1Jn. 3, 11-21; Sal. 99; Jn. 1, 43-51

Estos versículos, escuchados ayer y hoy, del capítulo primero del evangelio de san Juan no sólo nos narran la vocación de los primeros discípulos de Jesús, sino también progresivamente nos van describiendo como en un proceso una progresiva confesión de fe en Jesús.

Unos discípulos que buscan a Jesús, como Juan y Andrés, otros llamados directamente por Jesús como es el caso de Felipe, y otros llevados hasta Jesús como Simón y Natanael. Buscándolo, llamados o llevados en el fondo todo es vocación porque es llamada del Señor. En todos el Espíritu había sembrado una inquietud en el corazón y la gracia del Señor les había dado disponibilidad y generosidad para la respuesta. Inquietud para buscar, para dejarse interrogar en su interior por los mismos hechos o acontecimientos que les iban sucediendo, lo que no significaría ausencia de dudas. ‘¿Dónde vives? ¿Es que puede salir algo bueno de Nazaret? ¿De qué me conoces?’ Pero tras el encuentro con Jesús las dudas se irán disipando y el corazón se irá llenando más y más de generosidad para un día dejarlo todo para seguir a Jesús.

Decíamos también que vemos una progresiva confesión de fe en Jesús. ‘Cordero de Dios’, lo llamará el Bautista cuando se los señala a sus propios discípulos desde el sentido del Cordero Pascual que en cada Pascua había de ser inmolado y que era tipo e imagen de Cristo verdadero Cordero que se inmolará por nosotros para ser en verdad nuestro Redentor y Salvador.

Pero en los propios discípulos que buscan, se acercan y terminan confensando su fe en Jesús descubriremos ese proceso. Lo llamarán ‘Rabí’, Maestro tanto Andrés y Juan cuando quieren conocer donde vive, o cuando Natanael impresionado por lo que está significando su encuentro con Jesús se deje cautivar por El.

Andrés le indicará a su hermano Simón que se ha encontrado con el Mesías prometido, y Felipe le anunciará a Natanael que han ‘encontrado a aquel de quien hablaron Moisés y los profetas. Ven y lo verás’, le dice. Hasta ahora para todos es Jesús, el de Nazaret, pero tras dejarse cautivar por Jesús será Natanael el que haga la más hermosa confesión de fe: ‘Tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel’.

Pero finalmente serán las palabras de Jesús las que nos van a descubrir su verdadero misterio. ‘Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre’. Esta expresión será muy usada por Jesús, pero al emplearla recordando quizá a los profetas, está manifestándonos como en El está la gloria del Señor. Se estará manifestando así la gloria de Dios porque allí está el que verdaderamente es el Hijo de Dios y nuestro Mesías Salvador.

He querido detenerme en esta reflexión tanto de esta profesión de fe en Jesús como la búsqueda y vocación de los primeros discípulos, al hijo del evangelio escuchado, porque bien nos viene a nosotros, bien nos ayuda en medio de estas celebraciones que estamos viviendo en estos días a que hagamos también una verdadera confesión de fe en Jesús. No tendría para nosotros la fiesta que hacemos si no reconocemos en verdad quien es Jesús. Como ya hemos reflexionado en otro momento nuestra fe en Jesús tiene que despertarse y crecer en estas celebraciones que vivimos.

Surgirán dudas o interrogantes en nuestro interior, pero hemos de dejarnos cautivar por Jesús como lo hicieron aquellos primeros discípulos. Con nuestra profesión de fe brotará en nuestro corazón la generosidad y la disponibilidad para confesarle y para seguirle, para llegar a vivir en El.

Hemos ido contemplando el resplandor de su gloria en todos estos días y mañana llegaremos a esa hermosa manifestación de Jesús en la Epifanía del Señor. Algo más que unos Magos venidos de Oriente o una estrella que brilla en el cielo, porque todo será señal que nos conduzca hasta Jesús, hasta su vida y su salvación. Nos tenemos que dejar iluminar por su luz, por el resplandor de la gloria del Señor que en Jesús se nos manifiesta. Y llenos de su luz nosotros también cantemos esa gloria del Señor, nosotros con toda nuestra vida demos para siempre gloria al Señor.

martes, 4 de enero de 2011

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús

1Jn. 3, 7-10;
Sal. 97;
Jn. 1, 35-42

‘Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús’. El que había venido a preparar los caminos ahora estaba señalando el camino concreto que conducía hasta Jesús. ‘Este es el Cordero de Dios’, les había dicho. Había contemplado al Espíritu que bajaba sobre El en forma de paloma y se posó sobre El. Ahora podía señalarlo. El que lo había enviado a bautiza le había dicho ‘Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre El, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo’ y ahora podía dar testimonio.
‘Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús’. Recogieron el testimonio. Recogieron el testigo. Se pusieron en camino. Todavía tendrían que hacer preguntas. ‘¿Dónde vives?’ Pero sabían que tenían que seguir a Jesús. Lo siguieron, estuvieron con El, y ya podrían ellos al día siguiente comenzar también a hacer el anuncio. ‘Hemos encontrado el Mesías’.
Se nos está señalando a Jesús, ¿seremos capaces de ponernos en camino también para seguirle? Algunas veces nos cuesta levantarnos. Nos cuesta ponernos en camino. ¿Tendremos miedo a lo que nos vayamos a encontrar? ¿Tendremos miedo de salir de nuestra instalación? Quizá nos encontramos tan cómodos en lo que hacemos o somos que eso de ponerse en camino y cambiar, nos cuesta más. Nos cuesta arrancarnos porque quizá nos asusta con lo que nos vamos a encontrar.
Esa decisión valiente y decidida de aquellos dos discípulos de Juan que iban a ser los dos primeros discípulos de Jesús es un buen ejemplo para nuestras determinaciones. No vale decir es que yo ya soy bueno, soy una persona muy religiosa, es que yo ya hago muchas cosas buenas. Andrés y Juan Zebedeo ya eran discípulos del Bautista y podían contentarse con quedarse allá junto al Jordán esperando. Pero tuvieron la valentía de ponerse en camino. Pero con Jesús siempre tenemos que estar en camino, con deseos de más, con interrogantes y preguntas que nos hagan aspirar a más.
Cuando no tenemos esa inquietud en el corazón y no nos dejamos conducir por esas inspiraciones que sentimos en nuestro interior, podemos caer en la rutina que nos lleva a un enfriamiento, a una desgana y hasta a una muerte espiritual. Nos pasa a muchos cristianos que nos contentamos con ser gente del montón. Pero un cristiano de verdad tiene que tener sueños de cosas grandes, tiene que estar aspirando a más y más alto, tiene que ponerse en una actitud de búsqueda que le haga sentir allá en lo hondo del corazón esas llamadas que nos va haciendo el Señor. Cuánto nos cuesta.
Pero es que además enseguida tenemos que convertirnos en mensajeros. Como el Bautista tenemos que señalar, ahí está el Señor; como Andrés tenemos que decir ‘he encontrado al Mesías, he encontrado la luz y la salvación’. O como los ángeles que les anunciaron a los pastores que en Belén les había nacido un Salvador. O como la estrella que vamos a ver estos días guiando a los Magos de Oriente venidos de lejos y señalar donde está el verdadero camino de Belén. O como aquellos que fueron capaces de leer e interpretar las Escrituras para señalar que en Belén había de nacer el Mesías. Ya lo reflexionaremos, pero no podemos ser como aquellos sacerdotes y doctores de Jerusalén que sabían donde había que buscar el Mesías, pero se quedaron tranquilos en el templo entretenidos en sus cosas de siempre. Tenemos que ponernos en camino.
Juan y Andrés no sólo escucharon el anuncio y la indicación del Bautista, sino que cuando Jesús les dijo que fueran con El para que vieran donde vivía, ‘fueron, vieron donde vivía y se quedaron con El’. Tenemos que finalmente quedarnos con Jesús porque en El vamos a encontrar no solo lo que nosotros buscamos sino mucho más, todo lo que Jesús quiere ofrecernos con su camino de salvación y con su evangelio. No temamos quedarnos con Jesús. El nos llevará a la plenitud.

lunes, 3 de enero de 2011

Le pondrás por nombre Jesús

Le pondrás por nombre Jesús

La liturgia nos ofrece la posibilidad en este día cercano a las celebraciones de la Navidad de celebrar el santo Nombre de Jesús. Se ha ido repitiendo una y otra vez este nombre desde que el ángel, por decirlo de alguna manera, lo trajera del cielo. ‘Le pondrás por nombre Jesús’, le dijo a José al disiparle sus dudas, ‘porque el salvará a su pueblo de sus pecados’.

En la octava de la Navidad escuchábamos en el evangelio que ‘a los ocho días tocaba circuncidar al niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción’. El nombre tiene su significado, quiere expresar algo. Nosotros en nuestra cultura quizá a la hora de poner un nombre a un niño, simplemente señalamos aquel nombre que nos gusta, nos agrada, o queremos quizá que sea distinto para diferenciar de alguna manera a quien lo lleva. Entre los semitas y los orientales era algo más, se quería expresar algo que pudiera hacer referencia a quien lo llevara o podría ser hasta como una confesión de fe.

Jesús, el Señor salva, que viene a ser su significado. El nombre Jesús proviene de Yeshúa (Heb.ישׁוע, Yeshúa) «Yahvéh es Salvación». Un nombre semejante en su significado es Josué. Un nombre en cierto modo común en aquellos tiempos pero que en Jesús alcanzará su pleno y total significado. Cualquiera podía llevar ese nombre que podríamos decir era como una confesión de fe en que Dios es el que nos salva. Pero decir Jesús al hijo de María era decir que es El quien nos salva, el verdadero Salvador. Por eso invocar el nombre de Jesús para nosotros será un reconocer y un invocar esa salvación que nos viene por Jesús.

No se nos ha dado otro nombre en quien podamos alcanzar la salvación. Recordemos los Hechos de los Apóstoles cuando Pedro y Juan suben al templo y junto a la puerta Hermosa se encuentran a aquel paralítico de nacimiento pidiendo limosna. ‘No tengo oro y plata, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar’. Ya sabemos el revuelo que se armó y cómo una y otra vez los apóstoles proclamarán que ha sido por nombre de Jesús por el que aquel hombre ha obtenido su curación. ‘Sabed todos que éste aparece ante vosotros sano en virtud del nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificásteis y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos’. Pedro en el lago un día también había echado las redes en el nombre de Jesús y la pesca había sido abundante.

Dulce nombre de Jesús que hemos, pues, de saber invocar con fe, porque es como querer invocar la presencia del Señor que nos ama y que nos salva, que nos llena de gracia y que nos previene de los peligros. El nombre de victoria en nuestra lucha contra el mal y las tentaciones. Cómo tendríamos que saber invocarlo con fe en todo peligro y en toda tentación. Con este santo nombre en nuestros labios seguros que caminaríamos sin peligros, sin los peligros más mortales que nos puedan acechar porque tendríamos segura para nosotros la victoria de Jesús.

Como decía san Bernardino de Siena en sus sermones sobre el nombre de Jesús del que era muy devoto y propagador ‘éste es aquel santísimo nombre que fue tan deseado por los antiguos patriarcas, anhelado en tantas angustias, repetido en tantas enfermedades, invocado en tantos suspiros, suplicado con tantas lágrimas, pero donado misericordiosamente en el tiempo de la gracia’.

‘Oh nombre glorioso, nos dice en otro momento, nombre grato, nombre amoroso y virtuoso! Por tu medio son perdonados los delitos, por tu medio son vencidos los enemigos, por tu medio son librados los débiles, por tu medio son confortados y alegrados los que sufren en las adversidades… con el calor de tu nombre se inflaman los deseos, se alcanzan las ayudas suplicadas, se embriagan las almas al contemplarte y, por tu medio, son glorificados todos los que han alcanzado el triunfo en la gloria celeste. Dulcísimo Jesús, haznos reinar juntamente con ellos por medio de tu santísimo nombre’.

Que no se despegue de nuestros labios el santo y dulce nombre de Jesús. Que en la hora de nuestra muerte ese dulce nombre nos abra las puertas de la vida eterna, las puertas del cielo.

domingo, 2 de enero de 2011

A cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios


A cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios

Eclesiástico 24, 1-2. 8-12; Sal. 147; Efesios 1, 3-6. 15-18; Juan 1, 1-18

Seguimos celebrando la Encarnación y el Nacimiento del Hijo de Dios. Lo hemos contemplado niño en Belén, nacido de María, mujer privilegiada, a la que podemos decir con verdad Madre de Dios. Ayer en la octava de la Navidad lo celebramos y celebramos a María, Madre de Dios.

No nos cansamos de penetrar en estos misterios, contemplarlos, rumiarlos una y otra vez en el corazón, pero al mismo tiempo nos sentimos sobrecogidos ante el Misterio de Dios que así se nos revela. Nos postramos en adoración ante el Misterio de Dios y damos gracias porque así ha querido llegar hasta nosotros. Uno se queda como extasiado contemplando, admirando, dejándonos inundar por el amor de Dios. Absortos ante el Misterio de Dios parece como si toda la vida se detuviera.

El niño que contemplamos en Belén nacido de María, es el Hijo de Dios, el Verbo de Dios, la Palabra viva de Dios. San Juan en el inicio de su evangelio nos ayuda a penetrar en tal Misterio. ‘Dios desde siempre, estaba junto a Dios, era Dios’. Es Vida y es Luz. Vida que nos vivifica, ‘sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho’ y ahora seguiremos reflexionando en cuánto más es vida para nosotros. Luz verdadera que es vida y que nos ilumina. Luz que viene hasta nosotros ‘que alumbra a todo hombre’, que nos hace ver y descubrir tantas cosas de Dios y de nosotros mismos.

Decimos que nos sentimos desbordados porque el hombre por sí mismo no alcanzaría a comprender tal misterio de Dios y a vislumbrar lo que es tanto amor que nos quiere conducir a la plenitud. Porque si Dios así se revela no es para deslumbrarnos, sino para iluminándonos llevarnos a vivir su vida, a vivir en plenitud. ‘A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único que está en el seno del Padre es quien nos lo ha dado a conocer’. Es en Jesús donde podemos alcanzar esa plenitud y esa gracia. ‘De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia’. Es Jesús, la Palabra eterna de Dios quien nos lo revela, quien nos lleva a poder vivir así en Dios, en su luz, en su vida.

Pero al tiempo que nos sentimos sobrecogidos por este misterio de amor, de luz, de vida, aparece el drama, el triste drama del hombre que en sus tinieblas rechaza la luz. ‘La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió… al mundo vino y en el mundo estaba, el mundo se hizo por medio de ella y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron…’ ¿Preferimos otras luces? ¿preferimos otra vida? Es nuestras ignorancia y nuestro pecado. Queremos seguir con nuestras luces opacas y con nuestro vivir. Nos negamos a conocer esa luz.

Quizás nos hemos cegado con tantas falsas luces que no llegamos a descubrir lo que es la verdadera luz. Nos confundimos. Nos cuesta quizá llegar a comprender en toda su hondura cómo Dios puede llegar hasta nosotros, cómo podemos contemplarlo en ese Niño nacido en Belén. También nosotros cerramos las posadas de nuestra vida a su llegada a nosotros, como le sucediera en aquella primera noche de Belén en que no había posada. Es quizá una imagen de lo que hacemos, de nuestros rechazos o negaciones.

Con la imagen de la grandeza de Dios que nos hacemos nos pudiera parecer imposible y no entender su anonadamiento para hacerse el último, el más pobre y el más pequeño; por la inmensidad de ese Dios infinito y todopoderoso nos costará verlo naciendo naciendo como un niño pobre en un establo; siendo como es el Dios de la vida no cuesta entender el verle sometido a la muerte y además a una muerte ignominiosa de Cruz. Quizá muchas más cosas nos cuesta comprender.

Lo que se nos narra con en un resumen esta primera hermosa página del evangelio de Juan nos expresa lo que vamos a ver luego continuamente en todo el relato del evangelio. Cuántos le rechazaron, cuántos no quisieron aceptar su Palabra y para todo ponían pegas y dificultades, cuántos no lo siguieron, es más, se opusieron queriendo apagar esa luz, enterrar esa vida. Le llevaron a la cruz y a la muerte, pero bien sabemos que resucitó glorioso y lleno de luz. Pero reflexionemos también que puede reflejar el rechazo de Jesús que los hombres de todos los tiempos seguimos haciendo de Jesús. nuestro rechazo con nuestro pecado.

Jesús sigue siendo nuestra luz y nuestra vida. Luz que nos ilumina, que nos da el sentido de Dios y el sentido del hombre. Es quien nos va a revelar a Dios en toda su plenitud; nos hablará de su amor y de su providencia que nos cuida, de cómo nos busca y nos llama y para eso nos ha entregado a su Hijo, nos ha entregado a Jesús, para que podamos tener vida y vida para siempre; será Jesús quien nos enseñará a llamar Padre a Dios y nos dirá cómo tenemos que amarle y en qué hemos de manifestar nuestro amor. Cuántas cosas de Dios nos va a enseñar Jesús.

Pero es que desde Jesús es cuando vamos a tener una nueva visión del hombre y de toda la dignidad a la que nos llama. Todo hombre es amado de Dios y todo hombre está llamado a una vida nueva en ese amor de Dios. Con Jesús y su gracia alcanzamos la mayor dignidad que un hombre soñaría alcanzar. Es que ‘a cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre… no nacidos de sangre humana o de amor carnal, sino de Dios’. Poder para ser hijos de Dios. ¿Queremos una grandeza mayor?

Para eso ha venido Jesús. Lo estamos contemplando en estos días en el Misterio de su Encarnación y Nacimiento. Como nos dice hoy san Juan: ‘Y la Palabra – la Palabra que es Vida y que es la Luz de los hombres – se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Es el Misterio de la Encarnación.

Y contemplamos su gloria. En su nacimiento en Belén contemplamos su gloria. ‘Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad… y una legión del ejército celestial alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama’. Contemplamos su gloria y nos llenamos de su plenitud porque nos da su paz, nos da su vida, porque somos amados de Dios. Si así se manifiesta su gloria sobre nosotros es porque nos ama. ‘De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia… porque la gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo’, viene a concluir san Juan. Podríamos seguir fijándonos en las páginas del evangelio cómo a través de toda su vida se va manifestando la gloria de Dios en Jesús.

Queremos recibir a Jesús. Queremos dejarnos iluminar por su luz. Queremos dejarnos inundar por su vida. Queremos seguirle porque queremos alcanzar esa plenitud que nos ofrece, esa gracia, esa verdad. Nos cuesta porque a veces estamos confundidos. Todo esto que hemos venido celebrando en estos días tiene que fortalecernos en nuestra fe para reconocer a Jesús, para reconocer todo el amor de Dios que en Jesús se nos manifiesta.

Que no se nos cieguen nuestros ojos. Que se despierte vivamente nuestra fe. Que no nos confundamos ni nos dejemos confundir por luces o voces engañosas. Tiene que ser nuestro deseo y nuestro propósito. Nos sentimos sobrecogidos por el misterio de Dios que se nos manifiesta y estamos celebrando. Respondamos con fe y con amor. Adoramos el Misterio de Dios, damos gracias y cantamos también la gloria del Señor. Y lo queremos hacer con toda nuestra vida.