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lunes, 3 de enero de 2011

Le pondrás por nombre Jesús

Le pondrás por nombre Jesús

La liturgia nos ofrece la posibilidad en este día cercano a las celebraciones de la Navidad de celebrar el santo Nombre de Jesús. Se ha ido repitiendo una y otra vez este nombre desde que el ángel, por decirlo de alguna manera, lo trajera del cielo. ‘Le pondrás por nombre Jesús’, le dijo a José al disiparle sus dudas, ‘porque el salvará a su pueblo de sus pecados’.

En la octava de la Navidad escuchábamos en el evangelio que ‘a los ocho días tocaba circuncidar al niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción’. El nombre tiene su significado, quiere expresar algo. Nosotros en nuestra cultura quizá a la hora de poner un nombre a un niño, simplemente señalamos aquel nombre que nos gusta, nos agrada, o queremos quizá que sea distinto para diferenciar de alguna manera a quien lo lleva. Entre los semitas y los orientales era algo más, se quería expresar algo que pudiera hacer referencia a quien lo llevara o podría ser hasta como una confesión de fe.

Jesús, el Señor salva, que viene a ser su significado. El nombre Jesús proviene de Yeshúa (Heb.ישׁוע, Yeshúa) «Yahvéh es Salvación». Un nombre semejante en su significado es Josué. Un nombre en cierto modo común en aquellos tiempos pero que en Jesús alcanzará su pleno y total significado. Cualquiera podía llevar ese nombre que podríamos decir era como una confesión de fe en que Dios es el que nos salva. Pero decir Jesús al hijo de María era decir que es El quien nos salva, el verdadero Salvador. Por eso invocar el nombre de Jesús para nosotros será un reconocer y un invocar esa salvación que nos viene por Jesús.

No se nos ha dado otro nombre en quien podamos alcanzar la salvación. Recordemos los Hechos de los Apóstoles cuando Pedro y Juan suben al templo y junto a la puerta Hermosa se encuentran a aquel paralítico de nacimiento pidiendo limosna. ‘No tengo oro y plata, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar’. Ya sabemos el revuelo que se armó y cómo una y otra vez los apóstoles proclamarán que ha sido por nombre de Jesús por el que aquel hombre ha obtenido su curación. ‘Sabed todos que éste aparece ante vosotros sano en virtud del nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificásteis y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos’. Pedro en el lago un día también había echado las redes en el nombre de Jesús y la pesca había sido abundante.

Dulce nombre de Jesús que hemos, pues, de saber invocar con fe, porque es como querer invocar la presencia del Señor que nos ama y que nos salva, que nos llena de gracia y que nos previene de los peligros. El nombre de victoria en nuestra lucha contra el mal y las tentaciones. Cómo tendríamos que saber invocarlo con fe en todo peligro y en toda tentación. Con este santo nombre en nuestros labios seguros que caminaríamos sin peligros, sin los peligros más mortales que nos puedan acechar porque tendríamos segura para nosotros la victoria de Jesús.

Como decía san Bernardino de Siena en sus sermones sobre el nombre de Jesús del que era muy devoto y propagador ‘éste es aquel santísimo nombre que fue tan deseado por los antiguos patriarcas, anhelado en tantas angustias, repetido en tantas enfermedades, invocado en tantos suspiros, suplicado con tantas lágrimas, pero donado misericordiosamente en el tiempo de la gracia’.

‘Oh nombre glorioso, nos dice en otro momento, nombre grato, nombre amoroso y virtuoso! Por tu medio son perdonados los delitos, por tu medio son vencidos los enemigos, por tu medio son librados los débiles, por tu medio son confortados y alegrados los que sufren en las adversidades… con el calor de tu nombre se inflaman los deseos, se alcanzan las ayudas suplicadas, se embriagan las almas al contemplarte y, por tu medio, son glorificados todos los que han alcanzado el triunfo en la gloria celeste. Dulcísimo Jesús, haznos reinar juntamente con ellos por medio de tu santísimo nombre’.

Que no se despegue de nuestros labios el santo y dulce nombre de Jesús. Que en la hora de nuestra muerte ese dulce nombre nos abra las puertas de la vida eterna, las puertas del cielo.

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