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miércoles, 5 de enero de 2011

Rabí, Mesías-Salvador esperado, Hijo de Dios… confesamos nuestra fe en Jesús

Rabí, Mesías-Salvador esperado, Hijo de Dios… confesamos nuestra fe en Jesús

1Jn. 3, 11-21; Sal. 99; Jn. 1, 43-51

Estos versículos, escuchados ayer y hoy, del capítulo primero del evangelio de san Juan no sólo nos narran la vocación de los primeros discípulos de Jesús, sino también progresivamente nos van describiendo como en un proceso una progresiva confesión de fe en Jesús.

Unos discípulos que buscan a Jesús, como Juan y Andrés, otros llamados directamente por Jesús como es el caso de Felipe, y otros llevados hasta Jesús como Simón y Natanael. Buscándolo, llamados o llevados en el fondo todo es vocación porque es llamada del Señor. En todos el Espíritu había sembrado una inquietud en el corazón y la gracia del Señor les había dado disponibilidad y generosidad para la respuesta. Inquietud para buscar, para dejarse interrogar en su interior por los mismos hechos o acontecimientos que les iban sucediendo, lo que no significaría ausencia de dudas. ‘¿Dónde vives? ¿Es que puede salir algo bueno de Nazaret? ¿De qué me conoces?’ Pero tras el encuentro con Jesús las dudas se irán disipando y el corazón se irá llenando más y más de generosidad para un día dejarlo todo para seguir a Jesús.

Decíamos también que vemos una progresiva confesión de fe en Jesús. ‘Cordero de Dios’, lo llamará el Bautista cuando se los señala a sus propios discípulos desde el sentido del Cordero Pascual que en cada Pascua había de ser inmolado y que era tipo e imagen de Cristo verdadero Cordero que se inmolará por nosotros para ser en verdad nuestro Redentor y Salvador.

Pero en los propios discípulos que buscan, se acercan y terminan confensando su fe en Jesús descubriremos ese proceso. Lo llamarán ‘Rabí’, Maestro tanto Andrés y Juan cuando quieren conocer donde vive, o cuando Natanael impresionado por lo que está significando su encuentro con Jesús se deje cautivar por El.

Andrés le indicará a su hermano Simón que se ha encontrado con el Mesías prometido, y Felipe le anunciará a Natanael que han ‘encontrado a aquel de quien hablaron Moisés y los profetas. Ven y lo verás’, le dice. Hasta ahora para todos es Jesús, el de Nazaret, pero tras dejarse cautivar por Jesús será Natanael el que haga la más hermosa confesión de fe: ‘Tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel’.

Pero finalmente serán las palabras de Jesús las que nos van a descubrir su verdadero misterio. ‘Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre’. Esta expresión será muy usada por Jesús, pero al emplearla recordando quizá a los profetas, está manifestándonos como en El está la gloria del Señor. Se estará manifestando así la gloria de Dios porque allí está el que verdaderamente es el Hijo de Dios y nuestro Mesías Salvador.

He querido detenerme en esta reflexión tanto de esta profesión de fe en Jesús como la búsqueda y vocación de los primeros discípulos, al hijo del evangelio escuchado, porque bien nos viene a nosotros, bien nos ayuda en medio de estas celebraciones que estamos viviendo en estos días a que hagamos también una verdadera confesión de fe en Jesús. No tendría para nosotros la fiesta que hacemos si no reconocemos en verdad quien es Jesús. Como ya hemos reflexionado en otro momento nuestra fe en Jesús tiene que despertarse y crecer en estas celebraciones que vivimos.

Surgirán dudas o interrogantes en nuestro interior, pero hemos de dejarnos cautivar por Jesús como lo hicieron aquellos primeros discípulos. Con nuestra profesión de fe brotará en nuestro corazón la generosidad y la disponibilidad para confesarle y para seguirle, para llegar a vivir en El.

Hemos ido contemplando el resplandor de su gloria en todos estos días y mañana llegaremos a esa hermosa manifestación de Jesús en la Epifanía del Señor. Algo más que unos Magos venidos de Oriente o una estrella que brilla en el cielo, porque todo será señal que nos conduzca hasta Jesús, hasta su vida y su salvación. Nos tenemos que dejar iluminar por su luz, por el resplandor de la gloria del Señor que en Jesús se nos manifiesta. Y llenos de su luz nosotros también cantemos esa gloria del Señor, nosotros con toda nuestra vida demos para siempre gloria al Señor.

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