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sábado, 11 de julio de 2015

San Benito, ejemplo y estímulo en nuestro caminar en el seguimiento de Cristo y en el testimonio que de dar ante el mundo

San Benito, ejemplo y estímulo en nuestro caminar en el seguimiento de Cristo y en el testimonio que de dar ante el mundo

Proverbios 2,1-9; Sal 33; Mateo 19,27-29
‘Lo que más necesitamos en este momento de la historia son hombres que a través de una fe iluminada y vivida, hagan que Dios sea creíble en este mundo... Necesitamos hombres como Benito de Nursia, quien en un tiempo de disipación y decadencia, penetró en la soledad más profunda logrando, después de todas las purificaciones que tuvo que sufrir, alzarse hasta la luz, regresar y fundar Montecassino, la ciudad sobre el monte que, con tantas ruinas, reunió las fuerzas de las que se formó un mundo nuevo. De este modo Benito, como Abraham, llegó a ser padre de muchos pueblos’.
Así escribía Benedicto XVI, cuando aun no era Papa, sobre san Benito de Nursia de quien tomaría su nombre para su pontificado, a quien hoy estamos celebrando. Creo que es el gran mensaje que recibimos de este santo en su fiesta. Como siempre son las figuras de los santos para los cristianos, un estímulo para nuestra vida con su testimonio. No nos podemos quedar simplemente en hacer una fiesta cuando celebramos un santo. No nos podemos quedar en el recuerdo quizá de unos milagros que en su vida realizaron y que ahora pedimos con su intercesión ante nuestros problemas.
La vida de los santos para nosotros los cristianos tiene que ser mucho más. Son ejemplo y estímulo en nuestro caminar en el seguimiento de Cristo y en el testimonio que nosotros en consecuencia hemos de dar ante el mundo. Su vida retira y ascetica, su espíritu de oración al mismo tiempo que su compromiso en el trabajo son para nosotros, repito, un estimulo y un ejemplo de cómo nosotros quizá en el medio del mundo, allí donde hemos de realizar nuestra vida, hemos de aprender a santificarnos en nuestro trabajo.
Siguiendo las palabras de Jesús que invitaba a los discipulos a dejarlo todo para seguirlo él optó por una vida retirada en el silencio y la oración. ‘Vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres y luego vente conmigo y sígueme’, le pedía Jesús al joven del Evangelio.Y un día los apostoles lo dejaron todo - redes y barcas - para seguir a Jesús. Y Jesús promete la vida eterna para quienes lo dejen todo y le sigan.
Es lo que contemplamos en San Benito a quien consideramos el padre del monaquismo en el occidente, como fundador de la orden benedictina con aquellos que junto a él se retiraron en Montecasino. Pero el lema de su vida y para sus monasterios fue el de oración y trabajo, ‘ora et labora’.
Aunque quizá no vivamos una vida retirada del mundo, sino que vivimos en medio del mundo también ha de ser un lema para nuestra vida. Con nuestro trabajo, con el cumplimiento de nuesstras responsabilidades hemos de santificarnos, pero lo haremos desde la fuerza de la oración, de nuestra unión con el Señor. Por eso no puede estar al margen de nuestra vida de cada día nuestra oración,  nuestro encuentro con el Señor, sino que ha de ser el centro de nuestra vida desde donde encontramos la fuerza y la gracia para vivir nuestra santidad.
Nuestra vida santa en medio del mundo con nuestras responsabilidades y nuestros compromisos ha de ser también ese testimonio que ofrezcamos hoy y con el que hagamos también creible ese evangelio que tratamos de vivir. En san Benito encontramos ejemplo, estimulo y también su intercesion para alcanzarnos la gracia del Señor.

viernes, 10 de julio de 2015

Sagaces para no confundirnos por lo que el mundo nos presenta como bueno pero con la humildad de los servidores hacemos creíble el anuncio del Reino

Sagaces para no confundirnos por lo que el mundo nos presenta como bueno pero con la humildad de los servidores hacemos creíble el anuncio del Reino


Jesús había escogido a doce de entre sus discípulos para constituirlos apóstoles. Iban a ser como el primer núcleo de la comunidad de los que seguían a Jesús, pero a ellos ya les confía la misión que luego sería para todos los discípulos. Ir por el mundo anunciando la Buena Nueva del Evangelio. Lo hemos venido escuchando estos días. Hemos de llevar la buena noticia de la paz que es llevar la buena noticia del Reino de Dios. 
Lo hemos reflexionado. Pero Jesús ya les da a entender que no siempre iban a ser bien recibidos. Escuchábamos ayer las palabras de Jesús. ‘Al entrar en una casa, saludad con el saludo de la paz; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies’. No siempre esa paz será bien recibida, sino más bien rechazada como también podían ser rechazados quienes llevasen ese mensaje.
Es a lo que nos previene hoy Jesús en el evangelio en continuación de aquellas recomendaciones que Jesús les hacía. ‘Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas’. Y anuncia Jesús persecuciones de todo tipo. Pero les dice, nos dice: así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles’. Tenemos ocasión de dar testimonio de Jesús. No serán solo nuestras palabras sino que será el testimonio de nuestra vida, de nuestra fidelidad hasta el final.
Pero fijémonos que nos hace unas recomendaciones muy especiales. ‘Sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas’. ¿Qué nos quiere decir Jesús? Sagaces, nos dice, atentos, vigilantes, para distinguir lo bueno de lo malo, para no dejarnos engañar ni seducir por falsas palabras o promesas. El mundo que nos rodea nos puede confundir. Nos presentan tantas cosas como buenas, nos dicen eso no tiene importancia, eso es una cosa pequeña y que no tiene valor. Hoy todo se nos quiere presentar igual de bueno, todo les parece igual, pero hemos de saber distinguir; nos dicen que seamos tolerantes pero no nos podemos dejar confundir y solo tenemos que buscar lo que es verdaderamente bueno. Sagaces, vigilantes, que no nos confundan, todo tiene su valor y su importancia.
No nos podemos dejar engañar por ese mundo que nos rodea tan materialista, tan sensual, provocativo, que insensibiliza su corazón, que solo piensa en si mismo y en su propia felicidad, que va excluyendo y separando a los que considera que menos valen, que minusvalora a los que parecen débiles, que discrimina a los que no son de los suyos, donde parece que el mundo es solo para los que se presentan fuertes en sus violencias, en sus engaños, en sus orgullos o en sus falsos poderes. Sagaces, vigilantes nos dice Jesús que hemos de ser para no dejarnos engañar, para hacer el anuncio verdadero del Reino de Dios.
Pero nos dice también ‘sencillos como palomas’, humildes, dejando a un lado apetencias mundanas; no temiendo presentarnos débiles porque sabemos que nuestra fuerza está en el Señor; no es con nuestros orgullos o poderes humanos, materiales, avaros por las riquezas materiales,  violentos como tenemos que presentarnos o como queramos imponernos. Ese no es el camino del evangelio. Ya les dirá Jesús a los discipulos que entre ellos no puede ser, no se puede actuar a la manera de los poderosos de este mundo, sino que la grandeza está en el servir, en el ser capaz de hacerse el último y el servidor de todos.
Será la forma en que haremos creible nuestro mensaje. Es la manera como tenemos que actuar los discipulos de Jesús. Es el anuncio del Reino de Dios que hemos de hacer.

jueves, 9 de julio de 2015

Con el anuncio de la Buena Nueva de Jesús tenemos que ser siempre mensajeros y constructores de la paz

Con el anuncio de la Buena Nueva de Jesús tenemos que ser siempre mensajeros y constructores de la paz

Génesis 44, 18-21. 23b-29; 45, 1-5; Sal 104; Mateo 10,7-15
‘ld y proclamad que el reino de los cielos está cerca…Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis… Al entrar en una casa, saludad con el saludo de la paz; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella...’ Jesús envía a sus discípulos a anunciar el Reino. Jesús nos envía a anunciar el Reino. ¿Cuál es el mensaje? ¿Cuál es el anuncio? Lo primero que han de trasmitir es la paz.
Es algo que se repite siempre en la historia de la salvación. Podríamos recordar muchos hechos, pero como más cercano, el ángel a María en Nazaret. Cuando se manifiesta el Señor a través de su ángel lo primero que siempre quiere trasmitir es paz. ‘No temas… no temáis…’ lo escuchamos repetir muchas veces. Y recordemos también que es el saludo pascual de Cristo resucitado. Cuando están reunidos en el Cenáculo sus primeras palabras son un saludo de paz. ‘La paz con vosotros’.  Hoy nos dice: ‘Al entrar en una casa, saludad con el saludo de la paz’
¿Cómo no vamos a llevar la paz si llevamos el anuncio, la Buena Nueva de Jesús? Las buenas noticias siempre producen regocijo y paz en el alma. Tenemos que ser mensajeros de paz, pero también constructores de la paz.
Con el anuncio de la Buena Noticia hemos de dar señales de un mundo nuevo. Recordemos cómo nos envía a curar y a desterrar el mal del corazón del hombre. Son las señales que hemos de dar. Y cuando nos sentimos liberados interiormente del mal, porque alcanzamos el perdón, porque comenzamos una vida nueva, porque desaparecen todas las barreras y obstáculos que nos dividen o nos impiden acercarnos los unos a los otros, cuánta paz sentimos en nuestro corazón, cuánta paz vamos sembrando en el mundo. Daremos las señales del Reino de Dios.
Lástima que en nombre de religión y de Dios tantas veces hayamos hecho la guerra; qué incomprensible que quienes queremos estar llenos de Dios porque ponemos toda nuestra fe en El sin embargo ni tengamos paz en el corazón, ni logremos la paz con los que nos rodean ni seamos sembradores de paz. Algo nos falla. El mal, es cierto, nos esclaviza por dentro, nos ciega o nos encierra en nosotros mismos. Y cuando andamos así dominados por el mal no podemos tener paz, no podemos disfrutar de esa paz ni trasmitirla a los demás. ‘Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz’, tenemos que pedir una y otra vez.
Seamos en verdad constructores de paz; sintamos paz en nuestro corazón y contagiemos de esa paz a los que nos rodean. Es el más hermoso mensaje que podemos trasmitir. Lo contrario no tendría sentido. Es la contribución que en el nombre de Jesús hacemos para construir un mundo mejor. ¿Será ese de verdad el mensaje que la Iglesia trasmite hoy a nuestro mundo? ¿Será ese nuestro mensaje y compromiso?


miércoles, 8 de julio de 2015

La misión de los discípulos de Jesús es la misión de la Iglesia de todos los tiempos, es nuestra misión: Hacer el anuncio de la Buena Noticia

La misión de los discípulos de Jesús es la misión de la Iglesia de todos los tiempos, es nuestra misión: Hacer el anuncio de la Buena Noticia

Génesis 41,55-57;42,5-7.17-24ª; Sal 32; Mateo 10,1-7
‘Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia’. Y a continuación el evangelista nos da el nombre de los doce a los que ha llamado y constituido apóstoles. ‘Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca’.
Es la misión de los discípulos de Jesús; es la misión de la Iglesia de todos los tiempos; es nuestra misión. Hacer el anuncio de la Buena Noticia; y la Buena Noticia es que llega el Reino de Dios; y en ese Reino de Dios no hay lugar para el mal. Por eso Jesús les da autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Pero quizá nos quedamos en las palabras y no es algo que llevamos a la vida, al anuncio que hemos de hacer con nuestras obras.
Hablamos quizá de espíritus inmundos y pensamos en diablos que están lejos de nuestra realidad; hablamos de curar dolencias y enfermedades y nos quedamos en solo las enfermedades de nuestro cuerpo. Pero creo que tendríamos que ahondar mucho más en ello para que de verdad hagamos algo muy práctico y real. Y entonces tenemos pensar en ese mal que se nos mete en el corazón cuando lo encerramos en nuestros egoísmos y orgullos, cuando nos dejamos arrastrar por nuestras violencias y por las vanidades de la vida, en esos resentimientos y rencores que no terminamos de curar, en esas ambiciones que nos ciegan y nos hacen correr detrás del poder llamese dinero o influencia, llámese dominio y manipulación de los que nos rodean o imposiciones que hacemos sobre los demás.
Son las cosas que tenemos que curar; son los espíritus malos que tenemos que expulsar; es la transformación que tenemos que ir haciendo de nuestro mundo para que en verdad pueda ser ese Reino de Dios.
Como he leído en un comentario a este texto del evangelio: ‘Hay que abrir los corazones al mensaje de Jesús, al Dios Padre que quiere cambiar las condiciones de este mundo: borrar la enfermedad, las dolencias, los corazones impuros… demostrar como Jesús que el Reino ha venido para asentarse entre los pecadores, los pobres, los marginados, los que están abiertos a la palabra de Dios y esperan y confían en su gran misericordia’.
Creo que este evangelio nos tiene que interpelar profundamente para preguntarnos seriamente si vivimos ese Reino de Dios en nosotros y cómo estamos haciendo presente ese Reino de Dios en nuestro mundo. Porque aquel mandato de Jesús que escuchamos en el Evangelio son palabras de Jesús que tenemos que seguir escuchando hoy. Somos nosotros los que ahora, en este momento concreto, en este mundo concreto, con nuestras nuevas actitudes empapadas del sentido del Evangelio, los que tenemos que hacer ese anuncio del Reino de Dios.
¿Lo estaremos haciendo de verdad? Los que nos ven, ¿notarán en nosotros que creemos en Jesús y en el Reino que Jesús nos proclama y que lo vivimos? Porque nos llamamos cristianos y nos creemos buenos pero quizá no mostramos, por ejemplo, ninguna preocupación por los que a nuestro lado se sienten solos. En muchas cosas concretas tendría que notarse ese Reino de Dios en nosotros.

martes, 7 de julio de 2015

Arranquemos de nuestro corazón la malicia, la desconfianza y el orgullo que nos hacen desconfiar de los demás

Arranquemos de nuestro corazón la malicia, la desconfianza y el orgullo que nos hacen desconfiar de los demás

Génesis 32, 22-3; Sal 16; Mateo 9,32-38
¿Por qué tendremos que andar en la vida con sospechas y desconfianzas en nuestra relación con los que nos rodean? ¿Por qué siempre tenemos esa malicia en nuestro corazón para desconfiar de las intenciones o los intereses de los demás pensando o sospechando de intenciones ocultas en lo que hacen los otros, incluso en lo bueno?
Con lo bueno y lo bello que sería si fuéramos capaces de quitar esas malicias y desconfianzas para aceptarnos y respetarnos y para saber apreciar lo bueno que siempre hay en los demás. No llegamos a ser felices de verdad en nuestras relaciones con los demás por esa malicia que dejamos meter en el corazón. Una malicia que muchas veces la provoca el orgullo que nos invade con el que nos creemos que somos nosotros los únicos que sabemos hacer las cosas o los únicos que las hacemos siempre bien.
Aprendamos a descubrir lo bueno de los demás. Valoremos lo bueno que hay también en los otros. Aceptemos su buena voluntad, aunque también puedan equivocarse, que nosotros también nos equivocamos. Siempre hay algo bueno en los otros, que si lo valoráramos más ayudaríamos también a que los otros se superen de la misma manera que nosotros también nos sentiremos impulsados a superarnos y crecer humana y espiritualmente.
Me ha venido esta reflexión que a todos nos puede ayudar el contemplar el evangelio de este día. Como nos dice el evangelista ‘presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló’. La primera reacción de la gente es sentir admiración por lo que Jesús ha realizado. ‘Nunca se ha visto en Israel cosa igual’, reconocemos aquella buena gente en la que no hay ninguna malicia y abre su corazón a la acción de Jesús.
Pero por allí estaban los fariseos que comenzaron a comentar y a sembrar la desconfianza: ‘Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios’. Un absurdo como tratará Jesús de demostrarles en otra ocasión, porque así parecería que el demonio estuviera luchando contra sí mismo. Como decíamos antes aparece la malicia y el orgullo para no aceptar la obra de Jesús.
Creo que seria la gran lección que hoy tendríamos que aprender de este encuentro y reflexión con la Palabra de Dios. En la vida no nos podemos dejar conducir por la malicia y la desconfianza. A la larga será nuestro corazón el que se vaya corroyendo por dentro y llenándonos de amargura, porque la envidia a quienes más nos hace daño es a los que la dejamos meter en nuestro corazón. La malicia, el orgullo, la envidia nos quitan la paz del corazón, y si no hay paz en nosotros no podremos en verdad ser felices.
En lo bueno que vemos en los demás lo que tendríamos que saber encontrar es un estímulo para nosotros superarnos, para nosotros intentar hacer bien las cosas, para mejorar nuestra vida, para crecer humana y espiritualmente. Así podremos ir alcanzando verdaderas cotas de felicidad en una respetuosa convivencia y colaboración caminando juntos y buscando siempre lo mejor que podamos ofrecer a cuantos nos rodean para hacer un mundo mejor.

lunes, 6 de julio de 2015

Quienes nos ven tendrían que lo que decía Jacob: Realmente el Señor está aquí… no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo

Quienes nos ven tendrían que lo que decía Jacob: Realmente el Señor está aquí… no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo

Génesis 28, 12- 22; Sal 90; Mateo 9,18-26
‘Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía. Y, sobrecogido, añadió: Qué terrible es este lugar; no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo’. Jacob había tenido un sueño en el que a través de diversos signos - la escalera que escalaba hasta el cielo - había sentido la presencia y la gloria del Señor. Ahora quiere que aquel lugar sea para siempre un signo de la presencia de Dios, un lugar santo, un lugar sagrado, levantando allí una piedra como estela y derramando aceite sobre ella como signo de consagración.
Los hombres de todos los tiempos en todas las religiones han tenido sus lugares sagrados asociando dicho lugar a la presencia de Dios. Nosotros los cristianos tenemos también esos lugares sagrados, desde aquellos sitios en los que estuvo la presencia de Jesús en su encarnación en la tierra y en su muerte y resurrección, como en tantos templos que levantamos para el culto del Señor en medio de nuestras comunidades y que se convierten así en medio del mundo en un signo de la presencia de Dios en medio de nosotros.
Quienes hemos tenido la gracia de poder visitar la tierra santa que pisó Jesús nos gusta y nos llena de emoción estar en aquellos lugares que nos recuerdan la presencia de Jesús y su acción salvadora en medio de nosotros; así con devoción acudimos a Belén lugar de su nacimiento, o nos acercamos al calvario lugar de su muerte, sepultura y resurrección; visitamos Nazaret o el Jordán, acudimos al cenáculo o recorremos la calle de la amargura, bajamos a Getsemaní o subimos el monte de los Olivos recordando su entrada en Jerusalén o su Ascensión a los cielos. Todo lo vivimos con emoción como una gracia del Señor porque aquellos lugares se nos convierten en signos de ese paso salvador de Dios en medio de nosotros.
Igual que en nuestros pueblos tenemos nuestros templos que solemos llamar Iglesias por ser el lugar donde se reúne la comunidad, la Iglesia, para escuchar la Palabra de Dios y celebrar la salvación con los sacramentos, tenemos también otros lugares de especial significado de esa presencia sagrada de Dios en nuestros santuarios ya sean dedicados a la Virgen o al Señor o nos recuerden también a aquellos que nos precedieron y con su vida santa se convierten también para nosotros en signos de esa presencia de Dios en medio del mundo.
Veneramos esos lugares, sentimos una presencia especial del Señor en ellos, se convierten para nosotros en medio del mundo en signos de esa presencia de gracia de Dios. Nuestros templos no pueden quedarse en unos monumentos artísticos o históricos, por muchos que sea el arte o la historia que se encierren en ellos, sino que tienen que ser siempre esos signos que nos recuerden esa presencia de Dios. Por eso son para nosotros lugares especiales para la celebración del culto.
Pero no olvidemos una cosa. ¿Quién es el verdadero templo de Dios? Recordemos que Jesús nos hablaba de destruir y reconstruir este templo, refiriéndose a su cuerpo, porque Cristo es el verdadero templo de Dios en medio de nosotros. Pero sí, hay una cosa que no podemos olvidar, que nosotros también somos esos templos del Espíritu, esa morada de Dios. Así hemos sido purificados y consagrados en nuestro bautismo. Así Dios quiere habitar en nosotros, porque ya nos dice Jesús que si escuchamos su palabra y cumplimos su mandamiento El y el Padre vendrán a nosotros y harán morada en nosotros.
También de nosotros se ha de decir aquello que decía Jacob: ‘Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía… no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo’. Eso hemos de ser nosotros. Eso hemos de vivir y sentirnos también sobrecogidos por esa grandeza que el Señor nos ha concedido y que nos obligará a vivir más santamente. Lo hemos de tener muy en cuenta como exigencia para la santidad de nuestra vida, pero también porque así nosotros hemos de convertirnos para los demás en signos de esa presencia y esa gracia del Señor.
Quienes nos ven tendrían que ver en nosotros esa presencia de Dios en medio del mundo. Tremenda grandeza y tremenda responsabilidad.

domingo, 5 de julio de 2015

Nos asombramos ante las maravillas de Dios y nos dejamos transformar por su Espíritu para hacer nacer un hombre nuevo y un mundo nuevo

Nos asombramos ante las maravillas de Dios y nos dejamos transformar por su Espíritu para hacer nacer un hombre nuevo y un mundo nuevo

Ez. 2, 2-5; Sal. 122; 2Cor.12, 7-10; Mc. 1-6
Los paisanos de Jesús en Nazaret estaban asombrados pero no convencidos. Hasta ellos habían ido llegando noticias de que Jesús, el hijo de María, el hijo del carpintero, el pariente de Santiago y José, y Judas y Simón, cuando había venido del Jordán iba recorriendo desde Cafarnaún las aldeas de Galilea e iba enseñando algo nuevo: que llegaba el Reino de Dios y había que creer esa buena noticia; al mismo tiempo les contaban cómo hacía milagros porque curaba a los enfermos y expulsaba a los demonios.
Ahora había vuelto por su pueblo y el sábado se adelantó en la sinagoga a hacer la lectura y dirigir la oración con su enseñanza. Estaban asombrados. ¿Dónde había aprendido lo que ahora enseñaba? No tenían conocimiento de que hubiera asistido a las escuelas de los rabinos ni en Jerusalén ni en ningún sitio, porque la juventud la había pasado allí entre ellos en el mismo oficio que José. ‘¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esta que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos?’ Aunque allí aún no había realizado ninguno.
Estaban asombrados, pero no convencidos. No terminaban de creer ni de confiar. ‘No desprecian a un profeta más que entre sus parientes y en su casa’, les había dicho. Bien sabemos que es así, porque a los más cercanos es a los que más les cuesta creer, porque creen conocerlo desde siempre y se preguntan de donde saca todas esas cosas que ahora enseña. Más tarde también los fariseos y los maestros de la ley vendrán preguntando algo así como que en qué escuela rabínica ha aprendido Jesús todas esas cosas para hablar con esa autoridad. Porque todos reconocerán que habla con autoridad, que nadie ha hablado como El; y le harán preguntas para ponerlo a prueba para ver si enseña algo contrario a la ley o a sus tradiciones.
El evangelista Marcos no nos explicita lo que fue la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret mientras en el texto paralelo de san Lucas nos habla de la lectura del profeta Isaías que anunciaba al que venía lleno del Espíritu para anunciar la Buena Nueva y proclamar el año de gracia del Señor. Marcos quisiera quizá insistir más en el asombro, pero al mismo tiempo en la falta de fe. Por eso dirá que ‘no pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos, y se extrañó de su falta de fe’.
¿Pensaban quizá más en el Jesús taumatúrgico que en el propio mensaje que Jesús pudiera ofrecerles de la llegada del Reino de Dios? Es lo que nos puede suceder muchas veces en muchas expresiones de nuestra religiosidad. Buscar el milagro, buscar la cosa asombrosa, pero no escuchar el mensaje y hacernos participes de la salvación. Pensemos en lo que buscamos muchas veces en nuestras visitas a los santuarios de mayor devoción. La salvación que buscamos se nos puede quedar en la búsqueda del remedio para nuestros males, para nuestras necesidades materiales o nuestras enfermedades, pero no llegamos a ahondar lo suficiente para sentir cómo el Señor con su salvación llega a nosotros para transformar nuestros corazones.
Es esa transformación del corazón lo que tendríamos que buscar para vivir esos valores nuevos que Jesús nos ofrece en la Buena Noticia del Evangelio. Que arranquemos de nosotros esas actitudes negativas, esas posturas de comodidad o de rutina, esos planteamientos egoístas y materialistas que nos hacemos en la vida que nos encierran en nosotros mismos y en nuestros intereses, esos resentimientos y envidias que nos amargan el corazón y con los que amargamos y hacemos sufrir también a cuantos están a nuestro lado, esas violencias que aparecen muchas  veces en nuestras reacciones con las que podemos hacer daño a los demás.
Ese es el verdadero milagro que Jesús quiere hacer en nuestra vida transformando nuestro corazón. Es la Buena Noticia que Jesús viene a traernos, de que es posible que seamos ese hombre nuevo que El quiere de nosotros y que es posible hacer que nuestro mundo sea mejor. Tenemos la garantía de su gracia, de su presencia, de su Espíritu que estará siempre con nosotros.
Que se despierte la verdadera fe en nuestros corazones. Que en verdad queramos escucharle allá en lo más hondo de nosotros mismos, no quedándonos solamente en el asombro, sino que demos pasos en esa transformación del corazón. Sí, nos sentimos asombrados ante sus maravillas, ante su Sabiduría infinita de la que queremos beber, cantamos nuestra alabanza al Dios bueno que tanto nos ama, pero al mismo tiempo nos dejamos conducir por su gracia, por la fuerza de su Espíritu, porque además todo eso que recibimos del Señor hemos de comunicarlo, trasmitirlo a los demás, contagiándolos de esa fe y de esos deseos de un mundo mejor.
Nos asombramos ante las maravillas de Dios, ante la Sabiduría de Dios que se nos manifiesta en Jesús y nos queremos dejar transformar por su Espíritu para hacer nacer un hombre nuevo y un mundo nuevo.