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miércoles, 8 de julio de 2015

La misión de los discípulos de Jesús es la misión de la Iglesia de todos los tiempos, es nuestra misión: Hacer el anuncio de la Buena Noticia

La misión de los discípulos de Jesús es la misión de la Iglesia de todos los tiempos, es nuestra misión: Hacer el anuncio de la Buena Noticia

Génesis 41,55-57;42,5-7.17-24ª; Sal 32; Mateo 10,1-7
‘Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia’. Y a continuación el evangelista nos da el nombre de los doce a los que ha llamado y constituido apóstoles. ‘Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca’.
Es la misión de los discípulos de Jesús; es la misión de la Iglesia de todos los tiempos; es nuestra misión. Hacer el anuncio de la Buena Noticia; y la Buena Noticia es que llega el Reino de Dios; y en ese Reino de Dios no hay lugar para el mal. Por eso Jesús les da autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Pero quizá nos quedamos en las palabras y no es algo que llevamos a la vida, al anuncio que hemos de hacer con nuestras obras.
Hablamos quizá de espíritus inmundos y pensamos en diablos que están lejos de nuestra realidad; hablamos de curar dolencias y enfermedades y nos quedamos en solo las enfermedades de nuestro cuerpo. Pero creo que tendríamos que ahondar mucho más en ello para que de verdad hagamos algo muy práctico y real. Y entonces tenemos pensar en ese mal que se nos mete en el corazón cuando lo encerramos en nuestros egoísmos y orgullos, cuando nos dejamos arrastrar por nuestras violencias y por las vanidades de la vida, en esos resentimientos y rencores que no terminamos de curar, en esas ambiciones que nos ciegan y nos hacen correr detrás del poder llamese dinero o influencia, llámese dominio y manipulación de los que nos rodean o imposiciones que hacemos sobre los demás.
Son las cosas que tenemos que curar; son los espíritus malos que tenemos que expulsar; es la transformación que tenemos que ir haciendo de nuestro mundo para que en verdad pueda ser ese Reino de Dios.
Como he leído en un comentario a este texto del evangelio: ‘Hay que abrir los corazones al mensaje de Jesús, al Dios Padre que quiere cambiar las condiciones de este mundo: borrar la enfermedad, las dolencias, los corazones impuros… demostrar como Jesús que el Reino ha venido para asentarse entre los pecadores, los pobres, los marginados, los que están abiertos a la palabra de Dios y esperan y confían en su gran misericordia’.
Creo que este evangelio nos tiene que interpelar profundamente para preguntarnos seriamente si vivimos ese Reino de Dios en nosotros y cómo estamos haciendo presente ese Reino de Dios en nuestro mundo. Porque aquel mandato de Jesús que escuchamos en el Evangelio son palabras de Jesús que tenemos que seguir escuchando hoy. Somos nosotros los que ahora, en este momento concreto, en este mundo concreto, con nuestras nuevas actitudes empapadas del sentido del Evangelio, los que tenemos que hacer ese anuncio del Reino de Dios.
¿Lo estaremos haciendo de verdad? Los que nos ven, ¿notarán en nosotros que creemos en Jesús y en el Reino que Jesús nos proclama y que lo vivimos? Porque nos llamamos cristianos y nos creemos buenos pero quizá no mostramos, por ejemplo, ninguna preocupación por los que a nuestro lado se sienten solos. En muchas cosas concretas tendría que notarse ese Reino de Dios en nosotros.

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