Quienes nos ven tendrían que lo que decía Jacob: Realmente el Señor está aquí… no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo
Génesis
28, 12- 22; Sal
90; Mateo
9,18-26
‘Realmente el Señor
está en este lugar, y yo no lo sabía. Y, sobrecogido, añadió: Qué terrible es
este lugar; no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo’. Jacob había tenido un sueño en el
que a través de diversos signos - la escalera que escalaba hasta el cielo -
había sentido la presencia y la gloria del Señor. Ahora quiere que aquel lugar
sea para siempre un signo de la presencia de Dios, un lugar santo, un lugar
sagrado, levantando allí una piedra como estela y derramando aceite sobre ella
como signo de consagración.
Los hombres de todos los tiempos en todas las
religiones han tenido sus lugares sagrados asociando dicho lugar a la presencia
de Dios. Nosotros los cristianos tenemos también esos lugares sagrados, desde
aquellos sitios en los que estuvo la presencia de Jesús en su encarnación en la
tierra y en su muerte y resurrección, como en tantos templos que levantamos
para el culto del Señor en medio de nuestras comunidades y que se convierten así
en medio del mundo en un signo de la presencia de Dios en medio de nosotros.
Quienes hemos tenido la gracia de poder visitar la
tierra santa que pisó Jesús nos gusta y nos llena de emoción estar en aquellos
lugares que nos recuerdan la presencia de Jesús y su acción salvadora en medio
de nosotros; así con devoción acudimos a Belén lugar de su nacimiento, o nos
acercamos al calvario lugar de su muerte, sepultura y resurrección; visitamos
Nazaret o el Jordán, acudimos al cenáculo o recorremos la calle de la amargura,
bajamos a Getsemaní o subimos el monte de los Olivos recordando su entrada en Jerusalén
o su Ascensión a los cielos. Todo lo vivimos con emoción como una gracia del
Señor porque aquellos lugares se nos convierten en signos de ese paso salvador
de Dios en medio de nosotros.
Igual que en nuestros pueblos tenemos nuestros templos
que solemos llamar Iglesias por ser el lugar donde se reúne la comunidad, la
Iglesia, para escuchar la Palabra de Dios y celebrar la salvación con los
sacramentos, tenemos también otros lugares de especial significado de esa
presencia sagrada de Dios en nuestros santuarios ya sean dedicados a la Virgen
o al Señor o nos recuerden también a aquellos que nos precedieron y con su vida
santa se convierten también para nosotros en signos de esa presencia de Dios en
medio del mundo.
Veneramos esos lugares, sentimos una presencia especial
del Señor en ellos, se convierten para nosotros en medio del mundo en signos de
esa presencia de gracia de Dios. Nuestros templos no pueden quedarse en unos
monumentos artísticos o históricos, por muchos que sea el arte o la historia
que se encierren en ellos, sino que tienen que ser siempre esos signos que nos
recuerden esa presencia de Dios. Por eso son para nosotros lugares especiales
para la celebración del culto.
Pero no olvidemos una cosa. ¿Quién es el verdadero
templo de Dios? Recordemos que Jesús nos hablaba de destruir y reconstruir este
templo, refiriéndose a su cuerpo, porque Cristo es el verdadero templo de Dios
en medio de nosotros. Pero sí, hay una cosa que no podemos olvidar, que
nosotros también somos esos templos del Espíritu, esa morada de Dios. Así hemos
sido purificados y consagrados en nuestro bautismo. Así Dios quiere habitar en
nosotros, porque ya nos dice Jesús que si escuchamos su palabra y cumplimos su
mandamiento El y el Padre vendrán a nosotros y harán morada en nosotros.
También de nosotros se ha de decir aquello que decía
Jacob: ‘Realmente el Señor está en este
lugar, y yo no lo sabía… no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo’.
Eso hemos de ser nosotros. Eso hemos de vivir y sentirnos también sobrecogidos
por esa grandeza que el Señor nos ha concedido y que nos obligará a vivir más
santamente. Lo hemos de tener muy en cuenta como exigencia para la santidad de
nuestra vida, pero también porque así nosotros hemos de convertirnos para los
demás en signos de esa presencia y esa gracia del Señor.
Quienes nos ven tendrían que ver en nosotros esa
presencia de Dios en medio del mundo. Tremenda grandeza y tremenda
responsabilidad.
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