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sábado, 14 de mayo de 2011

El Señor es quien elige y llama para el servicio del pueblo de Dios


Hechos, 1, 15-17.20-26;

Sal. 112;

Jn. 15, 9-17

‘No sois vosotros quienes me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y déis fruto, y vuestro fruto dure’. Estas palabras de Jesús a los apóstoles en la noche de la última cena y que hemos escuchado hoy en el evangelio nos pueden valer para iniciar nuestra reflexión en esta fiesta del apóstol san Matías. Es el Señor el que llama y elige, no es sólo cuestión de nuestra voluntad sino de lo que quiere el Señor que nos llama y al que tenemos que dar respuesta.

Poco sabemos de El; sólo lo que nos habla el libro de los Hechos de su elección en el lugar de Judas. Jesús había constituido el grupo de los doce a quienes llamó apóstoles para enviarlos a predicar por el mundo como sus testigos. Tenían conciencia de ser ese grupo de los Doce, porque asi lo había querido el Señor, y recordaban además como el pueblo de Israel también estaba fundado sobre las doce tribus.

Pedro con la pequeña comunidad de los discípulos reunidos en el Cenáculo en la esperan del cumplimiento de la promesa de Jesús, del envío del Espíritu Santo, con la conciencia de la función que Cristo le había confiado de ser piedra de su Iglesia habla al grupo de la necesidad de la elección de quien ha de ocupar el lugar del hijo de la perdición.

El criterio que se ofrece es que ha de ser testigo de la vida de Jesús y de su resurrección. ‘Hace falta que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompalaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba, hasta el día de su Ascensión’. Proponen dos nombres, como hemos escuchado, y es elegido Matías ‘y lo asociaron a los once apóstoles’.

Los apóstoles, testigos de Cristo resucitado, en quienes fundamentamos nuestra fe; fundamento en torno al cual se constituye la Iglesia de los que creemos en Jesús. Por eso decimos que el Obispo, vicario de Cristo en la Iglesia particular como le llama el concilio Vaticano II, es verdadero sucesor de los apóstoles. La comunión de todos los Obispos con el sucesor de Pedro, el Papa, como la comunión de todas las Iglesias con el Sumo Pontífice constituye y conforma la verdadera Iglesia de Cristo, católica y universal. Cada Iglesia particular, cada diócesis es verdadera Iglesia de Cristo pero nunca sin esa necesaria comunión con toda la Iglesia universal.

Algo que tenemos que sentir y vivir profundamente desde la más pura y genuina fe en Cristo. Por eso la celebración de la fiesta de un apóstol es tan importante para toda la Iglesia porque nos hace entrar en esa comunión con toda la Iglesia de Cristo a través de sus pastores y en unión y comunión con el Papa.

Y ya que hemos comenzado nuestra reflexión recordando las palabras de Jesús que nos dice que El es quien nos ha elegido, y en vísperas como estamos del domingo del Buen Pastor, Jornada Mundial de Oración por las vocaciones que mañana celebraremos, nos puede servir para motivar nuestra oración por las vocaciones. Para que el Señor elija y llame a muchos al servicio pastoral dentro de la Iglesia. Para que sean muchos los llamados a la vida sacerdotal y también a la vida religiosa.

Oremos por las vocaciones dentro de la Iglesia. La mies es abundante pero los obreros son pocos. Se necesitan muchos sacerdotes. Se necesitan muchas personas, hombres y mujeres que se consagren al Señor en la vida religosa en tantos carismas como hay dentro de la Iglesia para ejercer tantos servicios en bien del pueblo de Dios.

En una Iglesia viva tienen que manifestarse todos esos carismas y se necesitan todos esos servicios que enriquecen la comunidad. Personas que quieren vivir la radicalidad de los consejos evangélicos consagrándose así al Señor. Que esté siempre muy presente en nuestra oración ese pedir por las vocaciones.

viernes, 13 de mayo de 2011

Conversión y vocación de Saulo instrumento elegido del Señor


Hechos, 9, 1-20;

Sal. 116;

Jn. 6, 53-60

‘Ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas…’ Es el designio de Dios para Saulo. Misteriosos y maravillosos los caminos del Señor.

Cuando Ananías le dice al Señor que se le manifiesta en una visión que ‘ha oído a muchos hablar del daño que ese individuo ha hecho a tus fieles de jerusalén. Y además trae autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre’, está reflejando la verdad de por qué Saulo ha ido a Damasco. Ya le habíamos contemplado aprobando la lapidación de Esteban presente en aquel momento y cómo ‘se ensañaba contra la Iglesia penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres’. Con esa misión se encaminaba a Damasco.

Pero el Señor le salió al encuentro en el camino. En el designio de Dios era un elegido para una misión muy grande. ‘Dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes y a los israelitas’. Quienes hemos escuchado este texto y estamos reflexionando sobre él bien conocemos lo que fue la obra de Saulo, después llamado Pablo. Natural de Tarso, en Cilicia, Asia Menor hoy Turquía, había sido educado a los pies de los mejores doctores de la ley en Jerusalén, como él mismo contará en sus cartas. Y destacaba por su conocimiento de la Ley y el fervor que ponía en cumplirla y hacerla cumplir, pues pertenecía también al grupo de los fariseos.

El Señor nos sale al encuentro en los caminos de la vida. Lo vemos repetido en la Biblia – hace poco contemplábamos como salía al encuentro de los caminantes de Emaús - y todos podemos tener la experiencia de cómo el Señor llega a nuestra vida, nos sale también al encuentro allí donde estamos y donde caminamos, cualquiera que sea nuestra situación. Porque este salir Jesús al encuentro de Saulo en el camino de Damasco tenemos que verlo también como un venir Jesús a nuestro encuentro, llamarnos y hablarnos porque el Señor siempre tiene algo que decirnos, que pedirnos, o que interrogarnos por dentro.

‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ Fue como un rayo que cayera sobre él y lo derribara al suelo cegado por su luz. La Luz que venía a iluminar al mundo quería vencer la resistencia de las tinieblas manifestada en los deseos de Pablo que le llevaban a Damasco. ‘¿Quién eres, Señor?... Soy Jesús, a quien tu persigues’. Allí está Jesús que viene a buscar al hombre, como el pastor que busca la oveja descarriada. Allí está Jesús que quiere contar con Saulo; es un vaso de elección, un instrumento elegido; grande es la misión que Jesús quiere confiarle.

Y aquel que se resistía a Jesús y se oponía y perseguía a todos los que confesaran el nombre de Jesús, desde ese encuentro se va a dejar conducir por Jesús. ‘Levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer’.

Ananías va a venir en nombre de Jesús. Ananías va a recibir en la comunidad a aquel que uya Jesús había elegido y había marcado. Ananías le abriría los ojos del todo para que comenzara a anunciar a Jesús. ‘Recobró la vista, se levantó, lo bautizaron… se quedó unos días en Damasco y luego se puso a predicar en las sinagogas afirmando que Jesús es el Hijo de Dios’.

En nuestra reflexión hemos querido ir viendo ese encuentro de Jesús con Pablo, también como nuestro encuentro personal con Jesús que a nosotros también nos llama. Fue la conversión de Pablo y fue la llamada del Señor. Podemos y tenemos que hablar de conversión y de vocación. Se manifiesta aquí y ahora esa llamada del Señor, de aquel que luego diría que el Señor le había llamado y marcado desde las entrañas de su madre. Así son los designios de Dios que desde toda la eternidad nos ama y nos llama, aunque luego esa llamada se manifieste claramente en un momento determinado como sucede en esta ocasión con Pablo.

¿Sentimos nosotros en nuestro interior esa llamada, esa vocación del Señor, que siempre nos está invitando a ir hasta El, convertir nuestro corazón, y seguirle como discípulo suyo? ¿Tendremos la prontitud de Saulo a quien vemos hoy cómo se deja conducir por el Señor?

jueves, 12 de mayo de 2011

Comemos a Cristo en la Eucaristia para vivir por El


Hechos, 8, 26-40;

Sal. 65;

Jn. 6, 44-52

‘El que coma de este pan vivirá para siempre’, nos afirma Jesús. Ya nos había dicho que buscáramos ‘el alimento que perdura, el que os dará el Hijo del Hombre’. Y nos ha ido descubriendo cuál es ese alimento de vida para siempre y nos había hecho desear ese pan.

‘Señor, danos siempre de ese pan’, pedían los judíos y pedimos nosotros. Y sabemos que ese Pan de vida eterna es El. ‘Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí nunca pasara sed’.

Nos queda poner toda nuestra fe en El ‘porque todo el que ve al Hijo y cree en El, tendrá vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’. El nos dirá en otro lugar del evangelio que ha venido para que tengamos vida y vida abundante. Lo escucharemos el domingo.

Pero va a decir cosas que les va a costar entender a aquellas buenas gentes de Cafarnaún. ‘Yo soy el pan vido que ha bajado del cielo… y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo’. Tenemos que comer a Cristo. ‘Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Y el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’. Será algo que les va a ser difícil entender y provocará que muchos le abandonen y no quieran ya seguir con El.

Nosotros ya ahora podemos entenderlo, aunque no siempre lo asimilamos lo suficiente, porque conocemos ya lo realizado por Jesús en la cena pascual. Y es el misterio grande que celebramos cada día en la Eucaristía. Milagro de amor, locura de amor, que podemos decir. De tal manera quiere Cristo darnos su vida que se hace pan en la Eucaristía para que le comamos, pero no para que comamos un pan cualquiera sino para que le comamos a El.

El comer, y en este caso comer a Cristo, es entrar en la comunión más íntima y más profunda. Lo comido se hace uno con aquel que lo come; de tal manera asimilamos nosotros los alimentos que nos fortalecen y nos llenan de vida. ¿Es la energía que recibimos en el alimento? Podemos decir algo así en el orden natural, pero cuando estamos comiendo a Cristo estamos entrando en una comunión intima y profunda con El. Nos hablará Cristo de cómo quiere habitar en nosotros. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él’, seguirá diciéndonos. ‘Yo vivo por el Padre, nos dirá, y el que me come vivirá por mí’.

Creemos en Jesús; queremos seguirle; queremos sentir sobre nosotros su gracia salvadora que nos da el perdón y la gracia; queremos vivir su vida, que ya no es sólo parecernos a El porque así le queremos imitar totalmente impregnándonos de sus sentimientos y de sus virtudes.

Pero es algo más. Cristo quiere habitar en nosotros y que nosotros habitemos en El. Es a eso a lo que nos tiene que llevar el comulgar, el comer a Cristo en la Eucaristía. Es algo grande, maravilloso, profundo, que abarca toda nuestra vida, que nos hace sentir distintos, porque ya no será nuestra vida sino el vivir a Cristo, vivir por Cristo.

Decíamos antes que no terminamos de asimilar todo lo que significa la Eucaristía, el comer a Cristo. Con cuántos deseos de Dios tenemos que acercarnos a la Eucaristía, queriendo ser conscientes de la maravilla, del milagro de amor y de gracia que se realiza en nosotros cada vez que comulgamos. No podemos acercarnos de cualquier manera a la comunión. Con qué santidad y pureza y con qué deseos de santidad hemos de hacerlo. No podemos acercarnos indignamente. ‘Señor, no soy digno…’ le decimos siempre antes de comulgar. Pero que lo digamos conscientes, con todo sentido. Pero nos acercamos también con ese deseo de esa manera dejarnos transformar por El cuando le comamos.

Qué distintos tenemos que salir de la Misa después de recibir la comunión. Con qué mirada nueva tenemos que mirar a los demás, con qué actitudes nuevas tenemos que tratarlos. Sería incomprensible que habiendo riñas entre unos y otros nos atreviéramos a acercarnos a comulgar sin antes habernos reconciliado. Y sería incomprensible de la misma manera que después de haber comulgado a Cristo saliéramos también entre riñas y pendencias.

Meditemos bien el misterio al que nos acercamos. Meditemos bien lo que significar acercarnos a comulgar a Cristo. Meditemos bien lo que significa comer a Cristo en la Eucaristía y seremos más santos.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Al ir de un lugar para otro iban difundiendo la Buena Noticia


Hechos, 8, 1-8;

Sal. 65;

Jn. 6, 35-40

‘Se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaría’. Fue a partir de la lapidación de Esteban. Hasta ahora habían metido en la cárcel a los apóstoles, les habían prohibido hablar en el nombre de Jesús, los habían castigado, pero ahora se iba más allá. Se cumplía lo anunciado por Jesús de lo que por causa de su hombre habían de sufrir los que creyeran en El.

Y llega el momento de la dispersión. De todo hemos de saber sacar buenas consecuencias y el Señor nos habla de muchas maneras por medio de todo lo que va sucediendo. Estos primeros momentos de persecución son también una llamada del Señor. La narración que nos va haciendo Lucas de aquellos primeros momentos de la comunidad de los creyentes en Jesús no nos oculta nada de lo que va sucediendo. Nos habla también de esos momentos difíciles como puede ser el comienzo de las persecuciones pero que en la providencia de Dios son el inicio y el empuje para ir por todas partes cumpliendo el mandato de Jesús. Es, pues, el momento de que también se anuncie la Buena Noticia por otros lugares. Son los caminos de Dios, su providencia amorosa. ‘Y al ir de un lugar para otro iban difundiendo la Buena Noticia’, el evangelio de Jesús.

‘Felipe bajó a la ciudad de Samaría y predicaba allí a Cristo’. Y a Felipe, uno de los siete diáconos elegidos para el servicio de la comunidad, le vemos predicando con mucho ardor el evangelio de Jesús y realizando grandes signos y prodigios. Escucharemos estos días incluso cómo dejándose llevar por el Espíritu del Señor anunciará el nombre de Jesús al eunuco ministro de Candases, reina de Etiopía, y llegará incluso a bautizarlo, siendo conducido luego por el Espíritu a otros lugares para seguir predicando el evangelio. Lo escucharemos mañana.

Antes de la Ascensión Jesús les diría a los apóstoles que una vez recibido el Espíritu Santo serían sus testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra. Es lo que ya estamos contemplando. Al principio los Hechos de los Apóstoles nos narran lo que iba sucediendo en Jerusalén en aquellos primeros momentos de la comunidad cristiana. Pronto ya los veremos cómo se va extendiendo el anuncio del evangelio por todas partes cumpliendo el mandato de Jesús. Los momentos difíciles no los encierran sino todo lo contrario los impulsan a hacer un anuncio más valiente por todas partes. Contraste con la actitud de los apóstoles antes de conocer la resurrección del Señor, 'estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos', pero una vez que se llenaron de su Espíritu saldrán con valentía a hacer el anuncio de Jesús.

Creo que de todo esto que vamos comentando siempre podemos sacar lecciones para nuestra vida, para nuestra fe, para nuestro compromiso cristiano. Nos recuerda el mandato de Jesús que a todos los que creemos en El nos hace misioneros y apóstoles porque en todo momento hemos de dar ese testimonio del nombre de Jesús, de esa fe que tenemos y vivimos.

Fe que muchas veces nos cuesta vivir y expresar por muchas razones, podíamos decir. No siempre es fácil el testimonio; muchas veces nos podemos sentir acobardados por la reacción negativa que nuestro testimonio pudiera producir. Nos sentimos débiles en ocasiones y cuando quizá en medio del dolor, del sufrimiento tenemos que desde la fe darle un sentido a nuestra vida, no sabemos, nos sentimos incapaces, se nos nublan los ojos del alma y no vemos por donde tendríamos que caminar.

Pero es el momento de sentir la fortaleza del Espíritu del Señor que siempre está en nosotros y con nosotros. El nos dará su luz y su gracia para que sepamos vivir esas situaciones con el sentido de la fe, con el sentido de Jesús ya que nos llamamos cristianos. Lo que nunca debemos hacer es encerrarnos en nosotros mismos. Aprendamos de aquellas primeras comunidades cristianas y de aquellos cristianos que tras los momentos duros de la persecución fueron capaces de ir a anunciar el nombre de Jesús, la fe en Jesús por todas partes.

Que el Señor nos dé ese arrojo y valentía. Que no nos falte nunca la fuerza del Espíritu del Señor. Que seamos siempre misioneros de nuestra fe con el testimonio de nuestras palabras y nuestra vida.

martes, 10 de mayo de 2011

Buscamos a Jesús que nos dará el pan de vida que da vida al mundo


Hechos, 7, 51-59;

Sal. 30;

Jn. 6, 30-35

La gente buscaba a Jesús. Nosotros también buscamos a Jesús. Que estamos aquí en esta mañana – o que te hayas acercado a este blogs – indica nuestro deseo de búsqueda de Jesús. Sin embargo quizá tendríamos que preguntarnos ¿Por qué buscamos a Jesús?

En los versículos del evangelio que escuchábamos ayer – ya decíamos que lo que escuchamos estos días en el evangelio tiene una continuidad incluso literal – se nos decía que ‘cuando la gente vio que Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y se fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Y al encontrarlo en la otra orilla del lago le preguntaron: Maestro, ¿cómo has venido aquí?’.

¿Buscaban a Jesús porque habían comido pan en abundancia en el descampado? ¿le buscaban porque veían los signos, las señales que Jesús estaba dando de quién era y por qué habían de seguirle? ‘Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, el que os dará el Hijo del hombre’. Pero aún así siguen preguntando cómo han de hacer, a lo que Jesús les responde: ‘Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que El ha enviado’.

Es necesario creer en Jesús. Lo que significará buscarle y seguirle pero por hondos motivos. Sólo en Jesús podemos encontrar la salvación; sólo en Jesús podemos alcanzar la vida eterna. Será Jesús quien nos dé esa vida eterna. Será Jesús el que saciará las aspiraciones más hondas que puedan haber en el corazón del hombre. Será Jesús el único camino que nos llevará a la vida verdadera. Será Jesús el único que nos puede llevar hasta Dios. Será Jesús el que nos lleve a la vida en plenitud.

Pero los judíos siguen insistiendo, como hemos escuchado ya en el texto de hoy, ‘¿Y qué signo vemos que tú haces para que creamos en ti?’ Y ellos recuerdan que sus padres creyeron a Moisés y fueron capaces de seguirle incluso por el desierto porque les dio el maná, ‘como está escrito: les dio a comer pan del cielo’. Cada mañana recogían aquel maná que les enviaba Dios y que les alimentaría en su peregrinar por el desierto hasta la tierra prometida.

Es entonces cuando Jesús hace el gran anuncio, cuál es el verdadero pan bajado del cielo. ‘Es mi Padre quien os da el verdadero pan bajado del cielo… que es el que da vida al mundo’. Quieren comer ellos de ese pan. Algo están intuyendo de lo que Jesús quiere hablarles aunque al final se resistar a creer en todo lo que Jesús les dice y los promete, como escucharemos en los próximos días. Por eso le piden que les dé ese pan.

‘Señor, danos siempre de ese pan…’ Nos recuerda la petición de la mujer samaritana allá junto al pozo de Jacob cuando Jesús promete un agua viva que calmará para siempre la sed. ‘Señor, dame de esa agua, para que no tenga yo que venir al pozo todos los días a sacarla’, le pedirá aquella mujer como ahora le piden ese pan a Jesús.

‘Yo soy el pan de vida. El que viene a mi no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed’, es la afirmación rotunda que hace Jesús. Decíamos antes que es necesario creer en Jesús. Creer en su Palabra. Creer que El es el Pan de vida, que da vida al mundo, que saciará nuestra hambre más profunda, que creyendo en El no tendremos nunca más sed de otras aguas que no nos sacian sino que nos confunde.

‘Señor, danos siempre de ese pan…’ le pedimos nosotros también; que creamos en ti y en ti pongamos todas nuestras esperanzas; que vayamos a ti porque solo en ti podemos alcanzar esa plenitud y ese sentido profundo y válido para nuestra vida; que tengamos verdaderas ansias de alimentarnos de ti, de llenarnos de vida, porque es la única vida que merece la pena, la unica que nos llevará a la plenitud de la salvación.

lunes, 9 de mayo de 2011

Lleno de gracia realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo


Hechos, 6, 8-15;

Sal. 118;

Jn. 6, 22-29

En función de la brevedad que necesariamente han de tener estos comentarios de cada día, pero también mirando la hermosa riqueza que nos va ofreciendo la Palabra de Dios que vamos proclamando, iremos uniendo en nuestro comentario textos que tienen una prolongación en varios días e intercalando unas veces comentarios del texto de los Hechos de los Apóstoles o del Evangelio.

En el evangelio comenzaremos a escuchar el discurso del Pan de vida, que ha venido precedido por el relato de la multiplicación de los panes y los peces que ya hemos escuchado. Ya iremos haciendo comentarios en los días sucesivos.

La primera lectura nos ha hablado hoy de Esteban. Uno de los siete diáconos elegidos para el servicio de la comunidad en especial el servicio de la caridad y la atención a los huérfanos y a las viudas, como escuchábamos en los versiculos anteriores (el pasado sábado). Una institución del ministerio del servicio dentro de la comunidad eclesial. La Iglesia se va conformando con los distintos servicios. Los apóstoles presidirán la oración y la proclamación de la Palabra, pero surgirán esos carismas de servicio y también de anuncio de la Palabra del Señor entre los miembros de la comunidad. Suele considerarse al texto que escuchábamos el pasado sábado como la institución del diaconado en la Iglesia.

Cuando se nos daba la lista de los siete ‘varones de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría’ de Esteban se decía que era ‘hombre lleno de fe y de Espíritu Santo’. Ahora nos dice que ‘lleno de gracia y de poder realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo’ y al enfrentarse a discutir con él en la sinagoga ‘no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba’. Realizaba los signos del amor, del servicio, tal como había sido elegido, pero además lleno de la sabiduría del Espíritu divino le vemos anunciar con valentía el nombre de Jesús. Un anuncio desde el amor y el servicio, y también desde la Palabra proclamada, del testimonio que con sus palabras daba de la salvación de Jesús.

Podíamos decir que el texto nos prepara describiéndonos a Esteban para el honor que iba a recibir. Y digo bien, honor, porque pronto es apresado y será condenado a ser lapidado hasta la muerte, como veremos en el texto de mañana. Será el ‘protomartir’, el primer mártir que de forma consciente diera su vida, derramara su sangre por el nombre de Jesús, cumpliéndose en él lo que había anunciado Jesús en el evangelio. ‘No os podrán hacer frente a vuestra sabiduría’ porque el Espíritu Santo será el que hable por nuestros labios, como sucedió con Esteban y con todos los mártires a través de los tiempos.

En el relato que los Hechos de los Apóstoles nos hacen del martirio de Esteban, encontramos un claro paralelismo con el relato de la muerte de Jesús. También se presentarán testigos falsos que testimonien contra Esteban y en cosas semejantes a lo que dijeron contra Jesús sobre la santidad del templo o de su destrucción. Esteban, como escucharemos, repetirá gestos y actitudes semejantes a las de Jesús perdonando a los que le martirizaban y poniendo su espíritu en las manos de Dios.

¿Un mensaje para nuestra vida? La valentía y el arrojo de Esteban brilla ante nuestros ojos como un estímulo para ese testimonio que hemos de dar en nombre de nuestra fe. Llamados estamos también a realizar con la fuerza del Espíritu del Señor que no nos falta prodigios y signos de amor en medio del pueblo.

Ungidos hemos sido con la fuerza del Espíritu en nuestro Bautismo y en la Confirmación para ser esos testigos. No podemos ocultar esa marca, esa señal de la unción del Espíritu del Señor que así a todos nos impulsa a dar ese testimonio. Como hemos comentado tantas veces, al ser ungidos con el crisma, aceite perfumado, hemos de hacer notar por nuestro amor, por el testimonio de nuestra fe ese buen olor de Cristo, que como ungidos estamos llamados a dar.

domingo, 8 de mayo de 2011

Emaús un camino de ida y vuelta

Hechos, 2, 14.22-33;

Sal. 15;

1Pd. 1, 17-21;

Lc. 24, 13-35

El camino de Emaús es un camino de ida y vuelta. El camino que hicieron aquellos discípulos que habían perdido la esperanza y se hallaban hundidos en un mar de dudas y desesperanzas pero que a la vuelta fue un camino de carreras de alegría y de gozo inmenso. ¿Será nuestro camino? ¿Será el camino que hacemos o que tenemos que hacer?

Cuando en este tercer domingo de Pascua escuchamos este relato se nos ilumina el corazón por dentro y sentimos renacer también en nosotros esperanzas y alegrías, encontrando respuesta a oscuridades y dudas. Aunque seguimos viviendo la alegría de la fiesta de la Pascua también tenemos el peligro de perder el ritmo o de volver a nuestras rutinas olvidando quizá un poco todo lo hermoso que hemos vivido en estos días pasados.

Aquellos discípulos parecía que habían perdido la esperanza. Andaban tristes y preocupados. El peso que llevaban en el alma incluso les cegaba sus ojos para no ver y reconocer precisamente a quien tanto habían buscado. ‘Jesús en persona se acercó a ellos y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo’.

Pero ahí está Jesús donde están nuestras dudas y pesimismos, nuestros desalientos y desilusiones. El quiere ser siempre luz que ilumine, espíritu vivificador que levante el ánimo, gracia que nos fortifique y aliente.

Aquellos discípulos estaban pasando por una fuerte crisis. Habían puesto sus esperanzas en Jesús y parecía que ahora todo se venía abajo con un fracaso. Ellos se sentían defraudados y fracasado. ‘Nosotros esperábamos que El fuera el futuro liberador de Israel… fue un profeta poderoso en obras y palabras… los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte… hace dos días que sucedió todo esto y aunque el sepulcro está vacío a El no lo vieron…’

Todo se venía abajo y no parecía que pudiera levantarse de nuevo. La cruz había sido un escándalo muy fuerte y difícil de superar. Tantas veces sucede cuando tenemos que enfrentarnos en la vida a la cruz, al dolor, al sufrimiento, a la incomprensión, a los malos momentos. Se nos tambalea la vida bajo los pies y todos nuestros principios y creencias parece que desaparecieran.

Ellos habían contemplado todo aquello que había sucedido, pero quizá les había faltado una mirada de fe, un leer los hechos y la historia también a la luz de la Palabra de Dios, de la ley y los profetas. Pero allí está Jesús, pero ellos todavía no lo ven ni lo reconocen, aunque luego dirán que algo habían estado comenzando a sentir por dentro cuando El les hablaba.

‘¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto para entrar en su gloria? Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó todo lo que se refería a El en toda la Escritura’.

A la luz de la Palabra del Señor tenemos que saber leer la vida y nuestra historia. Es el Señor el que nos habla y nos habla allá en lo más hondo de nosotros, pero no tenemos que ofuscarnos, velar nuestros ojos por aquello que nos sucede, sino abrir nuestro espíritu a Dios que en todo eso se nos quiere manifestar.

Comenzaron a sentir algo nuevo. Parecía que la paz llegaba a su corazón porque ya fueron capaces de no solo pensar en sí mismos y sus preocupaciones sino también en bien de los demás. ‘Quédate con nosotros que se hace tarde…’ La noche es oscura, los caminos son difíciles y peligrosos. Bien lo sabían ellos que habían andado indefensos por esos caminos que tanta turbación les habían producido en su alma. Y le ofrecieron hospitalidad.

Faltaba algo más. Habían ido haciendo el camino de ida que había comenzado con mucho dolor y angustia y en el que se habían ido sucediendo muchas cosas. Faltaba el chispazo de luz definitivo que les haría emprender un camino de vuelta bien distinto. ‘Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero El desapareció’.

Era El. Jesús resucitado les había acompañado por el camino y les había abierto los ojos. Las escamas de la duda, de la desesperanza, del desánimo se cayeron de sus ojos y ahora podían emprender el camino de vuelta. Ya no importaba la noche, porque los peligros habían desaparecido. Llevaban muy dentro de su corazón a Jesús resucitado con ellos. Les seguía ardiendo el corazón por el gozo y la alegría, por la presencia de Jesús que estaban sintiendo dentro de ellos. Ahora era un camino de carreras porque era un camino de alegría. Qué pesarosos y lentos vamos cuando sentimos el peso del dolor o de la duda sobre nosotros. Qué distinto es nuestro caminar cuando llenos de alegría vamos movidos por el Espíritu del Señor.

Nos preguntábamos al principio si ese camino de Emaús es nuestro camino, el que hacemos o el que tenemos que hacer. Es también, sí, nuestro camino. Porque muchas veces también nos pesa la duda, el desánimo, el cansancio; muchas veces parece que nos sentimos sin fuerzas y sin estímulo para nuestras luchas; muchas veces parece que simplemente nos arrastramos o nos dejamos llevar por negruras y oscuridades. La Cruz bajo cualquier forma que se nos presente en la vida nos llena de incertidumbres, duda, dolor y nos puede hacer entrar en crisis también.

Pero tiene que ser el camino en el que dejemos que Jesús nos acompañe; aprendamos a descubrirle y no se nos cierre nuestra mente. Tratemos en medio de esos nubarrones por los que podamos pasar de escucharle que El sigue hablándonos en las Escrituras y bien sabemos que tiene muchas maneras de llegar a nuestro corazón. Hagámosle un hueco en nuestra vida, en nuestro camino, escuchemos su conversación pero también contémosle lo que nos pasa que El tiene siempre una palabra de vida para nosotros. Con El a nuestro lado llegaremos a entender el camino de la cruz.

Es nuestro camino en el que también nos sentaremos a la mesa con El y El partirá el pan para nosotros, porque en ese partir el pan también tenemos que reconocerle. Ahora mismo estamos reunidos en Eucaristía, para la fracción del Pan, para comer a Cristo que se nos da y se hace nuestro alimento y nuestra vida. Abramos los ojos de la fe de par en par para verle, para sentirle, para llenarnos de El.

Y también tenemos que hacer el camino de vuelta, el camino del gozo y de la alegría, el camino en que ha renacido nuestra vida y nuestras esperanzas, el camino en el que estamos llenos de un amor nuevo y de una valentía grande, el camino en el que su Espíritu pone alas en nuestros pies para ir a anunciar a los demás que es verdad que Jesús ha resucitado, que está con nosotros, que nos llena de vida, que nos ha traído la salvación. Quien se encuentra con Cristo resucitado, ya lo hemos reflexionado, necesariamente tiene que convertirse en mensajero, en misionero de la Buena Nueva del Evangelio de Jesús.