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martes, 10 de mayo de 2011

Buscamos a Jesús que nos dará el pan de vida que da vida al mundo


Hechos, 7, 51-59;

Sal. 30;

Jn. 6, 30-35

La gente buscaba a Jesús. Nosotros también buscamos a Jesús. Que estamos aquí en esta mañana – o que te hayas acercado a este blogs – indica nuestro deseo de búsqueda de Jesús. Sin embargo quizá tendríamos que preguntarnos ¿Por qué buscamos a Jesús?

En los versículos del evangelio que escuchábamos ayer – ya decíamos que lo que escuchamos estos días en el evangelio tiene una continuidad incluso literal – se nos decía que ‘cuando la gente vio que Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y se fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Y al encontrarlo en la otra orilla del lago le preguntaron: Maestro, ¿cómo has venido aquí?’.

¿Buscaban a Jesús porque habían comido pan en abundancia en el descampado? ¿le buscaban porque veían los signos, las señales que Jesús estaba dando de quién era y por qué habían de seguirle? ‘Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, el que os dará el Hijo del hombre’. Pero aún así siguen preguntando cómo han de hacer, a lo que Jesús les responde: ‘Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que El ha enviado’.

Es necesario creer en Jesús. Lo que significará buscarle y seguirle pero por hondos motivos. Sólo en Jesús podemos encontrar la salvación; sólo en Jesús podemos alcanzar la vida eterna. Será Jesús quien nos dé esa vida eterna. Será Jesús el que saciará las aspiraciones más hondas que puedan haber en el corazón del hombre. Será Jesús el único camino que nos llevará a la vida verdadera. Será Jesús el único que nos puede llevar hasta Dios. Será Jesús el que nos lleve a la vida en plenitud.

Pero los judíos siguen insistiendo, como hemos escuchado ya en el texto de hoy, ‘¿Y qué signo vemos que tú haces para que creamos en ti?’ Y ellos recuerdan que sus padres creyeron a Moisés y fueron capaces de seguirle incluso por el desierto porque les dio el maná, ‘como está escrito: les dio a comer pan del cielo’. Cada mañana recogían aquel maná que les enviaba Dios y que les alimentaría en su peregrinar por el desierto hasta la tierra prometida.

Es entonces cuando Jesús hace el gran anuncio, cuál es el verdadero pan bajado del cielo. ‘Es mi Padre quien os da el verdadero pan bajado del cielo… que es el que da vida al mundo’. Quieren comer ellos de ese pan. Algo están intuyendo de lo que Jesús quiere hablarles aunque al final se resistar a creer en todo lo que Jesús les dice y los promete, como escucharemos en los próximos días. Por eso le piden que les dé ese pan.

‘Señor, danos siempre de ese pan…’ Nos recuerda la petición de la mujer samaritana allá junto al pozo de Jacob cuando Jesús promete un agua viva que calmará para siempre la sed. ‘Señor, dame de esa agua, para que no tenga yo que venir al pozo todos los días a sacarla’, le pedirá aquella mujer como ahora le piden ese pan a Jesús.

‘Yo soy el pan de vida. El que viene a mi no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed’, es la afirmación rotunda que hace Jesús. Decíamos antes que es necesario creer en Jesús. Creer en su Palabra. Creer que El es el Pan de vida, que da vida al mundo, que saciará nuestra hambre más profunda, que creyendo en El no tendremos nunca más sed de otras aguas que no nos sacian sino que nos confunde.

‘Señor, danos siempre de ese pan…’ le pedimos nosotros también; que creamos en ti y en ti pongamos todas nuestras esperanzas; que vayamos a ti porque solo en ti podemos alcanzar esa plenitud y ese sentido profundo y válido para nuestra vida; que tengamos verdaderas ansias de alimentarnos de ti, de llenarnos de vida, porque es la única vida que merece la pena, la unica que nos llevará a la plenitud de la salvación.

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