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sábado, 30 de agosto de 2025

No dejemos de ocuparnos de lo nuestro trabajando con nuestras propias manos y desarrollando nuestros valores, alejando toda clase de agobios para mantener siempre la paz

 


No dejemos de ocuparnos de lo nuestro trabajando con nuestras propias manos y desarrollando nuestros valores, alejando toda clase de agobios para mantener siempre la paz

1Tesalonicenses 4, 9-11; Salmo 97; Mateo 25, 14-30

No todos somos iguales ni tenemos que ser iguales, porque seríamos como una estampa repetida. Es la variedad y al mismo tiempo la riqueza de la vida. Cada uno con nuestros valores y nuestras cualidades y así mutuamente nos enriquecemos y enriquecemos la vida. El desarrollo de cada uno no es querer ser igual al otro, es hacer que eso que yo soy se enriquezca y llegue a su plenitud; no es copiar ni simplemente imitar, aunque lo que veamos en los demás nos estimule, nos impulse a ser nosotros mismos, no una copia, no una repetición; no es sentirnos clonados de los demás sino alcanzar la plenitud de mi propio ser, en lo que soy y en lo que valgo por mi mismo. Esa variedad será, como decíamos, la riqueza de la vida, la riqueza del mundo en el que vivimos.

En esto me hace pensar la parábola que nos propone hoy el evangelio. El rey que al marchar de viaje confía sus bienes a sus servidores, dando a cada uno según su capacidad, como incluso nos dice la parábola. Cada uno según su capacidad ha de negociar aquellos talentos que se les han confiado, un día han de rendir cuentas. Pero como nos dice la parábola uno no fue capaz de negociar nada, le parecía tan poca cosa lo que había recibido que simplemente optó por no perderla. Así se presentó ante su señor a la hora de rendir cuentas, y reconoce que no ha hecho nada, no había sido capaz de realizar la función que le habían encomendado, porque aquellos les fueron confiados para que les sacaran rendimiento. No era solo cuestión de guardarlos.

Creo que nos puede ayudar a reflexionar sobre muchas cosas, empezando por la valoración que hemos de hacer de nosotros mismos, sin comparaciones y sin envidias, reconociendo lo que somos y valemos aunque nos creamos pequeños, pero aunque pequeños tenemos nuestra función, tenemos nuestro lugar, tenemos nuestra responsabilidad de la que no nos podemos escaquear. Y aquello que somos o que tenemos hemos de saberlo cultivar. 

No nos valen las falsas humildades, no nos valen los recelos ante lo que los demás tienen, han recibido o han conseguido con su esfuerzo y su trabajo. Nos entretenemos mirando a los demás y no nos miramos a nosotros mismos, no somos capaces de ponernos a trabajar en lo nuestro para obtener su fruto.

Ya nos decía san Pablo hoy en la carta a los tesalonicenses que no dejemos de ocuparnos de lo nuestro trabajando con nuestras propias manos y alejando de nosotros toda clase de agobios para mantener siempre la paz. Las comparaciones, las envidias y las desconfianzas nos paralizan, no nos dejan pensar ni en lo que nosotros somos por nosotros mismos y menos nos ayudarán a desarrollar con responsabilidad nuestra tarea. 

No podemos estar pensando que los talentos de los otros son más valiosos o importantes. Nadie es más importante que los demás, todos tenemos el mismo valor y la misma dignidad y así  no hemos de temer presentarnos ante los demás, no haciendo alardes ni poniéndonos condecoración, con la verdad de lo que somos, pero también con la humildad de los que queremos poner nuestro grano de arena y queremos caminar con los demás. La hondonada de la pereza en la que caemos nos hará olvidarnos o dejar de lado lo que son nuestras propias responsabilidades.

Se nos está ofreciendo, con este texto de la Palabra de Dios hoy, un momento propicio para examinar nuestra vida y reconocer nuestros valores, pero un momento también para ver hasta donde hemos cultivado nuestra vida, hasta donde hemos hecho crecer nuestra vida y lo que somos, hasta donde somos conscientes también que nuestros valores enriquecen a los demás, estamos haciendo florecer ese jardín de la vida donde todos podamos sentirnos de forma más agradable porque estaremos construyendo y haciendo florecer ese hermoso jardín de la vida. 

Que resplandezcan en consecuencia esos valores del Reino de Dios, que tiene que ser nuestra tarea y compromiso desde la escucha y el seguimiento de Jesús.

viernes, 29 de agosto de 2025

La entereza de Juan Bautista hasta el martirio nos ayuda a ser fieles a nosotros mismos y a nuestra misión para no deslizarnos por las pendientes que nos desbordan

 


La entereza de Juan Bautista hasta el martirio nos ayuda a ser fieles a nosotros mismos y a nuestra misión para no deslizarnos por las pendientes que nos desbordan

1Tesalonicenses 4, 1-8; Salmo 96; Marcos 6, 17-29

Los entusiasmos enfervorizados suelen ser malos consejeros. ¿Es que no podemos entusiasmarnos por nada? No es eso lo que quiero decir, porque pienso que la vida hay que vivirla con entusiasmo, pero también con sensatez. Cuando nos sentimos enardecidos por una cosa, sea cual sea, parece que no podemos pensar en nada distinto, pero tenemos que hacer gala de nuestra prudencia humana, de esa sensatez que decíamos, de saber pensar con serenidad y no lanzarnos a promesas que no sabemos si luego podemos cumplir, o que pueden comprometer los planteamientos serios que tengamos en nuestra vida.

Por eso es tan peligroso un fanático, porque se ciega, la pasión nos puede cegar; son fuerzas de nuestro interior pero que tenemos que saber encauzar, no podemos dejar que sea un volcán que se nos desborde, porque sabemos como un volcán va arrasando todo por donde pasa.

Podemos tener buenos principios y pensar en los valores que tenemos, pero eso tiene que darnos cauce para ese torrente que se nos puede desbocar. Las aguas abundantes pueden ser buenas porque riegan nuestros campos y pueden dar futuro a nuestra vida, pero si las aguas se desbordan todo lo arrasa. Y así nos pasa muchas veces en nuestra vida.

Me hago esta reflexión quizá fijándome en esos aspectos muy humanos de nuestra vida desde el texto que hoy nos ofrece el evangelio en esta fiesta del martirio de san Juan Bautista y que puede ser hermosa plantilla para todo lo que es nuestra vida espiritual y los principios y valores cristianos que hemos de vivir.

Hay algunas cosas que parece que se chocan en este pasaje del evangelio. Herodes, nos dice por una parte, que escuchaba con gusto a Juan. Pero la situación de su vida no era precisamente la de quien escuchara a un profeta y siguiera sus orientaciones. Su vida era algo desbocado, por una parte vivía de una forma irregular con la mujer de su hermano que provocaba las denuncias del Bautista, pero que también hacia que despertase el despecho de aquella mujer que quería quitar de en medio a Juan. Por eso termina encerrándole en la cárcel, a pesar de lo dicho al principio. Pero el torrente desbocado montaña abajo todo lo arrasa.

Muy amigo de faustos y de fiestas se rodeaba de la gente que consideraba principal e importante que participan igualmente de sus orgías. En medio de esa fiesta, con el baile de la hija de Herodías el torrente se desborda. Malos consejeros, decíamos, son los entusiasmos enfervorizados. Allí están las promesas que le hace a Salomé bajo juramento. Es la ocasión que estaba esperando Herodías que hace que su hija pida la cabeza del Bautista. Vienen las consecuencias, los respetos humanos, el verse comprometido por una palabra y promesa inoportuna, la incapacidad por cobardía de volverse atrás reconociendo su error. La cabeza de Juan es presentaba en una bandeja en medio del banquete.

¿Nos dejaremos nosotros arrollar de la misma manera cuando hablamos y hablamos, prometemos y prometemos, y todo se nos queda al final en el vacío? Una pendiente muy peligrosa la de las pasiones desbordadas a la que tenemos que buscar un cauce que reordene nuestra vida. No serán los fervores, pero si pueden ser que los entusiasmos nos hagan decir y prometer cosas que no podemos cumplir. Necesitamos encontrar serenidad para nuestro espíritu, que nos pueda ayudar a tener una clara visión de las cosas, de nuestra realidad, de nuestras capacidades pero también de nuestras debilidades. ¿Un freno para nuestra vida o un buen volante que nos reconduzca en la dirección acertada? Es necesario aprender a detenernos cuando vamos demasiado deprisa en nuestros entusiasmos, porque quizás no tenemos fuerza para llegar hasta el final, o podemos perder el control y salirnos fuera de la buena vía.

¿Nos ayudará el contemplar la entereza de Juan el Bautista aunque la vida parecía que se le ponía en contra para ser fiel a si mismo y a su misión hasta el final, hasta ser capaz de dar su vida?

jueves, 28 de agosto de 2025

La venida del Señor siempre es en el amor y una venida así nos tiene que hallar predispuestos en el amor y en sintonía con ese amor desde la responsabilidad de nuestra vida

 


La venida del Señor siempre es en el amor y una venida así nos tiene que hallar predispuestos en el amor y en sintonía con ese amor desde la responsabilidad de nuestra vida

1Tesalonicenses 3, 7-13; Salmo 89; Mateo 24, 42-51

Forma parte de nuestra fe y así lo confesamos en los artículos del Credo. ‘Está sentado a la derecha del Padre y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos’. Hoy el Evangelio nos habla de estar preparados, porque no sabemos el día ni la hora, como el ladrón que puede llegar a nuestra casa y hemos de estar atentos y vigilantes. Pero la venida del Señor no es la venida de un ladrón – es una imagen para indicarnos lo imprevisible – porque la venida del Señor siempre es en el amor y una venida así nos tiene que hallar predispuestos en ese amor, en sintonía con ese amor.

Pero esa venida del Señor de la que Jesús nos habla hoy no es solo referencia a los últimos tiempos a esa venida final con gran poder y majestad como nos dirá en otro momento del Evangelio. Es en el aquí y en el ahora donde tenemos que estar atentos y vigilantes porque el Señor viene a nuestra vida, y nos llega en los acontecimientos, pero nos en ese encuentro con los demás que día a día vamos viviendo, son gracias del Señor, son regalo de Dios que no podemos desechar de cualquier manera, sino que con gozo hemos de saberlo recibir.

Una actitud de vigilancia que nos hará vivir la vida de manera distinta, porque sabemos que todo momento es importante, todo momento tiene su trascendencia y no podemos dormirnos, no podemos vivir de cualquier manera, a cada acto que realicemos hemos de darle su importancia, cada paso que demos ha de ser una búsqueda de lo mejor, cada momento hemos de vivirlo con total responsabilidad, sea cual sea la labor que realicemos o el estatus o situación que vivamos. El vigilante que se duerme no se dará cuenta de quien pasa ante él, y puede dejar escapar grandes ocasiones, podrá suceder que la vida le sorprenda con sus imprevistos y tenemos que saber dar respuesta a cada situación. Y eso no lo podemos hacer de cualquier manera.

Hoy nos habla Jesús de la responsabilidad del administrador que tiene que cuidar cualquier situación que se presente en la responsabilidad que tiene entre sus manos. Cuidará de la casa y los bienes que tiene encomendados, pero ha de cuidar también esas personas que están a su cargo. Somos los administradores de nuestra vida, esa vida que Dios nos ha regalado – toda vida viene de Dios y es un don de Dios – y que nosotros hemos de cuidar, que no es solo mantenerla de forma pasiva, sino que con esos dones y cualidades de los que Dios nos ha dotado tenemos que saber desarrollar, saber hacer crecer, sea el momento o la situación que sea y que estemos viviendo. Nunca podemos darlo por ganado todo ya, sino que siempre tenemos la posibilidad de crecer, pero también de ayudar a crecer a quienes están a nuestro lado o a nuestro encargo.

Responsabilidad de la vida, de tu vida, pero también de los que están en tu entorno, de todos aquellos que forman parte también de tu vida. ¿Serán los padres con sus hijos? ¿Serán los esposos entre sí? ¿Serán los miembros de la familiar ayudándose mutuamente los unos a los otros? ¿Será esa sociedad en la que vivimos de la que todos tenemos que sentirnos responsables y cada uno aportar su granito de arena? No nos podemos sentir ajenos los unos a los otros.

Y en cada uno de esos momentos y situaciones en que nos encontramos con la vida saber sentir al Señor que viene a nosotros, estar atentos a esa venida de Dios que nos transformará a nosotros pero que también transformará nuestro mundo. Tenemos también que ser vehículo, signo de esa presencia de Dios en nuestro mundo, que también a través de nosotros va a llegar a los demás. ¿Nos podemos cruzar de brazos tan tranquilos como si no tuviéramos nada que hacer?

miércoles, 27 de agosto de 2025

El evangelio, un drenaje de nuestra vida pero también una revolución en el corazón, nos hace despojarnos de rémoras que entorpecen y arriesgarnos a algo nuevo de vida

 


El evangelio, un drenaje de nuestra vida pero también una revolución en el corazón, nos hace despojarnos de rémoras que entorpecen y arriesgarnos a algo nuevo de vida

1Tesalonicenses 2, 9-13; Salmo 138; Mateo 23, 27-32

Si yo hubiera estado allí, nos decimos tantas veces, haciendo comparación quizás entre los que nos parece que son las actitudes de algunos de los que nos habla el evangelio y lo que nosotros hubiéramos hecho en su lugar. Las comparaciones, como siempre solemos decir, son odiosas, pero quizás algunas veces nos tendríamos que poner como a trasluz de esas personas o citaciones que allí se nos mencionan con lo que somos o con lo que hacemos nosotros. ¿Seremos iguales o parecidos? Hoy que vemos que Jesús está cargando contra aquellos dirigentes que no es precisamente buen testimonio y ejemplo para nosotros. Pero acaso nosotros nos parecemos en mucho y también arrastramos posturas y actitudes negativas bien lejanas de lo que son los valores del evangelio.

Jesús vuelve a incidir en la autenticidad o la falsedad de aquellas vidas, en las apariencias que nos vuelven hipócritas y la autenticidad que debería de brillar en un seguidor de los valores del evangelio. Por eso cuando escuchamos estas palabras de Jesús, que incluso nos suenan fuertes y airadas, no es solo aquellas actitudes de entonces las que Jesús está denunciando sino que nos hace mirarnos a nosotros mismos porque quizás muchas de esas cosas, de manera sutil, también están brillando de por demás en nosotros.

La fachada de buenos no queremos quitárnosla. No es algo fácil de transformar; al menos muchas veces se nos atraganta, porque algo siempre queremos dejar a nuestro favor, buscamos apoyos que nos sostengan y si no hemos cimentado bien nuestra vida no encontramos nada en nuestro interior que nos sirve de apoyo en esa carrera que hemos de emprender. Seguimos con nuestros apegos y nuestras apariencias, seguimos con una vida llena de fantasías que demuestra nuestra superficialidad; por eso nos cansamos tan fácilmente, nos aburrimos, se nos marchita nuestra vida. No hemos echado raíces profundas y no nos llega la humedad que necesitamos.

Tenemos que saber drenar nuestra vida, para quitar todo lo que sea superficial, todo lo que se va convertir en hojarasca que solo nos valdrá para prenderle fuego, podar esas ramas que solo dan apariencia, como dicen los agricultores, son chupones que la restan vitalidad a los frutos que de ese árbol podamos obtener. Es un trabajo que algunas veces nos puede resultar costoso y doloroso, pero que es necesario y por eso mismo se convierte en trabajo hermoso por los frutos que podemos obtener.

Tenemos que analizar bien nuestra vida, tenemos que darnos cuenta de esas rémoras que no nos dejan avanzar para desprendernos de ellas, darnos cuenta de esas malas costumbres o rutinas que se han metido en nuestra vida y nos impiden alcanzar los buenos objetivos que nos proponemos. Tarea de reflexión, tarea de ahondar en nuestra espiritualidad, tarea de ir escardando nuestro corazón para quitar esos apegos que no le dejan moverse con flexibilidad, tarea de oración y de escucha para dejar que esa semilla de la Palabra de Dios quede bien plantada y abonada en nosotros.

Es la manera de superar esa superficialidad a la que nos sentimos tentados cuando todo nos parece igual y nos parece bueno, cuando simplemente nos dejamos llevar porque decimos que siempre se ha hecho así, cuando comenzamos a hacer las cosas casi como una rutina sin darle sentido hondo ni a lo que decimos en nuestras oraciones ni las prácticas que realizamos en nuestra vida, cuando hacemos las cosas por mimetismo porque sin preguntarnos el por qué y el sentido de las cosas hacemos lo que otros hacen.

Una escucha atenta del evangelio siempre tiene que ser una revolución para el corazón porque nos hace descubrir en nosotros aquello de lo que ni nos habíamos dado cuenta, pero también porque nos hace emprender nuevos caminos, arriesgándonos a buscar con sinceridad esos caminos de vida. Al final será también para nosotros un remanso de paz porque nos sentiremos más llenos de Dios.

martes, 26 de agosto de 2025

Olvidáis el derecho, la compasión y la fidelidad…Limpiáis por fuera la copa y el plato mientras por dentro rebosáis de maldad…’ ¿Qué es lo transformará nuestra vida?

 


Olvidáis el derecho, la compasión y la fidelidad…Limpiáis por fuera la copa y el plato mientras por dentro rebosáis de maldad…’ ¿Qué es lo transformará nuestra vida?

1Tesalonicenses 2, 1-8; Salmo 138; Mateo 23, 23-26

La verdad que son geniales las palabras de Jesús, sus imágenes y comparaciones; parábolas y alegorías que nos hacen entender el mensaje; frases lapidarias, podríamos decir, que nos impactan y nos hacen ir más allá de lo que es la literalidad de las palabras en sí mismas. ‘Coláis el mosquito y os tragáis el camello’, les dice hoy a los fariseos y maestros de la ley. Muy preocupados de lo que llamaríamos pijadas pero de las cosas grandes e importantes ni fijarnos en ellas. El mosquito se puede atragantar en tu garganta pero eres capaz de tragarte un camello entero.

Hablábamos de la literalidad de las palabras y no saberlas interpretar, no comprender lo que con ellas se nos quiere decir. muchas veces no es que no entendamos, es que nos resulta más fácil o más cómodo quedarse en esa literalidad que al final poco me compromete, pero no queremos entender, no queremos aceptar aquello que desde lo más hondo nos va a comprometer. Eso significa también el no ser auténticos en la vida, quedarnos en las apariencias, ir por lo más fácil, evitar lo que me pueda comprometer.

Es lo que les está echando en cara Jesús a aquellos dirigentes sociales de su época. Claro que tenemos que apretarnos el cinturón y pensar lo que con eso nos quiere decir hoy Jesús a nosotros, a nuestra sociedad, a nuestro mundo, ese mundo que estamos construyendo. ¿Qué fundamentos le estamos poniendo? ¿Cuáles son los valores que como verdaderos cimientos estamos poniendo en la vida? Cuando las piedras que ponemos en los cimientos no sirven porque pronto pierden la fuerza y la solidez que han de, el edificio se nos puede venir abajo. ¿Nos podrá suceder esto en nuestra sociedad en la superficialidad que estamos dejando introducir en nuestra vida y en nuestras costumbres?

Jesús les denuncia que se queden en esa superficialidad, en esas minucias de pagar impuestos simplemente por esas plantas aromáticas, pero que no sean capaces de comprometerse hacer que la vida de todos sea más digna, que haya más humanidad y más comprensión en las relaciones entre unos y otros, que se tenga un corazón verdaderamente compasivo y lleno de ternura y de misericordia, de darle más autenticidad a la vida siendo fieles a lo que de verdad se tiene que ser fiel, ya sea en nuestra relación con Dios ya sea en nuestras relaciones humanas, en el matrimonio, en las familias, entre los que son cercanos por amistad o por vecindad. ¿Qué será de verdad lo más importante?

Pero como decíamos la denuncia de Jesús no es solo para aquellas gentes sino que nos llega a nosotros. Podemos verlo como un toque de atención para nuestra sociedad en general donde estamos llamados a hacer una proclamación e esa verdad que auténticamente va a traer la salvación del hombre, pero tenemos que verlo como dirigida muy directamente a nosotros, los que nos llamamos sus seguidores, cristianos, que decimos que en Él hemos puesto nuestra fe. ¿Cuáles son esos verdaderos valores sobre los que estamos fundamentando nuestra vida? ¿En qué buscamos la plenitud y felicidad para nuestras vidas?

Podemos andar también con muchas superficialidades, con valores que no son permanentes, podemos seguir pensando en eso de pasárselo bien sea como sea que son cuatro días los que vivimos, podemos estar dejándonos contagiar por esa filosofía del mundo, podemos estar olvidando los verdaderos valores que Jesús nos transmite en su evangelio. ¿Por dónde andamos? ¿Sentiremos como se corroen y se destruyen esos cimientos que hemos puesto bajo nuestros pies y de alguna manera el edificio se nos viene abajo? ¿No será señal de ese vacío en que tantas veces nos encontramos?

‘Olvidais el derecho, la compasión y la fidelidad’, nos dice Jesús. ‘Limpiáis por fuera la copa y el plato mientras por dentro rebosáis de maldad…’ ¿Qué es lo que verdaderamente tenemos que transformar en nuestra vida?


lunes, 25 de agosto de 2025

Cuidado que vayamos cerrando puertas y creando abismos con actitudes bien alejadas del evangelio que ha de hacernos entrar en órbita de amor y comunión

 


Cuidado que vayamos cerrando puertas y creando abismos con actitudes bien alejadas del evangelio que ha de hacernos entrar en órbita de amor y comunión

Hay gente a la que le gusta ir cerrando puertas. Y no es un juego. No es cuestión de estética o buenas costumbres. Como si le fueran dando con la puerta en las narices a los que quieren entrar, como si de lejos contemplamos a alguien que viene por nuestro camino para llegar a donde estamos, ya pronto ponemos la señal de que no se puede entrar. Bueno entendemos que quiero decir mucho más que eso.

Son los que siempre van poniendo dificultades, están en eterna oposición, manifiestan enseguida que no les gusta aquello que decimos, comienzan a encontrar cosas que según ellos falta en aquello que presentamos, le dan un cariz negativo a todo lo que ven que realizan los demás, buscando el desprestigio para que no se acepte lo que los otros presentan. Porque esas dificultades o el señalar lo que falta no lo hacen por aportar algo de su parte que pueda mejorar, sino para echar abajo lo que presenta el consideran un contrincante.

No son criticas constructivas que eso siempre tendríamos que con humildad saberlo aceptar, sino siempre para echar abajo, para destruir. Gente ceniza y destructiva en su negatividad.

Es lo que se ha encontrado Jesús en aquellos grupos que no le aceptan, no quieren escuchar el anuncio que Jesús hace del Reino de Dios, pero es que previamente con el pueblo, del que se consideran dirigentes, han pretendido imponer unas cargas con sus interpretaciones y con las normas que imponen que de alguna manera le hacen imposible a aquella gente humilde y sencilla que tantas ansias tiene de la llegada del Reino de Dios de poder ser fieles de verdad a Dios.

Es la dureza con que Jesús se expresa contra los fariseos y los maestros de la ley. Les falta autenticidad, porque además son los que imponen cargas pesadas sobre los hombros de los demás, pero no son capaces de mover un dedo para ayudar. Son sus interpretaciones rigoristas de la ley de Moisés que distorsionan totalmente lo que es la ley del Señor.

‘¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren’. Van cerrando puertas, como antes decíamos, que ni para ellos. ‘Ni entráis… ni dejáis entrar’, que les dice Jesús. Barreras con sus imposiciones, abismos insalvables con la multitud de normas que al final a ellos mismos les hacia preguntarse cuál era el mandamiento principal. Escuchábamos estos días cómo, aunque fuera por tentar a Jesús, es lo que le vienen a preguntar. Aunque luego se den de sabios y le digan a Jesús, cuando lo que hace Jesús es repetirles la literalidad de lo que estaba escrito en la ley de Moisés, que había hablado muy bien. Pero ya sabemos la podredumbre que tenían por dentro, las intenciones torcidas que tenían sus palabras. Por eso Jesús les habla muy duramente.

Pero no nos quedemos solo considerando lo que Jesús decía entonces a aquellos fariseos y maestros de la ley, sino que tenemos que pensar que nos estará diciendo, de forma muy concreta, a nosotros Jesús con esas mismas palabras. Son Palabra de Dios, y la Palabra de Dios siempre es palabra viva y actual, para nuestra vida concreta, para nuestro tiempo concreto.

Escuchando esas palabras de Jesús tenemos que mirarnos a nosotros mismos y nuestras situaciones concretas, tenemos que mirar lo que es la vida de la Iglesia también en las circunstancias concretas que vivimos en el hoy de nuestra vida. No son palabras que retumben como un eco venido de otras partes, son palabras directas a nuestra vida de hoy.

Si antes hablábamos de ese cerrar puertas para no dejar pasar y lo contemplábamos en la actitud de aquellos dirigentes ¿no tenemos nada que pensar en nuestra vida concreta y en la vida de nuestras comunidades? ¿No vendremos nosotros también en muchas ocasiones con esa autosuficiencia de quien cree saberlo todo y se va poniendo cascos en sus oídos para no oír ni escuchar? ¿No diremos algunas veces aquello de yo soy cristiano de toda la vida y así lo ha sido mi familia siempre pero quizás no nos queremos mezclar con aquellos que vienen ahora de nuestra cercanía o de otras partes porque nosotros nos consideramos en un estadio superior y no queremos que nos quiten los privilegios que nosotros pretendemos tener? ¿No estaremos también cerrando puertas que ni entramos ni dejamos entrar?

Quienes nos consideramos como más cerca de la Iglesia o más en sintonía con ella, porque hemos quizás trabajado pastoralmente en algunas cosas, porque colaboramos en las cosas del templo, porque somos voluntarios para la catequesis o para cáritas, tenemos que escuchar con nitidez estas palabras de Jesús porque algunas veces nos consideramos en un estadio superior, nos consideramos mejores o que sabemos más, y podemos también estar cerrando puertas.

Mucho nos da que pensar este evangelio que parece que era para los demás, pero nos viene directamente al dedo de nuestra vida.


domingo, 24 de agosto de 2025

Cantidades o calidades, autenticidad o vanidad, remiendos o vestidura nueva, exigencia de radicalidad o quedarnos adormilados, con El o contra El

 


Cantidades o calidades, autenticidad o vanidad, remiendos o vestidura nueva, exigencia de radicalidad o quedarnos adormilados, con El o contra El

Isaías 66, 18-21; Salmo 116; Hebreos 12, 5-7. 11-13; Lucas 13, 22-30

Seguramente que lo hemos escuchado, quizás también empleado, no sé si como una disculpa por no lograr lo que pretendíamos, el escaso eco que pueden tener nuestras palabras, pero fácilmente decimos aquello de que más vale la calidad que la cantidad. ¿Nos escudamos en eso para justificarnos de nuestro poco celo o nuestro deficiente esfuerzo para conseguir unos frutos? Pero es cierto que nos agrada mucho cuando vemos cantidades, nos entusiasmamos ante una multitud que responde a una convocatoria, sea de lo que sea, y nos sentimos frustrados cuando son pocos los que responden. ¿A qué tendríamos que darle verdadera importancia?

No podemos dejar de reconocer que nos gustaría ver las iglesias llenas como en otros tiempos, la multitudinaria asistencia de toda la gente a la convocatoria de nuestros actos religiosos o de piedad popular, nos lamentamos de tantos vacíos y tantas ausencias y nos hacemos preguntas de a donde vamos a llegar. ¿Es malo que tengamos esa preocupación y esa inquietud? ¿Debemos de dejar de hacernos preguntas de a donde vamos a parar por el camino que llevamos? Ahí están también la carencia de vocaciones, los seminarios vacíos, las casas de religiosos o religiosas que se cierran por falta de consagrados. A mi se me plantean tengo que reconocerlo continuamente estos interrogantes.

Pero no estoy tirando piedras sobre mi propio tejado al hacer comparación de todo esto que vengo diciendo con lo que hoy nos plantea el evangelio. Jesús, en su subida a Jerusalén, va pasando por distintos pueblos y como siempre va anunciando la buena nueva; hay gentes que se entusiasman por seguirle, como habrá otros que desde la orilla, por decirlo de alguna manera, lo ven o lo dejan pasar. Pero entre las inquietudes que van apareciendo en muchos corazones está la pregunta eje de este evangelio de hoy, Ante todo lo que va planteando Jesús, ante el anuncio que está haciendo, habrá gente a la que le inquieta la respuesta que han de dar. ¿Serán muchos los que creen y siguen a Jesús?

Pero la pregunta que realmente le plantean va más allá. Al final, ‘¿serán muchos o serán pocos los que se salven?’ En alguna ocasión, en la sinagoga de Cafarnaún algunos dirán que es dura la doctrina que plantea Jesús, y dice el evangelista, que ya no quisieron seguir con Jesús. De ahí la pregunta que Jesús le hacia a los mismos discípulos más cercanos, ‘¿tambien vosotros queréis marcharos?’

Pero Jesús no responde con números. Recordemos como los mismos evangelistas y los autores sagrados se regodean cuando pueden hablar de multitudes que siguen a Jesús, de los cinco mil hombres allá en el descampado cuando la multiplicación de los panes, de las multitudes que se convertían ante la predicación de Pedro y los apóstoles en aquellos primeros momentos del comienzo de la Iglesia. Siempre nos interesan los números, queremos multitudes. Pero Jesús a eso no responde.

Jesús lo que nos pide es autenticidad, que Jesús no quiere que andemos nadando entre dos aguas, que nos contentemos con los remiendos, lo que nos pide es un paño nuevo, unos odres nuevos y auténticos para que no haya rotos, para que no se desperdicie el vino nuevo que se nos ofrece.

Hoy nos hablará de puerta estrecha, pero que no significa que todo sea dificultades para entender o para vivir los valores del Reino de Dios. Lo que Jesús nos está señalando que el camino pasa por El, porque El es la Vida y la Verdad; ya en otro momento nos dirá que es la puerta, porque la única que se puede entrar al redil, por la única que podrán entrar los que son dueños del rebaño, que no es la que buscarán los salteadores, la única por la que las ovejas entrarán en el redil.

No hay otra. Estamos con El o estamos contra El, por lo que será también para nosotros un signo de contradicción, un interrogante para nuestra vida que no nos deja dormidos y apelmazados. Tenemos que estar despiertos, tenemos que mantener nuestra luz encendida y para eso tenemos que cuidar que no nos falte el necesario aceite que alimente esas lámparas. Es el planteamiento serio de autenticidad que nos está haciendo Jesús.

Y bien tendríamos que escucharlo frente a todas las fantochadas en que nos envolvemos en la vida, disfraces o caretas para nuestros disimulos, o vanidades de las que nos revestimos para aparentar lo que no somos. Es serio y radical el planteamiento que nos está haciendo Jesús.

Es lo que tenemos que buscar para nosotros mismos como para nuestra iglesia, es lo que en verdad tiene que resplandecer en la vida de los cristianos porque por ahí anda la verdadera calidad de nuestra vida.