La
venida del Señor siempre es en el amor y una venida así nos tiene que hallar
predispuestos en el amor y en sintonía con ese amor desde la responsabilidad de
nuestra vida
1Tesalonicenses 3, 7-13; Salmo 89; Mateo 24,
42-51
Forma parte de nuestra fe y así lo
confesamos en los artículos del Credo. ‘Está sentado a la derecha del Padre y
desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos’. Hoy el Evangelio nos habla
de estar preparados, porque no sabemos el día ni la hora, como el ladrón que
puede llegar a nuestra casa y hemos de estar atentos y vigilantes. Pero la
venida del Señor no es la venida de un ladrón – es una imagen para indicarnos
lo imprevisible – porque la venida del Señor siempre es en el amor y una venida
así nos tiene que hallar predispuestos en ese amor, en sintonía con ese amor.
Pero esa venida del Señor de la que
Jesús nos habla hoy no es solo referencia a los últimos tiempos a esa venida
final con gran poder y majestad como nos dirá en otro momento del Evangelio. Es
en el aquí y en el ahora donde tenemos que estar atentos y vigilantes porque el
Señor viene a nuestra vida, y nos llega en los acontecimientos, pero nos en ese
encuentro con los demás que día a día vamos viviendo, son gracias del Señor,
son regalo de Dios que no podemos desechar de cualquier manera, sino que con
gozo hemos de saberlo recibir.
Una actitud de vigilancia que nos hará
vivir la vida de manera distinta, porque sabemos que todo momento es
importante, todo momento tiene su trascendencia y no podemos dormirnos, no
podemos vivir de cualquier manera, a cada acto que realicemos hemos de darle su
importancia, cada paso que demos ha de ser una búsqueda de lo mejor, cada
momento hemos de vivirlo con total responsabilidad, sea cual sea la labor que
realicemos o el estatus o situación que vivamos. El vigilante que se duerme no
se dará cuenta de quien pasa ante él, y puede dejar escapar grandes ocasiones,
podrá suceder que la vida le sorprenda con sus imprevistos y tenemos que saber
dar respuesta a cada situación. Y eso no lo podemos hacer de cualquier manera.
Hoy nos habla Jesús de la
responsabilidad del administrador que tiene que cuidar cualquier situación que
se presente en la responsabilidad que tiene entre sus manos. Cuidará de la casa
y los bienes que tiene encomendados, pero ha de cuidar también esas personas
que están a su cargo. Somos los administradores de nuestra vida, esa vida que
Dios nos ha regalado – toda vida viene de Dios y es un don de Dios – y que
nosotros hemos de cuidar, que no es solo mantenerla de forma pasiva, sino que
con esos dones y cualidades de los que Dios nos ha dotado tenemos que saber
desarrollar, saber hacer crecer, sea el momento o la situación que sea y que
estemos viviendo. Nunca podemos darlo por ganado todo ya, sino que siempre
tenemos la posibilidad de crecer, pero también de ayudar a crecer a quienes
están a nuestro lado o a nuestro encargo.
Responsabilidad de la vida, de tu vida,
pero también de los que están en tu entorno, de todos aquellos que forman parte
también de tu vida. ¿Serán los padres con sus hijos? ¿Serán los esposos entre
sí? ¿Serán los miembros de la familiar ayudándose mutuamente los unos a los
otros? ¿Será esa sociedad en la que vivimos de la que todos tenemos que
sentirnos responsables y cada uno aportar su granito de arena? No nos podemos
sentir ajenos los unos a los otros.
Y en cada uno de esos momentos y
situaciones en que nos encontramos con la vida saber sentir al Señor que viene
a nosotros, estar atentos a esa venida de Dios que nos transformará a nosotros
pero que también transformará nuestro mundo. Tenemos también que ser vehículo,
signo de esa presencia de Dios en nuestro mundo, que también a través de
nosotros va a llegar a los demás. ¿Nos podemos cruzar de brazos tan tranquilos
como si no tuviéramos nada que hacer?
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