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sábado, 30 de agosto de 2025

No dejemos de ocuparnos de lo nuestro trabajando con nuestras propias manos y desarrollando nuestros valores, alejando toda clase de agobios para mantener siempre la paz

 


No dejemos de ocuparnos de lo nuestro trabajando con nuestras propias manos y desarrollando nuestros valores, alejando toda clase de agobios para mantener siempre la paz

1Tesalonicenses 4, 9-11; Salmo 97; Mateo 25, 14-30

No todos somos iguales ni tenemos que ser iguales, porque seríamos como una estampa repetida. Es la variedad y al mismo tiempo la riqueza de la vida. Cada uno con nuestros valores y nuestras cualidades y así mutuamente nos enriquecemos y enriquecemos la vida. El desarrollo de cada uno no es querer ser igual al otro, es hacer que eso que yo soy se enriquezca y llegue a su plenitud; no es copiar ni simplemente imitar, aunque lo que veamos en los demás nos estimule, nos impulse a ser nosotros mismos, no una copia, no una repetición; no es sentirnos clonados de los demás sino alcanzar la plenitud de mi propio ser, en lo que soy y en lo que valgo por mi mismo. Esa variedad será, como decíamos, la riqueza de la vida, la riqueza del mundo en el que vivimos.

En esto me hace pensar la parábola que nos propone hoy el evangelio. El rey que al marchar de viaje confía sus bienes a sus servidores, dando a cada uno según su capacidad, como incluso nos dice la parábola. Cada uno según su capacidad ha de negociar aquellos talentos que se les han confiado, un día han de rendir cuentas. Pero como nos dice la parábola uno no fue capaz de negociar nada, le parecía tan poca cosa lo que había recibido que simplemente optó por no perderla. Así se presentó ante su señor a la hora de rendir cuentas, y reconoce que no ha hecho nada, no había sido capaz de realizar la función que le habían encomendado, porque aquellos les fueron confiados para que les sacaran rendimiento. No era solo cuestión de guardarlos.

Creo que nos puede ayudar a reflexionar sobre muchas cosas, empezando por la valoración que hemos de hacer de nosotros mismos, sin comparaciones y sin envidias, reconociendo lo que somos y valemos aunque nos creamos pequeños, pero aunque pequeños tenemos nuestra función, tenemos nuestro lugar, tenemos nuestra responsabilidad de la que no nos podemos escaquear. Y aquello que somos o que tenemos hemos de saberlo cultivar. 

No nos valen las falsas humildades, no nos valen los recelos ante lo que los demás tienen, han recibido o han conseguido con su esfuerzo y su trabajo. Nos entretenemos mirando a los demás y no nos miramos a nosotros mismos, no somos capaces de ponernos a trabajar en lo nuestro para obtener su fruto.

Ya nos decía san Pablo hoy en la carta a los tesalonicenses que no dejemos de ocuparnos de lo nuestro trabajando con nuestras propias manos y alejando de nosotros toda clase de agobios para mantener siempre la paz. Las comparaciones, las envidias y las desconfianzas nos paralizan, no nos dejan pensar ni en lo que nosotros somos por nosotros mismos y menos nos ayudarán a desarrollar con responsabilidad nuestra tarea. 

No podemos estar pensando que los talentos de los otros son más valiosos o importantes. Nadie es más importante que los demás, todos tenemos el mismo valor y la misma dignidad y así  no hemos de temer presentarnos ante los demás, no haciendo alardes ni poniéndonos condecoración, con la verdad de lo que somos, pero también con la humildad de los que queremos poner nuestro grano de arena y queremos caminar con los demás. La hondonada de la pereza en la que caemos nos hará olvidarnos o dejar de lado lo que son nuestras propias responsabilidades.

Se nos está ofreciendo, con este texto de la Palabra de Dios hoy, un momento propicio para examinar nuestra vida y reconocer nuestros valores, pero un momento también para ver hasta donde hemos cultivado nuestra vida, hasta donde hemos hecho crecer nuestra vida y lo que somos, hasta donde somos conscientes también que nuestros valores enriquecen a los demás, estamos haciendo florecer ese jardín de la vida donde todos podamos sentirnos de forma más agradable porque estaremos construyendo y haciendo florecer ese hermoso jardín de la vida. 

Que resplandezcan en consecuencia esos valores del Reino de Dios, que tiene que ser nuestra tarea y compromiso desde la escucha y el seguimiento de Jesús.

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