Vistas de página en total

miércoles, 27 de agosto de 2025

El evangelio, un drenaje de nuestra vida pero también una revolución en el corazón, nos hace despojarnos de rémoras que entorpecen y arriesgarnos a algo nuevo de vida

 


El evangelio, un drenaje de nuestra vida pero también una revolución en el corazón, nos hace despojarnos de rémoras que entorpecen y arriesgarnos a algo nuevo de vida

1Tesalonicenses 2, 9-13; Salmo 138; Mateo 23, 27-32

Si yo hubiera estado allí, nos decimos tantas veces, haciendo comparación quizás entre los que nos parece que son las actitudes de algunos de los que nos habla el evangelio y lo que nosotros hubiéramos hecho en su lugar. Las comparaciones, como siempre solemos decir, son odiosas, pero quizás algunas veces nos tendríamos que poner como a trasluz de esas personas o citaciones que allí se nos mencionan con lo que somos o con lo que hacemos nosotros. ¿Seremos iguales o parecidos? Hoy que vemos que Jesús está cargando contra aquellos dirigentes que no es precisamente buen testimonio y ejemplo para nosotros. Pero acaso nosotros nos parecemos en mucho y también arrastramos posturas y actitudes negativas bien lejanas de lo que son los valores del evangelio.

Jesús vuelve a incidir en la autenticidad o la falsedad de aquellas vidas, en las apariencias que nos vuelven hipócritas y la autenticidad que debería de brillar en un seguidor de los valores del evangelio. Por eso cuando escuchamos estas palabras de Jesús, que incluso nos suenan fuertes y airadas, no es solo aquellas actitudes de entonces las que Jesús está denunciando sino que nos hace mirarnos a nosotros mismos porque quizás muchas de esas cosas, de manera sutil, también están brillando de por demás en nosotros.

La fachada de buenos no queremos quitárnosla. No es algo fácil de transformar; al menos muchas veces se nos atraganta, porque algo siempre queremos dejar a nuestro favor, buscamos apoyos que nos sostengan y si no hemos cimentado bien nuestra vida no encontramos nada en nuestro interior que nos sirve de apoyo en esa carrera que hemos de emprender. Seguimos con nuestros apegos y nuestras apariencias, seguimos con una vida llena de fantasías que demuestra nuestra superficialidad; por eso nos cansamos tan fácilmente, nos aburrimos, se nos marchita nuestra vida. No hemos echado raíces profundas y no nos llega la humedad que necesitamos.

Tenemos que saber drenar nuestra vida, para quitar todo lo que sea superficial, todo lo que se va convertir en hojarasca que solo nos valdrá para prenderle fuego, podar esas ramas que solo dan apariencia, como dicen los agricultores, son chupones que la restan vitalidad a los frutos que de ese árbol podamos obtener. Es un trabajo que algunas veces nos puede resultar costoso y doloroso, pero que es necesario y por eso mismo se convierte en trabajo hermoso por los frutos que podemos obtener.

Tenemos que analizar bien nuestra vida, tenemos que darnos cuenta de esas rémoras que no nos dejan avanzar para desprendernos de ellas, darnos cuenta de esas malas costumbres o rutinas que se han metido en nuestra vida y nos impiden alcanzar los buenos objetivos que nos proponemos. Tarea de reflexión, tarea de ahondar en nuestra espiritualidad, tarea de ir escardando nuestro corazón para quitar esos apegos que no le dejan moverse con flexibilidad, tarea de oración y de escucha para dejar que esa semilla de la Palabra de Dios quede bien plantada y abonada en nosotros.

Es la manera de superar esa superficialidad a la que nos sentimos tentados cuando todo nos parece igual y nos parece bueno, cuando simplemente nos dejamos llevar porque decimos que siempre se ha hecho así, cuando comenzamos a hacer las cosas casi como una rutina sin darle sentido hondo ni a lo que decimos en nuestras oraciones ni las prácticas que realizamos en nuestra vida, cuando hacemos las cosas por mimetismo porque sin preguntarnos el por qué y el sentido de las cosas hacemos lo que otros hacen.

Una escucha atenta del evangelio siempre tiene que ser una revolución para el corazón porque nos hace descubrir en nosotros aquello de lo que ni nos habíamos dado cuenta, pero también porque nos hace emprender nuevos caminos, arriesgándonos a buscar con sinceridad esos caminos de vida. Al final será también para nosotros un remanso de paz porque nos sentiremos más llenos de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario