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sábado, 22 de mayo de 2021

Invoquemos al Espíritu que nos dé la valentía de los apóstoles para salir a la plaza pública de nuestro mundo a anunciar el nombre de Jesús como el único y verdadero salvador

 


Invoquemos al Espíritu que nos dé la valentía de los apóstoles para salir a la plaza pública de nuestro mundo a anunciar el nombre de Jesús como el único y verdadero salvador

Hechos de los apóstoles 28, 16-20. 30-31; Sal 10; Juan 21, 20-25

‘Tú, sígueme’, es la respuesta que le da Jesús a Pedro ante sus preguntas por lo que había de suceder al discípulo amado de Jesús.

Algunas veces nos sucede que andamos más preocupados por saber lo que le puede pasar a los otros que por la respuesta que en el día a día tenemos que dar nosotros con nuestra propia vida o con el desarrollo de nuestras responsabilidades. No es que nos aislemos de los demás, pero tampoco tenemos que meternos en lo que son decisiones personales de los otros o la respuesta que han de dar a la vocación de su vida, como nosotros tenemos que responder a nuestra propia vocación, a la función nuestra personal que hemos de desarrollar en el mundo en que vivimos.

Recordamos que los momentos anteriores en el episodio del evangelio que estamos comentando fue aquella triple protesta de amor de Pedro por Jesús ante las preguntas que Jesús le hacía. Le confiaba una misión, pero de alguna manera le anunciaba lo que le iba a costar la respuesta que Pedro habría de dar. Como comenta el evangelista de alguna manera estaba haciendo referencia a la muerte con que iba a morir. Siente quizás Pedro la emoción de su amor por el Maestro, por la misión que Jesús seguía confiándole y de alguna manera su corazón podía llenarse también de incertidumbre ante lo que Jesús le anunciaba.

Algunas veces cuando se nos confía una misión que nos parece que pudiera superar nuestras capacidades, aunque contentos con la misión que se nos confía la responsabilidad pudiera hacer que afloren ciertos miedos ante si seremos capaces de cumplir con aquella misión que se nos ha encomendado. Como creyentes seremos capaces de ver la mano de Dios en aquello que nos sucede o en aquellas tareas que hemos de desempeñar y en consecuencia hemos de actuar con la confianza de que no nos veremos solos ni sin fuerzas porque el Espíritu del Señor nos acompaña y fortalece.

Nos es necesaria esa disponibilidad por nuestra parte para seguir el camino, para emprender la tarea, para poner toda nuestra confianza en el Señor. ‘Tú sígueme’, le decía Jesús a Pedro en aquella ocasión. Es lo que tenemos que sentir en el corazón, esa invitación del Señor a seguirle, a seguirle con confianza, a seguirle con responsabilidad, a seguirle poniéndonos en sus manos porque es su Espíritu quien nos va a sostener.

‘Tú sígueme’, nos dice Jesús. Como cristianos que vivimos una fe comprometida tenemos que saber descubrir esos nuevos campos que se abren ante nosotros. Comprometidos con nuestra fe y comprometidos por llevar el anuncio del evangelio hasta los últimos rincones tenemos que abrirnos a todas esas nuevas posibilidades de trabajos, de tareas que podríamos realizar. Amplio es el campo, abundante es la mies, pero los obreros son pocos por los miedos con que andamos en la vida.

Y es que nuestra tarea y nuestra misión es llegar más allá, no nos podemos quedar en lo de siempre ni en los de siempre. Tenemos que darnos cuenta de ese mundo sediento de algo que nos rodea aunque muchas veces no sepa bien lo que busca, pero ahí está nuestra misión de presentar a Jesús, de presentar el evangelio, de dar testimonio siendo verdaderos testigos, de anunciar al mundo que es posible una esperanza porque hay una salvación que puede llegar a todos. Y esa es nuestra tarea.

Recordemos las palabras de Jesús en el momento de su Ascensión al cielo que envía a sus discípulos por todo el mundo. Les ha pedido que se queden en Jerusalén hasta que reciban la promesa del Padre y llenos de su Espíritu se lancen luego por todo el mundo como testigos del evangelio. En esta víspera de Pentecostés invocamos al Espíritu de Jesús para que venga sobre nosotros y nos llenemos de la misma valentía que los apóstoles en Pentecostés para salir a la plaza pública de nuestro mundo a anunciar el nombre de Jesús como el único y verdadero salvador.

viernes, 21 de mayo de 2021

La mano del Señor nos da siempre otras oportunidades, abre quizás otros caminos insospechados para nosotros, con el amor del Señor nuestros horizontes no se cerrarán

 


La mano del Señor nos da siempre otras oportunidades, abre quizás otros caminos insospechados para nosotros, con el amor del Señor nuestros horizontes no se cerrarán

Hechos de los apóstoles 25, 13b-21; Sal 102; Juan 21, 15-19

Estaban disfrutando del encuentro con el Señor resucitado. Allá en la orilla, mientras ellos se habían pasado la noche en el lago intentando pescar sin coger nada, estaba Jesús, aunque no lo habían reconocido. Muchas veces les costaba reconocerle, tenían sus miedos y sus dudas, pensaban en fantasmas o iban tan cegatos con sus preocupaciones que no se daban cuenta que era Jesús el que caminaba con ellos. Les sucedió a los de Emaús y ahora les sucede a aquel reducido grupo que con Pedro se habían ido de nuevo a las redes de pesca.

Cuando les habla desde la orilla interesándose primero por si han pescado algo y señalando luego que al otro lado de la barca hay un cardumen de peces, no lo reconocen. Sería Juan, el discípulo especialmente amado de Jesús, quien se diera cuenta y le dijera a Pedro por lo bajo que quien estaba en la orilla era el Señor. No fueron necesarias más palabras para que todos lo reconocieran, Pedro se lanzará al agua para llegar primero y los demás arrastrarán la barca con las redes con lo que habían pescado para llegar también a los pies de Jesús. Todo estaba preparado; ya había sobre unas brasas un pan recién preparado y unos peces que se estaban asando. Nadie preguntaba nada porque sabían ya que era Jesús.

Y es en medio de aquella alegría cuando surgen las preguntas de Jesús a Pedro que a todos sorprenderían. ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?’ ¿Qué podía responder Pedro en aquel momento? En la cena había porfiado con el mismo Jesús diciéndole cuánto le amaba que estaba dispuesto a dar la vida por El. Tantas veces se había manifestado el amor fiel que Pedro sentía por Jesús para adelantarse en las respuestas a las preguntas que Jesús hiciera, para tratar de disuadirlo de que subiera a Jerusalén si le iba a pasar todo aquello que Jesús anunciaba, aunque eso no le podía pasar, allá en el huerto había sacado una espada que llevaba oculta para defender a Jesús en su prendimiento. Todo manifestaba el amor grande que le tenía y ahora Jesús viene preguntando ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?

Claro que por medio había unas sombras. En su afán por estar cerca de Jesús lo había seguido y se había metido en la boca del lobo; allá en el patio del pontífice se había mezclado con los criados y la soldadesca que había salido a prender a Jesús, quizás con el deseo de saber cómo acababa aquello y acaso con la esperanza de que pronto lo dejarían en libertad. Pero su acento lo delató, porque era galileo que tenían una forma distinta de hablar, alguno de los que habían ido al huerto lo había reconocido, y comienzan las preguntas. ‘Tú eres uno de ellos… tú eres galileo que el habla te delata… yo te vi en el huerto…’ claro se había hecho notar con lo herir en la oreja a uno de los criados del pontífice. Y no había podido resistir. El miedo lo había acobardado y no quería reconocerlo; había negado conocer a Jesús.

Pregunta de Jesús que se repite por tres veces, como tres habían sido las veces que le había negado antes de que el gallo cantara, como Jesús mismo se lo había anunciado. Amargas habían sido las lágrimas que había derramado a causa de aquella negación. Pero Jesús ahora parece que lo único que le interesa es su amor. ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?’ Y así había sido la pregunta por tres veces también. ‘Tu sabes que te quiero, tu lo sabes todo…’ insiste Pedro una y otra vez no encontrando palabras con las que prometerle su amor. Pero Jesús parece que no está tan pendiente de la respuesta de Pedro sino de la misión que sigue confiándole. Un día le había dicho que era la piedra sobre la que fundamentaría su Iglesia y le daría las llaves del Reino de los cielos, ahora le confía su rebaño, sus ovejas, sus corderos. Ha de ser el buen pastor como Jesús, en nombre de Jesús, con la misma misión de Jesús.  Jesús sigue confiando en él.

¿Por dónde andan nuestras porfías de amor a pesar de nuestras debilidades, nuestras negaciones y nuestras caídas? Pongamos a juego todo nuestro amor, porque el amor de Dios sigue confiando en nosotros. Quizás los hombres no confiemos los unos en los otros cuando vemos debilidades y caídas – somos tan fáciles para retirar la confianza – pero la mano del Señor está siempre sobre nosotros, no nos abandona ni nos deja. La mano del Señor nos da otras oportunidades, abre quizás otros caminos insospechados para nosotros, con el amor del Señor nuestros horizontes no se cerrarán. No dejemos de confiar en el Señor y mostrarle nuestro amor que su amor no nos faltará, y siempre encontraremos caminos por donde mostrarlo.

jueves, 20 de mayo de 2021

Nos sentimos amados de Dios y ese amor crea comunión no solo con Dios sino también con todos los que creemos en Jesús y todos los que formamos una misma humanidad

 


Nos sentimos amados de Dios y ese amor crea comunión no solo con Dios sino también con todos los que creemos en Jesús y todos los que formamos una misma humanidad

Hechos de los apóstoles 22, 30; 23, 6-11; Sal 15; Juan 17, 20-26

Todo grupo humano que no se mantiene unido se autodestruye a si mismo. Humanamente es hermoso ver cómo surgen muchas veces en nuestro entorno grupos de buena voluntad que con unas metas muy concretas, con unos objetivos muy determinados se van creando y se van formando. Desde una problemática social, desde unos deseos de actuar y de participar para mejorar las cosas, con fines en principio muy altruistas o con afanes de superación en el mismo entramado social se van creando esos grupos. Pero también somos conscientes de que cuando surgen los personalismos y la búsqueda de protagonismo de algunos en la discordancia entre unos miembros y otros algunas veces esos grupos no se mantienen y fracasan.

Sea del tipo que sea cualquier grupo humano ha de saber mantener la unidad para que aun con la diferencias que pudiera haber entre unos miembros y otros y la variedad de respuestas que se puedan dar se sepan mantener unidos para alcanzar aquellos fines por los que se formaron. Creo que es una riqueza humana muy importante la promoción de estos grupos que incluso a nivel individual pueden ayudar mucho al crecimiento humano y a la maduración de su persona de sus miembros.

¿Qué decir de comunión que tendría que haber entre todos los que creemos en Jesús? Precisamente le damos el nombre de comunidad cristiana, o hablamos también del pueblo de Dios. y es lo que contemplamos hoy en el evangelio, la oracion de Jesús para que todos los que creen en El formen esa verdadera comunidad, creemos esa profunda comunión, seamos en verdad ese pueblo de Dios que camina unido. Es la oración de Jesús al Padre por los que creen en su nombre.

Y tenemos una razón profunda. No son meras razones de estrategia, es algo mucho más profundo. Y es que el modelo que Jesús nos está poniendo para esa unión es la unión que El tiene con el Padre. Ya nos había venido hablado de que teníamos que estar unidos a El como el sarmiento a la vida, porque sin El nada somos. Pero ahora nos dice que la misma unión que hay entre el Hijo y el Padre, es la unión que hemos de tener nosotros. ‘Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’. No vamos a unirnos solamente entre nosotros sino que vamos a sentirnos profundamente unidos en el Señor. ‘Que ellos sean uno en nosotros’.

Esto tiene muchas consecuencias para nuestra vida como cristianos y para la comunión que en Iglesia todos hemos de tener. Si nos sentimos uno con Dios, unidos en Jesús y en el Padre, ¿cómo es que no vamos a sentirnos unidos también con aquellos que ya están también unidos a Dios? necesariamente nuestra unión con Dios nos tiene que llevar a la comunión con los hermanos. Por ejemplo, ¿cómo podemos decir que vamos a tomar la comunión en el Cuerpo de Cristo si no estamos viviendo, si no queremos vivir esa misma comunión con los hermanos? Sería un contrasentido. Por eso en otro momento Jesús claramente nos dice que ‘si un hermano tiene quejas contra ti cuando vas a presentar tu ofrenda al altar, deja allí tu ofrenda y vete primero a reconciliarte con tu hermano’.

¿No nos dice Jesús que su principal mandamiento es el amor? Quienes se aman de verdad se sienten en comunión los unos con los otros. Y esa comunión, por así decirlo, tiene muchos nombres, porque se llama mutua aceptación y mutuo respeto, se llama valoración de los demás, se llama escucha del otro, significa mutua colaboración para caminar juntos, significa llenar el corazón de misericordia y compasión para ser comprensivo con los demás, significa sinceridad y autenticidad en la relación y en el trato, se llama tender la mano al caído para ayudar a levantarlo, significa la alegría de la fraternidad para ser capaces de cantar juntos incluso en la adversidad. En cuantas cosas podemos y tenemos que traducir el amor verdadero.

Y todo porque nos sentimos amados de Dios. Fomentemos también todo lo que sea unidad entre los que formamos una misma humanidad.

miércoles, 19 de mayo de 2021

La alegría con que vivimos nuestra fe y la comunión que tenemos entre nosotros son el mejor testimonio de la verdad del mensaje de Jesús para el mundo d


 

La alegría con que vivimos nuestra fe y la comunión que tenemos entre nosotros son el mejor testimonio de la verdad del mensaje de Jesús para el mundo de hoy

Hechos de los apóstoles 20, 28-38; Sal 67; Juan 17, 11b-19

Cuando hacemos aquello en lo que de verdad creemos nos sentimos las personas más felices del mundo; y esa alegría que sentimos al realizarlo nos provoca a que con mayor intensidad busquemos todo aquello que pueda ayudar a los demás a encontrar también esa satisfacción y esa felicidad. Cuando estamos alegres por algo buscamos el encuentro con los demás, parece que con mayor facilidad encontramos esa comunión con los otros tratando también de superar aquellas cosas que nos pudieran enfrentar o distanciar. Esa alegría vivida con intensidad puede ser un ingrediente muy importante en los esfuerzos que hacemos por sentirnos unidos los unos con los otros.

Arranca todo eso de la sinceridad de nuestra vida, de la responsabilidad con que asumimos nuestra función sea cual sea el lugar que ocupemos en la sociedad, de esa fe que tenemos en nuestros proyectos porque los vemos bien enmarcados en lo que necesitamos en la vida y en lo bueno que buscamos. Hay una verdad que es esa meta que buscamos, hay una sinceridad que nos aleja de toda doblez, falsedad, hipocresía, vanidad, mentira. Nos sentimos con una alegría interior que por nada podemos sustituir en esa sinceridad con que queremos vivir nuestra vida.

Estamos en el evangelio escuchando, como decíamos ayer, la llamada oración sacerdotal de Jesús en que pide por sus discípulos en esa hora suprema de su ofrenda al Padre. Repetidamente Jesús ha deseado que sus discípulos vivan en la alegría - que vuestra alegría sea completa, les dice -, y es que los que seguimos a Jesús tenemos todas las razones para ser las personas más felices del mundo. Creemos en lo que hacemos e intentamos vivir, siguiendo con el concepto que veníamos desarrollando, y, a pesar de las dificultades de todo tipo que podemos encontrar, sabemos de quien nos fiamos porque hemos puesto toda nuestra fe en Jesús y tenemos la seguridad de que este es el mejor camino que podemos recorrer y que en verdad haría un mundo mejor.

Es una pena que tantas veces los cristianos no demos esa imagen de alegría y felicidad en la fe que confesamos y en el plan de vida que queremos realizar. Vamos por la vida, incluso realizando nuestra vida religiosa, con cara de entierro y de luto sin esperanza y lo menos que manifestamos al mundo es la alegría de nuestra fe. Malo es el testimonio que damos con esas caras que ponemos tantas veces de afligidos cuando estamos celebrando nuestra fe o cuando estamos realizando todo lo que es nuestro compromiso como cristianos.

Por otra parte tantas veces nos rompemos porque hacemos aflorar excesivamente nuestros protagonismos que nos llevan a rupturas y enfrentamientos, a no expresar la unidad y comunión que entre nosotros los que creemos en Jesús tendría que haber. Se rompe nuestra unidad y nuestra comunión y el testimonio se convierte en contra-testimonio.

Por eso hoy vemos como Jesús pide insistentemente por sus discípulos, que siguen en el mundo enfrentándose a todos los embates, pero que también reciben de sí mismos en actitudes y posturas insolidarias y con falta de verdadera comunión. Por eso ruega Jesús que estemos unidos para que el mundo crea. ‘Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad’. Así ora Jesús al Padre por sus discípulos que quedan en el mundo, así pide por nosotros para que seamos santificados en la verdad.

martes, 18 de mayo de 2021

Conocer es tener vida y conocer a Dios nos llena de vida eterna porque nos hace nacer de nuevo que es como tener una mirada nueva a la vida, a los demás y a Dios

 


Conocer es tener vida y conocer a Dios nos llena de vida eterna porque nos hace nacer de nuevo que es como tener una mirada nueva a la vida, a los demás y a Dios

Hechos de los apóstoles 20, 17-27; Sal 67; Juan 17, 1-11a

Conocer es tener vida. El que no conoce, el ignorante tiene los ojos de la mente cerrados, le falta vida. En su ignorancia desconoce todo, está como cegado, para llegar a conocer hasta las posibilidades de su vivir. Por eso es tan importante la tarea de la educación de las personas; y la educación no es simplemente llevar la mente de alguien en una determinada dirección, sino abrir su mente, su razón para que descubra otras cosas, para que amplíe sus horizontes, para que se sacuda de la modorra de su ignorancia y encuentre un sentido para su vivir. Enseñar y educar no es imponer unos conocimientos sino ofrecer ese abanico de posibilidades que tiene en la vida y pueda encontrar ese sentido que le dé plenitud. Cuando llega a conocer llega a vivir y a encontrar lo que le dé esa plenitud a su existir.

Es lo que vino a hacer Jesús con nosotros. La presencia y las palabras de Jesús abrían horizontes; las palabras de Jesús hacen encontrarse al hombre, a la persona consigo mismo; por eso las palabras de Jesús y su presencia despertaban esperanza. Escuchando a Jesús veían que había otras posibilidades en la vida; las palabras y la vida de Jesús les hacían transcenderse a sí mismos para elevar su espíritu de lo que era la rutina de todos los días a algo más grande y espiritual, les abrían su corazón a Dios.

Empleando otros lenguajes y otros conceptos más teológicos hablamos de revelación y que Jesús es la revelación de Dios. El mismo nos lo dice: ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien se lo quiere revelar’. Por eso decimos de Jesús con el lenguaje del evangelio de Juan que Jesús es la Palabra, el Verbo de Dios que plantó su tienda entre nosotros y a quienes le recibieron, a quienes le aceptaron les dio el poder ser hijos de Dios, que no es obra de la carne o de la sangre sino que es la acción del espíritu en nosotros.

Quienes llegan a tener este conocimiento de Dios que nos revela Jesús se van a sentir transformados desde lo más hondo. Igual que decíamos que aquel que es instruido se le corren esos velos de la ignorancia que le tenían cegado y comienza un nuevo vivir, así se nos dirá en el evangelio que todo será como un nacer de nuevo. Recordamos el diálogo entre Jesús y Nicodemo al que se le habla de un nuevo nacimiento, aunque en principio en su ceguera no lo comprende, un nuevo nacimiento que será por el agua y el espíritu.

Ahora Jesús cuando llega al momento culminante de su vida, su glorificación, y va a hacer su ofrenda de amor al Padre en su entrega pascual podíamos decir que está haciendo con un resumen de lo que ha sido su vida. El es el enviado del Padre y ha venido con una misión que en estos momentos da por cumplida. Por eso hace esta oración sacerdotal – así la llamamos – al final de la cena como esa ofrenda de su amor. El ofertorio de su sacrificio, podríamos llamarlo.

‘Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste’.

‘Todo está cumplido’ dirá en la cruz, momentos antes de su muerte. Ha llevado a cabo la obra que le encomendó el Padre, dar la vida eterna. ¿Y qué es esa vida eterna? ‘Que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo’. El conocimiento de Dios nos da la vida eterna. ¿No decíamos al principio que conocer es tener vida?  Conocer a Dios nos llena de vida eterna. Y es que cuando conocemos y reconocemos al único Dios verdadero estamos entrando en el Reino de Dios, el reconocimiento de que Dios es el único Señor de nuestra vida.

Y cuando esto lo hacemos de verdad con todas sus consecuencias, qué distinta se hace nuestra vida, que distinta es en primer lugar nuestra relación con Dios, pero también qué distinta es nuestra relación con los demás; cuando lo hacemos de verdad es como tener una nueva mirada a la vida, una nueva mirada a los demás, una nueva mirada a Dios. Es otra vida. Es un nacer de nuevo, como antes decíamos.

lunes, 17 de mayo de 2021

Podremos sentirnos abandonados de los apoyos humanos, pero siempre el Señor nos dejará una señal de que con su presencia no estamos solos porque El ha vencido al mundo

 


Podremos sentirnos abandonados de los apoyos humanos, pero siempre el Señor nos dejará una señal de que con su presencia no estamos solos porque El ha vencido al mundo

Hechos de los apóstoles 19, 1-8; Sal 67; Juan 16, 29-33

Hay momentos en la vida en que parece que todo se nos viene abajo. Como una bomba que cae y deja todo destruido a su alrededor. La vida quizás nos iba marchando con normalidad, siempre tenemos nuestra luchas, pero también está la ilusión y el entusiasmo que vamos poniendo en lo vamos haciendo, los proyectos que nos planteamos, las metas a las que queremos llegar; constatamos que somos débiles y a pesar de toda la ilusión que ponemos siempre nos encontramos trabas en nosotros mismos.

Pero de repente nos sucede algo inesperado y es como si el mundo se nos viniera abajo; se van por tierra todos aquellos proyectos, aquellas metas que nos habíamos trazado; incluso quizá en nuestro fracaso sentimos un frío en nuestro derredor en las personas en las que confiábamos pero que ahora nos han dejado solos. Nos cuesta levantar cabeza, tenemos que poner mucha voluntad para seguir en la lucha y tratar de rehacer la vida, mucho le pedimos al Señor también que nos ayude pero parece que también por esa parte se hiciera un silencio que se convierte en mi doloroso.

Son experiencias de vida que podemos haber tenido, o que palpamos en gente de nuestro entorno, algún amigo con confianza quizá nos habrá hablado de sus fracasos y de sus momentos de hundimiento. ¿Nos estará hablando de esto hoy Jesús en el evangelio?

La escena sigue correspondiendo a la última cena de Jesús antes de su pasión. En la medida en que había ido transcurriendo parecía que algunos nubarrones que se cernían sobre ellos comenzaban a desaparecer. Ahora parece que los discípulos se muestran más confiados, porque realmente lo habían venido pasando mal porque no entendían muchos de los gestos de Jesús ni los anuncios que les hacía. Ahora parece que sí, que comienzan a creer, pero Jesús viene a preguntarles algo así como si están seguros.

Como una bomba Jesús les dice que ya ha llegado el momento en que ellos se van a dispersar y a dejarlo solo. Es lo que sucederá en breves momentos en Getsemaní cuando aquellos esbirros que venían con Judas al frente prenden a Jesús. Todos se dispersaron y huyeron. Dolorosa es la traición de Judas, pero será en cierto modo peor la huída de todos llenos de miedo, y la negación incluso de Pedro en el patio del pontífice.

Así será el grito angustioso de la oración de Jesús en el huerto, pero también las palabras con las que desde la cruz recitará el salmo: ‘¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?’ Pero como les está diciendo ahora Jesús estaba solo pero no estaba solo. Estaba solo porque sus discípulos más queridos y más cercanos se habían dispersado y huido llenos de miedo, pero no estaba solo porque no le faltaba la presencia del Padre, a pesar de las palabras del salmo.

La confianza de Jesús en el Padre estaba por encima de todo. Por eso terminará a la hora de su muerte ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’ como un eco de aquellas sus primeras palabras a la entrada en el mundo ‘¡Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad!’ Y es que por encima de todo estaba el amor, la entrega de Jesús.  Por eso hoy terminará diciéndonos ‘Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’.

Yo diría ahora, conforme a lo que hemos reflexionado en otros momentos, que a través de esta plantilla de los anuncios y las palabras de Jesús tratemos de mirar nuestra vida. Hablábamos al principio de esas experiencias de fracaso que muchas veces sufrimos en la vida. Muchas situaciones duras, difíciles, problemáticas a las que tenemos que enfrentarnos y en las que pasamos también por ese calvario, por esas soledades, por esa sensación de impotencia. Escuchemos las palabras de Jesús que nos hablan de las luchas que vamos tener en la vida, pero nos dice ‘tened valor: yo he vencido al mundo’. La victoria de Jesús parte de lo que es por encima de todo su ofrenda de amor y de cómo se pone en las manos del Padre.

¿No será ese el camino que al final tendremos que recorrer en nuestra vida? ¿No tendremos que saber hacer esa ofrenda de amor en esos momentos oscuros, que son de todo tipo, para que de verdad encontremos el camino de la victoria como la de Cristo? Podremos sentirnos solos de los apoyos humanos, pero siempre el Señor nos dejará una señal de que la presencia del Señor no nos deja solos y abandonados. Será turbio y doloroso el camino, lleno de amarguras y de sinsabores, con soledades amargas y con muchas lágrimas en los ojos y en el corazón, pero como Jesús sepamos ponernos en las manos del Padre y no nos sentiremos abandonados.

El final, seguramente, terminaremos dando gracias.

domingo, 16 de mayo de 2021

Desde la experiencia de Cristo resucitado nos sentimos enviados a una humanidad dolorida y rota a la que tenemos que llevar por caminos de Ascensión

 


Desde la experiencia de Cristo resucitado nos sentimos enviados a una humanidad dolorida y rota a la que tenemos que llevar por caminos de Ascensión

Hechos 1, 1-11; Sal. 46; Efesios 1, 17-23; Marcos 16, 15-20

‘Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días, hablándoles del reino de Dios’. Así nos resume san Lucas lo acontecido en el tiempo de pascua. ¿Será algo así lo que nosotros hemos vivido también en este tiempo de pascua que llega a su culminación?

Celebramos hoy la Ascensión de Jesús al cielo. Una forma de hablar, de expresarnos todo el misterio de Jesús que nosotros hemos de vivir. Como nos dirá Pedro por la resurrección de entre los muertos Dios lo había constituido Señor y Mesías. Pero necesitaban los apóstoles – necesitamos nosotros – esa experiencia pascual de encuentro vivo con Cristo resucitado para que emprendamos la tarea y la misión que se nos ha confiado, ir al todo el mundo llevando la Buena Nueva de Jesús. Pero necesitaban haber vivido intensamente esa experiencia de Cristo resucitado, el Señor que vive, como lo necesitamos nosotros también. Es lo que nos está expresando san Lucas con el texto citado. La liturgia que hemos ido viviendo también nos ha ayudado.

Siempre ha sido en la vida de la Iglesia la fiesta de la Ascensión una fiesta entrañable. Un momento que levanta y reanima nuestra esperanza, pero un momento también que nos pone en camino. Es nuestra humanidad la que en Cristo vemos glorificada a la derecha del Padre; esa humanidad nuestra en la que quiso encarnarse el Hijo de Dios para ser verdaderamente hombre y que vemos así glorificada junto a Dios. Nos abre caminos de ascensión, porque como Cristo nos había prometido en la última cena El quería que donde El estuviera estuviéramos nosotros con El. Fue a prepararnos sitio para llevarnos con El y es el camino que se inicia en la Ascensión de Jesús, nuestra propia ascensión.

Pero antes nos envía para que todos los hombres puedan conocer esa Buena Nueva. Quien escuche esa Buena Noticia y crea en ella ya se está poniendo en camino de Ascensión, porque creer en esa Buena Noticia que es Jesús para la humanidad significa ponernos en camino de algo nuevo, de algo distinto. Creer no es solo un asentimiento de palabras sino el comienzo de un nuevo camino, de una nueva vida. Creemos en la Ascensión y decimos que es la victoria de Cristo – ¡qué hermoso el salmo que con que cantamos la entrada victoriosa de Cristo en la gloria de los cielos! – porque significa la victoria de la vida sobre la muerte, la victoria del amor frente al odio, la victoria de la gracia frente a la muerte del pecado.

Con la muerte y la resurrección de Jesús estamos contemplando esa victoria, con la muerte y la resurrección de Jesús estamos viendo que es posible el amor y la verdad, la justicia y la santidad, el bien y la bondad, con la muerte y la resurrección de Jesús estamos llenando de esperanza nuestro corazón y vemos que es posible realizar ese mundo nuevo que es el Reino de Dios. Y a todo eso nos impulsa la Ascensión del Señor.

Es lo que Jesús nos ha confiado antes de su Ascensión al cielo. ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos’.

Y nos dice que a los que crean les acompañarán unos signos y cuando se fueron a predicar el evangelio ‘el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban’. ¿Cuáles eran esos signos? Nos habla de echar los demonios, hablar lenguas nuevas, no sentirse dañados ni por las serpientes ni por los venenos, de imponer las manos para sanar a los enfermos.

Es lo que tenemos que realizar. Porque nuestra tarea es vencer el mal del mundo y en hacer realidad la liberación de todas las situaciones angustiosas de la vida. Lo hacemos cuando vamos haciendo desaparecer el individualismo, el egoísmo, la injusticia, todo lo que pueda deshumanizar a la persona; lo hacemos cuando no nos dejamos envenenar por el odio y por la violencia, cuando hacemos desaparecer la agresividad, las palabras hirientes y las actitudes discriminatorias, el pesimismo y el desencanto; lo hacemos utilizando el lenguaje del amor, que suaviza nuestras relaciones, que facilita la convivencia, que busca siempre el diálogo, la armonía y la paz; lo hacemos cuando desterramos la mentira, la vanidad, el orgullo, la corrupción, la murmuración que tantos estragos hacen en las mutuas relaciones.

Son los signos del Reino de Dios que hemos de ir haciendo resplandecer y con lo que vamos logrando esa ascensión del hombre, de toda persona. Son los valores que tenemos que cultivar que nos hacen más maduros humanamente pero que también levantan nuestro espíritu buscando ideales nobles y grandes. Es el anuncio de la Buena Nueva de Jesús para la humanidad, para lograr realizar una humanidad nueva, que hoy Jesús nos está confiando.

No te quedes ahí plantado mirando al cielo, como les dicen los ángeles a los discípulos que se habían quedado extasiados y desconsolados en la subida de Jesús al cielo. Tenemos que volver a la Jerusalén de nuestra vida y tenemos que luego irnos extendiendo por todas partes porque somos unos testigos que tenemos que llevar un mensaje, somos unos testigos que tenemos que levantar a una humanidad dolorida y caída como contemplamos en nuestro entorno.

Ahí tenemos una misión que realizar, llevar a la humanidad por caminos de Ascensión; y para eso recibiremos la fuerza del Espíritu prometido por Jesús. Solo volviendo a Jerusalén, poniendo los pies sobre la tierra, podremos comenzar a levantar el vuelo de nuestra ascensión y de la ascensión de nuestro mundo.