Invoquemos
al Espíritu que nos dé la valentía de los apóstoles para salir a la plaza
pública de nuestro mundo a anunciar el nombre de Jesús como el único y
verdadero salvador
Hechos de los apóstoles 28, 16-20. 30-31;
Sal 10; Juan 21, 20-25
‘Tú, sígueme’, es la respuesta que le da Jesús a Pedro ante sus
preguntas por lo que había de suceder al discípulo amado de Jesús.
Algunas veces nos sucede que andamos
más preocupados por saber lo que le puede pasar a los otros que por la
respuesta que en el día a día tenemos que dar nosotros con nuestra propia vida
o con el desarrollo de nuestras responsabilidades. No es que nos aislemos de
los demás, pero tampoco tenemos que meternos en lo que son decisiones
personales de los otros o la respuesta que han de dar a la vocación de su vida,
como nosotros tenemos que responder a nuestra propia vocación, a la función
nuestra personal que hemos de desarrollar en el mundo en que vivimos.
Recordamos que los momentos anteriores
en el episodio del evangelio que estamos comentando fue aquella triple protesta
de amor de Pedro por Jesús ante las preguntas que Jesús le hacía. Le confiaba
una misión, pero de alguna manera le anunciaba lo que le iba a costar la
respuesta que Pedro habría de dar. Como comenta el evangelista de alguna manera
estaba haciendo referencia a la muerte con que iba a morir. Siente quizás Pedro
la emoción de su amor por el Maestro, por la misión que Jesús seguía confiándole
y de alguna manera su corazón podía llenarse también de incertidumbre ante lo
que Jesús le anunciaba.
Algunas veces cuando se nos confía una misión
que nos parece que pudiera superar nuestras capacidades, aunque contentos con
la misión que se nos confía la responsabilidad pudiera hacer que afloren
ciertos miedos ante si seremos capaces de cumplir con aquella misión que se nos
ha encomendado. Como creyentes seremos capaces de ver la mano de Dios en
aquello que nos sucede o en aquellas tareas que hemos de desempeñar y en consecuencia
hemos de actuar con la confianza de que no nos veremos solos ni sin fuerzas
porque el Espíritu del Señor nos acompaña y fortalece.
Nos es necesaria esa disponibilidad por
nuestra parte para seguir el camino, para emprender la tarea, para poner toda
nuestra confianza en el Señor. ‘Tú sígueme’, le decía Jesús a Pedro en
aquella ocasión. Es lo que tenemos que sentir en el corazón, esa invitación del
Señor a seguirle, a seguirle con confianza, a seguirle con responsabilidad, a
seguirle poniéndonos en sus manos porque es su Espíritu quien nos va a
sostener.
‘Tú sígueme’, nos dice Jesús. Como cristianos que vivimos una fe
comprometida tenemos que saber descubrir esos nuevos campos que se abren ante
nosotros. Comprometidos con nuestra fe y comprometidos por llevar el anuncio
del evangelio hasta los últimos rincones tenemos que abrirnos a todas esas
nuevas posibilidades de trabajos, de tareas que podríamos realizar. Amplio es
el campo, abundante es la mies, pero los obreros son pocos por los miedos con
que andamos en la vida.
Y es que nuestra tarea y nuestra misión
es llegar más allá, no nos podemos quedar en lo de siempre ni en los de
siempre. Tenemos que darnos cuenta de ese mundo sediento de algo que nos rodea
aunque muchas veces no sepa bien lo que busca, pero ahí está nuestra misión de
presentar a Jesús, de presentar el evangelio, de dar testimonio siendo
verdaderos testigos, de anunciar al mundo que es posible una esperanza porque
hay una salvación que puede llegar a todos. Y esa es nuestra tarea.
Recordemos las palabras de Jesús en el
momento de su Ascensión al cielo que envía a sus discípulos por todo el mundo.
Les ha pedido que se queden en Jerusalén hasta que reciban la promesa del Padre
y llenos de su Espíritu se lancen luego por todo el mundo como testigos del
evangelio. En esta víspera de Pentecostés invocamos al Espíritu de Jesús para
que venga sobre nosotros y nos llenemos de la misma valentía que los apóstoles
en Pentecostés para salir a la plaza pública de nuestro mundo a anunciar el
nombre de Jesús como el único y verdadero salvador.