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miércoles, 19 de mayo de 2021

La alegría con que vivimos nuestra fe y la comunión que tenemos entre nosotros son el mejor testimonio de la verdad del mensaje de Jesús para el mundo d


 

La alegría con que vivimos nuestra fe y la comunión que tenemos entre nosotros son el mejor testimonio de la verdad del mensaje de Jesús para el mundo de hoy

Hechos de los apóstoles 20, 28-38; Sal 67; Juan 17, 11b-19

Cuando hacemos aquello en lo que de verdad creemos nos sentimos las personas más felices del mundo; y esa alegría que sentimos al realizarlo nos provoca a que con mayor intensidad busquemos todo aquello que pueda ayudar a los demás a encontrar también esa satisfacción y esa felicidad. Cuando estamos alegres por algo buscamos el encuentro con los demás, parece que con mayor facilidad encontramos esa comunión con los otros tratando también de superar aquellas cosas que nos pudieran enfrentar o distanciar. Esa alegría vivida con intensidad puede ser un ingrediente muy importante en los esfuerzos que hacemos por sentirnos unidos los unos con los otros.

Arranca todo eso de la sinceridad de nuestra vida, de la responsabilidad con que asumimos nuestra función sea cual sea el lugar que ocupemos en la sociedad, de esa fe que tenemos en nuestros proyectos porque los vemos bien enmarcados en lo que necesitamos en la vida y en lo bueno que buscamos. Hay una verdad que es esa meta que buscamos, hay una sinceridad que nos aleja de toda doblez, falsedad, hipocresía, vanidad, mentira. Nos sentimos con una alegría interior que por nada podemos sustituir en esa sinceridad con que queremos vivir nuestra vida.

Estamos en el evangelio escuchando, como decíamos ayer, la llamada oración sacerdotal de Jesús en que pide por sus discípulos en esa hora suprema de su ofrenda al Padre. Repetidamente Jesús ha deseado que sus discípulos vivan en la alegría - que vuestra alegría sea completa, les dice -, y es que los que seguimos a Jesús tenemos todas las razones para ser las personas más felices del mundo. Creemos en lo que hacemos e intentamos vivir, siguiendo con el concepto que veníamos desarrollando, y, a pesar de las dificultades de todo tipo que podemos encontrar, sabemos de quien nos fiamos porque hemos puesto toda nuestra fe en Jesús y tenemos la seguridad de que este es el mejor camino que podemos recorrer y que en verdad haría un mundo mejor.

Es una pena que tantas veces los cristianos no demos esa imagen de alegría y felicidad en la fe que confesamos y en el plan de vida que queremos realizar. Vamos por la vida, incluso realizando nuestra vida religiosa, con cara de entierro y de luto sin esperanza y lo menos que manifestamos al mundo es la alegría de nuestra fe. Malo es el testimonio que damos con esas caras que ponemos tantas veces de afligidos cuando estamos celebrando nuestra fe o cuando estamos realizando todo lo que es nuestro compromiso como cristianos.

Por otra parte tantas veces nos rompemos porque hacemos aflorar excesivamente nuestros protagonismos que nos llevan a rupturas y enfrentamientos, a no expresar la unidad y comunión que entre nosotros los que creemos en Jesús tendría que haber. Se rompe nuestra unidad y nuestra comunión y el testimonio se convierte en contra-testimonio.

Por eso hoy vemos como Jesús pide insistentemente por sus discípulos, que siguen en el mundo enfrentándose a todos los embates, pero que también reciben de sí mismos en actitudes y posturas insolidarias y con falta de verdadera comunión. Por eso ruega Jesús que estemos unidos para que el mundo crea. ‘Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad’. Así ora Jesús al Padre por sus discípulos que quedan en el mundo, así pide por nosotros para que seamos santificados en la verdad.

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