Podremos
sentirnos abandonados de los apoyos humanos, pero siempre el Señor nos dejará
una señal de que con su presencia no estamos solos porque El ha vencido al
mundo
Hechos de los apóstoles 19, 1-8; Sal 67;
Juan 16, 29-33
Hay momentos en la vida en que parece
que todo se nos viene abajo. Como una bomba que cae y deja todo destruido a su
alrededor. La vida quizás nos iba marchando con normalidad, siempre tenemos
nuestra luchas, pero también está la ilusión y el entusiasmo que vamos poniendo
en lo vamos haciendo, los proyectos que nos planteamos, las metas a las que
queremos llegar; constatamos que somos débiles y a pesar de toda la ilusión que
ponemos siempre nos encontramos trabas en nosotros mismos.
Pero de repente nos sucede algo
inesperado y es como si el mundo se nos viniera abajo; se van por tierra todos
aquellos proyectos, aquellas metas que nos habíamos trazado; incluso quizá en
nuestro fracaso sentimos un frío en nuestro derredor en las personas en las que
confiábamos pero que ahora nos han dejado solos. Nos cuesta levantar cabeza,
tenemos que poner mucha voluntad para seguir en la lucha y tratar de rehacer la
vida, mucho le pedimos al Señor también que nos ayude pero parece que también
por esa parte se hiciera un silencio que se convierte en mi doloroso.
Son experiencias de vida que podemos
haber tenido, o que palpamos en gente de nuestro entorno, algún amigo con
confianza quizá nos habrá hablado de sus fracasos y de sus momentos de
hundimiento. ¿Nos estará hablando de esto hoy Jesús en el evangelio?
La escena sigue correspondiendo a la última
cena de Jesús antes de su pasión. En la medida en que había ido transcurriendo
parecía que algunos nubarrones que se cernían sobre ellos comenzaban a
desaparecer. Ahora parece que los discípulos se muestran más confiados, porque
realmente lo habían venido pasando mal porque no entendían muchos de los gestos
de Jesús ni los anuncios que les hacía. Ahora parece que sí, que comienzan a
creer, pero Jesús viene a preguntarles algo así como si están seguros.
Como una bomba Jesús les dice que ya ha
llegado el momento en que ellos se van a dispersar y a dejarlo solo. Es lo que
sucederá en breves momentos en Getsemaní cuando aquellos esbirros que venían
con Judas al frente prenden a Jesús. Todos se dispersaron y huyeron. Dolorosa
es la traición de Judas, pero será en cierto modo peor la huída de todos llenos
de miedo, y la negación incluso de Pedro en el patio del pontífice.
Así será el grito angustioso de la
oración de Jesús en el huerto, pero también las palabras con las que desde la
cruz recitará el salmo: ‘¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?’ Pero
como les está diciendo ahora Jesús estaba solo pero no estaba solo. Estaba solo
porque sus discípulos más queridos y más cercanos se habían dispersado y huido
llenos de miedo, pero no estaba solo porque no le faltaba la presencia del
Padre, a pesar de las palabras del salmo.
La confianza de Jesús en el
Padre estaba por encima de todo. Por eso terminará a la hora de su muerte ‘Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu’ como un eco de aquellas sus primeras
palabras a la entrada en el mundo ‘¡Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu
voluntad!’ Y es que por encima de todo estaba el amor, la entrega de
Jesús. Por eso hoy terminará diciéndonos
‘Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo
tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’.
Yo diría ahora, conforme a lo
que hemos reflexionado en otros momentos, que a través de esta plantilla de los
anuncios y las palabras de Jesús tratemos de mirar nuestra vida. Hablábamos al
principio de esas experiencias de fracaso que muchas veces sufrimos en la vida.
Muchas situaciones duras, difíciles, problemáticas a las que tenemos que
enfrentarnos y en las que pasamos también por ese calvario, por esas soledades,
por esa sensación de impotencia. Escuchemos las palabras de Jesús que nos
hablan de las luchas que vamos tener en la vida, pero nos dice ‘tened valor:
yo he vencido al mundo’. La victoria de Jesús parte de lo que es por encima
de todo su ofrenda de amor y de cómo se pone en las manos del Padre.
¿No será ese el camino que al
final tendremos que recorrer en nuestra vida? ¿No tendremos que saber hacer esa
ofrenda de amor en esos momentos oscuros, que son de todo tipo, para que de
verdad encontremos el camino de la victoria como la de Cristo? Podremos
sentirnos solos de los apoyos humanos, pero siempre el Señor nos dejará una
señal de que la presencia del Señor no nos deja solos y abandonados. Será
turbio y doloroso el camino, lleno de amarguras y de sinsabores, con soledades
amargas y con muchas lágrimas en los ojos y en el corazón, pero como Jesús
sepamos ponernos en las manos del Padre y no nos sentiremos abandonados.
El final, seguramente, terminaremos
dando gracias.
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