Conocer
es tener vida y conocer a Dios nos llena de vida eterna porque nos hace nacer
de nuevo que es como tener una mirada nueva a la vida, a los demás y a Dios
Hechos de los apóstoles 20, 17-27; Sal 67;
Juan 17, 1-11a
Conocer es tener vida. El que no conoce,
el ignorante tiene los ojos de la mente cerrados, le falta vida. En su
ignorancia desconoce todo, está como cegado, para llegar a conocer hasta las
posibilidades de su vivir. Por eso es tan importante la tarea de la educación
de las personas; y la educación no es simplemente llevar la mente de alguien en
una determinada dirección, sino abrir su mente, su razón para que descubra
otras cosas, para que amplíe sus horizontes, para que se sacuda de la modorra
de su ignorancia y encuentre un sentido para su vivir. Enseñar y educar no es
imponer unos conocimientos sino ofrecer ese abanico de posibilidades que tiene
en la vida y pueda encontrar ese sentido que le dé plenitud. Cuando llega a
conocer llega a vivir y a encontrar lo que le dé esa plenitud a su existir.
Es lo que vino a hacer Jesús con
nosotros. La presencia y las palabras de Jesús abrían horizontes; las palabras
de Jesús hacen encontrarse al hombre, a la persona consigo mismo; por eso las
palabras de Jesús y su presencia despertaban esperanza. Escuchando a Jesús
veían que había otras posibilidades en la vida; las palabras y la vida de Jesús
les hacían transcenderse a sí mismos para elevar su espíritu de lo que era la
rutina de todos los días a algo más grande y espiritual, les abrían su corazón
a Dios.
Empleando otros lenguajes y otros
conceptos más teológicos hablamos de revelación y que Jesús es la revelación de
Dios. El mismo nos lo dice: ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a
quien se lo quiere revelar’. Por eso decimos de Jesús con el lenguaje del
evangelio de Juan que Jesús es la Palabra, el Verbo de Dios que plantó su
tienda entre nosotros y a quienes le recibieron, a quienes le aceptaron les dio
el poder ser hijos de Dios, que no es obra de la carne o de la sangre sino que
es la acción del espíritu en nosotros.
Quienes llegan a tener este
conocimiento de Dios que nos revela Jesús se van a sentir transformados desde
lo más hondo. Igual que decíamos que aquel que es instruido se le corren esos
velos de la ignorancia que le tenían cegado y comienza un nuevo vivir, así se
nos dirá en el evangelio que todo será como un nacer de nuevo. Recordamos el
diálogo entre Jesús y Nicodemo al que se le habla de un nuevo nacimiento,
aunque en principio en su ceguera no lo comprende, un nuevo nacimiento que será
por el agua y el espíritu.
Ahora Jesús cuando llega al momento
culminante de su vida, su glorificación, y va a hacer su ofrenda de amor al
Padre en su entrega pascual podíamos decir que está haciendo con un resumen de
lo que ha sido su vida. El es el enviado del Padre y ha venido con una misión
que en estos momentos da por cumplida. Por eso hace esta oración sacerdotal – así
la llamamos – al final de la cena como esa ofrenda de su amor. El ofertorio de
su sacrificio, podríamos llamarlo.
‘Padre, ha llegado la hora,
glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú
le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado.
Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado,
Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que
me encomendaste’.
‘Todo está cumplido’ dirá en la cruz, momentos antes de su muerte. Ha
llevado a cabo la obra que le encomendó el Padre, dar la vida eterna. ¿Y qué es
esa vida eterna? ‘Que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu
enviado, Jesucristo’. El conocimiento de Dios nos da la vida eterna. ¿No decíamos
al principio que conocer es tener vida?
Conocer a Dios nos llena de vida eterna. Y es que cuando conocemos y reconocemos
al único Dios verdadero estamos entrando en el Reino de Dios, el reconocimiento
de que Dios es el único Señor de nuestra vida.
Y cuando esto lo hacemos de verdad con
todas sus consecuencias, qué distinta se hace nuestra vida, que distinta es en
primer lugar nuestra relación con Dios, pero también qué distinta es nuestra
relación con los demás; cuando lo hacemos de verdad es como tener una nueva
mirada a la vida, una nueva mirada a los demás, una nueva mirada a Dios. Es
otra vida. Es un nacer de nuevo, como antes decíamos.
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