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sábado, 3 de octubre de 2015

Que nos llenemos de la alegría del Espíritu porque sepamos tener un corazón puro, humilde y sencillo para abrirnos a Dios y a los demás

Que nos llenemos de la alegría del Espíritu porque sepamos tener un corazón puro, humilde y sencillo para abrirnos a Dios y a los demás

Baruc 4, 5-12. 27-29; Sal 68; Lucas, 10, 17-24
A todos nos gusta la alegría; queremos estar contentos, queremos ver la gente a nuestro lado llena de alegría, ansiamos y deseamos ser felices y eso lo expresamos en la alegría de nuestros ojos y en múltiples expresiones y signos exteriores. No todos lo viven y expresan de igual manera. Como también sabemos que podemos expresar signos exteriores de alegría, pero sin embargo no la haya en nuestro interior, o que la busquemos en sucedáneos y no en aquello que nos dé una alegría honda profunda, que nos conduzca por verdaderos caminos de felicidad. Podemos tener incluso actitudes egoístas en la manifestación de nuestra alegría porque solo la busquemos para nosotros no importándonos las tristezas o las amarguras que pudiera haber en nuestro entorno.
¿Dónde buscamos y podemos encontrar esa verdadera alegría? Para comenzar decir que tiene que nacer de lo más hondo de nosotros buscando satisfacciones profundas que de verdad llenen nuestro espíritu. No nos podemos quedar en una alegría superficial, cuando dentro de nosotros no reina la paz, prevalecen los malos sentimientos, nos encerramos en nosotros mismos, no sabemos apreciar lo bueno y lo bello que hay en la misma vida que vivimos y también alrededor nuestro.
Qué satisfacción más grande sentimos tras el deber cumplido, tras el desarrollo pleno de nuestras responsabilidades; qué gozo sentimos cuando somos capaces de superar retos y obstáculos; qué alegría también cuando vemos que podemos poner nuestro granito de arena para hacer felices a los demás. Una verdadera alegría nunca nos aísla de los demás, nos llevará al compartir nuestra alegría para contagiarla a los demás y para que los demás vivan también en nuestra alegría.
Muchas cosas podríamos seguir reflexionando en torno a ello. He querido comenzar por estas breves pinceladas para introducirnos en el texto del evangelio de hoy. Se nos habla en él de la alegría. Por una parte nos habla de la alegría y satisfacción interior con que volvieron los apóstoles y discípulos después de cumplir con la misión encomendada por Jesús. ‘Los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre’. Habían podido realizar la obra que Jesús les había encomendado de anunciar el Reino y habían visto como se realizaban las señales anunciadas por Jesús. La Palabra que anunciaban en nombre de Jesús era una Palabra de salvación con la que se iba liberando - salvando - del mal a quienes la escuchaban y acogían en su corazón. Y Jesús les dice que estén contentos porque sus nombres están inscritos en el libro de la vida.
Pero a continuación el evangelio nos habla de la alegría de Jesús. ‘Lleno de la alegría del Espíritu Santo’, nos dice el evangelista. No es una alegría cualquiera, es la alegría del Espíritu. Dios se nos revela, y se revela de manera especial a los pequeños y a los sencillos. Los de corazón humilde saben abrirse a Dios, escuchar a Dios. Los de corazón puro podrán conocer y contemplar el misterio de Dios. El llamará dichosos a los pobres, a los pequeños, a los de corazón humilde y sencillo,  a los puros de corazón, para ellos es el Reino de Dios, a ellos se les manifiesta Dios, podrán contemplar a Dios. Recordemos las bienaventuranzas. Y si en las bienaventuranzas los llamará dichosos, felices, es la felicidad y la alegría que Jesús siente ahora en su corazón.
Que encontremos nosotros el camino de esa verdadera alegría porque así vayamos viviendo en la vida con un corazón puro, humilde, sencillo. Podremos saborear de verdad las cosas bellas; podremos llenarnos de Dios; podremos sentir verdadera paz en nuestro corazón; aprenderemos a abrirnos a Dios pero a abrirnos necesariamente también a los demás; trabajaremos así porque reine la verdadera alegría en nuestro mundo.


viernes, 2 de octubre de 2015

Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de la custodia y de la intercesión del santo Ángel de la Guarda

Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de la custodia y de la intercesión del santo Ángel de la Guarda

Baruc 1,15-22; Sal 78; Mateo 18, 1-5- 10
Hace unos días celebrábamos la festividad de los santos arcángeles san Miguel, san Gabriel y san Rafael. Entonces reflexionábamos sobre la gloria que en el cielo cantan a Dios los ángeles y arcángeles y todos los coros celestiales, considerando también la misión que habían tenido en la historia de la salvación, misión que siguen teniendo en medio de la Iglesia.
Pero la liturgia hoy nos recuerda y nos presenta a nuestra consideración la figura de los santos Ángeles Custodios. Ese ángel de Dios que está a nuestro lado acompañándonos en el camino de la vida para hacernos llegar esa inspiración del Señor, esa fuerza del Espíritu divino que nos preserva del mal y nos conduce por el camino del bien.
Si en otra época ya nos enseñaban desde pequeños aquellas oraciones que quizá nos parezcan muy infantiles en los que recordábamos esos Ángeles que nos acompañan en nuestra vida, hoy quizá es algo que tenemos muy olvidado. Pero la presencia de los ángeles del Señor está ahí a nuestro lado; cuántas veces frente al mal y la tentación que nos acecha, sentimos al mismo tiempo una fuerza interior que nos hace repeler ese mal y buscar la manera de alejarnos de la tentación; pensemos en ese ángel del Señor que nos cuida, nos protege, está a nuestro lado, nos hace sentir esa presencia y esa fuerza del Espíritu del Señor.
Y lo mismo tendríamos que decir de esa inspiración y fuerza interior que nos lleva a hacer el bien, en un momento determinado a sentir el animo para hasta olvidarnos de nosotros mismos para hacer lo bueno, para el compartir con el otro, o en nuestra lucha por la justicia y por la verdad. Reconozcamos esa presencia del ángel del Señor, del Ángel Custodio o Ángel de la Guarda, como solemos llamarlo.
San Basilio nos decía: ‘Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida’. Y en este sentido el catecismo nos enseña: ‘Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión’.
Que sepamos en verdad sentir su presencia y su protección y que nos dejemos conducir por sus divinas inspiraciones para que caminemos siempre por el camino del bien.
Hoy Jesús en el evangelio que nos ofrece la liturgia en este día nos ha hablado de ser como niños para entrar en el reino de los cielos, pero nos hablado también de cómo hemos de acoger a los niños y a los pequeños. Es un tema que nos ha servido muchas veces de reflexión y aunque ahora no profundicemos en ello, sin embargo sabemos muy bien que es algo que tenemos que tener siempre presente en nuestro actuar. Pero quería fijarme en las últimas palabras, que son el motivo por el que se nos ofrezcan en este día de los Ángeles Custodios.
‘Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial’. Una referencia clara a nuestro santo Ángel Custodio que está siempre viendo en el cielo el rostro del Padre celestial. Esa presencia de nuestro ángel ante el trono de Dios nos hacer sentirnos también nosotros en esa presencia del Señor. Nos lo recuerda el ángel del Señor y nos ha de hacer vivir siempre en esa presencia de Dios; nosotros en la presencia de Dios y Dios siempre presente en nuestra vida. Sus santos Ángeles nos hacen llegar la fuerza y la gracia divina para vivir esa presencia de Dios.

jueves, 1 de octubre de 2015

Ponerse en camino no es quedarnos resguardados en el calor de nuestra casa, sino salir a la intemperie, abrirse a nuevos horizontes

Ponerse en camino no es quedarnos resguardados en el calor de nuestra casa, sino salir a la intemperie, abrirse a nuevos horizontes

Nehemías 8, 1-4ª. 5-6. 7b-12; Sal 18; Lucas 10, 1-12

‘Designó otros setenta y dos discípulos y los envió por delante… a los lugares y sitios donde pensaba ir él… y les decía: Poneos en camino…’
Los envía y los envía a sitios y lugares distintos; no donde siempre se había ido, no donde ya lo conocían. Es significativo este detalle porque nos está diciendo cómo no podemos quedarnos en lo mismo ni en los mismos; es nuestra tentación, con aquello de que queremos dejar bien fortalecida la obra encomendada nos quedamos en lo mismo y nos quedamos con los mismos. Y el corazón del apóstol es un corazón inquieto que siempre busca más, busca lugares nuevos, de la misma manera que sabe que muchos otros que no han recibido la Buena Noticia y a los que tenemos que llegar.
Ponerse en camino no es quedarnos resguardados en el calor de nuestra casa, sino salir a la intemperie, abrirse a otros horizontes, enfrentarse quizá a otros problemas, ir al encuentro de otras personas, descubrir otras necesidades, salir a ese mundo real que quizá muchas veces estando cercano a nosotros quizá desconocemos. Ponerse en camino es ir tendiendo puentes a otros mundos, a otras personas; es romper barreras y fronteras para ir a lo que está más allá y quizá nos pueda resultar desconocido. Sin temores ni miedos porque vamos con la misión de Jesús y la fuerza de su Espíritu.
Dichosos los pies de los evangelizadores de la paz; dichosos los misioneros y los apóstoles que se arriesgan a ponerse en camino para llevar ese anuncio de la paz. Algunas veces parece que lo olvidamos reposando tranquilamente a la sombra de nuestro campanario, a la sombra de ese mundo en el que nos hemos acostumbrado a vivir plácidamente y terminamos que ya ni nos preocupamos de hacer de verdad ese anuncio a los que están cercanos a nosotros. Dichosos hemos de sentirnos porque aun hay misioneros, apóstoles que se arriesgan, que se lanzan por el mundo con ese encargo de Jesús. Han de ser para nosotros un despertador de nuestras conciencias.
El mundo nos necesita porque no tiene esa paz. Cuántos conflictos y guerras y no son solo esas guerras que parece que son las únicas que merecen unos titulares en los medios de comunicación, sino que son esas otras batallas y enfrentamientos que cada día afloran en nuestras mutuas relaciones cuando no nos respetamos ni aceptamos, cuando nos dejamos arrastrar por esos orgullos y desavenencias, cuando aun no hemos hecho desaparecer del todo la insolidaridad de nuestro corazón.
Es el mensaje que nos he encargado Jesús que llevemos a los demás cuando nos ha puesto en camino. Salgamos valientes, presurosos, decididos, con generosidad en el corazón a llevar ese anuncio de paz saltando barreras y fronteras para ser capaces de llegar también a esos que están más allá, en los que nunca hemos pensado o en los que nunca nos hemos fijado. Es la fuerza del Espíritu la que nos tiene que guiar.


miércoles, 30 de septiembre de 2015

Escuchando la llamada del Señor entramos en un nuevo espacio de libertad para seguirle con prontitud y radicalidad

Escuchando la llamada del Señor entramos en un nuevo espacio de libertad para seguirle con prontitud y radicalidad

Nehemías 2,1-8; Sal 136; Lucas 9,57-62

‘Maestro, te seguiré adonde vayas’ le dijo uno que quería seguir a Jesús. ¿Con que disposición seguimos a Jesús? ¿Es solamente cosa de un momento de fervor o de entusiasmo? ¿Será la reacción a una situación de fracaso en otras cosas por las que hemos pasado y ahí en la religión o en las cosas religiosas buscamos como un refugio que nos proteja?
Muchas veces oímos decir que aquel se quiso hacer o aquella chica se metió de religiosa porque tuvo un desengaño amoroso y tras esos fracasos de la vida la salida mejor, o el mejor refugio era hacerse cura o irse de monja. Reconocemos que son cosas que hemos oído más de una vez. ¿Sólo desde ahí podemos encontrar una motivación para una decisión tan importante de la vida?
Es cierto que la voz de Dios la podemos oír en circunstancias bien diversas; el Señor nos habla allá en lo secreto del corazón o nos manifiesta  sus designios a través de acontecimientos de la vida. Y ya cuando estamos diciendo esto estamos partiendo no solo de una cuestión solo de mi propia voluntad, sino de descubrir lo que son los designios de Dios. En el fondo tenemos que decir que nuestras decisiones no terminarán de tener el verdadero fundamento si no consideramos lo que es una llamada de Dios, lo que es la voluntad del Señor.
Seguir a Jesús no es cuestión de respuesta a momentos emotivos, sino que tenemos que arrancar de algo mucho más profundo. Cuando hablamos de vocación, como ya la misma palabra nos está indicando, estamos hablando de una llamada, es la llamada de Dios. Una llamada de Dios que en nosotros ha de encontrar unas especiales disposiciones, porque será necesaria una generosidad de corazón, una disponibilidad de la vida, un ser capaz de vaciarte de ti mismo y de tus voluntarismos para descubrir lo que es la voluntad del Señor.
Por ese camino van las respuestas que el Señor va dando a aquellos que quieren seguirle o a los que va haciendo su llamada. Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza le dice Jesús a aquel que primero se había ofrecido generosamente para seguirle. No podemos ir buscando un refugio, unas seguridades humanas. ‘El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza’, le dice. Estaremos dispuestos a seguir a Jesús así con esa pobreza y esa disponibilidad. Recordemos cuando Jesús hace el envío de los discípulos que los envía en la pobreza, sin dinero en la faja, con una sola túnica y un par de sandalias, y solamente el bastón para caminar.
La vida pasada, lo que yo era, pensaba o tenía lo es lo que ahora tiene que prevalecer. Por eso es emprender un nuevo camino desprendiéndome de todo; en este caso Jesús dice que hasta de su familia, porque ‘el que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios’. Es situarnos en un espacio nuevo de libertad donde el corazón no puede estar apegado a nada.
Quien nos guía es el Espíritu del Señor y son los valores del evangelio y los valores del Reino los que ahora van a predominar en mi vida. Por el Reino de Dios nos vamos a poner del lado de los pobres, de los que sufren, de los que son perseguidos o no tenidos en cuenta; por el Reino de Dios entramos en nuevo camino de justicia y de solidaridad; por el Reino de Dios trabajar por la paz y la justicia será nuestra bandera.
Y cuando optamos por esos valores, cuando tenemos esos principios actuamos con la libertad de Dios en nuestro corazón; nuestro corazón tendrá que en verdad vacío de muchos apegos; y la decisión con que emprendemos ese nuevo camino no es solo cuestión de voluntarismo, sino de sentir la llamada del Señor y dejarnos conducir por su Espíritu.

martes, 29 de septiembre de 2015

En la fiesta de los santos Arcángeles nos unimos a los coros celestiales para cantar la gloria y la santidad del Señor

En la fiesta de los santos Arcángeles nos unimos a los coros celestiales para cantar la gloria y la santidad del Señor

Daniel 7,9-10.13-14; Sal 137; Juan 1,47-51

‘Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor’, es el responsorio o antífona que nos ofrece la liturgia con el salmo para alabar y bendecir al Señor en esta fiesta de los santos Arcángeles que hoy celebramos. Comúnmente por tradición decimos que hoy es el día de san Miguel, puesto que los otros arcángeles tenían otro día para su fiesta, pero la reforma litúrgica unió su celebración en un único día. Por eso hoy celebramos a san Miguel, san Rafael y san Gabriel.
Los ángeles y los arcángeles cantan la gloria del Señor. Así lo expresamos en la liturgia y al comenzar la celebración de la Eucaristía, en el prefacio de la plegaria eucarística, nos unimos a los coros de los ángeles y arcángeles para cantar la gloria y la santidad del Señor. Dentro de unos días la liturgia nos ofrecerá la memoria de los santos Ángeles Custodios, esos Ángeles que están a nuestro lado para traernos la inspiración del Señor en ese camino de santidad que habríamos de recorrer.
Hoy son los santos arcángeles recordando de manera especial aquellos que en la aparecen con una misión muy especial y concreta en el desarrollo de la historia de la salvación. Mensajeros de Dios nos ayudan a descubrir el misterio de Dios y nos manifiestan lo que es la gloria del Señor. Es el ángel del Señor que anuncia el momento culminante de la salvación con la aparición del Arcángel Gabriel primero a Zacarías para el nacimiento del Bautista que había de preparar los caminos del Señor y luego a María que manifestaba así la efusión del Espíritu Santo para que de ella naciera el Hijo del Altísimo, nuestro Salvador.
Será el arcángel también que como mensajero divino viene a acompañar el camino de Tobías que será camino de salud y de vida para aquel hogar de hombres piadosos del Señor; es la misión del Arcángel Rafael. O será la manifestación del poder del Señor frente al mal que nos recuerda siempre la fortaleza del Señor en medio de nuestras adversidades y peligros para sentir así la gracia que nos haga mantenernos en fidelidad a Dios; el arcángel Miguel es el signo que nos manifiesta la presencia del Señor que nos llena de fortaleza.
El camino del creyente, el camino del cristiano ha de ser siempre un camino de fidelidad; muchas veces los caminos de la vida se nos oscurecen pero Dios nos hace sentir su luz y su presencia; es el Señor el que mueve nuestros corazones y nos fortalece con su gracia. Los ángeles del Señor nos hacen sentir esa presencia de Dios, inspiran nuestro corazón, nos hacen llegar ese mensaje divino que nos está manifestando siempre lo que es el amor eterno de Dios.
Que así vivamos y sintamos su presencia junto a nosotros; no como unos talismanes milagrosos que misteriosamente nos lo resuelvan todo, sino que nos ayuden a descubrir y sentir esa presencia de Dios, ese amor eterno que Dios nos tiene. Son espíritus puros que están junto a Dios y nos acompañan en el camino de la vida; muchas personas tienen una confusión grande con el misterio de los ángeles como si fueran espíritus que actúan por si mismos y que no nos manifestaran esa presencia y gracia del Señor. Hemos de verlos en todo su sentido. y pensemos que son siempre esos mensajeros de Dios que nos alcanzan esa gracia y fortaleza del Señor que es quien nos cura y nos salva, quien nos perdona y nos llena de la gracia divina que nos hace a nosotros también hijos de Dios.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Hazte pequeño que cuando hay verdadero amor en tu corazón limpio de toda malicia y orgullo serás verdadera grande

Hazte pequeño que cuando hay verdadero amor en tu corazón limpio de toda malicia y orgullo serás verdadera grande

Zacarías 8,1-8; Sal 101; Lucas 9,46-50

Quién es más… desde chiquillos estaban ya presentes esas luchas; quién es más alto, quien es más fuerte, quien llega más lejos, quien es más, en una palabra, importante. Como se preguntan hoy en el texto del evangelio en el grupo de los discípulos, quién es el más importante.
Y ya sabemos que cuando andamos con esas apetencias surgen las luchas, surgen las zancadillas, surgen los orgullos mal digeridos, surge el descontento y la división. Pasa en todas partes; nos pasa a todos los seres humanos en nuestros mutuos encuentros y relaciones; surgen las luchas políticas o los enfrentamientos en lo social. Al final terminamos yendo cada uno por nuestro lado encerrados en nuestro yo, en nuestro orgullo, en nuestro amor propio y terminamos pisoteándonos, porque no hemos terminado de respetarnos y de valorarnos en lo que cada uno es por sí mismo como persona.
Cuántas luchas y enfrentamientos, cuántos pisotones que nos damos unos a otros, cuántos proyectos que se anulan y vienen abajo como castillos de naipes, cuanta destrucción vamos creando en nuestro entorno con nuestras guerrillas, nuestras desconfianzas y recelos, nuestras apetencias por figurar y estar por encima, nuestras envidias que no solo destruyen el entramado social que nos rodea sino que nos destruyen a nosotros mismos.
Jesús que conocía bien cual es la debilidad del corazón humano no quiere que esto sucede entre los que le siguen, ni sea el estilo de la nueva comunidad. En los discípulos permanecen esas apetencias del corazón, pero Jesús estará continuamente al quite para enseñarles, para hacerles comprender, para que aprendan a llenar sus corazones de humildad y de generosidad. Humildad para reconocer donde están los verdaderos valores, para reconocer nuestras limitaciones, y humildad y generosidad para ser capaces de ponernos siempre disponibles desde lo que somos al servicio de los demás y al bien de la comunidad. Humildad y generosidad que no significa enterrar los talentos, que ya en otro momento nos exigirá que hemos de desarrollarlos, sino disposición generosa para el servicio y para el bien común.
Jesús nos repite hoy una vez donde está nuestra verdadera grandeza y como tenemos que saber acogernos y aceptarnos aunque nos pudiera parecer que el otro es más pequeño o vale menos. Nos quiere señalar Jesús cuales son los verdaderos valores de la persona. Tras las discusiones que le oye a sus discípulos ‘Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante’.
Quién es más, decíamos al principio, que es la pregunta permanente que nos hacemos y que se convierte en lucha muchas veces. Hazte pequeño, no importa que parezcas insignificante, que hay verdadero amor en tu corazón limpio de toda malicia y de todo orgullo, entonces serás grande.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Aceptemos lo bueno de los demás, sean quienes sean, para construir juntos con nuestros valores un mundo mejor

Aceptemos lo bueno de los demás, sean quienes sean, para construir juntos con nuestros valores un mundo mejor

Números 11, 25-29; Sal. 18; Santiago 5, 1-6; Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
Qué celosos somos de nuestras cosas y de la manera cómo las hacemos; qué celosos somos de nuestros grupos o de los que son y piensan como nosotros. Como nosotros nadie hace las cosas; somos unos ‘chachis’, como decíamos en mi época; nadie como nuestro grupo, nuestro partido, los que son afines a nosotros. Sucede en muchos ámbitos de la vida, de nuestra sociedad y de nuestro mundo. Y en consecuencia desconfiamos de los demás, que aunque hagan cosas buenas nosotros siempre le pondremos un ‘pero’; desconfiamos y nos volvemos suspicaces, o porque nos copian o porque queremos ver segundas intenciones o intenciones torcidas o partidistas en los demás. Seguro que al hilo de esto que reflexionamos podríamos poner muchos ejemplos.
Es lo que vemos reflejado de alguna manera en el texto del evangelio de hoy con la actitud de Juan que viene a decirle a Jesús que han visto a uno que hace cosas buenas y se lo trataron de impedir. ‘Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros’. Celosos de nuestras cosas y de los nuestros. Si no eran del grupo de Jesús, ¿cómo es que se atrevían a utilizar el nombre de Jesús para echar demonios?
‘No se lo impidáis, les dice Jesús… el que no está contra nosotros está a favor nuestro’. No seamos desconfiados, podríamos de alguna manera traducir; dejemos que hagan el bien, valoremos que hagan el bien. El bien y la bondad no es algo exclusivo nuestro. Además quien está sembrando el bien, quien está sembrando amor, quien obra con rectitud y justicia, aunque quizá no lo sepa está también construyendo el reinado de Dios.
¿Significa eso que nosotros renegamos de nuestros principios, de nuestros valores? De ninguna manera. Nosotros podremos tener otras motivaciones y razones que nacen de nuestra fe y de la trascendencia con que vivimos nuestra vida, es cierto. Nosotros en nuestra fe y desde el testimonio y la Palabra de Jesús le podremos dar un sentido más amplio y más profundo a nuestro amor y a nuestro compromiso por los demás. Y nosotros seguiremos viviendo nuestro amor y nuestro compromiso cristiano desde esos valores profundos del evangelio, desde esa trascendencia de nuestra fe y de nuestra esperanza cristiana.
Pero aprovechemos todo lo bueno que podemos encontrar en nuestro mundo, en nuestro entorno, en los demás que también trabajan por los demás, se comprometen por hacer un mundo más justo, se dan y se entregan también desde la solidaridad con los que los rodean. Abramos bien los ojos para ver todo lo bueno esté donde esté. Hay mucha gente que actúa con rectitud, con generosidad, con auténtico espíritu solidario, es la búsqueda de la justicia y del bien.
No seamos tan obtusos de pensar que solo nosotros somos los buenos y los que sabemos hacer las cosas. No todo es malo en nuestro mundo, aunque desgraciadamente demasiadas veces nos pongamos las gafas oscuras para contemplarlo y nos parezca verlo todo negro. También hay mucha luz; hay mucha gente buena que trabaja por la justicia y también quiere amar solidariamente a los demás. Sepamos valorar todo eso bueno que hay en los demás, ‘aunque no sean de los nuestros’.
Y esto aprendámoslo para vivirlo en el ámbito de nuestra vida cristiana, pero aprendámoslo en todas las circunstancias de la vida en lo social, en lo político, en lo cultural. Hay demasiados exclusivismos en nuestras relaciones y en las cosas que hacemos en la vida de nuestra sociedad; exclusivismos que son partidismos excesivos en lo político, por ejemplo, donde siempre al que se mira como adversario no le aceptamos que pueda hacer algo bueno o acertar en sus planteamientos, ni reconocerle incluso aquellas cosas que son comunes. Y así sucede en todos los ámbitos de la sociedad.
Reconozcamos además de que a pesar de tener los principios que tenemos y aprender de los valores del evangelio y actuar con la fuerza de Jesús también nosotros cometemos errores, muchas veces se nos puede manifestar el cansancio, o hacemos las cosas mal. No porque nuestros valores no sirvan o nos conduzcan por lo malo, sino por nuestra debilidad, nuestra inconstancia, y porque también nos podemos sentir tentados por el mal y torcer nuestros caminos. 
Que nunca nuestros tropiezos sean causa de tropiezo para los demás. Por eso tenemos que cuidar mucho la santidad de nuestra vida para que en verdad podamos ser luz, nuestro testimonio sea auténtico. Y aquello que nos podría hacer tropezar a nosotros arranquémoslo de nuestra vida, como nos enseña Jesús. Eso malo que hay en nosotros no solo nos hace tropezar a nosotros haciendo el mal, sino que además puede hacer de tropiezo para los demás. Por eso hemos de evitar el escándalo que podamos dar con nuestra vida, pensando en el significado de la palabra que es precisamente tropiezo.
Hoy nos enseña Jesús a valorar hasta lo más pequeño, lo que nos parezca tan insignificante como dar un vaso de agua. ‘No quedará sin recompensa’, nos dice. Hagamos el bien, aunque sean cosas pequeñas y aprendamos a valorar siempre el bien que hacen los demás. Como decíamos, todo son semillas del Reino de Dios. Claro que nosotros desde nuestra, desde esa motivación profunda que encontramos en Jesús queremos que Dios sea el centro de todo, que en verdad el sea el Señor de nuestra vida y de nuestra historia.
Quizá ese aspecto no lo tendrán en cuenta los demás, por la ausencia de la fe en sus vidas, pero con el testimonio que nosotros también podamos darle una luz puede comenzar a brillar en sus corazones para que también se encuentren con Dios. Lo bueno que nosotros vamos haciendo, por la rectitud con que lo hagamos, por el amor que vayamos poniendo en nuestra vida, sea una luz que ilumine. Como nos dice Jesús en otro lugar del Evangelio que vean nuestras buenas obras para que den gloria al Padre del cielo.