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sábado, 8 de marzo de 2014

Allí están los pecadores, a los que jesus viene a curar y a sanar, a los que viene a ofrecerles la salvación



Allí están los pecadores, a los que Jesús viene a curar y a sanar, a los que viene a ofrecerles la salvación.

Is. 58, 9-14; Sal. 85; Lc.5, 27-32
Una llamada y una respuesta y una serie de acontecimientos y de mensajes que se precipitan despertando en nosotros cada vez más deseos de santidad y de gracia.
Una llamada, Leví el publicano, que estaba en su garita de recaudador de impuestos, que tiene una pronta respuesta. Jesús le dijo: ‘Sígueme, y, dejándolo todo, él se levantó y lo siguió’. Pero van a ser muchos los que se van a hacer partícipes de ese acontecimiento. Porque ‘Leví ofreció un banquete en su casa a Jesús y estaban a la mesa con ellos un gran numero de recaudadores y de otros’. La noticia corre y los amigos del publicano, compañeros de profesión, acuden a participar también del banquete con Jesús. Aunque luego veremos que eso provoca muchas reacciones en contra por parte de otros.
Ya esta parte del episodio nos trae un mensaje. Es por un lado la pronta respuesta de Leví que, ‘dejándolo todo, se levantó y siguió a Jesús’. Pero vemos la reacción en cadena y fijémonos en su aspecto positivo. Algunas veces nos puede parece que lo que nosotros hacemos no va a tener repercusión en los demás; pensamos que pueden ser cosas sin importancia y a nadie va a afectar. Sin embargo, estamos viendo que cualquier obra buena que nosotros hagamos siempre puede hacer un bien a los que están a nuestro lado, aunque a nosotros nos pueda parecer lo contrario.
La prontitud del seguimiento de Leví a la llamada de Jesús fue un testimonio que despertó al menos curiosidad en muchos que se acercaron y participaron en la mesa con Jesús. Y eso no es cualquier cosa. Tenemos que aprender a recoger también nosotros el mensaje porque con nuestra respuesta nosotros podemos hacer mucho bien a los demás.
Pero ya vimos que hay otras reacciones no tan positivas. Pero es la reacción de los que se creen hartos y ya no necesitan pedir pan; los que se creen justos y ya piensan que la salvación que Jesús nos ofrece no es para ellos. El camino hacia Jesús es la propia conciencia de pecado. Los que se creen justos, no dejan lugar en sí mismos para Dios. Por eso no entenderán los signos y los gestos de Jesús.
‘¿Cómo es que coméis con publicanos y pecadores?’ Por allí andan los fariseos y los escribas criticando la acción de Jesús. Ellos eran los puros que no se mezclaban con los pecadores, por eso no entendían que Jesús y sus discípulos se sentaran a la mesa con los publicanos y los pecadores. Allí estaban criticando la postura de Jesús.
En la bonita expresión del Papa Francisco Jesús si tenía olor a oveja. El pastor anda en medio del rebaño, de alguna manera revuelto en medio de sus ovejas, porque las llevará a pastar a los mejores pastos, o cargará sobre sus hombros a las heridas o a las que se sienten más débiles para seguir al ritmo de las demás, o irá en busca de las descarriadas allá donde se puedan encontrar perdidas en medio de los barrancos o los zarzales.
Allí está Jesús, Buen Pastor, en medio de su rebaño. Quizá no todos son buenos, pero por todos Jesús ha venido para traernos a todos la salvación. Allí están los pecadores, que lo reconocen, pero a los que Jesús viene a curar y a sanar, a los que Jesús viene a ofrecerles la salvación. ‘No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan’. Por eso aquellos que se creen justos no van a entender ese mensaje.
Nos sentimos pecadores; algunas veces parece que podemos hundirnos bajo el peso de las culpas de nuestros pecados. No olvidemos que Jesús ha venido por nosotros y que la maravilla de su amor es que siendo nosotros pecadores, por amor ha muerto por nosotros. Nos llenamos de esperanza. Nos sentimos movidos y llamados a la conversión, que para eso Jesús ha venido y ese es el camino que ahora vamos haciendo en esta cuaresma.

viernes, 7 de marzo de 2014

El ayuno que yo quiero es éste... poner amor, paz,armonia en la convivencia de cada dia



El ayuno que yo quiero es éste… poner amor, paz, armonia en la convivencia de cada dia

Is. 58, 1-9: Sal. 50; Mt. 9, 14-15
‘Los discípulos de Juan se acercaron a Jesús preguntándole: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?’ Todo grupo tiene sus normas y reglamentos, se expresan con unas costumbres o unas formas muy particularles de actuar. En torno a Juan allá en el desierto junto al Jordán se reunían muchos discípulos que trataban de llevar a rajatabla las normas e instrucciones que el profeta les propondría; bien sabemos que en los alrededores del Mar Muerto, en Qumrán se había formado también una comunidad muy estricta en sus prácticas religiosas; y también los fariseos que eran algo mas que un partido de sentido político tenían también sus normas muy estrictas a la hora de entender sus prácticas religiosas.
Es por lo que surge la pregunta; no terminan de entender que si ellos que se están preparando intensamente para la llegada del Mesías, cómo es que Jesús no les pida la misma intensidad de penitencias y ayunos a sus discípulos. La dará oportunidad a Jesús - nos dará oportunidad a nosotros también ya desde el principio de esta Cuaresma - para explicarnos y poder entender el verdadero sentido del ayuno.
El hacer ayuno, con lo que significa de austeridad y de sacrificio, sin embargo llevaba otras connotaciones que habían de manifestarse también externamente. Decir ayuno era decir poner, llamemoslo así, cara de circunstancias; sería la expresión de la seriedad, sería un cierto deje de tristeza, sería como una manifestación de duelo y de dolor. Tenía que expresarse también externamente en unos gestos o en unos signos de ayuno y penitencia que se estuviera haciendo.
No es ese el sentido  ni el estilo de Cristo. Primero ahora les dice que si estan los amigos del  novio con él en la fiesta de bodas, no es el momento de tener expresiones de tristeza en el rostro ni de manifestación de duelo. Para eso habrá otros momentos que ya llegarán; y en cierto modo hace un anuncio de su pasión y de su muerte; ‘cuando se lleven al novio’, les dice.
Pero tendríamos que recordar aquí también lo que Jesús ya decía en el sermón del monte - que nosotros escuchamos en la lectura del evangelio del miercoles de ceniza -; ‘cuando ayunéis, nos decía entonces, no andéis cabizbajos, como los farsantes que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan… cuando ayunes perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre que ve en lo escondido y te recompensará’.
No tienen que ha ver tintes de tristeza y de duelo en el ayuno. Si queremos hacer una ofrenda de sacrificio al Señor, es porque queremos mostrarle nuestro amor, y el amor siempre hay que vivirlo con gallardía y con alegría.
Pero ¿cuál es el ayuno que el Señor quiere?, se preguntaba el profeta. ¿Un ayuno entre violencias y opresiones? ¿un ayuno lleno de vanidades y de orgullos? ¿un ayuno que esté carente de amor a los demás? ‘Ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad’, les decía el profeta de parte del Señor. ‘El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne’.
Ahí tenemos todo un programa. Un programa que hemos de saber traducir a lo que es la realidad de nuestra vida. No iremos sacando a la gente de la cárcel, porque eso no estaría en nuestra mano y otros serían los que tendrían que actuar ahí, pero sí cada uno de nosotros podemos hacer mucho en ese sentido con los que nos rodean y con los que convivimos cada día.
Ayuna arrancando de tu vida todo lo que sea violencia, en gestos o en palabras; ayuna aprendiendo a respetar y a valorar más a esas personas que están a tu lado; ayuna comenzando a saludar a esa persona que no te cae bien o dando pasos de acercamiento a esas personas con las que no me entiendo o los que un día pudimos haber tenido un problema; ayuna no negándole el saludo o la palabra buena a nadie, a ese con el que te encuentras cada día y pasas a su lado sin decirle una palabra o sin mirarle a los ojos.
Tiende tu mano y tu rostro lleno de comprensión a esa persona que sufre a tu lado; detente a hablar con aquel que está solo y parece que nadie atiende ni entiende; comparte las sonrisas de tu corazón con aquel que vemos lleno de tristeza o de amargura; muestra gestos de paz para con aquellos que son violentos y están queriendo siempre imponerse aunque sea a voces, derrotándolos con tu sonrisa, con tu palabra buena, con tu amabilidad y comprensión para ayudarles así a que cambien sus posturas y actitudes.
Ese es el ayuno que el Señor quiere; seguramente será un sacrificio mucho mayor hacer alguna de estas cosas que privarte de un bocadillo de jamón o comerte un trozo de carne. ¿Qué será lo que más agrada al Señor? ¿cuál es el verdadero ayuno que el Señor quiere? Vete poniendo amor,  paz, armonía en la convivencia de cada día con los que están a tu lado. ‘El Señor te recompensará’.

jueves, 6 de marzo de 2014

Pongo ante ti la vida y el bien, el camino de la cruz y la capacidad del amor en plenitud



Pongo ante ti la vida y el bien, el camino de la cruz y la capacidad del amor en plenitud

Deut. 30, 15-20; Sal. 1; Lc. 9, 22-25
‘El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Hemos escuchado el anuncio de Jesús. Cuando aún estamos dando los primeros pasos de nuestro camino cuaresmal ya la liturgia nos hace mirar hacia la meta de la Pascua, nos hace mirar a la Cruz y a la resurrección, nos hace mirar hacia el amor.
Es lo que contemplamos; lo que tiene que ser nuestro camino cuaresmal como lo es toda la vida de un cristiano. Todo tiene que estar envuelto por el amor; todo tiene que estar guiado y motivado por el amor; todo se ha de traducir en el amor.
Cuando contemplamos el misterio pascual de Jesús, su pasión, su muerte y su resurrección, lo que estamos contemplando es el amor. No es el sufrimiento por el sufrimiento; si contemplamos el sufrimiento en la pasión es porque estamos contemplando una entrega de amor; y esa entrega duele, se convierte en sufrimiento, pero tiene todo su sentido en el amor. Quien ama se da, se entrega; y cuando uno se da y se entrega se produce ese dolor, ese desgarro en el alma porque te obliga a olvidarte de ti mismo para solo pensar en aquel a quien amas. Son muchas las cosas que tenemos que vencer en nuestro interior para tener un amor así. Es de alguna manera morir a nosotros mismos. Pero amamos y damos vida; amamos y nos llenamos de vida.
Es nuestro camino, el camino que nosotros también hemos de seguir. ‘El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo’. Todo esto seguimos entendiéndolo desde la óptica del amor. Como decíamos no es cruz por cruz, sufrimiento por sufrimiento; es entrega de amor.
‘El que quiera seguirme…’ nos dice Jesús. Es que cuando uno se ha decidido a seguir a Jesús, a optar por Jesús es porque algo grande hemos descubierto. Decir que seguimos a Jesús cuando sabemos que podemos encontrar cruz y sufrimiento no es cosa fácil que se haga de cualquier manera; algo hemos descubierto detrás de esa cruz y de ese sufrimiento; como hemos venido reflexionando, hemos encontrado el amor. Al encontrarnos con Jesús nos dejamos cautivar por su luz, por su verdad, por sabiduría, en una palabra, por su amor. Es, podríamos decir, enamorarnos. Y cuando nos enamoramos ya no nos importa nada de las otras cosas que podamos encontrar, porque en ese amor nos sentimos llenos, nos sentimos en plenitud. Y ya sabemos que no es fácil.
Entendemos, entonces, lo que nos dice de tomar la cruz cada día, o sea, ser capaz cada día de hacer esa ofrenda  de amor de nuestra vida. Cuando hacemos ofrenda de algo, es como un regalo que entregamos y del que nos desposeemos. Por eso nos dirá Jesús que es perder la vida por su causa para ganarla. ‘El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará’.
En la primera lectura del Deuteronomio hemos escuchado que el Señor pone ante nosotros la vida y el bien, la muerte y el mal. Nos toca elegir, escoger, hacer nuestra opción. Ante nosotros tenemos a Jesús al que hoy ya contemplamos en ese anuncio de su pascua, de su pasión, muerte y resurrección. Nos ha invitado a seguirle. ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Optaremos por amor como el suyo? ¿Seremos capaces también nosotros de hacer esa ofrenda de amor como El lo hizo?
‘Elige la vida, y vivirás tú y tu descendencia amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, pegándote a El, pues El es tu vida…’ Es lo que queremos hacer. Es el camino que ahora en esta cuaresma estamos queriendo emprender. Queremos llegar a la Pascua, a la resurrección, a la vida en plenitud. Sigamos el camino de Jesús que aunque sea camino de Cruz es camino de amor y camino de vida para siempre.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Tocad la trompeta, congregad al pueblo porque se acerca la Pascua e iniciamos la Cuaresma



Tocad la trompeta, congregad al pueblo porque se acerca la Pascua e iniciamos la Cuaresma

Joel, 2, 12-18; Sal. 50; 2Cor. 5, 20-6, 2; Mt. 6, 1-6.16-18
‘Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno,  convocad la reunión, congregad al pueblo…’ Es el grito que como un pregón escuchamos en este primer día de Cuaresma. Los que son muy mayores pueden recordar aquellos viejos tiempos cuando se proclamaba un bando en el pueblo; allá venía el pregonero con su trompetín y en los lugares públicos después de recabar la atención de las gentes proclamaba aquel bando o aquel anuncio que se quería hacer; imágenes así hemos visto todos en películas, pero hoy todavía en nuestros pueblos queda el auxilio del coche con sus parlantes o altavoces en alto que va por las calles, plazas y caminos haciendo sus correspondientes anuncios de algo que va a suceder o celebrar, o quizá el anuncio de un vecino que haya fallecido.
Nos viene bien recordar estas imágenes porque hoy lo que hemos escuchado es también un pregón o una llamada que nos hace la Iglesia en su liturgia con la Palabra de Dios convocándonos a este tiempo que iniciamos que llamamos Cuaresma. Y creo que hemos de tomarnos muy en serio esta llamada o convocatoria que se nos hace.
El profeta decía de parte del Señor: ‘Convertios a mí de todo corazón… rasgad los corazones, no las vestiduras: convertios al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad…’ Y por su parte el apóstol san Pablo nos recordaba que ‘ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación’; y nos invitaba ‘a no echar en saco roto la gracia de Dios… dejaos reconciliar con Dios’.
Iniciamos este tiempo que todos sabemos bien que es el camino que nos ofrece la Iglesia para prepararnos para la Pascua. Llegan momentos muy importantes para el cristiano en que nos disponemos a celebrar el misterio pascual de Cristo. Pero, como bien sabemos, la celebración no es un mero recuerdo que hagamos como si fuera una mera representación que nos da gusto contemplar y por eso acompañamos nuestra celebración de unas representaciones plásticas en las imágenes sagradas que nos recuerden los misterios de la pasión y muerte del Señor.
La celebración de la Pascua tiene que ser algo mucho más hondo que todo eso porque de ninguna manera nos podemos quedar en lo externo. Tiene que ser una vivencia profunda del misterio redentor de Cristo haciéndonos participes de esa gracia redentora de Cristo para dejarnos transformar por su vida y por su gracia. Es ahora que tenemos que vivir todo ese misterio de Cristo; es ahora que tenemos que revivir, hacer de nuevo viva en nosotros esa salvación de Jesús en nuestra vida. Por eso nos queremos preparar con intensidad en los cuarenta días de la Cuaresma.
‘Convertios al Señor Dios vuestro’, nos decía el profeta. Por eso  nosotros tenemos que levantar la mirada a lo alto para mirar a Jesús, para mirar a Cristo en todo el misterio de su pasión y de su muerte que nos lleve a la resurrección de una nueva vida en nosotros. Miramos a Cristo, porque sabemos que en El está de verdad la salvación para nosotros y para nuestro mundo.
Miramos a Cristo porque sabemos que El es la luz verdadera que ilumina nuestro mundo, nuestra vida; ese mundo  nuestro con sus crisis y sus problemas, esa vida nuestra llena tantas veces también de muchas tinieblas y oscuridades, ese mundo y esa vida nuestra tantas veces que parece que anda desorientada, en Cristo va a encontrar esa luz que nos señale el camino del verdadero sentido, de la verdadera vida. En Cristo entramos la respuesta a tantos interrogantes que se nos pueden presentar en nuestro interior, porque Cristo es el que en verdad tiene palabras de vida eterna para nosotros.
‘Conviértete y cree en el evangelio’, se nos va a decir en el rito de la imposición de la ceniza. La ceniza nos mancha, mejor aún, nos recuerda que estamos manchados porque somos pecadores; la ceniza nos recuerda la debilidad y la fragilidad de nuestra vida, ‘eres polvo y en polvo te has de convertir’; pero la ceniza nos evoca que si nos acercamos con fe hasta el Señor, convirtiendo nuestro corazón a El nuestra debilidad se puede transformar en vida por la fortaleza de la gracia del Señor.
Nos sentimos débiles y pecadores, pero queremos volver nuestro corazón a Dios. Por eso escuchamos la invitación a la conversión. Pero la conversión no es decir simplemente voy a intentar ser mejor, a cambiar algunas cosas de mi vida que tengo que mejorar; la conversión significa darle la vuelta a nuestra vida para que esté totalmente orientada en Dios; si tenemos que convertirnos, darle la vuelta, es porque el camino que seguíamos no era el bueno, porque andábamos como desorientados y ahora tenemos que darle la vuelta. Tenemos que empezar por reconocerlo. Pero  no es una vuelta cualquiera; es una vuelta hacia el evangelio de Jesús. ‘Conviértete y cree en el Evangelio’, se nos dice.
Creemos en el Evangelio y miramos a Jesús, como decíamos antes. Cuando miremos a Cristo frente a frente, sin ocultamientos ni temores, iremos entonces confrontando nuestra vida, iremos dejando iluminar nuestra vida por su Palabra, iremos dando esos pasos que nos va pidiendo el evangelio, iremos dejándonos reconciliar con Dios que significará también irnos reconciliando más y más con los hermanos, iremos transformando nuestra vida por la fuerza de la gracia del Señor.
Es el camino que nos irá ofreciendo la Iglesia a través de toda la Cuaresma con la Palabra de Dios que cada día se nos proclame, con las celebraciones que iremos viviendo, con todas esas reflexiones que se nos vayan ofreciendo, con esos sacrificios que le iremos ofreciendo al Señor en la conversión de nuestro corazón, y con la intensidad de nuestra oración al Señor. Ayuno, limosna y oración son las tres palabras que se repiten, para hablarnos de ese sacrificio de nuestra conversión, de ese compartir generoso con los demás porque la limosna limpia tus pecados que dice la Escritura, y será nuestra oración al Señor.
Serán momentos para interiorizar de verdad en nuestra vida. Hoy el evangelio nos habla de cómo no podemos quedarnos en hacer las cosas de forma externa solamente buscando la apariencia. Nos dice Jesús que nos metamos en nuestro cuarto interior, que no es simplemente encerrarnos en una habitación para hacer nuestra oración y reflexión, sino saber entrar dentro de nosotros mismos con toda sinceridad para que podamos tener ese encuentro vivo con el Señor. Hay el peligro, y de eso nos quiere prevenir, de que recemos y recemos muchas oraciones pero no haya un encuentro vivo allá en el secreto de nuestro corazón con el Señor. Es lo que tenemos que cuidar mucho.
‘En el tiempo de la salvación te escucho, en el día de la salvación te ayudo…’ nos decía el Señor en la carta de San Pablo. Es el tiempo de la salvación, escuchemos de verdad a Dios en lo más hondo de nuestro corazón, sintamos viva en nosotros la gracia del Señor.

martes, 4 de marzo de 2014

Lo hemos dejado todo y te hemos seguido...



Lo hemos dejado todo y te hemos seguido…

1Ped. 1, 10-16; Sal. 97; Mc. 10, 28-31
‘Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido’, le dice Pedro a Jesús. Todo partió de aquel episodio - lo escuchamos ayer - en que uno vino y se postró ante Jesús preguntando que había que hacer para heredar la vida eterna. Cuando Jesús le plantea que además de guardar los mandamientos hay que mirar más arriba, más alto, porque son otras actitudes profundas las que hemos de tener en el corazón para ser capaz de darlo todo, desprenderse de todo para seguir el camino de perfección que le propone Jesús, aquel hombre se marchó pesaroso porque era muy rico.
‘¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen toda su confianza en el dinero!’ había sido el comentario de Jesús. Ellos lo veían difícil y costoso. ‘Entonces, ¿quién puede salvarse?’ se preguntaban. Y Jesús les explica que solo con la fuerza humana, la buena voluntad y los buenos deseos no basta; es necesario algo más, es necesario poner toda su confianza en el Señor y por El ser capaz de dejarlo todo; y para eso no faltará la gracia de Dios. ‘Con Dios no es imposible’.
Es cuando surge el comentario de Pedro que hoy escuchamos. Ellos lo habían dejado todo; allá junto al lago se habían quedado las redes y las barcas, cuando Jesús les invitó a ser pescadores de hombres; el mostrador de los impuestos se había quedado vació cuando Jesús había llamado a Leví; y así uno y otro de los discípulos habían ido dejando atrás muchas cosas, algunos hasta sus deseos de independencia y liberación de la opresión romana, entre ellos había algún ‘celote’; aunque algunas veces hubieran aparecido de nuevo deseos de grandezas y de primeros puestos, ellos estaban allí porque lo habían dejado todo para seguirle.
Y Jesús con su respuesta quería hacerles reflexionar, encontrar los verdaderos motivos para estar allí con El, y el Señor nunca nos defrauda. Se trataba de que todo aquello lo habían dejado - casa, hermanos, padre o madre, tierras o posesiones - por Jesús y por su Evangelio. Y decir por Jesús y su evangelio significaba que en Jesús en verdad habían encontrado palabras de vida eterna, como un día confesaría Pedro; que lo habían dejado todo por el Evangelio, significaban que esa Buena Noticia que estaban escuchando y que les anunciaba el Reino de Dios era en verdad algo que llenaba totalmente su corazón y su vida.
Por Jesús,  por el Reino de Dios estaban dispuestos a todo. Algunas veces eso iba a costar, porque en ellos mismos aparecerían las ambiciones como tantas veces les sucediera, o porque también iban a encontrarse que hacer ese anuncio y vivir ese Reino de Dios en ocasiones iba a ser costoso. Pero tendrían una satisfacción grande en el alma, porque nacía una nueva familia y una nueva hermandad; porque en torno a sí iban a encontrarse tantos hermanos que lucharían también por lo mismo, y eso les llenaba de satisfacción y gozo el alma; porque podían tener la alegría de ellos también hacer ese anuncio del Reino de Dios e ir realizando también sus señales; porque finalmente sabían que para ellos también era el Reino de los cielos y un día podrían alcanzar esa vida eterna.
Es el gozo y la alegría con que nosotros queremos también vivir nuestra fe queriendo además contagiarla a todos los que están a nuestro lado. Es el gozo y la alegría que viven quienes escuchando la voz del Señor que les llamaba un día dijeron sí dejando atrás muchas cosas para consagrarse a Dios por el Reino de los cielos. Pensemos en la alegría con que viven su entrega y su consagración los religiosos y religiosas y los sacerdotes y todos cuando de una forma o de otra se han consagrado al Señor a causa del Reino y trabajan por el Reino de los cielos.
Decimos que hay unas renuncias - y eso hay mucha gente a la que les cuesta entender -, a una familia, a un amor matrimonial, a unas cosas o pertenencias propias, a su yo cuando su vida es obedecer para servir allí donde el Señor nos llame; pero no son renuncias así porque sí, sino son entrega y ofrenda de amor. Y cuando se hace una ofrenda de amor va a hacer una alegría nueva, una felicidad distinta en el corazón que en el Señor podemos encontrar.
Que el Señor nos haga sentir esa alegría y felicidad honda. Y ahí tiene que estar la comunidad cristiana al lado de los consagrados para apoyarlos y valorar su consagración que en fin de cuentas es en beneficio de ese pueblo de Dios, pero también para acompañarlos con su oración. Es lo que os pedimos.

lunes, 3 de marzo de 2014

aprender a amar de verdad para no dejarnos poseer por las cosas...



Aprender a amar de verdad para no dejarnos poseer nunca por las cosas y ser capaces de darnos por los demás

1Ped. 1, 3-9; Sal. 110; Mc. 10, 17-27
‘Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?’ ¿qué tengo que hacer para alcanzar la salvación? Fue la pregunta de aquel joven que se acercó a Jesús con todo su entusiasmo, pero es la pregunta que también nosotros nos hacemos tantas veces. ¿Estaré haciendo todo de mi parte para alcanzar la salvación?
Tenemos que ser buenos, nos decimos, respondiendo a la pregunta, y pensamos como evitar cosas malas o cómo cumplimos los mandamientos haciendo un repaso por ellos, aunque quizá algunas veces lo hagamos un poco a la ligera, muy por encima, con no toda la profundidad que tendríamos que hacerlo.
Jesús es cierto lo primero que le responde a aquel joven que le hace la pregunta, recordándole de alguna manera que ‘no hay nadie bueno más que Dios’, pero que en el fondo lo que tenemos que hacer es querer parecernos a Dios y para ello lo que tenemos que hacer es cumplir su voluntad. ‘Ya sabes los mandamientos…’ le dice y se los detalla. Pero todo eso lo ha cumplido aquel joven desde siempre. Por eso Jesús le dirá entonces que tenemos que mirar más alto.
Ya en el sermón del monte, nos había dicho que teníamos que ser perfectos como nuestro Padre del cielo, o como decía el libro del Antiguo Testamento ‘seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo’. Si queremos ser buenos, queriendo parecernos a Dios, ahí tenemos el camino de perfección y de santidad que hemos de vivir.
Jesús hablará ahora de actitudes profundas que hemos de tener en lo más hondo de nosotros mismos. Ahora le habla de desprendimiento, de un despojo total para vivir solo en Dios y desde Dios. ‘Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres - así tendrás un tesoro en el cielo - y luego sígueme’. Ya nos dirá en otro momento que donde está nuestro tesoro, estará nuestro corazón.
Quienes creemos de verdad en Dios ponemos toda nuestra vida en las manos de Dios. Es en Dios en quien ponemos toda nuestra confianza, arrancando de nosotros todos los apegos terrenos y materiales. Ayer domingo escuchábamos en el evangelio de Mateo cómo hemos de poner toda nuestra confianza en el Señor alejando todos los agobios de nuestro corazón. Nuestra confianza nunca la podemos poner en el dinero ni en las cosas materiales que poseamos.
Pero no es fácil. A la invitación de Jesús ‘aquel joven frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico’, nos dice el evangelista. ‘¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!’ Era muy rico y cuando las cosas nos poseen, porque a la larga cuando tenemos mucho al final no somos nosotros los que poseemos las cosas sino que las cosas nos poseen a nosotros, terminaremos encerrándonos en nosotros mismos y quizá mirando para otro lado para no enterarnos de la necesidad de los demás o del sufrimiento que hay a nuestro alrededor. Como  escuchábamos ayer domingo ‘no se puede servir a dos señores… no se puede servir a Dios y al dinero’.
No es cuestión de ser simplemente buenos; el amor que va a llenar nuestro corazón cuando nos ponemos en las manos de Dios, porque sentimos su amor sobre nosotros, nos tendrá que llevar a unas actitudes nuevas, a una nueva manera de actuar y de vivir. Ese amor no permitirá que nuestro corazón se encierre sobre sí mismo, porque entonces no sería verdadero amor. 
Por eso el que ama y ama de verdad aprenderá a compartir,  siendo capaz de despojarse de todo para darlo y darse a los demás. Porque ya no serán solo cosas las que dé, sino que se dará a sí mismo que es la manifestación más sublime del amor. Pidámosle al Señor que nos dé su Espíritu para que aprendamos a amar de verdad, a no dejarnos poseer por las cosas, a vivir en el desprendimiento y en el compartir, a aprender a darnos de verdad por los demás. Que así merezcamos alcanzar la vida eterna que el Señor nos regala con su salvación.

domingo, 2 de marzo de 2014

Nuestra confianza en el Señor que nos llena de paz en medio de nuestras responsabilidades y preocupaciones



Nuestra confianza en el Señor que nos llena de paz en medio de nuestras responsabilidades y preocupaciones

Is. 49, 14-15; Sal. 61; 1Cor. 4, 1-5; Mt. 6, 24-34
¿Dónde ponemos nuestra confianza? Tenemos que creer, es cierto, en nosotros mismos y por supuesto hemos de valorarnos y valorar todas nuestras capacidades. Cuando hablamos de confianza, por supuesto, tenemos que tener también confianza en los demás, porque de lo contrario tenemos el peligro de llenar de falsedad e hipocresía nuestras relaciones. Vemos también todos los medios que hoy en la vida tenemos en nuestras manos, fruto del progreso que a la larga es progreso también del mismo hombre, al desarrollar su inteligencia y sus capacidades,  y que también nos van a ayudar en ese desarrollo y camino de nuestra vida.
Pero cuando nos hacemos la pregunta del principio es algo más quizá por lo que estamos preguntándonos. Porque por ahí pueden andar lo que son nuestras preocupaciones, aquellas cosas que ansiamos, nuestros sueños, y nos cuesta conseguir. Pero también puede tener aún una mayor trascendencia porque a la larga podemos estarnos preguntando por el sentido de nuestro vivir, aquello en lo que ponemos el sentido y el valor de nuestra existencia. 
Podemos perder de vista la trascendencia que tiene nuestra vida desde el sentido de nuestra fe, y podemos quedarnos en buscar apoyos materiales o meramente terrenos - y aquí podría entrar el dinero, las riquezas o la posesión de las cosas -. De ahí que en esa búsqueda de cosas andemos no preocupados o responsabilizados sino más bien agobiados perdiendo la paz de nuestro espíritu. Y esto sí es lo que tenemos que evitar, para que no nos creemos ataduras.
Hay una palabra que se repite varias veces en el texto del evangelio de hoy y que es algo de lo que quiere Jesús prevenirnos. ‘No estéis agobiados…’,  nos dice de una forma o de otra hasta cinco veces. Y nos pone el ejemplo esas cosas elementales de la vida como puede ser el vestido o el alimento, o los años que podamos vivir  en esta vida.
Y nos habla del Padre del cielo que nos ama y cuida de nosotros, porque si embellece las flores o cuida de los pájaros del cielo, ¿cómo no hará mucho más por  nosotros que somos sus criaturas preferidas y nos ama como a hijos? Es la confianza en la Providencia de Dios que en su infinito amor y sabiduría cuida de nosotros. Es una invitación a la confianza en Dios que nos ama y nos protege.
Por eso, nos dice, no podemos andar como los paganos que no creen en Dios. No nos podemos crear nosotros otros dioses. Por eso comenzaba el evangelio hablándonos de que no podemos servir, adorar a dos señores. ‘Nadie puede estar al servicio de dos amos… no podéis servir a Dios y al dinero’, nos dice tajantemente Jesús.
Ya el prometa Isaías nos decía algo hermoso. No podemos de ninguna manera decir que nos sentimos abandonados de Dios. Fue la experiencia que vivió el pueblo de Dios en aquellos tiempo difíciles de la cautividad lejos de su tierra, pero el profeta les habla de lo grande y hermoso que es el amor de Dios. ‘¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré’, les dice el profeta. Dios nunca nos olvidará; es Padre y es Madre porque es amor y amor infinito y ese amor infinito Dios lo está derrochando continuamente en nuestra vida. Hemos de abrir los ojos de la fe para descubrirlo y para sentirlo. Aunque sean duros y difíciles los momentos por los que estamos pasando, ahí siempre estará el amor de Dios.
Es en Dios en quien tenemos que poner toda nuestra confianza, porque es Dios el que da sentido y valor a todo lo que es nuestra vida. A eso nos está invitando el evangelio. Por eso, el auténtico creyente, el que quiere seguir en verdad el camino de Jesús buscará el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se le dará por añadidura. Es la trascendencia que le damos a nuestra vida buscando lo que verdaderamente vale y es importante.
Podemos tener, es cierto, preocupaciones por esos trabajos y luchas de cada día; eso es responsabilidad, la responsabilidad con que tenemos que vivir nuestra vida, esa vida que Dios ha puesto en nuestras manos en esas tareas, en esas responsabilidades que en la vida asumimos y con las que no solo buscamos nuestra subsistencia sino que trabajamos para hacer entre todos un mundo mejor.
La confianza que ponemos en Dios no nos hace desentendernos de las responsabilidades de la vida de cada día; pero esas tareas, esas preocupaciones que podamos sentir ante lo que tenemos que hacer no nos puede hacer perder nunca la paz, porque es en Dios en quien ponemos toda nuestra confianza; es en Dios en quien encontramos esa fuerza y esa luz para realizar nuestras tareas. Es la paz que en la presencia de Dios ha de llenar siempre nuestro corazón.