Allí están los pecadores, a los que Jesús viene a curar y a sanar, a los que viene a ofrecerles la salvación.
Is. 58, 9-14; Sal. 85; Lc.5, 27-32
Una llamada y una respuesta y una serie de
acontecimientos y de mensajes que se precipitan despertando en nosotros cada
vez más deseos de santidad y de gracia.
Una llamada, Leví el publicano, que estaba en su garita
de recaudador de impuestos, que tiene una pronta respuesta. Jesús le dijo: ‘Sígueme, y, dejándolo todo, él se levantó y
lo siguió’. Pero van a ser muchos los que se van a hacer partícipes de ese
acontecimiento. Porque ‘Leví ofreció un
banquete en su casa a Jesús y estaban a la mesa con ellos un gran numero de
recaudadores y de otros’. La noticia corre y los amigos del publicano,
compañeros de profesión, acuden a participar también del banquete con Jesús.
Aunque luego veremos que eso provoca muchas reacciones en contra por parte de
otros.
Ya esta parte del episodio nos trae un mensaje. Es por
un lado la pronta respuesta de Leví que, ‘dejándolo
todo, se levantó y siguió a Jesús’. Pero vemos la reacción en cadena y
fijémonos en su aspecto positivo. Algunas veces nos puede parece que lo que
nosotros hacemos no va a tener repercusión en los demás; pensamos que pueden
ser cosas sin importancia y a nadie va a afectar. Sin embargo, estamos viendo
que cualquier obra buena que nosotros hagamos siempre puede hacer un bien a los
que están a nuestro lado, aunque a nosotros nos pueda parecer lo contrario.
La prontitud del seguimiento de Leví a la llamada de
Jesús fue un testimonio que despertó al menos curiosidad en muchos que se
acercaron y participaron en la mesa con Jesús. Y eso no es cualquier cosa. Tenemos
que aprender a recoger también nosotros el mensaje porque con nuestra respuesta
nosotros podemos hacer mucho bien a los demás.
Pero ya vimos que hay otras reacciones no tan
positivas. Pero es la reacción de los que se creen hartos y ya no necesitan
pedir pan; los que se creen justos y ya piensan que la salvación que Jesús nos
ofrece no es para ellos. El camino hacia Jesús es la propia conciencia de
pecado. Los que se creen justos, no dejan lugar en sí mismos para Dios. Por eso
no entenderán los signos y los gestos de Jesús.
‘¿Cómo es que coméis
con publicanos y pecadores?’
Por allí andan los fariseos y los escribas criticando la acción de Jesús. Ellos
eran los puros que no se mezclaban con los pecadores, por eso no entendían que
Jesús y sus discípulos se sentaran a la mesa con los publicanos y los
pecadores. Allí estaban criticando la postura de Jesús.
En la bonita expresión del Papa Francisco Jesús si
tenía olor a oveja. El pastor anda en medio del rebaño, de alguna manera
revuelto en medio de sus ovejas, porque las llevará a pastar a los mejores
pastos, o cargará sobre sus hombros a las heridas o a las que se sienten más
débiles para seguir al ritmo de las demás, o irá en busca de las descarriadas
allá donde se puedan encontrar perdidas en medio de los barrancos o los
zarzales.
Allí está Jesús, Buen Pastor, en medio de su rebaño.
Quizá no todos son buenos, pero por todos Jesús ha venido para traernos a todos
la salvación. Allí están los pecadores, que lo reconocen, pero a los que Jesús
viene a curar y a sanar, a los que Jesús viene a ofrecerles la salvación. ‘No he venido a llamar a los justos, sino
a los pecadores para que se conviertan’. Por eso aquellos que se creen
justos no van a entender ese mensaje.
Nos sentimos pecadores; algunas veces parece que
podemos hundirnos bajo el peso de las culpas de nuestros pecados. No olvidemos
que Jesús ha venido por nosotros y que la maravilla de su amor es que siendo
nosotros pecadores, por amor ha muerto por nosotros. Nos llenamos de esperanza.
Nos sentimos movidos y llamados a la conversión, que para eso Jesús ha venido y
ese es el camino que ahora vamos haciendo en esta cuaresma.