Tocad la trompeta, congregad al pueblo porque se acerca la Pascua e iniciamos la Cuaresma
Joel, 2, 12-18; Sal. 50; 2Cor. 5, 20-6, 2; Mt. 6, 1-6.16-18
‘Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión, congregad al pueblo…’
Es el grito que como un pregón escuchamos en este primer día de Cuaresma. Los
que son muy mayores pueden recordar aquellos viejos tiempos cuando se
proclamaba un bando en el pueblo; allá venía el pregonero con su trompetín y en
los lugares públicos después de recabar la atención de las gentes proclamaba
aquel bando o aquel anuncio que se quería hacer; imágenes así hemos visto todos
en películas, pero hoy todavía en nuestros pueblos queda el auxilio del coche
con sus parlantes o altavoces en alto que va por las calles, plazas y caminos
haciendo sus correspondientes anuncios de algo que va a suceder o celebrar, o
quizá el anuncio de un vecino que haya fallecido.
Nos viene
bien recordar estas imágenes porque hoy lo que hemos escuchado es también un
pregón o una llamada que nos hace la Iglesia en su liturgia con la Palabra de
Dios convocándonos a este tiempo que iniciamos que llamamos Cuaresma. Y creo
que hemos de tomarnos muy en serio esta llamada o convocatoria que se nos hace.
El profeta
decía de parte del Señor: ‘Convertios a
mí de todo corazón… rasgad los corazones, no las vestiduras: convertios al
Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y
rico en piedad…’ Y por su parte el apóstol san Pablo nos recordaba que ‘ahora es el tiempo de la gracia; ahora es
el día de la salvación’; y nos invitaba ‘a no echar en saco roto la gracia de Dios… dejaos reconciliar con
Dios’.
Iniciamos
este tiempo que todos sabemos bien que es el camino que nos ofrece la Iglesia
para prepararnos para la Pascua. Llegan momentos muy importantes para el
cristiano en que nos disponemos a celebrar el misterio pascual de Cristo. Pero,
como bien sabemos, la celebración no es un mero recuerdo que hagamos como si
fuera una mera representación que nos da gusto contemplar y por eso acompañamos
nuestra celebración de unas representaciones plásticas en las imágenes sagradas
que nos recuerden los misterios de la pasión y muerte del Señor.
La
celebración de la Pascua tiene que ser algo mucho más hondo que todo eso porque
de ninguna manera nos podemos quedar en lo externo. Tiene que ser una vivencia
profunda del misterio redentor de Cristo haciéndonos participes de esa gracia
redentora de Cristo para dejarnos transformar por su vida y por su gracia. Es
ahora que tenemos que vivir todo ese misterio de Cristo; es ahora que tenemos
que revivir, hacer de nuevo viva en nosotros esa salvación de Jesús en nuestra
vida. Por eso nos queremos preparar con intensidad en los cuarenta días de la
Cuaresma.
‘Convertios al Señor Dios vuestro’,
nos decía el profeta. Por eso nosotros
tenemos que levantar la mirada a lo alto para mirar a Jesús, para mirar a
Cristo en todo el misterio de su pasión y de su muerte que nos lleve a la
resurrección de una nueva vida en nosotros. Miramos a Cristo, porque sabemos
que en El está de verdad la salvación para nosotros y para nuestro mundo.
Miramos a
Cristo porque sabemos que El es la luz verdadera que ilumina nuestro mundo,
nuestra vida; ese mundo nuestro con sus
crisis y sus problemas, esa vida nuestra llena tantas veces también de muchas
tinieblas y oscuridades, ese mundo y esa vida nuestra tantas veces que parece
que anda desorientada, en Cristo va a encontrar esa luz que nos señale el
camino del verdadero sentido, de la verdadera vida. En Cristo entramos la respuesta
a tantos interrogantes que se nos pueden presentar en nuestro interior, porque
Cristo es el que en verdad tiene palabras de vida eterna para nosotros.
‘Conviértete y cree en el evangelio’,
se nos va a decir en el rito de la imposición de la ceniza. La ceniza nos
mancha, mejor aún, nos recuerda que estamos manchados porque somos pecadores;
la ceniza nos recuerda la debilidad y la fragilidad de nuestra vida, ‘eres polvo y en polvo te has de convertir’;
pero la ceniza nos evoca que si nos acercamos con fe hasta el Señor,
convirtiendo nuestro corazón a El nuestra debilidad se puede transformar en
vida por la fortaleza de la gracia del Señor.
Nos
sentimos débiles y pecadores, pero queremos volver nuestro corazón a Dios. Por
eso escuchamos la invitación a la conversión. Pero la conversión no es decir
simplemente voy a intentar ser mejor, a cambiar algunas cosas de mi vida que
tengo que mejorar; la conversión significa darle la vuelta a nuestra vida para
que esté totalmente orientada en Dios; si tenemos que convertirnos, darle la
vuelta, es porque el camino que seguíamos no era el bueno, porque andábamos
como desorientados y ahora tenemos que darle la vuelta. Tenemos que empezar por
reconocerlo. Pero no es una vuelta
cualquiera; es una vuelta hacia el evangelio de Jesús. ‘Conviértete y cree en el Evangelio’, se nos dice.
Creemos en
el Evangelio y miramos a Jesús, como decíamos antes. Cuando miremos a Cristo
frente a frente, sin ocultamientos ni temores, iremos entonces confrontando
nuestra vida, iremos dejando iluminar nuestra vida por su Palabra, iremos dando
esos pasos que nos va pidiendo el evangelio, iremos dejándonos reconciliar con
Dios que significará también irnos reconciliando más y más con los hermanos,
iremos transformando nuestra vida por la fuerza de la gracia del Señor.
Es el
camino que nos irá ofreciendo la Iglesia a través de toda la Cuaresma con la
Palabra de Dios que cada día se nos proclame, con las celebraciones que iremos
viviendo, con todas esas reflexiones que se nos vayan ofreciendo, con esos
sacrificios que le iremos ofreciendo al Señor en la conversión de nuestro
corazón, y con la intensidad de nuestra oración al Señor. Ayuno, limosna y oración son las tres palabras que se repiten, para
hablarnos de ese sacrificio de nuestra conversión, de ese compartir generoso
con los demás porque la limosna limpia
tus pecados que dice la Escritura, y será nuestra oración al Señor.
Serán
momentos para interiorizar de verdad en nuestra vida. Hoy el evangelio nos
habla de cómo no podemos quedarnos en hacer las cosas de forma externa
solamente buscando la apariencia. Nos dice Jesús que nos metamos en nuestro
cuarto interior, que no es simplemente encerrarnos en una habitación para hacer
nuestra oración y reflexión, sino saber entrar dentro de nosotros mismos con
toda sinceridad para que podamos tener ese encuentro vivo con el Señor. Hay el
peligro, y de eso nos quiere prevenir, de que recemos y recemos muchas
oraciones pero no haya un encuentro vivo allá en el secreto de nuestro corazón
con el Señor. Es lo que tenemos que cuidar mucho.
‘En el tiempo de la salvación te escucho, en el día de
la salvación te ayudo…’ nos decía el Señor en la carta de
San Pablo. Es el tiempo de la salvación, escuchemos de verdad a Dios en lo más
hondo de nuestro corazón, sintamos viva en nosotros la gracia del Señor.
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