Lo hemos dejado todo y te hemos seguido…
1Ped. 1, 10-16; Sal. 97; Mc. 10, 28-31
‘Ya ves que nosotros
lo hemos dejado todo y te hemos seguido’, le dice Pedro a Jesús. Todo partió de aquel episodio -
lo escuchamos ayer - en que uno vino y se postró ante Jesús preguntando que
había que hacer para heredar la vida eterna. Cuando Jesús le plantea que además
de guardar los mandamientos hay que mirar más arriba, más alto, porque son
otras actitudes profundas las que hemos de tener en el corazón para ser capaz
de darlo todo, desprenderse de todo para seguir el camino de perfección que le
propone Jesús, aquel hombre se marchó pesaroso porque era muy rico.
‘¡Qué difícil les es
entrar en el Reino de Dios a los que ponen toda su confianza en el dinero!’ había sido el comentario de Jesús.
Ellos lo veían difícil y costoso. ‘Entonces, ¿quién puede salvarse?’ se
preguntaban. Y Jesús les explica que solo con la fuerza humana, la buena
voluntad y los buenos deseos no basta; es necesario algo más, es necesario
poner toda su confianza en el Señor y por El ser capaz de dejarlo todo; y para
eso no faltará la gracia de Dios. ‘Con
Dios no es imposible’.
Es cuando surge el comentario de Pedro que hoy
escuchamos. Ellos lo habían dejado todo; allá junto al lago se habían quedado
las redes y las barcas, cuando Jesús les invitó a ser pescadores de hombres; el
mostrador de los impuestos se había quedado vació cuando Jesús había llamado a
Leví; y así uno y otro de los discípulos habían ido dejando atrás muchas cosas,
algunos hasta sus deseos de independencia y liberación de la opresión romana,
entre ellos había algún ‘celote’; aunque algunas veces hubieran aparecido de
nuevo deseos de grandezas y de primeros puestos, ellos estaban allí porque lo
habían dejado todo para seguirle.
Y Jesús con su respuesta quería hacerles reflexionar,
encontrar los verdaderos motivos para estar allí con El, y el Señor nunca nos
defrauda. Se trataba de que todo aquello lo habían dejado - casa, hermanos,
padre o madre, tierras o posesiones - por Jesús y por su Evangelio. Y decir por
Jesús y su evangelio significaba que en Jesús en verdad habían encontrado
palabras de vida eterna, como un día confesaría Pedro; que lo habían dejado
todo por el Evangelio, significaban que esa Buena Noticia que estaban
escuchando y que les anunciaba el Reino de Dios era en verdad algo que llenaba
totalmente su corazón y su vida.
Por Jesús, por
el Reino de Dios estaban dispuestos a todo. Algunas veces eso iba a costar,
porque en ellos mismos aparecerían las ambiciones como tantas veces les
sucediera, o porque también iban a encontrarse que hacer ese anuncio y vivir
ese Reino de Dios en ocasiones iba a ser costoso. Pero tendrían una
satisfacción grande en el alma, porque nacía una nueva familia y una nueva
hermandad; porque en torno a sí iban a encontrarse tantos hermanos que
lucharían también por lo mismo, y eso les llenaba de satisfacción y gozo el
alma; porque podían tener la alegría de ellos también hacer ese anuncio del
Reino de Dios e ir realizando también sus señales; porque finalmente sabían que
para ellos también era el Reino de los cielos y un día podrían alcanzar esa
vida eterna.
Es el gozo y la alegría con que nosotros queremos
también vivir nuestra fe queriendo además contagiarla a todos los que están a
nuestro lado. Es el gozo y la alegría que viven quienes escuchando la voz del
Señor que les llamaba un día dijeron sí dejando atrás muchas cosas para
consagrarse a Dios por el Reino de los cielos. Pensemos en la alegría con que
viven su entrega y su consagración los religiosos y religiosas y los sacerdotes
y todos cuando de una forma o de otra se han consagrado al Señor a causa del
Reino y trabajan por el Reino de los cielos.
Decimos que hay unas renuncias - y eso hay mucha gente
a la que les cuesta entender -, a una familia, a un amor matrimonial, a unas
cosas o pertenencias propias, a su yo cuando su vida es obedecer para servir
allí donde el Señor nos llame; pero no son renuncias así porque sí, sino son
entrega y ofrenda de amor. Y cuando se hace una ofrenda de amor va a hacer una
alegría nueva, una felicidad distinta en el corazón que en el Señor podemos
encontrar.
Que el Señor nos haga sentir esa alegría y felicidad
honda. Y ahí tiene que estar la comunidad cristiana al lado de los consagrados
para apoyarlos y valorar su consagración que en fin de cuentas es en beneficio
de ese pueblo de Dios, pero también para acompañarlos con su oración. Es lo que
os pedimos.
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