El ayuno que yo quiero es éste… poner amor, paz, armonia en la convivencia de cada dia
Is. 58, 1-9: Sal. 50; Mt. 9, 14-15
‘Los discípulos de Juan se acercaron a Jesús
preguntándole: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio,
tus discípulos no ayunan?’ Todo grupo tiene sus normas y
reglamentos, se expresan con unas costumbres o unas formas muy particularles de
actuar. En torno a Juan allá en el desierto junto al Jordán se reunían muchos
discípulos que trataban de llevar a rajatabla las normas e instrucciones que
el profeta les propondría; bien sabemos que en los alrededores del Mar Muerto,
en Qumrán se había formado también una comunidad muy estricta en sus prácticas
religiosas; y también los fariseos que eran algo mas que un partido de sentido
político tenían también sus normas muy estrictas a la hora de entender sus
prácticas religiosas.
Es por lo
que surge la pregunta; no terminan de entender que si ellos que se están
preparando intensamente para la llegada del Mesías, cómo es que Jesús no les
pida la misma intensidad de penitencias y ayunos a sus discípulos. La dará
oportunidad a Jesús - nos dará oportunidad a nosotros también ya desde el principio
de esta Cuaresma - para explicarnos y poder entender el verdadero sentido del
ayuno.
El hacer
ayuno, con lo que significa de austeridad y de sacrificio, sin embargo llevaba
otras connotaciones que habían de manifestarse también externamente. Decir
ayuno era decir poner, llamemoslo así, cara de circunstancias; sería la
expresión de la seriedad, sería un cierto deje de tristeza, sería como una
manifestación de duelo y de dolor. Tenía que expresarse también externamente en
unos gestos o en unos signos de ayuno y penitencia que se estuviera haciendo.
No es ese
el sentido ni el estilo de Cristo. Primero
ahora les dice que si estan los amigos del
novio con él en la fiesta de bodas, no es el momento de tener
expresiones de tristeza en el rostro ni de manifestación de duelo. Para eso
habrá otros momentos que ya llegarán; y en cierto modo hace un anuncio de su
pasión y de su muerte; ‘cuando se lleven al novio’, les dice.
Pero
tendríamos que recordar aquí también lo que Jesús ya decía en el sermón del
monte - que nosotros escuchamos en la lectura del evangelio del miercoles de
ceniza -; ‘cuando ayunéis, nos decía
entonces, no andéis cabizbajos, como los farsantes que desfiguran su cara para
hacer ver a la gente que ayunan… cuando ayunes perfúmate la cabeza y lávate la
cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre que ve en lo
escondido y te recompensará’.
No tienen
que ha ver tintes de tristeza y de duelo en el ayuno. Si queremos hacer una
ofrenda de sacrificio al Señor, es porque queremos mostrarle nuestro amor, y el
amor siempre hay que vivirlo con gallardía y con alegría.
Pero ¿cuál
es el ayuno que el Señor quiere?, se preguntaba el profeta. ¿Un ayuno entre
violencias y opresiones? ¿un ayuno lleno de vanidades y de orgullos? ¿un ayuno
que esté carente de amor a los demás? ‘Ayunáis
entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad’, les decía el profeta
de parte del Señor. ‘El ayuno que yo
quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los
cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con
el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no
cerrarte a tu propia carne’.
Ahí
tenemos todo un programa. Un programa que hemos de saber traducir a lo que es
la realidad de nuestra vida. No iremos sacando a la gente de la cárcel, porque
eso no estaría en nuestra mano y otros serían los que tendrían que actuar ahí,
pero sí cada uno de nosotros podemos hacer mucho en ese sentido con los que nos
rodean y con los que convivimos cada día.
Ayuna
arrancando de tu vida todo lo que sea violencia, en gestos o en palabras; ayuna
aprendiendo a respetar y a valorar más a esas personas que están a tu lado;
ayuna comenzando a saludar a esa persona que no te cae bien o dando pasos de
acercamiento a esas personas con las que no me entiendo o los que un día
pudimos haber tenido un problema; ayuna no negándole el saludo o la palabra
buena a nadie, a ese con el que te encuentras cada día y pasas a su lado sin
decirle una palabra o sin mirarle a los ojos.
Tiende tu
mano y tu rostro lleno de comprensión a esa persona que sufre a tu lado; detente
a hablar con aquel que está solo y parece que nadie atiende ni entiende; comparte
las sonrisas de tu corazón con aquel que vemos lleno de tristeza o de amargura;
muestra gestos de paz para con aquellos que son violentos y están queriendo
siempre imponerse aunque sea a voces, derrotándolos con tu sonrisa, con tu
palabra buena, con tu amabilidad y comprensión para ayudarles así a que cambien
sus posturas y actitudes.
Ese es el
ayuno que el Señor quiere; seguramente será un sacrificio mucho mayor hacer
alguna de estas cosas que privarte de un bocadillo de jamón o comerte un trozo
de carne. ¿Qué será lo que más agrada al Señor? ¿cuál es el verdadero ayuno que
el Señor quiere? Vete poniendo amor,
paz, armonía en la convivencia de cada día con los que están a tu lado. ‘El Señor te recompensará’.
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