Nuestra confianza en el Señor que nos llena de paz en medio de nuestras responsabilidades y preocupaciones
Is. 49, 14-15; Sal. 61; 1Cor. 4, 1-5; Mt. 6, 24-34
¿Dónde ponemos nuestra confianza? Tenemos que creer, es
cierto, en nosotros mismos y por supuesto hemos de valorarnos y valorar todas
nuestras capacidades. Cuando hablamos de confianza, por supuesto, tenemos que
tener también confianza en los demás, porque de lo contrario tenemos el peligro
de llenar de falsedad e hipocresía nuestras relaciones. Vemos también todos los
medios que hoy en la vida tenemos en nuestras manos, fruto del progreso que a
la larga es progreso también del mismo hombre, al desarrollar su inteligencia y
sus capacidades, y que también nos van a
ayudar en ese desarrollo y camino de nuestra vida.
Pero cuando nos hacemos la pregunta del principio es
algo más quizá por lo que estamos preguntándonos. Porque por ahí pueden andar
lo que son nuestras preocupaciones, aquellas cosas que ansiamos, nuestros
sueños, y nos cuesta conseguir. Pero también puede tener aún una mayor
trascendencia porque a la larga podemos estarnos preguntando por el sentido de
nuestro vivir, aquello en lo que ponemos el sentido y el valor de nuestra
existencia.
Podemos perder de vista la trascendencia que tiene nuestra
vida desde el sentido de nuestra fe, y podemos quedarnos en buscar apoyos
materiales o meramente terrenos - y aquí podría entrar el dinero, las riquezas
o la posesión de las cosas -. De ahí que en esa búsqueda de cosas andemos no
preocupados o responsabilizados sino más bien agobiados perdiendo la paz de
nuestro espíritu. Y esto sí es lo que tenemos que evitar, para que no nos
creemos ataduras.
Hay una palabra que se repite varias veces en el texto
del evangelio de hoy y que es algo de lo que quiere Jesús prevenirnos. ‘No estéis agobiados…’, nos dice de una forma o de otra hasta cinco
veces. Y nos pone el ejemplo esas cosas elementales de la vida como puede ser
el vestido o el alimento, o los años que podamos vivir en esta vida.
Y nos habla del Padre del cielo que nos ama y cuida de
nosotros, porque si embellece las flores o cuida de los pájaros del cielo,
¿cómo no hará mucho más por nosotros que
somos sus criaturas preferidas y nos ama como a hijos? Es la confianza en la
Providencia de Dios que en su infinito amor y sabiduría cuida de nosotros. Es
una invitación a la confianza en Dios que nos ama y nos protege.
Por eso, nos dice, no podemos andar como los paganos
que no creen en Dios. No nos podemos crear nosotros otros dioses. Por eso
comenzaba el evangelio hablándonos de que no podemos servir, adorar a dos
señores. ‘Nadie puede estar al servicio
de dos amos… no podéis servir a Dios y al dinero’, nos dice tajantemente
Jesús.
Ya el prometa Isaías nos decía algo hermoso. No podemos
de ninguna manera decir que nos sentimos abandonados de Dios. Fue la
experiencia que vivió el pueblo de Dios en aquellos tiempo difíciles de la
cautividad lejos de su tierra, pero el profeta les habla de lo grande y hermoso
que es el amor de Dios. ‘¿Es que puede
una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré’, les dice el profeta. Dios
nunca nos olvidará; es Padre y es Madre porque es amor y amor infinito y ese
amor infinito Dios lo está derrochando continuamente en nuestra vida. Hemos de
abrir los ojos de la fe para descubrirlo y para sentirlo. Aunque sean duros y
difíciles los momentos por los que estamos pasando, ahí siempre estará el amor
de Dios.
Es en Dios en quien tenemos que poner toda nuestra
confianza, porque es Dios el que da sentido y valor a todo lo que es nuestra
vida. A eso nos está invitando el evangelio. Por eso, el auténtico creyente, el
que quiere seguir en verdad el camino de Jesús buscará el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se le dará por
añadidura. Es la trascendencia que le damos a nuestra vida buscando lo que
verdaderamente vale y es importante.
Podemos tener, es cierto, preocupaciones por esos
trabajos y luchas de cada día; eso es responsabilidad, la responsabilidad con
que tenemos que vivir nuestra vida, esa vida que Dios ha puesto en nuestras
manos en esas tareas, en esas responsabilidades que en la vida asumimos y con
las que no solo buscamos nuestra subsistencia sino que trabajamos para hacer
entre todos un mundo mejor.
La confianza que ponemos en Dios no nos hace
desentendernos de las responsabilidades de la vida de cada día; pero esas
tareas, esas preocupaciones que podamos sentir ante lo que tenemos que hacer no
nos puede hacer perder nunca la paz, porque es en Dios en quien ponemos toda
nuestra confianza; es en Dios en quien encontramos esa fuerza y esa luz para
realizar nuestras tareas. Es la paz que en la presencia de Dios ha de llenar
siempre nuestro corazón.
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