Pongo ante ti la vida y el bien, el camino de la cruz y la capacidad del amor en plenitud
Deut. 30, 15-20; Sal. 1; Lc. 9, 22-25
‘El Hijo del Hombre
tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, los sumos sacerdotes y
los escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Hemos escuchado el anuncio de Jesús.
Cuando aún estamos dando los primeros pasos de nuestro camino cuaresmal ya la
liturgia nos hace mirar hacia la meta de la Pascua, nos hace mirar a la Cruz y
a la resurrección, nos hace mirar hacia el amor.
Es lo que contemplamos; lo que tiene que ser nuestro
camino cuaresmal como lo es toda la vida de un cristiano. Todo tiene que estar
envuelto por el amor; todo tiene que estar guiado y motivado por el amor; todo
se ha de traducir en el amor.
Cuando contemplamos el misterio pascual de Jesús, su
pasión, su muerte y su resurrección, lo que estamos contemplando es el amor. No
es el sufrimiento por el sufrimiento; si contemplamos el sufrimiento en la pasión
es porque estamos contemplando una entrega de amor; y esa entrega duele, se
convierte en sufrimiento, pero tiene todo su sentido en el amor. Quien ama se
da, se entrega; y cuando uno se da y se entrega se produce ese dolor, ese
desgarro en el alma porque te obliga a olvidarte de ti mismo para solo pensar
en aquel a quien amas. Son muchas las cosas que tenemos que vencer en nuestro
interior para tener un amor así. Es de alguna manera morir a nosotros mismos. Pero
amamos y damos vida; amamos y nos llenamos de vida.
Es nuestro camino, el camino que nosotros también hemos
de seguir. ‘El que quiera seguirme que se
niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo’. Todo
esto seguimos entendiéndolo desde la óptica del amor. Como decíamos no es cruz
por cruz, sufrimiento por sufrimiento; es entrega de amor.
‘El que quiera
seguirme…’ nos dice
Jesús. Es que cuando uno se ha decidido a seguir a Jesús, a optar por Jesús es
porque algo grande hemos descubierto. Decir que seguimos a Jesús cuando sabemos
que podemos encontrar cruz y sufrimiento no es cosa fácil que se haga de
cualquier manera; algo hemos descubierto detrás de esa cruz y de ese
sufrimiento; como hemos venido reflexionando, hemos encontrado el amor. Al
encontrarnos con Jesús nos dejamos cautivar por su luz, por su verdad, por
sabiduría, en una palabra, por su amor. Es, podríamos decir, enamorarnos. Y cuando
nos enamoramos ya no nos importa nada de las otras cosas que podamos encontrar,
porque en ese amor nos sentimos llenos, nos sentimos en plenitud. Y ya sabemos
que no es fácil.
Entendemos, entonces, lo que nos dice de tomar la cruz
cada día, o sea, ser capaz cada día de hacer esa ofrenda de amor de nuestra vida. Cuando hacemos
ofrenda de algo, es como un regalo que entregamos y del que nos desposeemos. Por
eso nos dirá Jesús que es perder la vida por su causa para ganarla. ‘El que quiera salvar su vida, la perderá;
pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará’.
En la primera lectura del Deuteronomio hemos escuchado
que el Señor pone ante nosotros la vida y
el bien, la muerte y el mal. Nos toca elegir, escoger, hacer nuestra opción.
Ante nosotros tenemos a Jesús al que hoy ya contemplamos en ese anuncio de su
pascua, de su pasión, muerte y resurrección. Nos ha invitado a seguirle. ¿Cuál
es nuestra respuesta? ¿Optaremos por amor como el suyo? ¿Seremos capaces también
nosotros de hacer esa ofrenda de amor como El lo hizo?
‘Elige la vida, y
vivirás tú y tu descendencia amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, pegándote
a El, pues El es tu vida…’
Es lo que queremos hacer. Es el camino que ahora en esta cuaresma estamos
queriendo emprender. Queremos llegar a la Pascua, a la resurrección, a la vida
en plenitud. Sigamos el camino de Jesús que aunque sea camino de Cruz es camino
de amor y camino de vida para siempre.
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