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sábado, 19 de diciembre de 2020

Pongamos nosotros nuestro amor y ayudemos con ello a recuperar su dignidad a tantos que en la vida no se sienten amados significándoles también que Dios les ama

 


Pongamos nosotros nuestro amor y ayudemos con ello a recuperar su dignidad a tantos que en la vida no se sienten amados significándoles también que Dios les ama

Jueces 13, 2-7. 24-25ª; Sal 70; Lucas 1, 5-25

La presencia de Dios en la vida del hombre lo dignifica y lo engrandece. Dios no quiere nunca anular la vida del hombre, su grandeza y su dignidad sino todo lo contrario. La liberación que significa sentirnos amados de Dios nos engrandece, como nos sentimos agraciados y engrandecidos cuando en la vida nos sentimos amados.

Sentirte amado es sentirte valorado; sentirte amado es sentir que se te tiene en cuenta; sentirte amado es saber que tú no eres indiferente para aquel que te ama; sentirte amado te hace sentirte con una fuerza interior porque ya no eres un cualquiera, un ser anónimo, sino que tienes un nombre – con lo que eso significa – para aquella persona que te ama. Cuantos contemplamos en la vida que su mayor desgracia es sentir o apreciar que nadie les ama, que nadie les tiene en cuenta, que son ignorados y en consecuencia con el desprecio más terrible porque se sienten que no son nadie para nadie.

‘No temas, le dice el ángel a Zacarías, tu oración ha sido escuchada’. Se abrieron los cielos para aquel anciano; eso era suficiente para quedarse mudo sin saber que pronunciar ni decir, porque hasta entonces tenía quizá la sensación, a pesar de ser un hombre de fe, de que Dios no le tenía en cuenta, porque Dios no escuchaba sus súplicas. Ahora ya puede saltar de alegría porque sabe que Dios le ha tenido en cuenta, su oración ha sido escuchada. Quizás ya hasta no le importe que no consiga lo que tanto ha pedido, porque se le ha ido el tiempo, él es anciano y su mujer también además de ser ella estéril. Por eso quizá la respuesta al ángel, que no era rechazar el designio de Dios sino humildemente reconocer ya su capacidad humana para ser padre.

Pero el ángel viene a decirle que Dios ha escuchado su oración y las maravillas de Dios se van a realizar, porque aquel hijo que va a nacer tiene una misión, una misión muy importante en la historia de Israel, en la historia de la salvación. Va a ser el que viene a preparar los caminos del Señor, como habían anunciado los profetas. Va a ser el que irá delante del Señor con el poder y el espíritu de Elías preparando un pueblo bien dispuesto. Va a ser el que estará lleno del Espíritu de Dios ya desde el seno materno, porque será un consagrado del Señor. Cómo va a saltar la criatura en el seno de su madre aún con la visita de María, que es también la visita del Salvador, la visita de Dios para aquel hogar de la montaña.

Se quedará mudo Zacarías - ¿y quien no se queda mudo cuando recibe tan excelentes noticias? – aunque le servirá para una purificación mayor de su fe para poder cantar mejor luego las alabanzas del Señor. Es cierto que hubo duda en su corazón cuando el ángel le comunica tan maravillosa buena nueva, porque se cree indigno, para pensando humanamente parecía imposible lo que el ángel le anunciaba, porque no terminaba de percibir lo que eran las maravillas del Señor para quien nada hay imposible.

Pero ahora Zacarías podría volver con la cabeza alta a su casa de la montaña, pero con la mayor de las alegrías en el corazón porque Dios le había tenido en cuenta, porque de alguna manera Dios le había escogido a él también para una colaboración en la obra de la salvación con el nacimiento de su hijo, el mayor de los nacidos de mujer como un día dijera Jesús de él. A Isabel se le borró todo el oprobio que sentía en su corazón en su imposibilidad de ser madre y ahora toda su dignidad de mujer y de persona estaba recobrada. Son las acciones del Señor, son las maravillas del Señor que siempre nos engrandecen.

¿Nos hará también pensar todo esto cómo podemos nosotros dignificar a tantos con nuestro amor? A nuestro lado pasan muchos que sienten el oprobio de que no son amados; pensemos en cuanta discriminación sigue habiendo en el mundo en que vivimos; pongamos nosotros nuestro amor y ayudemos con ello a recuperar su dignidad a tantos que en la vida no se sienten amados. Con nuestro amor también les estaremos diciendo que cuentan para Dios y que son amados de Dios.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Al creyente no le importa pasar una vida oculta y en un aparente silencio porque sabe que con cuanto haga y viva está realizando el plan de Dios de salvación para los demás

 


Al creyente no le importa pasar una vida oculta y en un aparente silencio porque sabe que con cuanto haga y viva está realizando el plan de Dios de salvación para los demás

Jeremías 23, 5-8; Sal 71; Mateo 1, 18-24

Hay personas que pasan desapercibidas en la vida, que nunca se mencionan y que da la impresión que no hubieran existido si la historia la construimos o la narramos de la prestancia de las personas y de la relevancia que se dan. Sin embargo aunque en su humildad han pasado desapercibidas han ocupado un lugar muy importante y hasta diríamos sobresaliente en la vida. No vendieron quizá su imagen, pero su obra callada quedó y solo los que saben ser observadores podrán descubrir su relevancia.

Hoy la palabra de Dios dirige nuestra mirada a quien quiso pasar así desapercibido por la vida pero que jugó un papel importante en nuestra historia de la salvación. Me refiero a José el esposo de María. En contadas ocasiones se nos menciona en el evangelio y siempre parece que tiene un papel muy secundario. La imagen que en la tradición nos hemos hecho de él, un anciano venerable, lo hace pasar más desapercibido. ¿Por qué razón tenemos que imaginarlo siempre como un anciano venerable cuando en lo poco que se menciona de él se dice que era un artesano de Nazaret? Jesús era el hijo del artesano, así nos aparece en el evangelio, y no podemos pensar entonces en un hombre tan mayor como que lo veamos como anciano. Quizás la humildad con la que pasa tan calladamente por el evangelio nos lo haga figurar así.

Pero por lo que escuchamos hoy en el evangelio de Mateo podemos encontrar en él una persona muy madura humanamente hablando y una persona de una grande fe. Era el esposo de Maria, así nos lo menciona el evangelio aunque en las costumbres propias de la época parece que aun no se hubieran celebrado las bodas porque aún María no convivía en el mismo hogar de José. ‘No conozco varón’, le había dicho María al ángel de la anunciación.

En aquellos misterios de Dios para ofrecernos al Emmanuel por obra del Espíritu Santo María esperaba ya un hijo. Y eso tenía que haber sido algo de gran tormento en el corazón de José, de manera que en secreto para no hacer daño a nadie está decidido a repudiarla. El tormento de su corazón pero la madurez de su vida le hace llevar aquel sufrimiento en silencio, esperando quizá que el Señor le manifieste su voluntad.

Aún no conoce José los designios de Dios. El ángel del Señor se le manifestará en sueños para revelarle todo el misterio de Dios que en María se está realizando. Y José también pone su vida en las manos de Dios. Si María respondió al ángel diciendo que allí estaba la esclava del Señor y se cumpliera en ella según su palabra, José en silencio dice sí a Dios y se llevó a María, su mujer a su hogar. Es el hombre creyente que rumia en silencio todo el misterio de Dios que se le revela y responde a Dios con la obediencia de la fe.

Nos centramos hoy en este episodio que es el que nos ofrece el evangelio en esta ocasión, aunque siguiendo el camino de José veremos cómo tendrá que enfrentarse a momentos difíciles y dolorosos pero siempre con la madurez del creyente que busca lo que es en todo la voluntad de Dios. El camino hasta Belén para el empadronamiento, el nacimiento de su hijo en un establo, la persecución de Herodes y la huida casi como un exiliado a Egipto, etc., son momentos en que como en silencio y de forma madura se va enfrentando a esas diversas situaciones queriendo caminar descubriendo siempre lo que son los designios de Dios. Así, en silencio, ocupa un lugar muy importante en la historia de nuestra salvación.

Preguntas podrían surgir muchas en nuestro corazón desde la contemplación del silencio, de la madurez y de la fe de José. ¿Cómo reaccionamos nosotros ante las dificultades de la vida? nos decimos creyentes, pero ¿sabemos hacer una lectura creyente de cuanto nos sucede para en ello descubrir lo que son los designios de Dios para nuestra vida? porque ser creyente no significa que tengamos que someternos a un destino fatídico al que no encontramos sentido, pero ante el que tenemos que aguantarnos de la forma que sea.

El creyente se pregunta y le pregunta a Dios, el creyente siente inquietud en su corazón y muchas veces también tiene que sufrir mientras no encuentra un sentido y un valor a lo que le sucede, el creyente no simplemente cierra los ojos para dejarse llevar por algo irremediable, sino que saber abrir bien los oídos y los ojos de su corazón para descubrir su lugar, pero para descubrir en el lugar de Dios en cuanto nos sucede, para descubrir el designio de Dios. Al creyente no le importa pasar una vida oculta y en un aparente silencio, como fue el de José, porque sabe que también con cuanto haga y viva está realizando ese plan de Dios de salvación para los demás.

jueves, 17 de diciembre de 2020

El mundo sigue esperando salvación; nosotros tenemos algo que ofrecer, mejor a Alguien que en verdad es la salvación para la humanidad también hoy

 


El mundo sigue esperando salvación; nosotros tenemos algo que ofrecer, mejor a Alguien que en verdad es la salvación para la humanidad también hoy

Génesis 49, 1-2. 8-10; Sal 71; Mateo 1, 1-17

‘Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo’. Alguien podría decir que si estamos empezando la casa por el tejado. Si estamos en Adviento e iniciando esta última semana que tiene unas características especiales como preparación inmediata para la celebración de la Navidad el que ahora aparezca este versículo haciendo referencia al nacimiento de Jesús pudiera parecer como un contrasentido.

Pero no lo es. Es la meta hacia la que vamos. Y bien que necesitamos recordarlo y más en este mundo en que vivimos en que ya ni siquiera algunos quieren mencionar la palabra Navidad contentándose con aquello tan genérico de ‘felices fiestas’. Ya sabemos como estamos terminando en esta sociedad nuestra tan especial en una navidad sin Jesús y si podemos evitar esas palabras, las evitamos.  Alguien me hacía referencia estos días en que ya incluso las iluminaciones ‘navideñas’ de nuestras calles y plazas en la Navidad poco tienen que ver con el sentido de la navidad; muchas veces unas luces y cuantas más mejor para quedar por encima de otros lugares, pero apenas sin referencia a lo que en realidad celebramos.

El versículo que hemos citado al comienzo de esta reflexión viene a ser como el broche final de la genealogía de Jesús que nos propone el evangelista al iniciar el evangelio, la buena nueva de Jesús. ‘Origen (genealogía) de Jesús, hijo de David, hijo de Abraham’, nos dice en su primer versículo. Jesús tiene una historia, pertenece a un pueblo y a una familia, tiene su origen en una raza y en la historia de ese pueblo. Eso nos viene a enseñar la genealogía. Por eso nos dice hijo de David – de la tribu de Judá lo que viene a ser cumplimiento de la bendición y promesa profética de Jacob – e hijo de Abraham para señalar su pertenencia al pueblo de la Alianza que tiene su origen en el patriarca Abraham.

Ya a lo largo del Evangelio en los diferentes evangelistas se nos darán otras connotaciones históricas para situarnos a Jesús en un tiempo concreto de la historia. No es un mito ni una invención, es un personaje de la historia pero que la trasciende, porque ese hijo de David y de Abraham es el Hijo de Dios que ha venido a encarnarse, a hacerse hombre y será en un momento y en una familia concreta, como nos señala a ‘José, el hijo de Jacob y el esposo de María de la cual nació Jesús, llamado Cristo’.

Y ahora, en nuestra historia concreta, en las circunstancias concretas en las que vivimos en el momento presente nosotros vamos a celebrar el nacimiento de Jesús. Algo que no podemos olvidar; algo, por supuesto, que no podemos disimular ni ocultar. Por eso en este momento presente nosotros queremos hacer presente a Jesús. Si en aquel momento histórico en que nació Jesús en Belén fue un rayo de luz que llenó de esperanza la humanidad, hoy necesitamos también ese rayo de luz, porque necesitamos resucitar la esperanza de la humanidad. Otros años quizás nos habíamos sentido como aturdidos por tanto jolgorio y tantas celebraciones externas, este año tenemos el peligro y tentación de dejarnos aturdir por la situación que vivimos y todo lo llenemos de la oscuridad de la desesperanza.

El mundo sigue esperando salvación; nosotros tenemos algo que ofrecer, más que algo tendríamos que decir, a Alguien que en verdad es la salvación para la humanidad también hoy. El Evangelio de Jesús sigue teniendo mucho que decir al mundo en el que vivimos aunque algunas veces se nos oculte o incluso lo disimulemos. Esa Buena Noticia que es Jesús sigue siendo Buena Noticia hoy y tenemos que proclamarla.

Las mismas circunstancias que vivimos nos pueden hacer recapacitar para darnos cuenta de que son muchas las cosas que tienen que cambiar en nuestro estilo de vida y en nuestro mundo. Es la renovación que nos trae Jesús. Tenemos que dejarnos iluminar por su luz; tenemos que abrir los oídos de nuestro corazón para escucharle; tenemos que abrir todos los sentidos de nuestra vida para que se haga presente en nosotros y a través de nosotros llegue también a iluminar a nuestro mundo.

Miremos cómo lo vamos a hacer; dejémonos inspirar y conducir por su Espíritu que allá en lo  hondo de nosotros nos irá dando pautas y señalando caminos. Pero Jesús es nuestra única salvación.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

La pregunta del bautista es revulsiva para nosotros para ver las señales por las que se nos reconoce como discípulos de Jesús en la celebración de la próxima navidad

 


La pregunta del bautista es revulsiva para nosotros para ver las señales por las que se nos reconoce como discípulos de Jesús en la celebración de la próxima navidad

Isaías 45, 6b-8. 18. 21b-25; Sal 84; Lucas 7, 19-23

Juan bautista había comenzado su predicación en el desierto, a orillas del Jordán invitando a la gente a la penitencia y a la conversión porque llegaba el que había de venir. Sorprende a todos su figura austera y penitencial, vestido con una piel de camello se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre. Pero junto a su figura hierática estaban sus palabras que algunas ocasiones se volvían duras, porque ya la hoz estaba pronta para la ciega o el hacha cerca del tronco del árbol que si no daba fruto habría que cortar. Bautizaba a la gente en señal de penitencia pero anunciaba que el que había de venir bautizaría con Espíritu Santo y fuego.

Es testigo Juan y de ello da testimonio de lo sucedido con Jesús en un bautismo general en el que había aparecido para someterse también a ese bautismo. Y había visto descender sobre El el Espíritu del Señor en forma de paloma y había sentido y escuchado lo que Dios le revelaba en su corazón. Por eso a sus discípulos señala a Jesús que pasa como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Algunos de sus discípulos se van tras Jesús al escuchar las palabras de Juan y con Jesús se quedan porque han encontrado al Mesías como pronto comenzarán a proclamar y difundir.

Cuando los enviados de Jerusalén le preguntan dice claramente que no es el Profeta ni es el Mesías, que solo es la voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor, pero que en medio de ellos está uno que no conocen que los bautizará con Espíritu Santo. Es la respuesta que llevarán a Jerusalén aquellos enviados, que quizás poco les valdrá para decir lo que sucede en el desierto en la orilla del Jordán.

Ahora que está en la cárcel, tiempo de duro silencio para meditar, para reflexionar, para orar, quizá le vengan dudas de si realmente ha cumplido con su misión. Todos cuando nos encontramos en situaciones así nos damos a pensar y a repasar nuestras vidas viendo quizá carencias como también aciertos, pero no termina de entender la obra que Jesús está realizando acosado quizá por las noticias que le traen los discípulos que aun le quedan. Por eso es ahora él quien envía una embajada pero la envía hasta Jesús. ‘¿Eres Tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?’ como preguntando ¿eres tú en verdad el Mesías?

Jesús no les responde con palabras sino con las obras que realiza. ‘Id y contar a Juan lo que habéis visto y oído… los ciegos ven, los cojos comienzan a caminar, a los pobres se les anuncia la Buena Noticia’. Con esto será suficiente para que Juan entienda y comprenda y no se sienta defraudado. Parece como que al evangelista le gusta aquel pasaje de Isaías – ayer lo escuchábamos – y que fue proclamado en la Sinagoga de Nazaret. Jesús en verdad era el que venia lleno del Espíritu de Dios, porque es el Hijo  de Dios y las señales están en las obras que realiza, la curación de los enfermos, la vista de los ciegos, los leprosos que ven limpia su piel, los que eran considerados impuros que se ven limpios de su impureza, el nuevo caminar de los paralíticos, la alegría que sienten los pobres cuando escuchan la Buena Noticia de la Salvación, el año de gracia del Señor.

Claro que esta pregunta del Bautista se vuelve revulsiva para nosotros. Es una pregunta que nos interroga, que nos interpela fuertemente. Si aquellas eran las señales por las que se conocía que Jesús era el Mesías, cuáles son las señales por las que se reconoce que nosotros somos sus discípulos y seguidores, llevamos a toda honra el nombre de cristianos. ¿Se notará en nuestra vida que nosotros damos las mismas señales de Jesús porque estamos dando las señales del amor?

Creo que es algo que tiene que interpelarnos de verdad cuando estamos haciendo este camino de Adviento y ya nos faltan pocos días para la fiesta del nacimiento de Jesús. A un extraño a nuestra fe que llegara ahora a nuestras casas y a nuestra vida, contemplara lo que hacemos, lo que son los preparativos que nosotros estamos haciendo para la navidad, ¿qué es lo que verá? Quizás hasta este año nos encuentre tristes porque no podemos hacer las fiestas que hacíamos otros años, nos encuentre desconcertados porque decimos que nuestra celebración de navidad este año no será la celebración que nosotros ansiamos porque no nos podemos reunir, porque no podemos hacer nuestras comidas, porque nuestras fiestas se ven reducidas a la mínima expresión. ¿No se preguntará qué navidad es la que nosotros celebramos?

¿En qué hemos puesto la navidad? ¿Cuáles son las señales de verdad que damos de nuestra fe en Jesús y de que ciertamente le seguimos? ¿Se estarán viendo unas señales como aquellos signos que Jesús realizó cuando vino la embajada de Juan? ¿No podría ser una oportunidad este cambio forzado que tenemos que realizar para que busquemos esos verdaderos signos que tendríamos que dar?

Una cosa, sin embargo me temo y no quisiera que sucediera, y es que estas reflexiones sean un grito en el desierto pero que nadie quiere escuchar.

martes, 15 de diciembre de 2020

Tenemos que aprender a discernir lo que a través de los acontecimientos que vivimos nos está pidiendo el Señor en orden a un estilo nuevo de vivir

 


Tenemos que aprender a discernir lo que a través de los acontecimientos que vivimos nos está pidiendo el Señor en orden a un estilo nuevo de vivir

Sofonías 3,1-2.9-13; Sal 33; Mateo 21,28-32

A ver en qué parte realmente estamos nosotros. Porque ya sabemos, algunos mucho hablar y hablar y luego no hacen nada; otros calladamente, casi sin dejarse notar van haciendo sus cosas buenas, van sembrando la buena semilla, son los que buscan la paz, los que se preocupan en silencio de los demás. Ya sabemos cómo andamos en la vida, las apariencias, las fantasías, las vanidades, pero luego lo que encontramos es un vacío porque a la hora de la verdad falta compromiso, falta seriedad.

Cuanto somos capaces de hablar y de decir en nuestras tertulias o charlas de amigos, pero a la hora del compromiso todo el mundo se echa para detrás. Pero quizás no le hemos quitado el sambenito a alguien por algo en lo que se equivocó en alguna ocasión – errores y debilidades tenemos todos en la vida, tenemos que reconocerlo – pero fue el único capaz de arremangarse para echar una mano, para hacer por los demás, para resolver aquel problema. Y es que esa es otra cosa que nos sale fácilmente, los prejuicios; porque un día alguien cometió un error, ya lo tenemos condenado de por vida, no somos capaces de admitir que se haya arrepentido y cambiado de vida.

Es lo que nos quiere expresar hoy Jesús en el evangelio con esta pequeña parábola de los dos hijos. Aquel que obsequiosamente cuando el padre le pidió que fuera a la viña a trabajar inmediatamente dijo que sí, pero que pronto lo olvidó y se fue a otras cosas; mientras que aquel que rebelde en principio se había negado, recapacitó y fue a trabajar a la viña de su padre.

Nos está haciendo reconocer Jesús esa forma nuestra de actuar, como veníamos comentando. Les recuerda cómo había venido Juan allá en el desierto y no le habían hecho caso, pero fueron los pecadores, los publicanos y las prostitutas, aquellos que eran malditos de todo el mundo, los únicos que escucharon a Juan y se arrepintieron. Como les dice Jesús, les cogieron la delantera en el Reino de Dios.

¿Nos estarán cogiendo también la delantera a nosotros? Cuidado no vayamos de vanidosos por la vida colgándonos las medallas de que somos cristianos de toda la vida pero realmente nuestra vida deje mucho que desear. Algunas veces nos encontramos con esas personas prepotentes, que todo se lo saben y que se dicen las más religiosas del mundo, pero a los que todo se les queda en apariencia y vanidad.

Seamos como aquella pobre viuda del evangelio que en silencio puso su moneda; seamos como la mujer pecadora que lloremos nuestros pecados a los pies de Jesús pero poniendo mucho amor para sentirnos en verdad perdonados por el Señor; seamos como aquel publicano, ya sea Zaqueo, el de la higuera, o sea Leví el que estaba detrás del mostrador de los impuestos, los que nos apresuremos a seguir a Jesús y participar de su banquete de vida que realmente es El quien nos lo ofrece.

El profeta que hoy hemos escuchado nos ha hablado como Dios siempre está dispuesto a acogernos y a ofrecernos su perdón. Con su voz profética ha recordado las infidelidades del pueblo de Israel que no siempre fue fiel a la Alianza, pero que llama y busca a su pueblo una y otra vez y le ofrece la misericordia y el perdón para que restaure de verdad su vida y su fidelidad. ‘Entonces purificaré los labios de los pueblos para que invoquen todos ellos el nombre del Señor y todos lo sirvan a una… pues te arrancaré tu orgullosa arrogancia, y dejarás de engreírte en mi santa montaña. Dejaré en ti un resto, un pueblo humilde y pobre que buscará refugio en el nombre del Señor’.

Algunas veces quizás tengan que sucedernos cosas que nos abajen de nuestras arrogancias y vanidades, pero han de ser cosas que nos hagan pensar y reflexionar, que nos hagan ver con claridad donde está la luz. Estos mismos momentos que vivimos, tan duros y tan difíciles, estos momentos que nos obligan a aislarnos quizás o a tener que dejar a un lado costumbres ancestrales que parecía que lo eran todo para nuestra vida – pensemos a todo lo que tendremos que renunciar en la cercana navidad dada la situación en que vivimos – son una llamada, un toque de atención, un arrancarnos de vanidades y orgullos que nos hacían sentirnos quizás en la cumbre de la montaña, pero que pueden abrirnos a algo nuevo y a algo mejor para nuestra vida. Tenemos que discernir qué nos quiere decir el Señor.

lunes, 14 de diciembre de 2020

Nuestra verdadera autoridad tenemos que mostrarla desde la autenticidad de las obras del amor que realicemos fundamentados en la fe que tenemos en Jesús

 


Nuestra verdadera autoridad tenemos que mostrarla desde la autenticidad de las obras del amor que realicemos fundamentados en la fe que tenemos en Jesús

Números 24, 2-7. 15-17ª; Sal 24; Mateo 21, 23-27

¿Quién eres tú para hablarme así? ¿Quién eres tú para decirme eso? ¿Quién te crees que eres? Reacciones así habremos escuchado más de una vez, o tal vez hasta nos lo han echado en cara cuando quizá quisimos intermediar y poner paz entre dos que se consideraban enemigos irreconciliables, cuando alguien con inquietud dentro de su corazón saltó porque aquella injusticia no la podía soportar o aquel mal trato que le estuvieran dando a una persona determinada.

Muchos ejemplos podríamos poner. Muchas frases que quieren desautorizar, muchas actitudes o posturas que quieren hacer lo que les da la gana y no soportan que alguien quiera pararles los pies y poner un poco de orden. Siempre ha sucedido; se quita autoridad o se desprestigia al que actúa con autoridad, en el fondo no se quiere aceptar la propia metedura de pata y buscamos subterfugios sea como sea para que no haya nadie que quiere poner orden.

Así hacían con Jesús o trataban de hacer con Jesús. Las autoridades judías en cierto modo se sienten interpeladas por lo que Jesús enseña al pueblo y no lo pueden soportar. Por eso quieren quitar autoridad, desprestigiar, pero Jesús no depende de esos prestigios humanos ni de la aprobación o no que los otros quieran darle a Jesús. Si hoy en el evangelio vemos que sobre todo los jerarcas dentro del pueblo de Israel quien desprestigiar o quitar autoridad a Jesús, por otra parte hemos visto que ante la gente sencilla Jesús se presenta con autoridad y la gente sencilla lo reconoce. ‘¡Qué autoridad tienen sus palabras!’, se dicen unos a otros. Se dicen otros. ‘¡Nadie ha hablado con tanta autoridad!’

Pero es que cuando caemos en esa pendiente de confusionismo al final estamos tan liados que hasta nos contradecimos a nosotros mismos, estamos tan confundidos que ya no sabemos ni en qué ni en quien apoyarnos para lo que hacemos o decimos. Es la trampa en que caen cuando vienen a preguntarle a Jesús por su autoridad, porque Jesús les devuelve la pregunta haciendo una referencia a Juan. El pueblo admiraba a Juan aunque no habían tenido el valor para defenderlo cuando Herodes quiso quitárselo de encima. Y ahora Jesús les pregunta cuál era el valor de las palabras y de los gestos de Juan, al que, por cierto, ellos tampoco habían querido escuchar. Se veían en la trampa de tener que comerse sus propias palabras o podían callarse y dar la huida por respuesta que es lo que intentaron hacer. Por eso Jesús no entró al trapo con las preguntas y las insinuaciones que le hacían, sino que siguió actuando con total libertad y valentía.

¿No será eso lo que nos hace falta a nosotros? porque también nos enredamos y terminamos por no saber lo que queremos y en quien creemos. Nuestras palabras y nuestros gestos algunas veces se nos quedan en fantochadas, porque les falta la profundidad de la vida; simplemente nos dejamos arrastrar por aquello de que esto siempre ha sido así pero no intentamos preguntarnos por el sentido evangélico que tienen las cosas que nosotros hacemos o tendríamos que hacer.

Nuestra autoridad se reciente en muchas ocasiones por la poca sinceridad con que actuamos en la vida, o porque en ocasiones buscamos apariencias pero que no es una vivencia profunda y sentida del evangelio.

Nuestra verdadera autoridad tenemos que mostrarla desde las obras del amor que realicemos fundamentados en la fe que tenemos en Jesús. Cuando sea claro nuestro compromiso por el amor entonces estaremos dando verdadera señal de nuestra vivencia del evangelio y estaremos dando verdadero testimonio de la fe que profesamos.

Cuando nos ponemos de verdad al lado de los que sufren, a lado de los pobres, al lado de los que padecen injusticia, al lado de los que son considerados como los últimos de este mundo, entonces estaremos dando verdadero testimonio de Jesús, estaremos mostrándonos como verdaderos profetas por la autenticidad de nuestras obras y palabras.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Nos cuesta bajarnos al desierto para escuchar en su silencio la voz que nos habla, no ahoguemos al Espíritu que ahí anda revoloteando y abrirá nuevas calzadas que llevan a la vida

 

Nos cuesta bajarnos al desierto para escuchar en su silencio la voz que nos habla, no ahoguemos al Espíritu que ahí anda revoloteando y abrirá nuevas calzadas que llevan a la vida

 Isaías 61, 1-2a. 10-11; Sal.: Lc 1, 46-54; 1Tesalonicenses 5, 16-24; Juan 1, 6-8. 19-28;

Cuando buscamos una respuesta acudimos a quien más sabe, cuando necesitamos una ayuda vamos a aquel que nos parece con más posibilidades, cuando queremos la solución de los problemas pensamos en aquellos que son más entendidos, cuando queremos salir de una situación complicada vamos a aquellos que nos parecen poderosos porque con sus influencias, con su poder y autoridad sea cual sea creemos que serán los que nos van a sacar del atolladero. Son nuestras miras humanas, son en el fondo también las apetencias de poder y de influencia que querríamos tener, es la manera quizá de no implicarnos ni complicarnos nosotros sino que nos refugiamos en aquellos que creemos que están mejor situados para dar una solución. Pero experiencia tenemos o deberíamos de tenerla para darnos cuenta que no son esos precisamente los caminos por donde encontremos respuestas y soluciones.

Hay paradojas que nos dejan desconcertados, pero paradojas que quizás podrían abrirnos los ojos para también ser capaces de descubrir la parte de solución que está en nuestras manos aunque no seamos tan poderosos ni influyentes. Es la paradoja que nos aparece hoy en el evangelio. Fijándonos literalmente en la situación del pueblo judío en la que se encontraban en aquellos momentos, era difícil y dura. Por acá o por allá surgían revolucionarios que con la fuerza de la violencia querían provocar un cambio pero que realmente se veían envueltos en una espiral que no era de la paz que deseaban sino de sangre muchas veces. El pueblo se encontraba desesperanzado aunque no perdía su fe en el Señor y al templo acudían, a los maestros de la ley escuchaban, a los sacerdotes de Jerusalén respetaban por su carácter de personas sagradas o consagradas a Dios, pero no es precisamente ahí donde va a sonar la voz que anuncia la llegada del tan deseado de las naciones, el Mesías salvador.

Será en el desierto donde se oye la voz que grita invitando a preparar los caminos del Señor que ya está cerca. Se acercan los momentos de gracia, aquello que habían anunciado los profetas de que iba a venir el que lleno del Espíritu de Dios proclamaría el año de gracia del Señor. Pero, repito, no es en el templo donde resuena esa voz sino en la orilla del Jordán allí donde comienzan las tierras resecas del desierto. Por eso desde Jerusalén incluso van a enviar embajadas para indagar, para tratar de discernir qué voz era aquella y si allí estaba ya el esperado Mesías. Son las preguntas que le hacen a Juan. Ya escuchamos el diálogo. El no es el profeta, él no es el Mesías, él solo es la voz que grita en el desierto, pero aquella voz apremia, exige un camino de conversión.

Camino de conversión a fondo necesitaban incluso para escuchar y aceptar esa voz y ese mensaje que les prepararía para luego escuchar la Palabra. Muchas transformaciones tenían que realizarse en el corazón, muchos caminos de la vida había que enderezar, muchas nuevas calzadas habría que abrir en lo que era un desierto que se convertiría en el camino del Señor. ¿Lo entendieron los judíos? Algunos escuchaban la voz de Juan el Bautista y como signo de ese deseo de conversión se hacían bautizar en el agua del Jordán pero había que prepararse para quien venía con el fuego del Espíritu y en el Espíritu había de bautizarnos. Aunque otros rechazaban la dureza de sus palabras.

Es lo que ahora nosotros hoy también vamos escuchando. Y tenemos que oír ahora la voz para luego escuchar de verdad la Palabra, esa Palabra que se hará carne y habitará en medio de nosotros. ¿Dónde vamos a escuchar esa voz que nos conduce a la Palabra verdadera? Pues, ahí está gritándonos en los desiertos de nuestra vida. Porque por la sequedad de nuestro corazón desierto parecemos en tantas ocasiones porque incluso no somos capaces de alimentar con una ilusión nueva, con una esperanza nueva a los que están a nuestro lado. Desierto parecemos y en desierto estamos en medio de los problemas que nos envuelven y no es necesario hacer larga referencia una vez paz a toda la situación actual que estamos viviendo, o que nos está haciendo mal vivir. En ese desierto tiene que surgir esa nueva esperanza.

Nos cuesta bajarnos a esos desiertos para escuchar en su silencio la voz que nos habla y que nos llama. Y es que todo lo que nos está sucediendo, en el plano individual de nuestra vida que cada uno tenemos nuestros problemas y nuestras soledades, nuestros silencios y nuestras lágrimas, nuestras preocupaciones y nuestras incertidumbres, o es también en el plano de lo que vivimos o malvivimos en nuestra sociedad actual. Ahí tenemos que discernir la voz. Como nos decía el Apóstol no apaguemos el Espíritu que ahí anda revoloteando en nuestro corazón aunque algunas veces no lo queremos ver ni le queremos hacer caso.

Hagamos silencio de desierto para poder escuchar su susurro. Tratemos de hacer un discernimiento de todo eso que nos sucede y no temamos que salgan a flote muchos interrogantes o muchas dudas que hasta nos pueden parecer tentaciones – en el desierto fue tentado Jesús allí en las cercanías de donde Juan estaba – porque ahí en lo que nos puede parecer nuestra pobreza o nuestra nada aparece la sabiduría de Dios que nos ilumina, la fuerza del Espíritu que nos impulsa a algo nuevo. Dejémonos conducir y aunque nos parezca que tenemos que cambiar muchas cosas algo nuevo va a salir a flote en esta navidad, que verdaderamente será nueva, será distinta para nosotros. No dejemos de ver la acción del Señor.