El
mundo sigue esperando salvación; nosotros tenemos algo que ofrecer, mejor a
Alguien que en verdad es la salvación para la humanidad también hoy
Génesis 49, 1-2. 8-10; Sal 71; Mateo 1, 1-17
‘Y Jacob engendró a José, el esposo
de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo’. Alguien podría decir que si estamos empezando la casa
por el tejado. Si estamos en Adviento e iniciando esta última semana que tiene
unas características especiales como preparación inmediata para la celebración
de la Navidad el que ahora aparezca este versículo haciendo referencia al
nacimiento de Jesús pudiera parecer como un contrasentido.
Pero no lo es. Es la meta hacia la que
vamos. Y bien que necesitamos recordarlo y más en este mundo en que vivimos en
que ya ni siquiera algunos quieren mencionar la palabra Navidad contentándose
con aquello tan genérico de ‘felices fiestas’. Ya sabemos como estamos
terminando en esta sociedad nuestra tan especial en una navidad sin Jesús y si
podemos evitar esas palabras, las evitamos.
Alguien me hacía referencia estos días en que ya incluso las
iluminaciones ‘navideñas’ de nuestras calles y plazas en la Navidad poco
tienen que ver con el sentido de la navidad; muchas veces unas luces y cuantas
más mejor para quedar por encima de otros lugares, pero apenas sin referencia a
lo que en realidad celebramos.
El versículo que hemos citado al
comienzo de esta reflexión viene a ser como el broche final de la genealogía de
Jesús que nos propone el evangelista al iniciar el evangelio, la buena nueva de
Jesús. ‘Origen (genealogía) de Jesús, hijo de David, hijo de Abraham’,
nos dice en su primer versículo. Jesús tiene una historia, pertenece a un
pueblo y a una familia, tiene su origen en una raza y en la historia de ese
pueblo. Eso nos viene a enseñar la genealogía. Por eso nos dice hijo de David –
de la tribu de Judá lo que viene a ser cumplimiento de la bendición y promesa
profética de Jacob – e hijo de Abraham para señalar su pertenencia al pueblo de
la Alianza que tiene su origen en el patriarca Abraham.
Ya a lo largo del Evangelio en los
diferentes evangelistas se nos darán otras connotaciones históricas para
situarnos a Jesús en un tiempo concreto de la historia. No es un mito ni una invención,
es un personaje de la historia pero que la trasciende, porque ese hijo de David
y de Abraham es el Hijo de Dios que ha venido a encarnarse, a hacerse hombre y
será en un momento y en una familia concreta, como nos señala a ‘José, el
hijo de Jacob y el esposo de María de la cual nació Jesús, llamado Cristo’.
Y ahora, en nuestra historia concreta,
en las circunstancias concretas en las que vivimos en el momento presente
nosotros vamos a celebrar el nacimiento de Jesús. Algo que no podemos olvidar;
algo, por supuesto, que no podemos disimular ni ocultar. Por eso en este momento
presente nosotros queremos hacer presente a Jesús. Si en aquel momento histórico
en que nació Jesús en Belén fue un rayo de luz que llenó de esperanza la
humanidad, hoy necesitamos también ese rayo de luz, porque necesitamos
resucitar la esperanza de la humanidad. Otros años quizás nos habíamos sentido
como aturdidos por tanto jolgorio y tantas celebraciones externas, este año
tenemos el peligro y tentación de dejarnos aturdir por la situación que vivimos
y todo lo llenemos de la oscuridad de la desesperanza.
El mundo sigue esperando salvación;
nosotros tenemos algo que ofrecer, más que algo tendríamos que decir, a Alguien
que en verdad es la salvación para la humanidad también hoy. El Evangelio de Jesús
sigue teniendo mucho que decir al mundo en el que vivimos aunque algunas veces
se nos oculte o incluso lo disimulemos. Esa Buena Noticia que es Jesús sigue
siendo Buena Noticia hoy y tenemos que proclamarla.
Las mismas circunstancias que vivimos
nos pueden hacer recapacitar para darnos cuenta de que son muchas las cosas que
tienen que cambiar en nuestro estilo de vida y en nuestro mundo. Es la
renovación que nos trae Jesús. Tenemos que dejarnos iluminar por su luz;
tenemos que abrir los oídos de nuestro corazón para escucharle; tenemos que abrir
todos los sentidos de nuestra vida para que se haga presente en nosotros y a
través de nosotros llegue también a iluminar a nuestro mundo.
Miremos cómo lo vamos a hacer; dejémonos
inspirar y conducir por su Espíritu que allá en lo hondo de nosotros nos irá dando pautas y
señalando caminos. Pero Jesús es nuestra única salvación.
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