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sábado, 4 de julio de 2020

Dejemos ya de lado esa pobreza espiritual que se contenta con hacer cosas para cumplir y busquemos ese odre nuevo para el vino del evangelio



Dejemos ya de lado esa pobreza espiritual que se contenta con hacer cosas para cumplir y busquemos ese odre nuevo para el vino del evangelio

Amós 9, 11-15; Sal 84; Mateo 9, 14-17
La pregunta siempre ha estado más o menos presente de una forma u otra. ¿Qué tengo que hacer para ir al cielo, para poder decir que soy bueno, para ser un cristiano cumplidor? Ahí está la cuestión, en que muchas veces nos hemos querido hacer cristianos cumplidores; y por eso preguntamos qué tengo que hacer. Pero eso pregunta en el fondo está preguntando qué cosas, más o menos fáciles, tengo que hacer y ya con eso cumplo. Hasta dónde como mínimo tengo que llegar, claro porque cumpliendo al menos lo mínimo ya estoy salvado.
Era aquello de devociones de otros momentos, en que quizá surgieron porque había que buscar medios para que la gente se acercara más a la Iglesia y a los sacramentos, suponiendo que una vez entrado en el ritmo, ese ritmo se iba a mantener e incluso crecer; para algunos quizá lo fue, pero otros se quedaron en la materialidad de la promesa y cuando ya lo hicieron no pensaron en un paso más. Me refiero a aquella devoción de los primeros viernes de mes, en que cumplidos los nueve primeros viernes ya no era necesario nada más. Algún amigo ya mayor como yo me ha dicho en alguna ocasión, yo ya no necesito hoy ir a Misa, porque de chico hice muchas veces los primeros viernes.
Con esas componendas le vienen hoy a Jesús, en el texto que hemos escuchado en el evangelio. Los discípulos de Juan Bautista y los discípulos de los fariseos vienen poco menos que a quejarse a Jesús que ellos si ayunan puntualmente pero que sus discípulos – en referencia a los discípulos de Jesús – no ayunan. Ya cumplían, realizaban sus ayunos, sus oraciones eran públicas, estaban dando buen ejemplo, pero en los que seguían a Jesús parecía que no se les había impuesto esas cosas que cumplir. No lo entendían. Cualquier maestro señalaba a sus discípulos una disciplina que había que cumplir, unos ritos que realizar, pero Jesús no imponía esas penitencias a sus discípulos.
Cuánto les costaba entender la novedad del evangelio. El Reino de Dios que Jesús anunciaba y proclamaba no se podía quedar reducido a unos rituales, a unas rutinas, era algo nuevo y distinto, era una transformación que había que realizar desde el corazón, era un nuevo estilo y sentido de vida. ¿Cómo los amigos del novio que están participando con este en su boda van a ayunar? Tienen que estar viviendo la alegría de la fiesta de algo nuevo que comenzaba como era siempre un nuevo matrimonio, siguiendo el ejemplo que propone Jesús.
Por eso Jesús nos está diciendo que vivir el nuevo Reino de Dios no es cuestión de remiendos, porque con los remiendos al final no sabemos en lo que quedamos, con los remiendos puede producirse un roto mayor en el corazón. Por eso es necesario un paño nuevo, una nueva vestidura, un hombre nuevo, como nos dirá más tarde san Pablo. O habla también de los odres nuevos para el vino nuevo; el vino nuevo al fermentar tiene una fuerza grande que puede hacer reventar los odres viejos, y entonces ni odres, ni vino ni nada.
Es la transformación grande que tiene que realizarse en nuestra vida que no se queda en meros cumplimientos. Grande es la renovación que tiene que realizarse en nuestra vida que por eso Jesús nos pide que para creer en la Buena Noticia del Reino de Dios hemos de convertirnos, hemos de darle la vuelta totalmente a nuestra vida. No son unos remiendos, no es decir ahora tengo que cumplir unas cuantas cosas nuevas, pero todo lo demás puede seguir igual.
Así andamos con nuestra vida anquilosada; así andamos con nuestras componendas; así andamos con nuestra falta de compromiso; así andamos buscando algunas cositas que hacer para ya quedarnos contentos; así andamos con nuestras mezquindades y nuestra pobreza espiritual. Y eso no es vivir el Reino de Dios. Así me lo digo a mi mismo. Que la fuerza del Espíritu me haga ser en verdad ese hombre nuevo del Evangelio, ese odre nuevo que pueda contener el vino nuevo evangelio.

viernes, 3 de julio de 2020

No tengamos miedo a las dudas, sino busquemos siempre ese encuentro vivo con Jesús que disipará todas las oscuridades y nos hará vivir una fe madura y viva


No tengamos miedo a las dudas, sino busquemos siempre ese encuentro vivo con Jesús que disipará todas las oscuridades y nos hará vivir una fe madura y viva

Efesios 2, 19-22; Sal 116; Juan 20, 24-29
¿Quién no tiene dudas? ¿Quién no se ha visto en alguna ocasión titubeante en su fe? ¿Quién no habrá pasado por momentos oscuros en que nos parece que no encontramos respuestas, que no nos satisface esa fe que tenemos, que nos parece que no merece la pena?
Es cierto que quizá de eso no hablamos, nos da pudor, sobre todo si podemos ser en cierto modo referencia para los demás en su vida religiosa o cristiana menos aun lo reconocemos porque quizás pensamos en el daño que podemos hacer. Nos da cierta cosa el reconocer esas dudas. Sin embargo quizá tendríamos que decir que ese proceso por el que todos pasamos en algún momento y que nos ha ayudado a madurar en nuestra fe no tenemos por que ocultarlo, podría ayudar también a los demás en su búsqueda, en sus luchas, en sus propias oscuridades para encontrar ese camino de la luz.
Además creo que tendríamos que darnos cuenta de que aún con todo lo personal que tiene que ser esa respuesta de fe que tenemos que dar, sin embargo es algo que hacemos con los demás y cuando sabemos hacerlo con los demás saldremos mucho más enriquecidos, mucho más maduros en la vivencia comprometida de nuestra fe. Por eso cuando hacemos profesión de nuestra fe aunque muchas veces utilizamos la expresión ‘creemos’, sin embargo la liturgia quiere que sea una respuesta en primera persona singular ‘creo’, porque tiene que ser mi respuesta y mi compromiso aunque lo hagamos en medio de la comunidad y con la comunidad de los creyentes.
Hoy crudamente nos presenta el evangelio las dudas de un apóstol. Estamos celebrando la fiesta del Apóstol santo Tomás. Y la Iglesia nos presenta con toda su crudeza este esto del evangelio con esa rebeldía, por así decirlo, del Apóstol Tomás. ‘Si no veo… si no meto mi dedo… si no meto mi mano…’ Quería no solo ver sino palpar, sentirlo incluso en su propia carne para dar el asentimiento de su fe. No estaba con el resto de los apóstoles cuando se aparece Jesús por primera vez en el Cenáculo. Estos le cuentan ‘hemos visto al Señor’, y ahí están sus dudas y sus reticencias pidiendo más pruebas que el pueda palpar por sí mismo.
No nos extrañe. Los demás apóstoles también dudaron; dudaron cuando vieron a Jesús en medio de ellos porque creían ver un fantasma, como les había pasado también allá en el lago; dudaron ya de antemano porque estaban encerrados por miedo a los judíos. Pero aparecen las dudas en otros momentos, en Pedro cuando no quiere creer lo que Jesús anuncia y eso no puede pasar, en los discípulos que tanto les costaba aceptar las palabras de Jesús del servicio para ser de verdad los primeros, en los otros apóstoles que en la cena hacen sus preguntas porque aún no entienden todo lo que Jesús les dice.
Y la historia de la Iglesia está construida también sobre esas dudas que van clarificando poco a poco lo que es la verdadera fe. Momentos hubo de grandes controversias teológicas desde las diferentes filosofías que en cada época han marcado el camino de la historia; momentos de confusión cuando hasta la misma Iglesia no sabía dar respuesta a los problemas que se iban presentando; y surgen herejías y surgen rupturas y divisiones; y siguen surgiendo cuando no terminamos de encontrar el verdadero camino del evangelio para nuestros comportamientos, para el actuar de la misma Iglesia, cuando dudamos incluso de lo que nos enseñan nuestros pastores.
Pero todo eso ha sido al mismo tiempo un camino de maduración; un camino en que se van clarificando las cosas de la fe, pero también vamos descubriendo mejor por donde hemos de caminar si queremos vivir en el espíritu del Evangelio, en el Espíritu de Jesús. Y en esos momentos de dudas, de crisis, de problemas, de luchas internas, de encontronazos y divisiones sabemos que nunca nos ha faltado la fuerza del espíritu que es el que guía a la Iglesia y fortalece nuestra fe.
Al final a Tomás cuando se encuentra cara a cara con Jesús se le vienen abajo todas sus dudas y proclama claramente su fe. ¿No necesitamos nosotros tener esa experiencia de encontrarnos cara a cara con Jesús? En ese encuentro nos llenaremos de vida, en ese encuentro todo se volverá luz para nosotros, de ese encuentro saldremos en verdad renovados buscando cada vez más una mayor fidelidad precisamente al evangelio de Jesús que es lo que en verdad importa. No tengamos miedo a las dudas, sino busquemos siempre ese encuentro vivo con Jesús.

jueves, 2 de julio de 2020

Ponte en pie, no te quedes en tu camilla, vete a tu casa, al encuentro con los demás, tiende la mano para que otros se levanten


Ponte en pie, no te quedes en tu camilla, vete a tu casa, al encuentro con los demás, tiende la mano para que otros se levanten

Amós 7, 10-17; Sal 18; Mateo 9, 1-8
¿Nos daremos cuenta del misterio o de la riqueza que hay detrás de esa personar con la que nos cruzamos cada día en la calle? Quizás en las prisas de nuestra vida moderna – parece que siempre vamos corriendo porque se nos va a quemar lo que dejamos al fuego – ni nos damos cuenta de esas personas con las que nos vamos cruzando. Vamos a lo nuestro, vamos en nuestros pensamientos, vamos con nuestras preocupaciones, lo que tenemos que hacer o aquello en lo que nos vamos a entretener – de todo hay -, y no miramos. Algunas veces sobre todo cuando caminamos en el bullicio de nuestras ciudades nos cruzamos con personas a las que conocemos o con quienes podemos tener alguna relación de vecindad o de amistad y no las vemos. Y no es que ahora vayamos con nuestras mascarillas y por eso desconocemos a las personas.
¿Qué sabemos de esa persona con la que nos cruzamos? de sus preocupaciones o de sus problemas, de sus proyectos o de sus sueños, de sus limitaciones o de la riqueza espiritual en la valores que hay en su vida, de lo que hace o de aquello que quisiera hacer pero que necesitaría quizás un empujoncito de ánimo... Pero quizá nos atrevemos a juzgar; si la vemos en una situación difícil o problemática, por decirlo así, quizá fácilmente la culpabilizamos. Para eso quizás estamos más prontos y atentos.
¿Habrían pasado desapercibidos aquellos hombres que portaban en una camilla a un hombre discapacitado por su parálisis? Quizá los vecinos de Cafarnaún verían pasar aquel pequeño cortejo pero no imaginaban las maravillas que iban a suceder. De entrada quizá tendríamos que fijarnos en el detalle de unos hombres que se preocupan de aquel paralítico.
Vemos en nuestros parques o calles a personas que empujan una silla de ruedas con un discapacitado y quizá lo más que pensamos es en el familiar que lo sacó de paseo o lo lleva al médico o a la rehabilitación. ¿Pensamos quizá en unos voluntarios que dedican su tiempo a hacer algo por esas personas? ¿Qué sentimos por aquel discapacitado? ¿Quizá nos sentimos compasivos pensando en el ‘pobrecito’ que no puede caminar? ¿Y la vida que encierra esa persona con sus posibilidades y riquezas humanas que podría quizá desarrollar? ¿No sería ésta una visión distinta?
Aquellos hombres llevaban a aquel paralítico hasta los pies de Jesús. El evangelio de Mateo no nos da los detalles de los otros evangelistas que nos hablan de la mucha gente y de cómo tuvieron que descolgarlo abriendo un boquete en la terraza o el tejado para bajarlo. Nos quedamos hoy simplemente en el relato de Mateo. Jesús sí supo ver el corazón de aquellos hombres. ‘Viendo la fe que tenían’, nos dice el evangelista. Una mirada que traspasaba las apariencias externas. Cómo tendremos que aprender a mirar el corazón.
Y Jesús ofrece la curación y salvación más profunda que podía darle a aquel hombre. Pensamos, lo llevaban para que curara su parálisis, y Jesús habla de la liberación interior, porque le perdona sus pecados. Aparte de los comentarios y rechazos de los escribas y fariseos que por allí andaban vamos a fijarnos en todo lo que le ofrece Jesús. Y no es que su enfermedad fuera consecuencia del pecado, como era común pensar en aquella época y algunas veces nos viene a nosotros también ese pensamiento a la cabeza. Jesús quiere la plenitud para aquel hombre, Jesús quiere que vivamos la vida en plenitud.
Y hay muchas ataduras en nuestro corazón, muchas cosas que nos paralizan con nuestra manera de pensar, con nuestros prejuicios y también con nuestras condenas fáciles, nuestras actitudes egoístas e insolidarias con que tantas veces vamos por la vida, con la cerrazón de nuestra mente que oscurece nuestra mirada y algunas veces nos va cerrando horizontes. No podemos caminar porque hay parálisis no en nuestras piernas sino en nuestro corazón y así vamos arrastrándonos por la vida con nuestra mirada miope para no descubrir el valor de los demás, el valor de toda persona.
Ponte en pie, le dijo Jesús, al paralítico, coge tu camilla, vete a tu casa. Vete a la vida, no te quedes postrado en la camilla, vete al encuentro con los demás y ponte también a ayudar a llevar la camilla de los otros, no te quedes ahí paralizado sino levántate y vete a tender también la mano a los otros, sal de ti mismo y abre tu corazón para sintonizar con los que están a tu lado a los que muchas veces ni siquiera vemos. Cuántas cosas nos puede estar diciendo también a nosotros Jesús, cuántos horizontes se están ampliando en nuestra vida, qué otro mundo podemos descubrir.

miércoles, 1 de julio de 2020

Con respeto pero con la valentía del amor hacemos el anuncio de la Buena Nueva de la Salvación y damos testimonio del Reino de Dios



Con respeto pero con la valentía del amor hacemos el anuncio de la  Buena Nueva de la Salvación y damos testimonio del Reino de Dios

Amós 5, 14-15. 21-24; Sal 49; Mateo 8, 28-34
¿Cómo nos sentimos cuando nos rechazan o nos dicen no a un ofrecimiento que nosotros les hacemos? Seguramente que nos sentimos incómodos; podemos ver ese rechazo como una ingratitud ante lo que generosamente ofrecemos, pero al mismo tiempo hemos de esforzarnos a vivir con serenidad y el mayor respeto una situación así. Podemos ofrecer nuestro amor pero no podemos obligar a que nos amen; podemos ofrecer generosamente de lo nuestro, pero en el otro está el aceptarlo o no aceptarlo y de nuestra parte tendría que quedar el respeto ante la decisión de la otra persona.
No es fácil, porque consciente o inconscientemente parece que queremos imponer lo nuestro diciendo que lo hacemos con generosidad y buena voluntad; y hasta podríamos verlo como una humillación o un desprecio; en muchas ocasiones la gente se lo toma así cuando no le aceptan lo que ofrecen. Pero, repito, es hermoso nuestro gesto generoso, pero con esa misma generosidad respetamos la decisión de los demás.
Nos sucede en el campo de las ideas o de las ideologías, que todo el mundo trata de imponer su punto de vista; todos nos sentimos como con la verdad absoluta en nuestra manera de pensar o en nuestra manera de ver las cosas y tenemos el peligro de que de una forma dictatorial tratemos de imponerlo a lo demás. Son cosas que estamos viendo cada día en nuestra sociedad, en lo social, en lo político, en lo cultural. Parece que solo vale lo mío y nuestras razones no son parte de un diálogo sino que pueden terminar siendo parte de una imposición.
El diálogo y el respeto no significa que yo tenga que hacer dejación de mis principios, de la verdad sobre la que he construido mi vida, de esos valores en los que creo y con los que pretendo construir nuestro mundo y nuestra sociedad, de mis creencias, de mi fe y de mi seguimiento de Jesús. Pero veamos el respeto con que Jesús se muestra ante los demás a los que no quiere imponer, sino que siempre está la generosidad del ofrecimiento de su amor, hasta llegar a su entrega definitiva que nosotros podemos aceptar o podemos rechazar.
Jesús había atravesado el lago, como veíamos ayer incluso en medio de la tempestad, y llega a la otra orilla, que es tierra de gerasenos; era un pueblo ajeno al mundo judío. Y al llegar se encuentran a unos hombres poseídos por espíritus inmundos que en su locura causan el terror en toda la región. Reconocen a Jesús y sus palabras son en cierto modo un rechazo. ‘¿Qué tienes que ver con nosotros?’ Expulsa Jesús con su poder a aquellos espíritus inmundos que se posesionan de una piara de cerdos que osaba por aquellos lugares y se precipitan por el acantilado al lago. Cuando las gentes del lugar se enteran de lo sucedido, a pesar de que se ven libres de aquella pesadilla, sin embargo le ruegan a Jesús que se marcha, que se vuelva a su tierra. Y Jesús abandona el lugar.
Un hecho que está reflejando el tema del que venimos hablando. No aceptan la presencia de Jesús a pesar del beneficio que les ha producido el verse liberados de aquellos espíritus inmundos; pero ellos tienen otros intereses; podríamos pensar que se verían perjudicados si han perdido lo que podía ser parte de su sustento. No eran judíos y ellos si utilizaban la carne de cerdo. Pero Jesús es respetuoso con aquella decisión y no se impone.
Nos puede decir mucho para ese mundo tan inhóspito al mensaje del evangelio pero en medio del cual hemos de dar nuestro testimonio. No siempre es fácil, no todos nos van a aceptar, también nos dirán que nos vayamos a otra parte, o como le dijeron los atenienses a Pablo cuando les habló de la resurrección de eso te oiremos otro día.
¿Significa que tenemos que dejar de anunciar el evangelio? ¿Significa que hacemos dejación de nuestros valores y de nuestros principios? ¿Significa que nos vamos a quedar callados porque otros no nos quieran escuchar? ¿Significa que tenemos que encerrarnos en nuestras iglesias y no vamos a salir a la calle y al mundo para dar testimonio de nuestra fe? De ninguna manera. El mandato de Jesús está ahí y a todo el mundo hemos de ir a anunciar esa buena nueva de salvación. El que respondan o no está en los otros.
Pero también tenemos que pensar de qué forma lo hacemos para que los otros quieran escucharnos, para que a los otros les llame la atención la buena nueva del evangelio. Nunca nuestra cobardía tiene que echarnos para atrás. Con respeto pero con la valentía del amor hacemos el anuncio del mensaje, damos testimonio del Reino de Dios.


martes, 30 de junio de 2020

Despertemos nuestra fe, que Jesús está ahí y El nunca nos fallará porque El es la Verdad que da respuesta a nuestras dudas y nos quita nuestros miedos


Despertemos nuestra fe, que Jesús está ahí y El nunca nos fallará porque El es la Verdad que da respuesta a nuestras dudas y nos quita nuestros miedos

Amós 3, 1-8; 4, 11-12; Sal 5; Mateo 8, 23-27
No lo reconocemos pero todos alguna vez – o más de alguna vez – sentimos miedo en la vida. Parece como si eso fuera de cobardes, pero yo diría que es una reacción, en cierto modo de autodefensa, que todos podemos sentir, por ejemplo, ante lo desconocido, lo imprevisto, aquello que nos impresiona, que tememos que pueda perjudicarnos o dañarnos, que nos hace sentir intranquilidad dentro de nosotros mismos.  Bueno, los psicólogos podrían decir cosas mucho más acertadas, que estos pensamientos que me brotan así de pronto ante la idea.
Tengo miedo también a equivocarme o que con mis apreciaciones y juicios también pueda perjudicar a los demás. Pero me atrevo a decir que no hemos de tener miedo a tener miedo, sino afrontémoslo sabiendo sacar valentía y fuerza desde nuestro interior para encontrar salida, para dar solución, para descubrir detrás de eso desconocido que se nos presenta qué cosa buena también nos puede venir. Y es que ante los miedos buscamos seguridades, queremos tener un apoyo, no sentirnos solos porque el miedo compartido quizás es menos miedo, tratamos de vislumbrar una luz, un resquicio que nos de oportunidad a una salida, y sentir también que en nuestro espíritu tenemos fuerza para afrontarlo.
Son las situaciones difíciles con que nos vamos enfrentando en la vida, son los imprevistos que casi como accidentes se nos presentan, puede ser una enfermedad en nosotros o en nuestros seres queridos, son las dudas que aparecen en nuestro interior acerca del mañana, la incertidumbre del futuro, es lo dura que se nos hace la vida muchas veces en nuestros trabajos que no prosperan, en lo que emprendemos y que tanto nos cuesta levantar, es también ante el sentido de la propia vida, los vacíos que podamos sentir en nuestro interior o los sin sentidos a los que no sabemos dar muchas veces respuesta..
Algunas veces ante todo esto reculamos, nos echamos para atrás, nos parece que no somos capaces, huimos y hasta nos encerramos en nosotros mismos, nos da miedo compartir con alguien nuestras dudas y temores, o nos ponemos nerviosos y hasta gritamos para ver si desaparecen esos fantasmas que se nos presentan tantas veces, porque en nuestra negrura todo nos parece más negro y más oscuro.
A estas alturas de mi reflexión alguno me podría decir a qué viene todo esto. ¿Será un regodearnos en el miedo y caminar en círculos sin saber por donde encontrar una salida?  Ni mucho menos, quizá me he extendido mucho en el tema, porque son tantos los fantasmas que nos aparecen en la vida que se nos amontonan las ideas en la cabeza y así van brotando. Pero es que en todo esto yo quiero encontrar una esperanza, yo quiero encontrar una luz. Sea cual sea la situación de miedo por la que pasemos en la vida siempre podemos encontrar esa luz.
Es la fe que si queremos decir así, tenemos en nosotros mismos y en nuestra posibilidad y capacidad; pero no me quedo en la fe en mi mismo aunque he de tener también esa autoestima, sino que me trasciendo de todo esto y me quiero elevar, quiero levantar mi espíritu a lo alto para encontrar esa verdadera luz y esa fuerza para mi caminar. Quiero encontrarme con quien es en verdad mi fortaleza para todo lo que es mi vida.
Toda esta reflexión ha surgido en mí escuchando el evangelio. Los discípulos atravesaban el lago cuando de repente se levantó una tempestad tan fuerte que incluso aquellos avezados pescadores que muchas veces se habían enfrentado a tormentas semejantes en el lago pues eran en cierto modo habituales, en esta ocasión tuvieron miedo. Jesús iba con ellos pero aunque pareciera imposible en medio de toda aquella tormenta iba durmiendo en un rincón de la barca.
‘Señor, sálvanos, que perecemos’, le gritan finalmente. ¿Será nuestro grito y nuestra súplica? Parece que a los discípulos les costó decidirse por despertar a Jesús. Como tantas veces nosotros, enfrascados en nuestros miedos damos vueltas y vueltas sin rumbo. No nos valen nuestros propios apoyos, pero no queremos reconocerlo. No encontramos salida, pero no buscamos a quien pueda ayudarnos. Nos cuesta reconocer nuestros miedos o nuestra debilidad, queremos aparentar tanta fuerza y seguridad en nosotros mismos para valernos solos, pero no acudimos a quien puede echarnos una mano.
Nos sentimos tan autosuficientes en nuestra hombría que no queremos reconocer que nos hace falta lo espiritual, lo sobrenatural; nos hemos materializado tanto, o nos hemos tan a la manera de nuestro mundo que dejamos a un lado todo atisbo de religiosidad; nos parecen quizá cosas pasadas de tiempo, que dejándonos llevar por el mundo ateo que nos envuelve decimos que son quizá supersticiones o la religión o la fe no nos va a ayudar en nada. ¿Preferimos hundirnos?
¿Tendremos que escuchar el reproche de Jesús? ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?’ Despertemos nuestra fe, que Jesús está ahí y El nunca nos fallará. Pongamos de verdad a Dios en nuestra vida. No temamos dar la cara por nuestra fe. No temamos sentirnos débiles y saber que tenemos que acudir a Jesús porque El es nuestra única fortaleza.

lunes, 29 de junio de 2020

Como a Simón Pedro se nos está pidiendo que nos ciñamos y nos pongamos en camino hacia ese mundo al que tenemos que llevar la liberación de la buena nueva del evangelio




Como a Simón Pedro se nos está pidiendo que nos ciñamos y nos pongamos en camino hacia ese mundo al que tenemos que llevar la liberación de la buena nueva del evangelio

Hechos 12, 1-11; Sal 33; 2Timoteo 4, 6-8. 17-18; Mateo 16, 13-19
Simón, un rudo y fuerte pescador del mar de Galilea, del lago de Tiberíades. Siempre nos lo imaginamos así, un rudo pescador, un hombre fuerte acostumbrado a mil tormentas y batallas, al duro trabajo de la pesca, que sabe lo que es estar toda la noche bregando y también que al amanecer no haya pescado en la barca, porque esa noche nada se dio.
Un hombre fuerte y emprendedor, a estar disponible para todo, acostumbrado a tener la primera palabra, a ser un poco líder entre los demás compañeros que se van con él cada vez que sea necesario; pero es el hombre que busca, que lucha, que lo intenta una y otra vez, que sabe tener la humildad de aceptar la palabra que le dicen aunque no siempre lo vea claro, que cuando se entusiasma por algo o por alguien está dispuesto a todo, a sacar si es necesario la espada o hasta la dar la vida si es necesario, o que intentará convencer a quien ama que quizá lo que anuncia no es lo mejor y nada le puede pasar.
Pero el hombre que sin embargo y a pesar de tantas valentías tiene sus miedos, al que también en su interior le surgen dudas, que a pesar de su osada valentía habrá momentos en que se acobarda. El hombre sin embargo sensible en su corazón que no encuentra palabras para reconocer sus debilidades o para porfiar el amor cuando él también se siente amado.
Es el hombre con quien Jesús quiso contar. El que un día se encontró con Jesús porque su hermano Andrés le dijo que habían encontrado al Mesías, y ya desde entonces recibió en su corazón la mirada de Jesús y la palabra que le anunciaba que en él confiaría. Hasta se sintió cambiado en su nombre.
Es el que un día, estando en medio de las redes después de la tarea del día, escucha que Jesús pasa a su lado y le invita a seguirle porque quiere ofrecerle otros mares y otros horizontes para su pesca. El que ofreciendo generosamente su barca para que Jesús desde allí anuncie el Reino de Dios a la gentes se sentirá impulsado por Jesús para remar mar adentro para echar de nuevo las redes, aunque sabía que nada había, porque nada habían cogido en aquella noche; pero aprendió entonces que podría haber una pesca mejor, se siente pequeño y pecador ante las maravillas que contempla que les suceden y volverá a escuchar la invitación de Jesús para ser un día pescador de hombres.
Con Jesús se fue y aprendió de amores nuevos y de horizontes distintos que se abrían ante sus ojos en la medida que iba escuchando a Jesús e impregnándose de aquel sentido nuevo de la vida que era el Reino de Dios anunciado por el Maestro. Seguramente más de una vez se quedaría rumiando en su interior las palabras de Jesús porque no todas las comprendía y aquel nuevo sentido de servicio y de hacerse el último era algo que les costaba entender cuando tantas veces habían soñado con un Mesías triunfador y liberador de esclavitudes y de opresiones extranjeras. Ahora iba entendiendo que la liberación era algo que tenía que hacerse desde dentro como una semilla que calladamente se planta y desde el interior hará surgir una nueva planta, una nueva vida que daría un nuevo y distinto fruto.
Será el que haga acertada profesión de fe cuando Jesús pregunta que piensa la gente del Hijo del Hombre, pero también qué piensan ellos; responder a lo que la gente pensaba era fácil porque testigos eran de las reacciones entusiasmadas de la gente, pero dar una respuesta personal será algo más difícil como a todos nos sucede; pero será el primero en hablar, aunque como le dirá Jesús no lo dice por si mismo sino porque el Padre del cielo se lo reveló en su corazón.
Vendrán momentos duros con los anuncios que Jesús hace que no le caben en su cabeza y tratará de convencer al Maestro que eso lo puede sucederle; será el momento de la desbandada porque a pesar de la espada allá en el huerto se había dejado dormir y no había permanecido vigilante; como una cascada se sucederá el abandono de todos y la negación de Pedro en su atrevimiento arriesgado de llegar hasta el patio del Pontífice; se había metido en la boca del león y el león estaba acechando a ver como podía hacerle caer. Cuando oye el canto del gallo llorará amargamente, y será para siempre, la negación en la que acaba de caer.
Pero será testigo de que la tumba estaba vacía y como se menciona casi de pasada en uno de los testimonios de la resurrección Jesús a él también se le aparecerá como a todos luego en el cenáculo y más tarde junto al lago de Tiberíades después de una nueva pesca milagrosa. ‘Tú sabes que te amo, tú lo sabes todo’, terminará poco menos que gritando con lágrimas de dolor, pero con la firmeza de una fe renovada en el amor porque Jesús seguirá confiando en él. ‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’, le confiará Jesús una vez más.
Este es Pedro, a quien hoy con gozo celebramos en su fiesta. Muchas consideraciones en consecuencia podríamos hacernos tras este recuerdo de su trayectoria. Vamos solo a fijarnos en lo que escuchamos en los Hechos de los Apóstoles. Pedro está en la cárcel y de allí es liberado por el ángel del Señor. ‘De repente; se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo: Date prisa, levántate… Ponte el cinturón y las sandalias… Envuélvete en el manto y sígueme’.
Una nueva llamada y un nuevo envío. ¿Será signo de la llamada que nosotros hoy también escuchamos y de la misión que recibimos? Una liberación pero un envío que se nos hace a que nosotros vayamos a liberar también. Miramos nuestro mundo, miramos nuestra situación no muy buena ni fácil en muchas ocasiones y circunstancias si pensamos además el momento que vivimos, pero ¿no sentiremos el ángel del Señor que está también junto a nosotros y nos pide que nos pongamos el cinturón y las sandalias, que nos ciñamos y nos pongamos en camino?
Y es que no nos podemos quedar como encerrados en la cárcel de nuestros miedos, de nuestras cobardías, de nuestras dudas, de nuestras oscuridades, de nuestras debilidades y tropiezos, sino que aún con toda nuestra debilidad tenemos que ponernos en camino. Con nosotros está la fuerza del Señor. El nos ha confiado la fuerza del Espíritu y quiere seguir contando con nosotros.
¿No será éste el mensaje que recibimos este año en la fiesta de san Pedro?

domingo, 28 de junio de 2020

El mundo que nos rodea no termina de creer porque no ve en nosotros y en la Iglesia la congruencia de una vida según el evangelio



El mundo que nos rodea no termina de creer porque no ve en nosotros y en la Iglesia la congruencia de una vida según el evangelio

2Reyes 4, 8-11. 14-16ª; Sal 88; Romanos 6, 3-4. 8-11; Mateo 10, 37-42
Nos damos cuenta con facilidad en la vida cuando nos encontramos personas incongruentes; personas que hablan mucho, que hacen alarde de no sé cuantas cosas, que van por la vida de maestros porque parece que todo se lo saben y a todos van diciendo lo que tienen que hacer, pero luego ellos por su mano nada hacen; es más su manera de actuar está en muchas ocasiones muy distante de aquello que dicen, de aquello que hablan ‘con tanta sabiduría’ pero que luego no se refleja nada en su manera de actuar, en las cosas que hacen en la vida. Es la incongruencia en la que tantas veces caemos, porque seamos sinceros que por mucho que digamos la mayoría de las veces nos pasa a todos.
Hoy Jesús nos está pidiendo congruencia con aquella fe que decimos que tenemos. Ya al principio, cuando comenzó a hacer los primeros anuncios del Reino de Dios nos pedía conversión para creer de verdad en esa Buena Noticia que se nos anunciaba. Necesitábamos conversión, porque en verdad si queríamos vivir en ese Reino de Dios que Jesús nos anunciaba nuestra vida tendría que ser de otra manera, teníamos que cambiar radicalmente nuestras posturas y nuestros principios, pero también nuestra manera de actuar. Y eso a veces lo olvidamos.
Y hoy nos pide que vivamos en consecuencia de ese sí que le habíamos dado a su evangelio y a la aceptación del Reino de Dios en que queríamos creer. Porque ponernos en camino para seguirle, ya nos lo ha repetido muchas veces, tiene sus exigencias, no son componendas ni remiendos que vayamos poniendo a nuestra vida cuando vemos alguna cosita que nos puede fallar, es darle totalmente la vuelta a nuestra vida para que todo tenga en verdad como centro el Reino de Dios. Pero como aquellos a los que en ocasiones invitaba a seguirle ponían sus disculpas de sus despedidas, del entierro del familiar o cosas por el estilo, a nosotros nos pasa de manera semejante muchas veces.
Nada puede ser prioritario en nuestra vida si no es el Reino de Dios. ‘Buscad primero el Reino de Dios y su justicia…’ nos dice en otro momento del evangelio. Es lo primero, es lo principal, es lo que tiene que convertirse en el centro de nuestra vida; nada ni nadie puede estar por encima ni ocupar ese primer lugar en nuestra vida. ¿No decimos que tenemos que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo nuestro ser? Dice con todo; no nos dice, en algunas ocasiones, o un poquito mezclándolo con otras cosas.
Y es aquí donde aparecen nuestras incongruencias. Queremos nadar y guardar la ropa, como se suele decir. Bueno, queremos creer en Jesús y seguirle, pero claro en todo no se puede, nos decimos, es que hay cosas, es que tenemos responsabilidades, es que podemos poner en peligro muchas cosas, es que por medio están nuestros negocios, es que se puede poner en peligro lo que es el sustento de nuestra vida, es que no hay que tomárselo al pie de la letra, es que hay que tener en cuenta… es que… y comenzamos a querer hacer rebajas, reservas, excepciones.
Nos pasa a todos. Cuantas cosas queremos tener en cuenta y queremos empezar a compaginar y querer hacer nuestros arreglitos. Con cuantas cosas queremos hacernos nuestras componendas, cuantas veces nos ha sucedido a la hora de tomar decisiones, por cuantas cosas pasamos por alto cuando hacemos el examen de nuestra conciencia.
Hoy de una manera tajante nos ha dicho:El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí’. Y cuidado nos hagamos nuestras interpretaciones a la hora de escuchar esta palabra de Jesús. Nos habla, es cierto, del padre, de la madre, del hijo o de la hija; cuantas veces es en ese entorno más cercano a nosotros donde nos aparece la dificultad, parece como si se pusiera enfrente una cosa de la otra. Cuántas vocaciones, por ejemplo, se han frustrado cuando llega ese momento de enfrentar los intereses familiares con lo que es la radicalidad del seguimiento de Jesús y de sus llamadas. No está reñido el amor familiar, ni Jesús con lo que nos está diciendo quiere que lo minusvaloremos; de ninguna manera. Es que ese amor familiar va a alcanzar mayor densidad, mayor plenitud cuando lo vivamos desde estos parámetros del Reino de Dios.
Claro que ahí también nos podemos encontrar esa cruz con la que tenemos que cargar, como nos dice, para seguirle. Será desde ese ámbito, o será desde el ambiente que se vive en nuestra sociedad tantas veces tan alejado del espíritu y sentido del Evangelio. No nos van a entender; nos van a decir que no tenemos que llevarnos por esas radicalidades; nos van a decir que aflojemos el paso que no es necesario tanto; serán tantas las tentaciones que vamos a sentir en este estilo. Pero mantenemos nuestra fidelidad aunque nos cueste, aunque no seamos comprendidos, aunque nos encontremos todo un mundo en contra.
Y esto lo pensamos en un nivel personal, en esa lucha de superación que cada uno ha de mantener, pero esto tenemos que vivirlo como comunidad de creyentes, como Iglesia de Jesús. En esto tiene que manifestarse también la Iglesia radical, en la fidelidad total al evangelio, aunque tengamos todo el mundo en contra. Y algunas veces pudiera parecer que la Iglesia también puede hacer sus componendas, y calla en ocasiones con esas prudencias humanas, o tratamos de acomodarnos a las exigencias del mundo, para mantener quizá su prestigio o para mantener ciertos brillos de grandeza y de poder.
Mucho tiene que examinarse la Iglesia también en ese camino de congruencia total con el sentido del evangelio, en ese camino de fidelidad al Reino de Dios tal como Jesús nos lo presenta y enseña. Es un camino de pobreza y de libertad interior el que tenemos que vivir, aunque nos cueste pero que será lo que en verdad nos hará grandes.
Aunque nos parezca que el mundo está en contra nuestra sin embargo algunas veces el mundo no cree porque no ve en nosotros claramente esa congruencia con el evangelio que anunciamos y que no termina de manifestarse en nuestra vida ni en nuestra Iglesia.