Con respeto pero con la valentía del amor hacemos el anuncio
de la Buena Nueva de la Salvación y
damos testimonio del Reino de Dios
Amós 5, 14-15. 21-24; Sal 49; Mateo 8, 28-34
¿Cómo nos sentimos
cuando nos rechazan o nos dicen no a un ofrecimiento que nosotros les hacemos?
Seguramente que nos sentimos incómodos; podemos ver ese rechazo como una
ingratitud ante lo que generosamente ofrecemos, pero al mismo tiempo hemos de
esforzarnos a vivir con serenidad y el mayor respeto una situación así. Podemos
ofrecer nuestro amor pero no podemos obligar a que nos amen; podemos ofrecer
generosamente de lo nuestro, pero en el otro está el aceptarlo o no aceptarlo y
de nuestra parte tendría que quedar el respeto ante la decisión de la otra
persona.
No es fácil, porque consciente
o inconscientemente parece que queremos imponer lo nuestro diciendo que lo
hacemos con generosidad y buena voluntad; y hasta podríamos verlo como una
humillación o un desprecio; en muchas ocasiones la gente se lo toma así cuando
no le aceptan lo que ofrecen. Pero, repito, es hermoso nuestro gesto generoso,
pero con esa misma generosidad respetamos la decisión de los demás.
Nos sucede en el campo
de las ideas o de las ideologías, que todo el mundo trata de imponer su punto
de vista; todos nos sentimos como con la verdad absoluta en nuestra manera de
pensar o en nuestra manera de ver las cosas y tenemos el peligro de que de una
forma dictatorial tratemos de imponerlo a lo demás. Son cosas que estamos
viendo cada día en nuestra sociedad, en lo social, en lo político, en lo
cultural. Parece que solo vale lo mío y nuestras razones no son parte de un
diálogo sino que pueden terminar siendo parte de una imposición.
El diálogo y el
respeto no significa que yo tenga que hacer dejación de mis principios, de la
verdad sobre la que he construido mi vida, de esos valores en los que creo y
con los que pretendo construir nuestro mundo y nuestra sociedad, de mis
creencias, de mi fe y de mi seguimiento de Jesús. Pero veamos el respeto con
que Jesús se muestra ante los demás a los que no quiere imponer, sino que
siempre está la generosidad del ofrecimiento de su amor, hasta llegar a su
entrega definitiva que nosotros podemos aceptar o podemos rechazar.
Jesús había atravesado
el lago, como veíamos ayer incluso en medio de la tempestad, y llega a la otra
orilla, que es tierra de gerasenos; era un pueblo ajeno al mundo judío. Y al
llegar se encuentran a unos hombres poseídos por espíritus inmundos que en su
locura causan el terror en toda la región. Reconocen a Jesús y sus palabras son
en cierto modo un rechazo. ‘¿Qué tienes que ver con nosotros?’ Expulsa Jesús
con su poder a aquellos espíritus inmundos que se posesionan de una piara de
cerdos que osaba por aquellos lugares y se precipitan por el acantilado al
lago. Cuando las gentes del lugar se enteran de lo sucedido, a pesar de que se
ven libres de aquella pesadilla, sin embargo le ruegan a Jesús que se marcha,
que se vuelva a su tierra. Y Jesús abandona el lugar.
Un hecho que está
reflejando el tema del que venimos hablando. No aceptan la presencia de Jesús a
pesar del beneficio que les ha producido el verse liberados de aquellos espíritus
inmundos; pero ellos tienen otros intereses; podríamos pensar que se verían
perjudicados si han perdido lo que podía ser parte de su sustento. No eran judíos
y ellos si utilizaban la carne de cerdo. Pero Jesús es respetuoso con aquella
decisión y no se impone.
Nos puede decir mucho
para ese mundo tan inhóspito al mensaje del evangelio pero en medio del cual
hemos de dar nuestro testimonio. No siempre es fácil, no todos nos van a
aceptar, también nos dirán que nos vayamos a otra parte, o como le dijeron los
atenienses a Pablo cuando les habló de la resurrección de eso te oiremos otro
día.
¿Significa que tenemos
que dejar de anunciar el evangelio? ¿Significa que hacemos dejación de nuestros
valores y de nuestros principios? ¿Significa que nos vamos a quedar callados
porque otros no nos quieran escuchar? ¿Significa que tenemos que encerrarnos en
nuestras iglesias y no vamos a salir a la calle y al mundo para dar testimonio
de nuestra fe? De ninguna manera. El mandato de Jesús está ahí y a todo el
mundo hemos de ir a anunciar esa buena nueva de salvación. El que respondan o
no está en los otros.
Pero también tenemos
que pensar de qué forma lo hacemos para que los otros quieran escucharnos, para
que a los otros les llame la atención la buena nueva del evangelio. Nunca
nuestra cobardía tiene que echarnos para atrás. Con respeto pero con la
valentía del amor hacemos el anuncio del mensaje, damos testimonio del Reino de
Dios.
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