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lunes, 29 de junio de 2020

Como a Simón Pedro se nos está pidiendo que nos ciñamos y nos pongamos en camino hacia ese mundo al que tenemos que llevar la liberación de la buena nueva del evangelio




Como a Simón Pedro se nos está pidiendo que nos ciñamos y nos pongamos en camino hacia ese mundo al que tenemos que llevar la liberación de la buena nueva del evangelio

Hechos 12, 1-11; Sal 33; 2Timoteo 4, 6-8. 17-18; Mateo 16, 13-19
Simón, un rudo y fuerte pescador del mar de Galilea, del lago de Tiberíades. Siempre nos lo imaginamos así, un rudo pescador, un hombre fuerte acostumbrado a mil tormentas y batallas, al duro trabajo de la pesca, que sabe lo que es estar toda la noche bregando y también que al amanecer no haya pescado en la barca, porque esa noche nada se dio.
Un hombre fuerte y emprendedor, a estar disponible para todo, acostumbrado a tener la primera palabra, a ser un poco líder entre los demás compañeros que se van con él cada vez que sea necesario; pero es el hombre que busca, que lucha, que lo intenta una y otra vez, que sabe tener la humildad de aceptar la palabra que le dicen aunque no siempre lo vea claro, que cuando se entusiasma por algo o por alguien está dispuesto a todo, a sacar si es necesario la espada o hasta la dar la vida si es necesario, o que intentará convencer a quien ama que quizá lo que anuncia no es lo mejor y nada le puede pasar.
Pero el hombre que sin embargo y a pesar de tantas valentías tiene sus miedos, al que también en su interior le surgen dudas, que a pesar de su osada valentía habrá momentos en que se acobarda. El hombre sin embargo sensible en su corazón que no encuentra palabras para reconocer sus debilidades o para porfiar el amor cuando él también se siente amado.
Es el hombre con quien Jesús quiso contar. El que un día se encontró con Jesús porque su hermano Andrés le dijo que habían encontrado al Mesías, y ya desde entonces recibió en su corazón la mirada de Jesús y la palabra que le anunciaba que en él confiaría. Hasta se sintió cambiado en su nombre.
Es el que un día, estando en medio de las redes después de la tarea del día, escucha que Jesús pasa a su lado y le invita a seguirle porque quiere ofrecerle otros mares y otros horizontes para su pesca. El que ofreciendo generosamente su barca para que Jesús desde allí anuncie el Reino de Dios a la gentes se sentirá impulsado por Jesús para remar mar adentro para echar de nuevo las redes, aunque sabía que nada había, porque nada habían cogido en aquella noche; pero aprendió entonces que podría haber una pesca mejor, se siente pequeño y pecador ante las maravillas que contempla que les suceden y volverá a escuchar la invitación de Jesús para ser un día pescador de hombres.
Con Jesús se fue y aprendió de amores nuevos y de horizontes distintos que se abrían ante sus ojos en la medida que iba escuchando a Jesús e impregnándose de aquel sentido nuevo de la vida que era el Reino de Dios anunciado por el Maestro. Seguramente más de una vez se quedaría rumiando en su interior las palabras de Jesús porque no todas las comprendía y aquel nuevo sentido de servicio y de hacerse el último era algo que les costaba entender cuando tantas veces habían soñado con un Mesías triunfador y liberador de esclavitudes y de opresiones extranjeras. Ahora iba entendiendo que la liberación era algo que tenía que hacerse desde dentro como una semilla que calladamente se planta y desde el interior hará surgir una nueva planta, una nueva vida que daría un nuevo y distinto fruto.
Será el que haga acertada profesión de fe cuando Jesús pregunta que piensa la gente del Hijo del Hombre, pero también qué piensan ellos; responder a lo que la gente pensaba era fácil porque testigos eran de las reacciones entusiasmadas de la gente, pero dar una respuesta personal será algo más difícil como a todos nos sucede; pero será el primero en hablar, aunque como le dirá Jesús no lo dice por si mismo sino porque el Padre del cielo se lo reveló en su corazón.
Vendrán momentos duros con los anuncios que Jesús hace que no le caben en su cabeza y tratará de convencer al Maestro que eso lo puede sucederle; será el momento de la desbandada porque a pesar de la espada allá en el huerto se había dejado dormir y no había permanecido vigilante; como una cascada se sucederá el abandono de todos y la negación de Pedro en su atrevimiento arriesgado de llegar hasta el patio del Pontífice; se había metido en la boca del león y el león estaba acechando a ver como podía hacerle caer. Cuando oye el canto del gallo llorará amargamente, y será para siempre, la negación en la que acaba de caer.
Pero será testigo de que la tumba estaba vacía y como se menciona casi de pasada en uno de los testimonios de la resurrección Jesús a él también se le aparecerá como a todos luego en el cenáculo y más tarde junto al lago de Tiberíades después de una nueva pesca milagrosa. ‘Tú sabes que te amo, tú lo sabes todo’, terminará poco menos que gritando con lágrimas de dolor, pero con la firmeza de una fe renovada en el amor porque Jesús seguirá confiando en él. ‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’, le confiará Jesús una vez más.
Este es Pedro, a quien hoy con gozo celebramos en su fiesta. Muchas consideraciones en consecuencia podríamos hacernos tras este recuerdo de su trayectoria. Vamos solo a fijarnos en lo que escuchamos en los Hechos de los Apóstoles. Pedro está en la cárcel y de allí es liberado por el ángel del Señor. ‘De repente; se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo: Date prisa, levántate… Ponte el cinturón y las sandalias… Envuélvete en el manto y sígueme’.
Una nueva llamada y un nuevo envío. ¿Será signo de la llamada que nosotros hoy también escuchamos y de la misión que recibimos? Una liberación pero un envío que se nos hace a que nosotros vayamos a liberar también. Miramos nuestro mundo, miramos nuestra situación no muy buena ni fácil en muchas ocasiones y circunstancias si pensamos además el momento que vivimos, pero ¿no sentiremos el ángel del Señor que está también junto a nosotros y nos pide que nos pongamos el cinturón y las sandalias, que nos ciñamos y nos pongamos en camino?
Y es que no nos podemos quedar como encerrados en la cárcel de nuestros miedos, de nuestras cobardías, de nuestras dudas, de nuestras oscuridades, de nuestras debilidades y tropiezos, sino que aún con toda nuestra debilidad tenemos que ponernos en camino. Con nosotros está la fuerza del Señor. El nos ha confiado la fuerza del Espíritu y quiere seguir contando con nosotros.
¿No será éste el mensaje que recibimos este año en la fiesta de san Pedro?

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