Como
a Simón Pedro se nos está pidiendo que nos ciñamos y nos pongamos en camino
hacia ese mundo al que tenemos que llevar la liberación de la buena nueva del
evangelio
Hechos 12, 1-11; Sal 33; 2Timoteo 4, 6-8. 17-18; Mateo 16, 13-19
Simón, un rudo y fuerte pescador del
mar de Galilea, del lago de Tiberíades. Siempre nos lo imaginamos así, un rudo
pescador, un hombre fuerte acostumbrado a mil tormentas y batallas, al duro
trabajo de la pesca, que sabe lo que es estar toda la noche bregando y también
que al amanecer no haya pescado en la barca, porque esa noche nada se dio.
Un hombre fuerte y emprendedor, a estar
disponible para todo, acostumbrado a tener la primera palabra, a ser un poco
líder entre los demás compañeros que se van con él cada vez que sea necesario;
pero es el hombre que busca, que lucha, que lo intenta una y otra vez, que sabe
tener la humildad de aceptar la palabra que le dicen aunque no siempre lo vea
claro, que cuando se entusiasma por algo o por alguien está dispuesto a todo, a
sacar si es necesario la espada o hasta la dar la vida si es necesario, o que
intentará convencer a quien ama que quizá lo que anuncia no es lo mejor y nada
le puede pasar.
Pero el hombre que sin embargo y a
pesar de tantas valentías tiene sus miedos, al que también en su interior le
surgen dudas, que a pesar de su osada valentía habrá momentos en que se
acobarda. El hombre sin embargo sensible en su corazón que no encuentra
palabras para reconocer sus debilidades o para porfiar el amor cuando él
también se siente amado.
Es el hombre con quien Jesús quiso
contar. El que un día se encontró con Jesús porque su hermano Andrés le dijo
que habían encontrado al Mesías, y ya desde entonces recibió en su corazón la
mirada de Jesús y la palabra que le anunciaba que en él confiaría. Hasta se
sintió cambiado en su nombre.
Es el que un día, estando en medio de
las redes después de la tarea del día, escucha que Jesús pasa a su lado y le
invita a seguirle porque quiere ofrecerle otros mares y otros horizontes para
su pesca. El que ofreciendo generosamente su barca para que Jesús desde allí
anuncie el Reino de Dios a la gentes se sentirá impulsado por Jesús para remar
mar adentro para echar de nuevo las redes, aunque sabía que nada había, porque
nada habían cogido en aquella noche; pero aprendió entonces que podría haber
una pesca mejor, se siente pequeño y pecador ante las maravillas que contempla
que les suceden y volverá a escuchar la invitación de Jesús para ser un día
pescador de hombres.
Con Jesús se fue y aprendió de amores nuevos
y de horizontes distintos que se abrían ante sus ojos en la medida que iba
escuchando a Jesús e impregnándose de aquel sentido nuevo de la vida que era el
Reino de Dios anunciado por el Maestro. Seguramente más de una vez se quedaría
rumiando en su interior las palabras de Jesús porque no todas las comprendía y
aquel nuevo sentido de servicio y de hacerse el último era algo que les costaba
entender cuando tantas veces habían soñado con un Mesías triunfador y liberador
de esclavitudes y de opresiones extranjeras. Ahora iba entendiendo que la
liberación era algo que tenía que hacerse desde dentro como una semilla que
calladamente se planta y desde el interior hará surgir una nueva planta, una
nueva vida que daría un nuevo y distinto fruto.
Será el que haga acertada profesión de
fe cuando Jesús pregunta que piensa la gente del Hijo del Hombre, pero también
qué piensan ellos; responder a lo que la gente pensaba era fácil porque
testigos eran de las reacciones entusiasmadas de la gente, pero dar una
respuesta personal será algo más difícil como a todos nos sucede; pero será el
primero en hablar, aunque como le dirá Jesús no lo dice por si mismo sino
porque el Padre del cielo se lo reveló en su corazón.
Vendrán momentos duros con los anuncios
que Jesús hace que no le caben en su cabeza y tratará de convencer al Maestro
que eso lo puede sucederle; será el momento de la desbandada porque a pesar de
la espada allá en el huerto se había dejado dormir y no había permanecido
vigilante; como una cascada se sucederá el abandono de todos y la negación de
Pedro en su atrevimiento arriesgado de llegar hasta el patio del Pontífice; se
había metido en la boca del león y el león estaba acechando a ver como podía
hacerle caer. Cuando oye el canto del gallo llorará amargamente, y será para
siempre, la negación en la que acaba de caer.
Pero será testigo de que la tumba
estaba vacía y como se menciona casi de pasada en uno de los testimonios de la
resurrección Jesús a él también se le aparecerá como a todos luego en el
cenáculo y más tarde junto al lago de Tiberíades después de una nueva pesca
milagrosa. ‘Tú sabes que te amo, tú lo sabes todo’, terminará poco menos
que gritando con lágrimas de dolor, pero con la firmeza de una fe renovada en
el amor porque Jesús seguirá confiando en él. ‘Apacienta mis corderos,
apacienta mis ovejas’, le confiará Jesús una vez más.
Este es Pedro, a quien hoy con gozo
celebramos en su fiesta. Muchas consideraciones en consecuencia podríamos hacernos
tras este recuerdo de su trayectoria. Vamos solo a fijarnos en lo que
escuchamos en los Hechos de los Apóstoles. Pedro está en la cárcel y de allí es
liberado por el ángel del Señor. ‘De repente; se
presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el
costado, lo despertó y le dijo: Date prisa, levántate… Ponte el cinturón y las
sandalias… Envuélvete en el manto y sígueme’.
Una nueva llamada y un
nuevo envío. ¿Será signo de la llamada que nosotros hoy también escuchamos y de
la misión que recibimos? Una liberación pero un envío que se nos hace a que
nosotros vayamos a liberar también. Miramos nuestro mundo, miramos nuestra
situación no muy buena ni fácil en muchas ocasiones y circunstancias si
pensamos además el momento que vivimos, pero ¿no sentiremos el ángel del Señor
que está también junto a nosotros y nos pide que nos pongamos el cinturón y las
sandalias, que nos ciñamos y nos pongamos en camino?
Y es que no nos podemos
quedar como encerrados en la cárcel de nuestros miedos, de nuestras cobardías,
de nuestras dudas, de nuestras oscuridades, de nuestras debilidades y tropiezos,
sino que aún con toda nuestra debilidad tenemos que ponernos en camino. Con
nosotros está la fuerza del Señor. El nos ha confiado la fuerza del Espíritu y
quiere seguir contando con nosotros.
¿No será éste el mensaje
que recibimos este año en la fiesta de san Pedro?
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