Ponte en pie, no te quedes en tu camilla, vete a tu casa, al
encuentro con los demás, tiende la mano para que otros se levanten
Amós 7, 10-17; Sal 18; Mateo 9, 1-8
¿Nos daremos cuenta
del misterio o de la riqueza que hay detrás de esa personar con la que nos
cruzamos cada día en la calle? Quizás en las prisas de nuestra vida moderna –
parece que siempre vamos corriendo porque se nos va a quemar lo que dejamos al
fuego – ni nos damos cuenta de esas personas con las que nos vamos cruzando.
Vamos a lo nuestro, vamos en nuestros pensamientos, vamos con nuestras
preocupaciones, lo que tenemos que hacer o aquello en lo que nos vamos a
entretener – de todo hay -, y no miramos. Algunas veces sobre todo cuando
caminamos en el bullicio de nuestras ciudades nos cruzamos con personas a las
que conocemos o con quienes podemos tener alguna relación de vecindad o de
amistad y no las vemos. Y no es que ahora vayamos con nuestras mascarillas y
por eso desconocemos a las personas.
¿Qué sabemos de esa persona
con la que nos cruzamos? de sus preocupaciones o de sus problemas, de sus
proyectos o de sus sueños, de sus limitaciones o de la riqueza espiritual en la
valores que hay en su vida, de lo que hace o de aquello que quisiera hacer pero
que necesitaría quizás un empujoncito de ánimo... Pero quizá nos atrevemos a
juzgar; si la vemos en una situación difícil o problemática, por decirlo así,
quizá fácilmente la culpabilizamos. Para eso quizás estamos más prontos y
atentos.
¿Habrían pasado
desapercibidos aquellos hombres que portaban en una camilla a un hombre
discapacitado por su parálisis? Quizá los vecinos de Cafarnaún verían pasar
aquel pequeño cortejo pero no imaginaban las maravillas que iban a suceder. De
entrada quizá tendríamos que fijarnos en el detalle de unos hombres que se
preocupan de aquel paralítico.
Vemos en nuestros
parques o calles a personas que empujan una silla de ruedas con un
discapacitado y quizá lo más que pensamos es en el familiar que lo sacó de
paseo o lo lleva al médico o a la rehabilitación. ¿Pensamos quizá en unos
voluntarios que dedican su tiempo a hacer algo por esas personas? ¿Qué sentimos
por aquel discapacitado? ¿Quizá nos sentimos compasivos pensando en el ‘pobrecito’
que no puede caminar? ¿Y la vida que encierra esa persona con sus posibilidades
y riquezas humanas que podría quizá desarrollar? ¿No sería ésta una visión
distinta?
Aquellos hombres
llevaban a aquel paralítico hasta los pies de Jesús. El evangelio de Mateo no
nos da los detalles de los otros evangelistas que nos hablan de la mucha gente
y de cómo tuvieron que descolgarlo abriendo un boquete en la terraza o el
tejado para bajarlo. Nos quedamos hoy simplemente en el relato de Mateo. Jesús
sí supo ver el corazón de aquellos hombres. ‘Viendo la fe que tenían’,
nos dice el evangelista. Una mirada que traspasaba las apariencias externas.
Cómo tendremos que aprender a mirar el corazón.
Y Jesús ofrece la curación
y salvación más profunda que podía darle a aquel hombre. Pensamos, lo llevaban
para que curara su parálisis, y Jesús habla de la liberación interior, porque
le perdona sus pecados. Aparte de los comentarios y rechazos de los escribas y
fariseos que por allí andaban vamos a fijarnos en todo lo que le ofrece Jesús.
Y no es que su enfermedad fuera consecuencia del pecado, como era común pensar
en aquella época y algunas veces nos viene a nosotros también ese pensamiento a
la cabeza. Jesús quiere la plenitud para aquel hombre, Jesús quiere que vivamos
la vida en plenitud.
Y hay muchas ataduras
en nuestro corazón, muchas cosas que nos paralizan con nuestra manera de
pensar, con nuestros prejuicios y también con nuestras condenas fáciles,
nuestras actitudes egoístas e insolidarias con que tantas veces vamos por la
vida, con la cerrazón de nuestra mente que oscurece nuestra mirada y algunas veces
nos va cerrando horizontes. No podemos caminar porque hay parálisis no en
nuestras piernas sino en nuestro corazón y así vamos arrastrándonos por la vida
con nuestra mirada miope para no descubrir el valor de los demás, el valor de
toda persona.
Ponte en pie, le dijo Jesús,
al paralítico, coge tu camilla, vete a tu casa. Vete a la vida, no te quedes
postrado en la camilla, vete al encuentro con los demás y ponte también a
ayudar a llevar la camilla de los otros, no te quedes ahí paralizado sino
levántate y vete a tender también la mano a los otros, sal de ti mismo y abre
tu corazón para sintonizar con los que están a tu lado a los que muchas veces
ni siquiera vemos. Cuántas cosas nos puede estar diciendo también a nosotros Jesús,
cuántos horizontes se están ampliando en nuestra vida, qué otro mundo podemos
descubrir.
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