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jueves, 2 de julio de 2020

Ponte en pie, no te quedes en tu camilla, vete a tu casa, al encuentro con los demás, tiende la mano para que otros se levanten


Ponte en pie, no te quedes en tu camilla, vete a tu casa, al encuentro con los demás, tiende la mano para que otros se levanten

Amós 7, 10-17; Sal 18; Mateo 9, 1-8
¿Nos daremos cuenta del misterio o de la riqueza que hay detrás de esa personar con la que nos cruzamos cada día en la calle? Quizás en las prisas de nuestra vida moderna – parece que siempre vamos corriendo porque se nos va a quemar lo que dejamos al fuego – ni nos damos cuenta de esas personas con las que nos vamos cruzando. Vamos a lo nuestro, vamos en nuestros pensamientos, vamos con nuestras preocupaciones, lo que tenemos que hacer o aquello en lo que nos vamos a entretener – de todo hay -, y no miramos. Algunas veces sobre todo cuando caminamos en el bullicio de nuestras ciudades nos cruzamos con personas a las que conocemos o con quienes podemos tener alguna relación de vecindad o de amistad y no las vemos. Y no es que ahora vayamos con nuestras mascarillas y por eso desconocemos a las personas.
¿Qué sabemos de esa persona con la que nos cruzamos? de sus preocupaciones o de sus problemas, de sus proyectos o de sus sueños, de sus limitaciones o de la riqueza espiritual en la valores que hay en su vida, de lo que hace o de aquello que quisiera hacer pero que necesitaría quizás un empujoncito de ánimo... Pero quizá nos atrevemos a juzgar; si la vemos en una situación difícil o problemática, por decirlo así, quizá fácilmente la culpabilizamos. Para eso quizás estamos más prontos y atentos.
¿Habrían pasado desapercibidos aquellos hombres que portaban en una camilla a un hombre discapacitado por su parálisis? Quizá los vecinos de Cafarnaún verían pasar aquel pequeño cortejo pero no imaginaban las maravillas que iban a suceder. De entrada quizá tendríamos que fijarnos en el detalle de unos hombres que se preocupan de aquel paralítico.
Vemos en nuestros parques o calles a personas que empujan una silla de ruedas con un discapacitado y quizá lo más que pensamos es en el familiar que lo sacó de paseo o lo lleva al médico o a la rehabilitación. ¿Pensamos quizá en unos voluntarios que dedican su tiempo a hacer algo por esas personas? ¿Qué sentimos por aquel discapacitado? ¿Quizá nos sentimos compasivos pensando en el ‘pobrecito’ que no puede caminar? ¿Y la vida que encierra esa persona con sus posibilidades y riquezas humanas que podría quizá desarrollar? ¿No sería ésta una visión distinta?
Aquellos hombres llevaban a aquel paralítico hasta los pies de Jesús. El evangelio de Mateo no nos da los detalles de los otros evangelistas que nos hablan de la mucha gente y de cómo tuvieron que descolgarlo abriendo un boquete en la terraza o el tejado para bajarlo. Nos quedamos hoy simplemente en el relato de Mateo. Jesús sí supo ver el corazón de aquellos hombres. ‘Viendo la fe que tenían’, nos dice el evangelista. Una mirada que traspasaba las apariencias externas. Cómo tendremos que aprender a mirar el corazón.
Y Jesús ofrece la curación y salvación más profunda que podía darle a aquel hombre. Pensamos, lo llevaban para que curara su parálisis, y Jesús habla de la liberación interior, porque le perdona sus pecados. Aparte de los comentarios y rechazos de los escribas y fariseos que por allí andaban vamos a fijarnos en todo lo que le ofrece Jesús. Y no es que su enfermedad fuera consecuencia del pecado, como era común pensar en aquella época y algunas veces nos viene a nosotros también ese pensamiento a la cabeza. Jesús quiere la plenitud para aquel hombre, Jesús quiere que vivamos la vida en plenitud.
Y hay muchas ataduras en nuestro corazón, muchas cosas que nos paralizan con nuestra manera de pensar, con nuestros prejuicios y también con nuestras condenas fáciles, nuestras actitudes egoístas e insolidarias con que tantas veces vamos por la vida, con la cerrazón de nuestra mente que oscurece nuestra mirada y algunas veces nos va cerrando horizontes. No podemos caminar porque hay parálisis no en nuestras piernas sino en nuestro corazón y así vamos arrastrándonos por la vida con nuestra mirada miope para no descubrir el valor de los demás, el valor de toda persona.
Ponte en pie, le dijo Jesús, al paralítico, coge tu camilla, vete a tu casa. Vete a la vida, no te quedes postrado en la camilla, vete al encuentro con los demás y ponte también a ayudar a llevar la camilla de los otros, no te quedes ahí paralizado sino levántate y vete a tender también la mano a los otros, sal de ti mismo y abre tu corazón para sintonizar con los que están a tu lado a los que muchas veces ni siquiera vemos. Cuántas cosas nos puede estar diciendo también a nosotros Jesús, cuántos horizontes se están ampliando en nuestra vida, qué otro mundo podemos descubrir.

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