Vayamos
siempre de frente con nuestro amor; cuando lo alimentamos de Dios nuestras
vidas se llenarán de bendiciones, para nosotros y para los demás
1 Reyes 12, 26-32; 13, 33-34; Sal 105;
Marcos 8, 1-10
Hay momentos, hay situaciones en que
nos vemos impotentes, incapaces, los problemas se nos amontonan, se nos
desbordan, las soluciones no son fáciles o no se encuentran y no sabemos qué
hacer. ¿Nos cruzamos de brazos? ¿Nos ocultamos para no ver los problemas o no
querer enterarnos? ¿Damos la espalda? Ante muchas, es cierto, que muchas veces
huimos, no afrontamos el problema, no hablamos, aunque nos encontremos con
otros en situaciones parecidas parece que nos cuesta dar el paso y hablar, nos
encerramos en nuestra oscuridad que más oscura se nos volverá.
Y no puede ser nunca esa la respuesta.
¿Nos vamos a dejar envolver por ese torbellino sin luchar por nuestra parte
buscando alguna salida? ¿Por qué nos sentimos tan incapaces? Creo que siempre tendríamos
que ser capaces de buscar un resquicio de luz. Tenemos que despertar los
mejores sentimientos que tengamos en el corazón y afrontar de frente las
situaciones que algún paso, aunque nos parezca pequeño, siempre podemos dar.
Tenemos que sacar lo mejor de nosotros mismos, los mejores sentimientos que aun
nos queden en el fondo del corazón.
El evangelio de hoy nos habla de que
estaban en despoblado y bien lejos de la población más cercana. Se había ido
agrupando en torno a Jesús cada vez más gente que salía de todas partes,
pareciera que salían de debajo de las piedras, para escucharle, porque sus
palabras despertaban cosas buenas en sus corazones. Pero dada la cantidad de
gente que se había aglomerado, el lugar donde estaban y que ya caía la tarde
parecía que se avecinaba un gran problema. Aquella gente no tenía nada para
comer. ¿Dónde encontrar pan para toda aquella gente? Jesús siente lástima y
compasión en su corazón y eso mismo comienza a compartirlo con los discípulos
más cercanos, que igualmente se ven abrumados por aquella situación. ‘¿Y de
dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos?’, es
la pregunta que se hacen los discípulos.
‘¿Cuántos panes tenéis?’ termina preguntando Jesús. Y le responden: ‘siete’.
Siete panes y la multitud es grande. Pero Jesús les manda que se sienten en el
suelo. ¿Esperando qué? Pero allí estaba presente el amor; y el amor se hace bendición,
como siempre lo es, y el amor se crece y
se multiplica como se van a multiplicar aquellos panes y unos pocos de peces
que también tenían. Y los apóstoles a las indicaciones de Jesús comienzan a
repartir a aquellos panes y peces y al final hasta sobrará.
Está, sí, el poder y la gracia del
Señor. Jesús podía hacerlo. Y todas aquellas oscuridades se transforman. Era la
victoria de la vida porque es la victoria del amor. Podemos hacer las
explicaciones e interpretaciones que queramos. Pero aquello fue el milagro del
amor. Jesús rebosaba compasión y amor por aquellas gentes. Jesús estaba
alimentando sus vidas y sus esperanzas, ¿por qué no había de alimentar también
sus cuerpos?
Cuántas cosas podemos hacer cuando nos
dejamos conducir por el amor. Sin embargo, lo que hacemos muchas veces es
apagar ese amor; como si tuviéramos miedo de amar, de darnos, de entregarnos.
Esas pantallas oscuras que muchas veces se ponen delante de nuestros ojos nos
hacen olvidar lo mejor que llevando dentro de nosotros y entonces nos llenamos
de miedos y de cobardías, y huimos del problema, no nos enfrentamos para
encontrar la salida, la solución.
Vayamos siempre de frente con nuestro
amor; es nuestro motor, es nuestra fuerza cuando lo alimentamos de Dios y
nuestras vidas se llenarán de bendiciones, para nosotros y para los demás. Aunque
tengamos pocos panes en nuestras alforjas pongámonos a repartir ese pan, cuanta
vida y esperanza podemos despertar a nuestro alrededor.