Tenemos
que seguir estando en camino, siempre se están abriendo caminos para seguir
tendiendo la mano, para seguir haciendo el anuncio de esa Buena Nueva
Job 7, 1-4. 6-7; Sal 146; 1 Corintios 9,
16-19. 22-23; Marcos 1, 29-39
Cuando nos ponemos en camino en la
vida, y decimos también que la vida misma es camino, ¿qué es lo que nos vamos
encontrando? Personas, situaciones, acontecimientos, diversos, unos más buenos
y agradables, pero también nos encontraremos con otras cosas que no nos agradan
tanto, porque no solo puede ser la maldad de las mismas personas o de las
situaciones que provocamos, sino que también nos encontraremos con dolor, con
sufrimiento, con muchas angustias y desesperanzas. Es la misma realidad de la
vida, porque así somos nosotros también, a pesar de los buenos deseos, tenemos
tropiezos, no siempre hacemos lo mejor ni lo más correcto, muchas veces podemos
ser incluso causa del mal de los demás, del sufrimientos de muchos que están
nuestro lado.
¿Qué hacemos? ¿Cerramos los ojos para
no enterarnos? ¿Nos desentendemos de esa realidad? Ya quisiera que todo fuera
bueno y que todo fuera causa de felicidad, pero bien sabemos que no es así.
¿Tendremos suficiente sensibilidad en nuestro corazón para sentirnos de alguna
manera solidarios? ¿Nos cruzamos de brazos y hacemos como que no nos hemos
enterado? Por algo de humanidad que quede dentro de nosotros, seguro que nos
pondremos a hacer algo.
Me estoy haciendo esta consideración,
mirando lo que es la realidad de nuestra vida de cada día, y queriendo pensar
además en lo que tendríamos que hacer, pero precisamente partiendo del texto
del evangelio que hoy se nos ofrece. Vemos a Jesús en camino. Había llegado a
Cafarnaún, el sábado había acudido a la sinagoga, aunque ahora no entremos en
detalles de lo allí sucedido que ya comentamos el pasado domingo, y al salir va
de camino, lo llevan a casa de Simón y Andrés. ¿Qué se va a encontrar allí? La
suegra de Simón está enferma, le dice, y se acercó hasta ella. ¿Cuál sería el
diálogo en aquellos momentos? El evangelista no nos dice nada, sino que
tomándola de la mano la levantó de su postración. Se sintió curada y se puso a
servirles, termina diciendo el evangelista.
Tender la mano para levantar, lo
veremos hacer muchas veces a Jesús, nos mandará que nosotros también lo
hagamos. Levantar, ¿de la postración? ¿De la enfermedad? De cuantas cosas
necesitamos nosotros ser levantados, y de cuantas cosas también nosotros
tenemos que ir levantando. Postrados en el sufrimiento, que no es solo la
enfermedad corporal; levantar del desánimo y de la desesperanza, de la apatía y
del aburrimiento, de nuestras comodidades y de nuestra insolidaridad, del miedo
al compromiso y al implicarnos en lo que vamos porque tememos complicarnos.
Postrados podemos sentirnos nosotros, pero postrados vemos a tantos a nuestro
alrededor. ¿No tendremos que ir aprendiendo a tender la mano para levantar?
Al anochecer la puerta de la casa se
llenó de gente que también quería agarrarse de esa mano de Jesús que los
levantara. Le trajeron muchos enfermos de toda clase para que los curara. No
habían venido antes quizá por aquello del descanso sabático, pero al anochecer había
terminado el sábado y ya podían moverse con total libertad; las noticias habían
corrido de lo que había realizado en la sinagoga con el que estaba poseído por
un espíritu inmundo, y la noticia de la curación de la suegra de Simón habría
corrido también como un reguero de pólvora, y allí estaban. ‘La población
entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y
expulsó muchos demonios’.
Pero nos dice algo importante a
continuación el evangelio. ‘Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba
muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar’. El
silencio de la madrugada, antes de la salida del sol, un momento propicio para
repasar las cosas, para rebobinar todo lo sucedido, para repensarnos las cosas
y encontrar el sentido profundo de lo que hacemos; Con momentos más o menos
largo todos cuando vamos queriendo dar los pasos de la vida con madurez y
equilibrio tenemos momentos así, de reflexión, de silencio; si somos creyentes
lo hacemos sintiéndonos en la presencia de Dios, queriendo tener esa luz y esa visión
de Dios sobre nuestra vida; es lo que llamamos oración. Daremos gracias por lo
que vamos viviendo, pedimos perdón por los errores o por lo que no hemos sabido
hacer, queremos sentir esa fuerza y esa luz que nos viene de lo alto y nos
ilumina y nos anima, que nos hace encontrar los verdaderos caminos y nos dará
fuerza para el compromiso.
A Jesús lo contemplamos en muchos
momentos del evangelio en ese estado de oración. Humanamente podría ver delante
de si muchos fantasmas que le confundieran; recordamos en su oración en el
desierto que se siente tentado por el diablo, ya tendremos pronto ocasión de
reflexionarlo; ahora mismo son los primeros discípulos los que le buscarán
porque allí hay quizás una ocasión para buscar prestigios y aclamaciones, ‘todo
el mundo te busca’, le dicen. ‘Tenemos que ir a otra parte, que para eso
he venido’, les dirá y se pone de nuevo en camino. Jesús lo tiene claro.
Tenemos que seguir estando en camino, tenemos que ir a otra parte, no nos podemos quedar en lo mismo o donde pensamos que ya lo tenemos todo conseguido; siempre se están abriendo caminos delante de nosotros, porque tenemos que seguir tendiendo la mano, tenemos que seguir haciendo con nuestra vida ese anuncio de esa Buena Nueva. ¿Qué paso más nos pedirá el Señor? '¡Ay de mí si no evangelizare!'
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