Jesús
viene a sanar todo lo frágil, lo débil y hasta lo enfermizo que pueda haber en
cada cosa de la vida porque El viene a iluminar con una luz nueva nuestra
existencia
1 Reyes 8, 1-7. 9-13; Sal 131; Marcos 6,
53-56
En las conversaciones solemos escuchar a
la gente que la salud es lo primero, que preferimos perderlo todo que perder la
salud y hasta nos contentamos cuando no tenemos suerte en los juegos de azar,
como la lotería, que bueno, que el dinero va y viene pero que lo importante es
tener salud. Es lo que todos deseamos; ante cualquier dolor que nos pueda
anunciar algún tipo de enfermedad enseguida acudimos a quien pueda remediarnos,
a quien pueda curarnos y buscamos la medicina lo más pronto posible para que
los dolores desaparezcan, para que podamos curarnos de aquellas fracturas de la
salud o de nuestros huesos, para recuperar pronto la salud.
Es cierta también que la fragilidad de
nuestra salud trae acompañadas otras fragilidades como suelen ser las angustias
de las que nos podemos llenar, otras consecuencias como la falta de medios para
subsistir al no poder trabajar, otras inquietudes en nuestro interior porque
son muchas más cosas las que sentimos que se nos debilitan cuando perdemos ilusión
por la vida, cuando socialmente nos vemos afectados para nuestras mutuas
relaciones, para la realización de nuestros trabajos, para alcanzar las metas
que nos podamos proponer en la vida. Ya no es solo la salud en si mismo, sino
que irá acompañada de otros síntomas que pueden aparecer en nuestra vida.
¿Queremos la salud? ¿Queremos superar
esas fragilidades y angustias? ¿Queremos recuperar la esperanza? ¿Queremos
buscar una vida mejor y que nos haga vivir más dignamente? Es mucho más lo que
buscamos, aunque la pantalla de la enfermedad o de la salud pareciera que lo
cubre todo. ¿Dónde están puestas entonces nuestras esperanzas o como
recuperarlas?
En el pasaje del evangelio que hoy
escuchamos nos aparece que dondequiera que fuera Jesús enseguida acudían a él
llevando a sus enfermos con el deseo de que al menos tocando la orla de su
manto pudieran curarse. Muchas veces nos quedamos en la literalidad de las
palabras que no dejó escritas el evangelista, pero no nos detenemos lo
suficiente a reflexionar hasta donde llegan esas enfermedades con las que vamos
que las gentes acuden a Jesús. Jesús despertaba esperanza en aquellas gentes
sumidas en su pobreza, sumidas en la opresión de unas autoridades extranjeras,
sumidas y sujetas, poco menos que esclavizados, por unas costumbres que poco
menos que se habían convertido en ley para sus vidas, pero que nos hacían salir
de la situación de desesperanza en que vivían.
Estar enfermo en su situación y en
aquellos momentos significaba mucho más que unos dolores que les
imposibilitaran los movimientos; estar ciego, sin luz en los ojos, significaba
pobreza, miseria y hambre, porque no podían trabajar; ser leproso era verse
alejado de los suyos por los cuales no podría hacer nada, pero que ni los
familiares podían acercarse a ellos, viviendo discriminados y apartados de
todos en la más horrible soledad que no sé si no sería peor que los dolores de
la enfermedad; y así podemos pensar en cualquiera de las otras limitaciones que
pudieran sufrir como cualquier tipo de invalidez.
¿Qué significaba entonces que pudieran
acudir a Jesús para verse curados de sus enfermedades? Muchas cosas podían
cambiar, una vida nueva podía comenzar para aquellas personas, unas esperanzas
renacían en sus corazones, una profunda liberación podían sentir en sus vidas.
Acudían a Jesús porque en El habían puesto todas sus esperanzas. Mucho era lo
que Jesús les ofrecía; la salvación que Jesús les ofrecía era algo muy amplio,
algo que abarcaba la totalidad de la vida. Algo nuevo comenzaría a resurgir
desde lo más hondo.
¿Cuál es en verdad la salvación que
Jesús nos está ofreciendo también a los hombres y a las mujeres de hoy? Es algo
en lo que tenemos que pensar seriamente. Hemos espiritualizado tanto el sentido
de la salvación que nos trae Jesús que la hemos hecho algo irreal y que no
siempre va por el camino de la verdadera espiritualidad. La verdadera
espiritualidad es algo interior, pero es algo que abarca la totalidad de la
vida de la persona.
Y eso espiritual tenemos que sentirlo y
vivirlo es cierto en esos aspectos más sobrenaturales de la vida, pero hemos de
vivirlo también en eso que hacemos y que vivimos en cada momento, en nuestros
trabajos y en nuestras luchas, en nuestro disfrute de la vida en todas sus
cosas buenas y también en los momentos dolorosos y difíciles, en eso tan
material que podamos hacer con nuestros trabajos pero en esos tan humano como
son nuestras relaciones con los demás.
Y en todo eso ha de manifestarse esa
salud, esa salvación que Jesús nos ofrece; El viene a sanar todo lo frágil y
débil, y hasta enfermizo, que pueda haber en cada una de esas cosas de la vida.
El viene a iluminar con una luz nueva cada uno de los aspectos de nuestra
existencia.
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