Purifiquemos
y sanemos el corazón, llenemos de buena higiene nuestras mutuas relaciones y
nuestro mundo será otro, vayamos con Jesús y El nos sanará
1 Reyes 10, 1-10; Sal 36; Marcos 7, 14-23
Hoy toca hablar de higiene. De alguna
manera hemos venido hablando de ello. Vivimos hoy en un mundo donde se cuida
mucho más ese tema. Hoy todo es cuidado para preservar la buena presentación de
las personas, de las cosas y de los lugares. Lo cuidamos en nuestra presencia,
lo cuidamos en los lugares en que habitamos – queremos tener nuestro hogar
resplandeciente, como queremos que las calles y lugares comunes de nuestros
pueblos y ciudades estén bien cuidados – como lo vigilamos en nuestra
alimentación para que nada sea dañino o perjudicial para nuestra salud.
¿A qué viene todo esto que estamos
diciendo? ¿Qué tiene que ver con el mensaje que hoy nos quiere trasmitir el
evangelio? Tiene que ver y tiene relación. Pero también puede ser una
contraposición a otras situaciones donde quizás no cuidamos tanto nuestra
higiene mental, o la higiene de nuestro espíritu. Hay que notar la diferencia
entre la preocupación que sentimos por esa higiene corporal o por esa higiene, digámoslo
así, de lo exterior de aquellos lugares donde vivimos, y quizá el poco cuidado
que tengamos con lo que llevamos dentro de nosotros. Somos unos defensores ultra del medio
ambiente, pero no cuidamos quizás tanto el bien ambiente que tendría que haber
en nuestras relaciones humanas, que algunas veces terminan siendo tan
inhumanas.
Quizás cuando hemos seguido el
evangelio estos días no hemos llegado a entender ese afán que tenían algunos
por lavarse las manos para no caer en impurezas legales porque hubieran tocado
algo contaminado de muerte, pero somos nosotros bien parecidos porque cuidamos
tanto nuestra higiene exterior - ¡cómo nos perfumamos incluso para dar buen
olor y crear buen ambiente! – pero no cuidamos tanto aquello que llevamos en el
corazón y que crea ese mal ambiente de unas relaciones tensas, de unas palabras
fuertes, de unos resentimientos que no terminamos de sanar, de unas violencias
interiores que nos hacen estar mal con todo el mundo, de unos distanciamientos
que nos creamos poniendo barreras entre unos y otros, unas desconfianzas que
crean abismos, y así podríamos pensar en muchas cosas que amargan nuestros
encuentros, que nos hacen perder la paz, que dificultan una sana convivencia,
que al final nos hacen sentirnos mal.
De eso nos está hablando hoy Jesús en
el evangelio. Como continuación de lo que ayer escuchábamos sobre el comer o no
con manos impuras, hoy tajantemente nos dice Jesús. ‘Escuchad y entended
todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de
dentro es lo que hace impuro al hombre’.
Están claras las palabras de Jesús,
pero aun así, incluso sus discípulos más cercanos no entienden. Era tal lo
influidos que estaban por todas aquellas normas que habían querido imponer los
que se consideraban dirigentes entre los judíos en aquel momento. Siguen ellos
pensando en la necesaria purificación. ¿Andaremos nosotros incluso entre
nuestra propia iglesia un poco con esos criterios de purificación, en que al
menos tenemos que dar una buena apariencia externa? Por eso cuando llegan a casa piden
explicación.
También nosotros en muchas cosas nos
queremos dar nuestras explicaciones y necesitamos escuchar más a Jesús. ‘¿También
vosotros seguís sin entender? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede
hacer impuro al hombre… Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al
hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos perversos,
las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen
de dentro y hacen al hombre impuro…’
¿Qué es lo que destruye nuestras buenas
relaciones y la buena convivencia entre unos y otros? ¿Qué es lo que rompe la
paz y la armonía entre las personas? Examinemos toda esa lista de cosas que nos
señala Jesús y nos daremos cuenta.
Todo eso malo que llevamos dentro es lo
que está produciendo la más horrible enfermedad de nuestra humanidad, lo que
nos está haciendo tan inhumanos, lo que crea esas tensiones en que vemos vivir
nuestra sociedad, lo que está ahondando esos abismos en que no llegamos a
entendernos. Miremos lo que sucede cada día, lo que nos muestran los medios de
comunicación de tantos ámbitos de nuestra sociedad, miremos lo que son todas
esas cosas que nos destrozan la familia, que rompen amistad, que distancian a
los vecinos.
Purifiquemos el corazón, sanemos el corazón,
llenemos de buena higiene nuestras mutuas relaciones y nuestro mundo será otro.
Vayamos hasta Jesús, escuchémosle, dejémonos sanar por El.
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