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sábado, 10 de febrero de 2024

Vayamos siempre de frente con nuestro amor; cuando lo alimentamos de Dios nuestras vidas se llenarán de bendiciones, para nosotros y para los demás

 


Vayamos siempre de frente con nuestro amor; cuando lo alimentamos de Dios nuestras vidas se llenarán de bendiciones, para nosotros y para los demás

1 Reyes 12, 26-32; 13, 33-34; Sal 105; Marcos 8, 1-10

Hay momentos, hay situaciones en que nos vemos impotentes, incapaces, los problemas se nos amontonan, se nos desbordan, las soluciones no son fáciles o no se encuentran y no sabemos qué hacer. ¿Nos cruzamos de brazos? ¿Nos ocultamos para no ver los problemas o no querer enterarnos? ¿Damos la espalda? Ante muchas, es cierto, que muchas veces huimos, no afrontamos el problema, no hablamos, aunque nos encontremos con otros en situaciones parecidas parece que nos cuesta dar el paso y hablar, nos encerramos en nuestra oscuridad que más oscura se nos volverá.

Y no puede ser nunca esa la respuesta. ¿Nos vamos a dejar envolver por ese torbellino sin luchar por nuestra parte buscando alguna salida? ¿Por qué nos sentimos tan incapaces? Creo que siempre tendríamos que ser capaces de buscar un resquicio de luz. Tenemos que despertar los mejores sentimientos que tengamos en el corazón y afrontar de frente las situaciones que algún paso, aunque nos parezca pequeño, siempre podemos dar. Tenemos que sacar lo mejor de nosotros mismos, los mejores sentimientos que aun nos queden en el fondo del corazón.

El evangelio de hoy nos habla de que estaban en despoblado y bien lejos de la población más cercana. Se había ido agrupando en torno a Jesús cada vez más gente que salía de todas partes, pareciera que salían de debajo de las piedras, para escucharle, porque sus palabras despertaban cosas buenas en sus corazones. Pero dada la cantidad de gente que se había aglomerado, el lugar donde estaban y que ya caía la tarde parecía que se avecinaba un gran problema. Aquella gente no tenía nada para comer. ¿Dónde encontrar pan para toda aquella gente? Jesús siente lástima y compasión en su corazón y eso mismo comienza a compartirlo con los discípulos más cercanos, que igualmente se ven abrumados por aquella situación. ‘¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos?’, es la pregunta que se hacen los discípulos.

‘¿Cuántos panes tenéis?’ termina preguntando Jesús. Y le responden: ‘siete’. Siete panes y la multitud es grande. Pero Jesús les manda que se sienten en el suelo. ¿Esperando qué? Pero allí estaba presente el amor; y el amor se hace bendición, como siempre lo es,  y el amor se crece y se multiplica como se van a multiplicar aquellos panes y unos pocos de peces que también tenían. Y los apóstoles a las indicaciones de Jesús comienzan a repartir a aquellos panes y peces y al final hasta sobrará.

Está, sí, el poder y la gracia del Señor. Jesús podía hacerlo. Y todas aquellas oscuridades se transforman. Era la victoria de la vida porque es la victoria del amor. Podemos hacer las explicaciones e interpretaciones que queramos. Pero aquello fue el milagro del amor. Jesús rebosaba compasión y amor por aquellas gentes. Jesús estaba alimentando sus vidas y sus esperanzas, ¿por qué no había de alimentar también sus cuerpos?

Cuántas cosas podemos hacer cuando nos dejamos conducir por el amor. Sin embargo, lo que hacemos muchas veces es apagar ese amor; como si tuviéramos miedo de amar, de darnos, de entregarnos. Esas pantallas oscuras que muchas veces se ponen delante de nuestros ojos nos hacen olvidar lo mejor que llevando dentro de nosotros y entonces nos llenamos de miedos y de cobardías, y huimos del problema, no nos enfrentamos para encontrar la salida, la solución.

Vayamos siempre de frente con nuestro amor; es nuestro motor, es nuestra fuerza cuando lo alimentamos de Dios y nuestras vidas se llenarán de bendiciones, para nosotros y para los demás. Aunque tengamos pocos panes en nuestras alforjas pongámonos a repartir ese pan, cuanta vida y esperanza podemos despertar a nuestro alrededor.

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