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jueves, 8 de febrero de 2024

El espíritu humilde abre las puertas de los corazones, diluye los prejuicios y disculpa las malas interpretaciones para no sentirnos ofendidos

 


El espíritu humilde abre las puertas de los corazones, diluye los prejuicios y disculpa las malas interpretaciones para no sentirnos ofendidos

1Reyes 11, 4-13; Sal 105; Marcos 7, 24-30

Algunas veces queremos pasar desapercibidos, por la razón que sea, pero no lo logramos; bien porque evitemos un encuentro que nos compromete, bien porque queremos pasar un rato tranquilos sin los agobios de los trabajos, de los conocidos, porque nos queremos sentir anónimos para hacer lo que queramos, lo intentamos, disimulamos, huimos de que nos vean los conocidos, y no vamos a entrar en juicios de valor del por qué lo hacemos, pero son cosas que nos pasan. Pero siempre hay alguien que nos reconoce, se fija en nosotros, lo dirá a los demás, o luego vendrá contando que nos vieron aquí o allá. Nos sentimos incómodos quizás.

Aunque parezca broma es lo que le sucedió a Jesús en esta ocasión. Predicando por los lugares más lejanos del norte de Galilea se metió en la tierra de los fenicios, lo que hoy sería prácticamente el Líbano. Y Jesús quería pasar desapercibido; primero porque El se sentía enviado a Israel, y aquello era tierra de gentiles; en alguna ocasión como en Gerasa que también era tierra de gentiles se sintió rechazado a pesar de haber liberado al poseso de los cementerios; lo vemos en ocasiones que quiere estar más a solas con los discípulos más cercanos a los que iba preparando para la misión que le encomendaría, y busca lugares apartados donde no es conocido para que no vengan como en aquellas ocasiones que no les dejaban tiempo ni para comer.

Ahora está entre los fenicios queriendo pasar desapercibido, nos dice el evangelista. Pero una mujer que lo reconoce y que tiene una hija enferma, poseída por un espíritu maligno como eran las apreciaciones que entonces se tenía de la enfermedad, corre detrás de Jesús suplicándole por su hija enferma. Y Jesús no le hace caso, pareciera incluso que la desprecia si hacemos unas interpretaciones muy ajustadas de sus palabras. ‘No está bien echar a los perros el pan de los hijos’.

Pero va a aparecer la grandeza de aquella mujer. Ella sabe que no es de la religión judía, y Jesús parece un profeta entre los judíos, comprendería su lugar y el lugar de Jesús en aquella situación. Pero hay una grandeza de espíritu porque hay una humildad grande en el corazón de aquella mujer. No se ofende por las palabras de Jesús que podían reflejar el espíritu y sentido de muchos judíos que consideraban a los gentiles como perros, y con ellos no querían juntarse, porque además era considera como una impureza entrar en la casa de un gentil. Pero aquella mujer expresa que los cachorrillos de los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos aunque no se las den.

Grande es el corazón de esta mujer. Y los humildes se ganan el corazón de Dios que se complace en los pobres y en los humildes de corazón. Es importante la fe y la humildad de aquella mujer. Mucho nos enseña este pasaje del evangelio. Primero en la actitud que nosotros hemos de tener ante los demás, también con aquellos que no son de los nuestros, aquellos que no nos caen bien, aquellos a los que podemos ver como adversarios nuestros en muchas cosas de la vida porque son distintos, porque piensan distinto, porque tienen otros conceptos o sentido de la vida; pero son personas, que también tienen sus valores, que pueden no coincidir con los nuestros, pero ¿por qué no se los hemos de respetar? ¿No podremos descubrir siempre algo bueno en el otro aunque sea distinto a nosotros? 

Como nos diría Jesús en otro momento del evangelio ¿es que solo vamos a saludar a los que nos saludan? ¿Solo vamos a ayudar a los que nos ayudan? Eso lo hace cualquiera, eso lo hacen también los gentiles, nos dirá Jesús. ¡Qué distinta tiene que ser nuestra óptica!

Pero también hay otra cosa que podemos ver también en el corazón de aquella mujer. No se siente ofendida por las palabras de Jesús, no hace su interpretación interesada de las palabras de Jesús sino que siempre querrá sacar un partido bueno. Quitemos prejuicios de nuestra cabeza, no mal interpretemos las palabras o las cosas que hacen los demás. Somos muy dados a ello y por cualquier cosa nos ofendemos, y ni siquiera saber interpretar unos gestos o unas palabras de humor.

Disculpemos siempre, veamos siempre un lado positivo, descubramos detrás de todo un buen corazón que siempre lo hay, para que no se creen tensiones, para que no se rompan las amistades, para que no pongamos abismos entre unos y otros; todo tiene que ser un buen puente que nos acerque a los demás.


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