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sábado, 7 de noviembre de 2015

Los pequeños detalles de amor a los que están a nuestro lado signos de un estilo de vida y de nuestra fidelidad al Señor

Los pequeños detalles de amor a los que están a nuestro lado signos de un estilo de vida y de nuestra fidelidad al Señor

Romanos 16,3-9.16.22-27; Sal 144; Lucas 16,9-15
Jesús está rodeado de fariseos; entre todas aquellas gentes que le siguen, que van a escucharle, o que le llevan a sus enfermos para que Jesús los cure también hay fariseos. Quizá alguno con sinceridad, no vamos a negarlo porque tenemos el caso de Nicodemo, un magistrado judío, que va de noche a casa de Jesús porque quiere hablar con Él, pero sabemos bien que también había muchos que iban para acecharle, para ver lo que Jesús hacia o decía y ellos pasarlo por la criba de sus estrictos criterios para ver si Jesús hacía o decía algo contra la Ley. Nos lo repite muchas veces el evangelio que estaban al acecho.
Y hago referencia a que Jesús estaba rodeado de fariseos - además en el mismo texto aparecerá su presencia con la reacción a las palabras de Jesús - pero para constatar cuál era su manera de actuar. Minuciosos, como decían ellos, en el cumplimiento de la ley pero llenos de vanidades y superficialidad para simplemente aparentar que eran cumplidores pero saltándose el sentido más profundo de la ley del Señor. Como les echará en cara Jesús pagarán el diezmo por el comino y la hierbabuena olvidándose luego de lo más importante y profundo de la Ley. Por eso, como escuchamos en otras ocasiones, Jesús los llamará sepulcros blanqueados e hipócritas por su falsedad y por su vanidad.
Jesús les echa en cara su minuciosidad y sin embargo hoy escuchamos decir a Jesús que hay que ser fiel hasta en lo más pequeño y nos parezca menos importante. No hay contradicción. Una cosa es quedarnos en el cumplimiento de cosas superficiales por vanidad y ostentación y otra cosa es que no seamos fieles a lo que es la voluntad del Señor. La fidelidad se mantiene no solo en las cosas grandes, sino que se construye desde las cosas pequeñas de cada día. ‘El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?’
Pero esa fidelidad está en saber valorar y saber poner en su sitio cada cosa. Por eso hablando del dinero nos dirá Jesús que no lo podemos convertir en un ídolo de nuestra vida. Y vaya que sí es una tentación que sufrimos todos. Por aquello de que en nuestras relaciones de intercambio entre unos y otros lo necesitamos, luego nos sentimos tan agobiados que terminamos convirtiéndonos en sus esclavos. Y es de lo que Jesús quiere prevenirnos.
‘Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero’. Así nos dice Jesús en este texto que tendríamos que meditar muy bien.
Pero por allá andan los fariseos ‘amigos del dinero’, como dice el evangelista, y se burlaban de Jesús. No quieren entender las palabras de Jesús. Siguen ellos con sus apariencias y superficialidades. Les cuesta ahondar de verdad en lo que verdaderamente es la voluntad de Dios para nuestra vida. De ahí la sentencia con que termina Jesús: ‘Vosotros presumís de observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La arrogancia con los hombres, Dios la detesta’.
Cuidémonos de las apariencias que son una falsedad, una falta de autenticidad en la vida, pero cuidemos nuestra fidelidad de cada día a lo que es la voluntad del Señor. Esa fidelidad de las cosas pequeñas que no quedará sin recompensa, como nos dice Jesús que no quedará sin recompensa un vaso de agua que demos al sediento. Tenemos oportunidad de expresar esa fidelidad de los pequeños detalles en tantos gestos y signos de amor, por ejemplo, que cada día podemos tener con los demás. Y aquí podríamos pensar en tantas cosas que tendrían que convertirse en estilo de nuestra vida en el trato y en la relación con los demás. Tantos pequeños signos y detalles con los que podemos alegrar el corazón de los demás. 

viernes, 6 de noviembre de 2015

Busquemos lo que verdaderamente es esencial para poder alcanzar la vida eterna que Jesús promete a los que son fieles

Busquemos lo que verdaderamente es esencial para poder alcanzar la vida eterna que Jesús promete a los que son fieles

Romanos 15,14-21; Sal 97; Lucas 16,1-8
‘Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz’. Así concluía Jesús la parábola dejándonos como resumen de su mensaje.
Efectivamente, qué hábiles somos para los negocios de este mundo. Se agudiza nuestro ingenio, buscamos tiempo donde lo haya, nos afanamos, andamos preocupados dándole vueltas a las cosas, pero queremos que todo nos salga bien. Si estamos emprendiendo negocios de los que queremos sacar nuestras ganancias buscamos quien nos asesore, analizamos bien las cosas porque no queremos perder. Si es en otras responsabilidades humanas que tengamos tratamos de aseguramos bien de lo que queremos y nos lo pensamos mucho. Hábiles en los negocios de este mundo, como nos decía Jesús. Y, por supuesto, hemos de reconocer que andemos con responsabilidad y nos aseguremos bien el fruto de nuestros trabajos.
Pero, ¿es en eso solo en lo que nos afanamos? ¿solo lo material es lo que cuenta? ¿nos importan solamente esas ganancias materiales o económicas, o de prestigio o influencia, o del poder que podamos alcanzar? ¿no habría algo más de lo que tendríamos que preocuparnos?
Creo que en el fondo la parábola que nos propone Jesús a eso nos quiere conducir, a que nos hagamos preguntas sobre cuestiones fundamentales de nuestra vida de lo que nos hemos de preocupar o por las que hemos de luchar también. No es solo lo material o lo que podamos palpar con nuestras manos de lo que hemos de preocuparnos. Como personas somos algo más. Como creyentes tendríamos que pensar en el negocio fundamental de nuestra vida que es nuestra salvación. De eso casi no queremos hablar, son cosas que parece que no interesan, aunque nos llamemos cristianos y decimos que tenemos fe.
Es la importancia que le hemos de dar al evangelio. Son las actitudes creyentes que hemos de mantener en nuestra vida. Es el lugar que Dios ocupa en nuestra existencia. Es la trascendencia que hemos de saberle dar a nuestra vida. Es la salvación que Jesús ha venido a ofrecernos y la vida eterna que El nos promete. Es el Reino nuevo de Dios que Jesús nos ha anunciado y que si decimos que seguimos a Jesús porque creemos en El, hemos de estar comprometidos en su construcción.
Cuando aquel hombre de la parábola vio que iba a ser relegado de la administración buscó lo que fuera para no quedarse sin nada en la nueva etapa de su vida que se abría ante él. No es que nosotros tengamos que obrar de forma injusta como quiso hacer aquel hombre para asegurarse su futuro, sino que hemos de saber buscar bien lo que verdaderamente es importante en nuestra vida por lo que tendríamos que ser capaces de dejarlo todo. Jesús nos propone una situación límite en el actuar injusto de aquel hombre incluso para hacernos recapacitar en cómo hemos de saber buscar lo que verdaderamente es importante en nuestra vida.
Aunque tengamos que hacer renuncias a muchas cosas, porque lo que importa es esa salvación eterna. Estos días hemos escuchado a Jesús que nos hablaba de negarse a si mismo, de poner en segundo término cosas incluso que son buenas, o de ser capaz de renunciar a los bienes materiales por alcanzar el tesoro del cielo.
Somos los hijos de la luz y esa luz siempre hemos de buscarla y mantenerla encendida en nuestra vida. Que no se nos apague nunca nuestra fe, que mantengamos viva la esperanza de vida eterna que el Señor nos promete.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Que sepamos pasar de las actitudes orgullosas del menosprecio a la acogida llena de amor para caminar juntos sintiendo el amor de Dios en nosotros

Que sepamos pasar de las actitudes orgullosas del menosprecio a la acogida llena de amor para caminar juntos sintiendo el amor de Dios en nosotros

Romanos 14, 7- 12; Sal 26; Lucas 15, 1-10

‘Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: Este recibe a los pecadores y come con ellos’. Qué difícil para un corazón lleno de orgullo ser compasivo y misericordioso con los demás. El corazón orgulloso todo se lo sabe y se lo merece; el corazón orgulloso es incapaz de verse a si mismo en el prójimo que está a su lado; el corazón orgulloso se cree un intocable porque cree que todo lo puede manchar sin darse cuenta de la miseria que lleva en su interior.
Qué distinto se nos muestra el corazón de Cristo que a todos acoge, a todos ofrece su compasión y su misericordia, más aún está siempre rondándonos, buscando nuestro corazón dolorido para sanarlo con su amor. Es el corazón de Dios, el Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en perdón, como tantas veces rezamos con los salmos.
Ante la actitud orgullosa y de menosprecio de los fariseos y los escribas que lo único que saben es criticar y juzgar Jesús nos ofrece dos hermosas parábolas. El pastor que va a buscar la oveja perdida allá donde esté para traerla gozoso sobre sus hombros cuando la ha encontrado, para curarla y llevarla de nuevo al redil, y la mujer que busca y rebusca por todas partes buscando la moneda que se le había perdido. Pero Jesús además nos habla de alegría por el reencuentro, alegría en el pastor al encontrar la oveja perdida y alegría en la mujer al encontrar la moneda que se le había extraviado; pero es una alegría expansiva, una alegría que se comunica a los demás para que todos participen de ella.
Mucho nos enseña Jesús con estas parábolas. Primero para nosotros mismos que nos sentimos perdidos, porque nos sentimos pecadores la confianza de que el amor del Señor nunca nos fallará; podremos estar en lo más hondo de nuestras miserias, pero el amor del Señor siempre se estará derramando sobre nosotros y con qué confianza podemos acercarnos humildes a El sabiendo que vamos a encontrar su amor y su perdón.
Pero nos enseña también la nueva mirada que hemos de tener hacia los demás. Tenemos la tentación y el peligro del orgullo que nos acecha; podemos también tener esa misma actitud que nos separa de los demás porque no queremos mezclarnos con todo el mundo, no vayan a verme con esa clase de gentes; podemos hacernos compasivos pero con una compasión llena de orgullo, porque ‘pobrecitos, mira como son’, y nos creemos mejores, nos creemos santos comparados con ellos.
Es la nueva mirada del amor verdadero que nos hace acercarnos a todos, ponernos a su lado y no digo a su altura porque nosotros no estamos en un estadio superior del que nos abajemos sino ponernos a su lado. Es el amor que tiende la mano, que ofrece una sonrisa, que se hace comprensivo, que nos hace mirarnos a nosotros mismos los primeros que también somos pecadores, que nos impulsa a ayudar a los demás para caminar juntos para salir de esos baches de la vida.
Es cuestión de llenar nuestro corazón de amor, de amor verdadero como el de Jesús.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Tengamos claro lo que significa el seguimiento de Jesús para caminar a su paso y vivir con corazón generoso

Tengamos claro lo que significa el seguimiento de Jesús para caminar a su paso y vivir con corazón generoso

Romanos 13,8-10; Sal 111; Lucas 14,25.33

Nos propone Jesús hoy en el evangelio dos ejemplos, a modo de parábolas si queremos llamarlos así, muy ciertos y que nos tendrían que hacer pensar mucho en cómo nos planteamos la vida.
El que va a construir algo primero piensa además de cómo hacerlo si tiene los medios necesarios para emprender la obra que quiere realizar; lo mismo el ejemplo del rey o gobernante que va a emprender una batalla o tiene unos objetivos para su gobierno ha de ver cómo va a realizarlo y si tiene las posibilidades de conseguirlo.
La vida es mucho más que una construcción o una batalla, porque eso son solo imágenes y la vida es más bella, pero realmente hemos de saber bien lo que queremos hacer con ella. Y en nuestro caso hablando de nuestro ser cristiano hemos saber bien en lo que nos embarcamos. No podemos decir que somos cristianos solo por una tradición o simplemente dejándonos llevar por la rutina de lo que siempre se hace. Si quiero en verdad ser cristiano he de saber entender bien lo que eso significa, lo que va a implicar mi vida, lo que va a representar para mi el ponerme en camino de seguir a Jesús.
Hoy nos está hablando Jesús de unas exigencias, de un tomar la cruz o de un poner una serie determinada de cosas en un segundo lugar. Nos habla de posponer, o sea poner detrás, poner en otro lugar que no sea lo primero de nuestra vida. Lo primero es Dios y nada ni nadie puede ocupar su lugar. Por eso nos dice que el amor que le tengamos a Dios, el amor que le tengamos a El ha de ser la primacía de nuestra vida.
‘Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío’. No nos dice Jesús que no podemos amar a nuestro padre o nuestra madre, a los hijos o a los hermanos. Es que el amor que le tenemos a Dios nos obliga a amarlos con toda intensidad, pero nunca podrán ocupar el lugar de Dios.
Lo mismo cuando se trata del desprendimiento con que hemos de vivir la posesión de las cosas que en la vida tengamos. Se trata de no convertirlas en dioses de nuestra vida. Bien vemos por otra parte del evangelio cómo hemos de vivir con responsabilidad y desarrollar todas nuestras capacidades; nos enseñará por otro lado que lo que tenemos no debe encerrarnos en nosotros mismos, sino que hemos de saber compartir con los otros porque esos bienes no son solo nuestros sino que están en bien también de los demás.
Por otra parte hemos de saber ser agradecidos por lo que tengamos o lo que consigamos con nuestro esfuerzo, dándole gracias a Dios, pero sintiendo siempre que Dios es el único centro de nuestra vida y no podemos convertir nunca las cosas que poseemos o el amor que le tenemos a los demás en ídolos de nuestra vida. En nuestro corazón, primero Dios. Y con Dios en el corazón, su amor, para poder amar lo que la vida nos da y para darlo a los demás, para poder compartirlo.
‘Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos, decíamos en el salmo, Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad’.


martes, 3 de noviembre de 2015

Sintamos el gozo de participar en el banquete del Reino pero comprometidos por llevar ese anuncio a cuantos nos rodean

Sintamos el gozo de participar en el banquete del Reino pero comprometidos por llevar ese anuncio a cuantos nos rodean

Romanos 12, 5-16ª; Sal 130; Lucas 14, 15-24

Cuántas veces estamos muy a gusto en un lugar, una reunión de amigos o de familia, un acontecimiento especial y gozoso, una celebración extraordinaria de mucho impacto, por ejemplo, y no desearíamos que aquello se acabara, que fuera así siempre. Algo así como lo de Pedro en el Tabor, ‘¡qué bien se está aquí!’. Y quisiéramos que se repitiese, que siempre pudiéramos tener aquel buen ambiente, pero en realidad sabemos que luego pronto lo olvidamos, que quizá pudiera dársenos de nuevo una ocasión semejante, pero lo dejamos porque estamos ocupados, porque siempre tenemos cosas que hacer, porque quizá en ese momento tenemos otras prioridades, etc… Buenos deseos, pero somos inconstantes.
Jesús está participando en una comida con un grupo que lo ha invitado. Y es entonces cuando ‘uno de los comensales exclama: ¡Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios!’ ¿Qué motivaría aquellos deseos? ¿el buen ambiente que se vivía en aquel convite? ¿lo que Jesús venía anunciando del Reino de Dios al que vemos tantas veces comparar en sus parábolas con un banquete?
Pero Jesús quiere hacerle reflexionar. A ese banquete del Reino de los cielos todos estamos invitados, pero no siempre sabemos corresponder. Pero aunque los invitados no respondan, el banquete se ha de celebrar, el Reino de los cielos se ha de construir; todos estamos invitados a su construcción, todos podemos poner nuestro granito de arena en la construcción del Reino de Dios, y sin embargo tantas veces no lo hacemos.
Aquello que decíamos con los ejemplos que poníamos para iniciar esta reflexión nos sucede en ese compromiso por el Reino de Dios en el que hemos de estar implicados. Cuántas cosas buenas dejamos de hacer en tantos momentos porque quizá privan más otros intereses; cuántas veces dejamos de participar en ese trabajo por los demás, en ese compromiso por hacer un mundo mejor, porque primero están nuestros intereses personales; cuántas disculpas vamos repitiendo como una letanía de que no tenemos tiempo, de que estamos muy ocupados, que ahora tengo no sé cuántas cosas que hacer, que eso está bien para los que nada tienen que hacer que se ocupen de esas cosas, que cerramos nuestros ojos para no ver porque estamos esperando que otros sean los que comiencen.
Cuando escuchamos la parábola que hoy nos propone Jesús en el evangelio y vemos las disculpas de todos aquellos invitados para no asistir al banquete, pensamos en lo fútiles que son tales disculpas, pero quizá nos cueste vernos retratados en ellas. Es la lectura que hemos de hacer, viendo que esa parábola Jesús nos la está diciendo por nosotros, por mí y por ti.
Pero quiero pensar una cosa más. Por una parte avivar en mí ese compromiso por el Reino de Dios porque aunque en ocasiones me cueste, la satisfacción que luego voy a sentir va a ser muy grande. El Señor me hará sentir el gozo del trabajo por el Reino de Dios. Pero también quiero pensar como yo puedo ser canal, vamos a decirlo así, para que llegue esa invitación del Reino a los demás. A nadie podemos excluir; a todos hemos de llamar; a todos hemos de hacer ese anuncio del Reino; todos pueden ser sembradores de esas semillas del Reino de Dios a través de esas cosas buenas que pueden hacer.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Las ansias de vida en plenitud del corazón humano encuentran respuesta en el anuncio de vida eterna que nos hace Jesús para quienes creen en El

Las ansias de vida en plenitud del corazón humano encuentran respuesta en el anuncio de vida eterna que nos hace Jesús para quienes creen en El

Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7; Sal 24; Juan 11, 17-27

Todos queremos vivir y no queremos que la vida se nos acabe. Cuando vivimos momentos de dicha y de felicidad queremos que esos momentos sean eternos; y aunque en la vida que ahora vivimos no siempre todo es felicidad porque hay momentos oscuros, problemas, dificultades, sufrimientos, aun así ansiamos vivir, queremos que esas negruras pasen y con esperanza ansiamos la vida.
Pero, ¿esta vida se acabará? ¿todo tendrá su final? ¿llegará un momento en que caigamos en la nada? Sabemos que la muerte está al final de este camino y quienes no tienen más fe y más esperanza que este mundo terreno que ahora palpamos piensan quizá que ese es el final definitivo. Sin embargo en lo más hondo del ser humano siguen esas ansias de vida sin fin donde desaparezca el dolor y la muerte. Es la semilla de eternidad que Dios ha sembrado en nuestros corazones.
Y es que aparte de esas ansias de plenitud, de vida sin fin, de eternidad que hay en lo más hondo de nosotros mismos, contamos con la revelación que Dios ha hecho de si mismo y del sentido que nos revela que tiene nuestra vida que no se acaba en el final de una muerte fatídica que todo lo encierra en oscuridad. Esas ansias de vida que llevamos en nosotros mismos se ven iluminadas por la revelación de Dios que nos habla de una vida sin fin donde ya no hay ni muerte ni dolor, porque quiere que vivamos en El, porque quiere hacernos participes de su vida divina y ese es el destino final de nuestra existencia. Y aquí si podemos hablar del destino porque es lo que Dios nos tiene reservado, vivir en El, vivir en plenitud, en la plenitud de la vida de Dios, de una vida sin fin.
Son las palabras que Jesús le decía a Marta, cuando la muerte de Lázaro, su hermano. Es la esperanza de vida eterna que Dios siembra en nuestros corazones cuando nos revela su destino de amor para nosotros. Por eso creemos en Jesús y queremos llenarnos de su vida para vivir para siempre. ‘Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre’.
El misterio de salvación que Jesús nos revela con su presencia y con su palabra no solo trata de que hagamos nuestro mundo mejor construyendo el Reino de Dios, sino que quiere que ese Reino lo vivamos en plenitud para siempre. Nos ofrece su palabra que nos ilumina el camino y nos señala la meta, pero en su salvación que viene a hacer nuevas todas las cosas, nos ofrece su gracia y su perdón para renovar nuestra vida nuestros corazones con su perdón para que alcancemos la vida en plenitud. Eso nos da un sentido a nuestro caminar; esto nos llena de esperanza y nos estimula a buscar esa vida para siempre; esto nos empuja a vivir en la fidelidad en el amor porque es el que nos lleva a esa plenitud.
Este día, 2 de noviembre, la Iglesia nos invita a hacer una conmemoración de los difuntos. No es solo un recuerdo de aquellos que un día estuvieron con nosotros, a quienes les debemos la vida como nuestros padres, o de todos los que recibimos tanto. No simplemente el recuerdo de un pasado sino un pensamiento que nos levanta hacia la plenitud.  Por eso nuestro recuerdo se hace oración para pedir por nuestros seres queridos difuntos que vivan ya en la plenitud de Dios porque hayan alcanzado su perdón y su vida. Es el sentido verdadero y profundo que tiene esta conmemoración que no es para vivir en tristeza sino para levantar nuestro corazón con esas ansias de plenitud y de vida que nosotros esperamos también un día alcanzar. 

Oremos con fe y esperanza por nuestros difuntos.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Celebramos a todos los santos que un día emprendieron la aventura del Reino con un sí que mantuvieron en fidelidad en el espíritu de las bienaventuranzas

Celebramos a todos los santos que un día emprendieron la aventura del Reino con un sí que mantuvieron en fidelidad en el espíritu de las bienaventuranzas

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a
"La aventura de la santidad comienza con un «sí» a Dios". Cuando estaba queriendo preparar esta reflexión para la fiesta de Todos los Santos que  hoy celebramos,  cayó en mis manos este pensamiento de san Juan Pablo II. Todo comienza con un “sí” a Dios. Una aventura, decía san Juan Pablo II. Un camino que hemos de emprender todos, porque todos estamos llamados a la santidad.
Antes de seguir adelante en esta reflexión me viene a la mente pensar que toda la aventura de nuestra salvación en el momento culminante de la plenitud de los tiempos comenzó también con un “sí”, el sí de María con su disponibilidad total, con la apertura de su corazón a Dios, con la generosidad de quien entrega totalmente su vida en las manos de Dios. Y el misterio de la Encarnación se realizó en sus entrañas y Dios para siempre será Emmanuel porque para siempre será Dios con nosotros.
Hoy la liturgia de la Iglesia nos invita a contemplar y a celebrar a Todos los Santos. Hemos contemplado las descripciones maravillosas y trascendentales que nos ofrece el libro del Apocalipsis. Cuando celebramos la fiesta de Todos los Santos, pensamos en quienes están para siempre en la presencia de Dios en el cielo cantando su gloria, viviendo en plenitud la santidad de Dios.
No los podemos contar, como nos decía el libro del Apocalipsis. Es cierto que podemos plasmar esa lista que nos parece interminable de los que la Iglesia ha reconocido su santidad y los llamamos santos. Mártires, vírgenes, consagrados en el sacerdocio o en la vida religiosa, esposos cristianos, niños, jóvenes o mayores que vivieron en plenitud ese sí que le dieron a Dios y ahora gozando de la visión de Dios son intercesores nuestros pero también ejemplo y estimulo para los que aun caminamos en medio de la tribulación de este valle de lágrimas.
Pero santos, todos los que han emprendido esa aventura, como nos decía el Papa, de la santidad diciendo sí a Dios con toda su vida, y ahora ya gozan de la visión de Dios. Innumerables, santos anónimos que cantan la gloria de Dios en el cielo en esa visión de Dios porque fueron fieles, que nadie podría contar que ‘pasaron por la gran tribulación y lavaron sus mantos en la sangre del Cordero’, como nos decía el Apocalipsis.
Pero sigo insistiendo en los que emprendieron esa aventura de la santidad diciendo sí a Dios y aun viven en este mundo queriendo ser fieles, queriendo mantener su si. Santos que caminan a nuestro lado, que quizá algunas veces no sabemos descubrir pero que en el silencio de sus vidas mantienen su sí a Dios. Los que hoy veneramos como santos reconociendo su santidad, hicieron ese camino de fidelidad aquí en la tierra, pues pensemos en cuantos están ahora queriendo hacer ese camino de santidad con el sí de su vida a Dios y que un día formarán parte de ese cortejo celestial, pero que ahora también están dando gloria a Dios con la santidad de su vida. Son los santos de la tierra, los santos de todos los días, los santos y santos que caminan a nuestro lado glorificando también al Señor.
Son aquellos a los que Jesús hoy en el evangelio llama dichosos porque están queriendo vivir según el estilo y el sentido del Reino, están queriendo vivir en el espíritu de las bienaventuranzas.
Pensemos que las bienaventuranzas con las que Jesús inicia el sermón del monte son algo más que una página bella, literariamente bien compuesta, con un mensaje idealista y utópico que nos parece muy lejano y al que tenemos que interpretar para adaptarlo a nuestra vida. Muchas veces ante esa página del evangelio así nos quedamos y luego comenzamos a darle vueltas y vueltas buscando interpretaciones en palabras que consideramos en cierto modo enigmáticas.
No nos quedemos ahí. Enfrentémonos con espíritu abierto, con los oídos del corazón bien abiertos a este mensaje de Jesús que nos señala un camino de vida y no busquemos acomodaciones. Ahí están las palabras de Jesús y son sus palabras y son su mensaje de vida y de esperanza. Y habla de pobres, y de personas que sufren, y de gente que tiene hambre y sed, y de lágrimas que corren raudas por los rostros, y de quienes son perseguidos por su causa, y de los que se mantienen firmes y fieles en un camino de rectitud, y de los que saben vivir desprendidos de todo porque lo han aprendido no teniendo nada, y de los que les duele la injusticia y se rebelan porque no quieren un mundo así, y de los que no manchan sus manos ni su corazón con la torpeza de la ambición que todo lo corrompe, y de los que saben buscar la verdadera felicidad no en cosas efímeras y que pronto se desvanecen como humo.
Sí, Jesús nos está hablando de esas personas que vemos con ese sufrimiento o con esa inquietud caminando a nuestro lado; y si nos fijamos bien veremos en sus rostros, aunque estén marcados por el sufrimiento en sus luchas o en su pobreza, una felicidad y una paz que no veremos nunca en los que se sienten siempre satisfechos porque aunque satisfechos siempre estarán ambicionando más.
Son los santos que caminan a nuestro lado aun en medio de las tribulaciones de este mundo, pero que saben trascenderse más allá buscando siempre una plenitud. Son los santos de hoy que están construyendo el Reino poniendo cada uno su parte siempre buscando un mundo nuevo y mejor. Son los que emprenden ese camino, esa aventura decía el Papa, pero se ponen en las manos de Dios, se fían de Dios llenos de fe y de esperanza y va brotando de sus corazones cada vez con más fuerza el amor. Son los sembradores de semillas buenas, de las verdaderas semillas del Reino que tenemos la esperanza de que un día florecerá y dará frutos.
Hoy nosotros celebramos a todos los Santos, los que en el cielo están cantando la gloria de Dios porque un día aquí en la tierra emprendieron esa aventura de su sí a Dios, y también los santos que aun ahora caminan a nuestro lado y que son también para nosotros estimulo y ejemplo y son fuente de esperanza de un mundo mejor.