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domingo, 1 de noviembre de 2015

Celebramos a todos los santos que un día emprendieron la aventura del Reino con un sí que mantuvieron en fidelidad en el espíritu de las bienaventuranzas

Celebramos a todos los santos que un día emprendieron la aventura del Reino con un sí que mantuvieron en fidelidad en el espíritu de las bienaventuranzas

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a
"La aventura de la santidad comienza con un «sí» a Dios". Cuando estaba queriendo preparar esta reflexión para la fiesta de Todos los Santos que  hoy celebramos,  cayó en mis manos este pensamiento de san Juan Pablo II. Todo comienza con un “sí” a Dios. Una aventura, decía san Juan Pablo II. Un camino que hemos de emprender todos, porque todos estamos llamados a la santidad.
Antes de seguir adelante en esta reflexión me viene a la mente pensar que toda la aventura de nuestra salvación en el momento culminante de la plenitud de los tiempos comenzó también con un “sí”, el sí de María con su disponibilidad total, con la apertura de su corazón a Dios, con la generosidad de quien entrega totalmente su vida en las manos de Dios. Y el misterio de la Encarnación se realizó en sus entrañas y Dios para siempre será Emmanuel porque para siempre será Dios con nosotros.
Hoy la liturgia de la Iglesia nos invita a contemplar y a celebrar a Todos los Santos. Hemos contemplado las descripciones maravillosas y trascendentales que nos ofrece el libro del Apocalipsis. Cuando celebramos la fiesta de Todos los Santos, pensamos en quienes están para siempre en la presencia de Dios en el cielo cantando su gloria, viviendo en plenitud la santidad de Dios.
No los podemos contar, como nos decía el libro del Apocalipsis. Es cierto que podemos plasmar esa lista que nos parece interminable de los que la Iglesia ha reconocido su santidad y los llamamos santos. Mártires, vírgenes, consagrados en el sacerdocio o en la vida religiosa, esposos cristianos, niños, jóvenes o mayores que vivieron en plenitud ese sí que le dieron a Dios y ahora gozando de la visión de Dios son intercesores nuestros pero también ejemplo y estimulo para los que aun caminamos en medio de la tribulación de este valle de lágrimas.
Pero santos, todos los que han emprendido esa aventura, como nos decía el Papa, de la santidad diciendo sí a Dios con toda su vida, y ahora ya gozan de la visión de Dios. Innumerables, santos anónimos que cantan la gloria de Dios en el cielo en esa visión de Dios porque fueron fieles, que nadie podría contar que ‘pasaron por la gran tribulación y lavaron sus mantos en la sangre del Cordero’, como nos decía el Apocalipsis.
Pero sigo insistiendo en los que emprendieron esa aventura de la santidad diciendo sí a Dios y aun viven en este mundo queriendo ser fieles, queriendo mantener su si. Santos que caminan a nuestro lado, que quizá algunas veces no sabemos descubrir pero que en el silencio de sus vidas mantienen su sí a Dios. Los que hoy veneramos como santos reconociendo su santidad, hicieron ese camino de fidelidad aquí en la tierra, pues pensemos en cuantos están ahora queriendo hacer ese camino de santidad con el sí de su vida a Dios y que un día formarán parte de ese cortejo celestial, pero que ahora también están dando gloria a Dios con la santidad de su vida. Son los santos de la tierra, los santos de todos los días, los santos y santos que caminan a nuestro lado glorificando también al Señor.
Son aquellos a los que Jesús hoy en el evangelio llama dichosos porque están queriendo vivir según el estilo y el sentido del Reino, están queriendo vivir en el espíritu de las bienaventuranzas.
Pensemos que las bienaventuranzas con las que Jesús inicia el sermón del monte son algo más que una página bella, literariamente bien compuesta, con un mensaje idealista y utópico que nos parece muy lejano y al que tenemos que interpretar para adaptarlo a nuestra vida. Muchas veces ante esa página del evangelio así nos quedamos y luego comenzamos a darle vueltas y vueltas buscando interpretaciones en palabras que consideramos en cierto modo enigmáticas.
No nos quedemos ahí. Enfrentémonos con espíritu abierto, con los oídos del corazón bien abiertos a este mensaje de Jesús que nos señala un camino de vida y no busquemos acomodaciones. Ahí están las palabras de Jesús y son sus palabras y son su mensaje de vida y de esperanza. Y habla de pobres, y de personas que sufren, y de gente que tiene hambre y sed, y de lágrimas que corren raudas por los rostros, y de quienes son perseguidos por su causa, y de los que se mantienen firmes y fieles en un camino de rectitud, y de los que saben vivir desprendidos de todo porque lo han aprendido no teniendo nada, y de los que les duele la injusticia y se rebelan porque no quieren un mundo así, y de los que no manchan sus manos ni su corazón con la torpeza de la ambición que todo lo corrompe, y de los que saben buscar la verdadera felicidad no en cosas efímeras y que pronto se desvanecen como humo.
Sí, Jesús nos está hablando de esas personas que vemos con ese sufrimiento o con esa inquietud caminando a nuestro lado; y si nos fijamos bien veremos en sus rostros, aunque estén marcados por el sufrimiento en sus luchas o en su pobreza, una felicidad y una paz que no veremos nunca en los que se sienten siempre satisfechos porque aunque satisfechos siempre estarán ambicionando más.
Son los santos que caminan a nuestro lado aun en medio de las tribulaciones de este mundo, pero que saben trascenderse más allá buscando siempre una plenitud. Son los santos de hoy que están construyendo el Reino poniendo cada uno su parte siempre buscando un mundo nuevo y mejor. Son los que emprenden ese camino, esa aventura decía el Papa, pero se ponen en las manos de Dios, se fían de Dios llenos de fe y de esperanza y va brotando de sus corazones cada vez con más fuerza el amor. Son los sembradores de semillas buenas, de las verdaderas semillas del Reino que tenemos la esperanza de que un día florecerá y dará frutos.
Hoy nosotros celebramos a todos los Santos, los que en el cielo están cantando la gloria de Dios porque un día aquí en la tierra emprendieron esa aventura de su sí a Dios, y también los santos que aun ahora caminan a nuestro lado y que son también para nosotros estimulo y ejemplo y son fuente de esperanza de un mundo mejor.

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