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martes, 3 de noviembre de 2015

Sintamos el gozo de participar en el banquete del Reino pero comprometidos por llevar ese anuncio a cuantos nos rodean

Sintamos el gozo de participar en el banquete del Reino pero comprometidos por llevar ese anuncio a cuantos nos rodean

Romanos 12, 5-16ª; Sal 130; Lucas 14, 15-24

Cuántas veces estamos muy a gusto en un lugar, una reunión de amigos o de familia, un acontecimiento especial y gozoso, una celebración extraordinaria de mucho impacto, por ejemplo, y no desearíamos que aquello se acabara, que fuera así siempre. Algo así como lo de Pedro en el Tabor, ‘¡qué bien se está aquí!’. Y quisiéramos que se repitiese, que siempre pudiéramos tener aquel buen ambiente, pero en realidad sabemos que luego pronto lo olvidamos, que quizá pudiera dársenos de nuevo una ocasión semejante, pero lo dejamos porque estamos ocupados, porque siempre tenemos cosas que hacer, porque quizá en ese momento tenemos otras prioridades, etc… Buenos deseos, pero somos inconstantes.
Jesús está participando en una comida con un grupo que lo ha invitado. Y es entonces cuando ‘uno de los comensales exclama: ¡Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios!’ ¿Qué motivaría aquellos deseos? ¿el buen ambiente que se vivía en aquel convite? ¿lo que Jesús venía anunciando del Reino de Dios al que vemos tantas veces comparar en sus parábolas con un banquete?
Pero Jesús quiere hacerle reflexionar. A ese banquete del Reino de los cielos todos estamos invitados, pero no siempre sabemos corresponder. Pero aunque los invitados no respondan, el banquete se ha de celebrar, el Reino de los cielos se ha de construir; todos estamos invitados a su construcción, todos podemos poner nuestro granito de arena en la construcción del Reino de Dios, y sin embargo tantas veces no lo hacemos.
Aquello que decíamos con los ejemplos que poníamos para iniciar esta reflexión nos sucede en ese compromiso por el Reino de Dios en el que hemos de estar implicados. Cuántas cosas buenas dejamos de hacer en tantos momentos porque quizá privan más otros intereses; cuántas veces dejamos de participar en ese trabajo por los demás, en ese compromiso por hacer un mundo mejor, porque primero están nuestros intereses personales; cuántas disculpas vamos repitiendo como una letanía de que no tenemos tiempo, de que estamos muy ocupados, que ahora tengo no sé cuántas cosas que hacer, que eso está bien para los que nada tienen que hacer que se ocupen de esas cosas, que cerramos nuestros ojos para no ver porque estamos esperando que otros sean los que comiencen.
Cuando escuchamos la parábola que hoy nos propone Jesús en el evangelio y vemos las disculpas de todos aquellos invitados para no asistir al banquete, pensamos en lo fútiles que son tales disculpas, pero quizá nos cueste vernos retratados en ellas. Es la lectura que hemos de hacer, viendo que esa parábola Jesús nos la está diciendo por nosotros, por mí y por ti.
Pero quiero pensar una cosa más. Por una parte avivar en mí ese compromiso por el Reino de Dios porque aunque en ocasiones me cueste, la satisfacción que luego voy a sentir va a ser muy grande. El Señor me hará sentir el gozo del trabajo por el Reino de Dios. Pero también quiero pensar como yo puedo ser canal, vamos a decirlo así, para que llegue esa invitación del Reino a los demás. A nadie podemos excluir; a todos hemos de llamar; a todos hemos de hacer ese anuncio del Reino; todos pueden ser sembradores de esas semillas del Reino de Dios a través de esas cosas buenas que pueden hacer.

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