Sintamos el gozo de participar en el banquete del Reino pero comprometidos por llevar ese anuncio a cuantos nos rodean
Romanos
12, 5-16ª; Sal 130; Lucas 14, 15-24
Cuántas veces estamos muy a gusto en un lugar, una
reunión de amigos o de familia, un acontecimiento especial y gozoso, una
celebración extraordinaria de mucho impacto, por ejemplo, y no desearíamos que
aquello se acabara, que fuera así siempre. Algo así como lo de Pedro en el
Tabor, ‘¡qué bien se está aquí!’. Y
quisiéramos que se repitiese, que siempre pudiéramos tener aquel buen ambiente,
pero en realidad sabemos que luego pronto lo olvidamos, que quizá pudiera
dársenos de nuevo una ocasión semejante, pero lo dejamos porque estamos
ocupados, porque siempre tenemos cosas que hacer, porque quizá en ese momento
tenemos otras prioridades, etc… Buenos deseos, pero somos inconstantes.
Jesús está participando en una comida con un grupo que
lo ha invitado. Y es entonces cuando ‘uno
de los comensales exclama: ¡Dichoso el que coma en el banquete del Reino de
Dios!’ ¿Qué motivaría aquellos deseos? ¿el buen ambiente que se vivía en
aquel convite? ¿lo que Jesús venía anunciando del Reino de Dios al que vemos
tantas veces comparar en sus parábolas con un banquete?
Pero Jesús quiere hacerle reflexionar. A ese banquete
del Reino de los cielos todos estamos invitados, pero no siempre sabemos
corresponder. Pero aunque los invitados no respondan, el banquete se ha de
celebrar, el Reino de los cielos se ha de construir; todos estamos invitados a
su construcción, todos podemos poner nuestro granito de arena en la
construcción del Reino de Dios, y sin embargo tantas veces no lo hacemos.
Aquello que decíamos con los ejemplos que poníamos para
iniciar esta reflexión nos sucede en ese compromiso por el Reino de Dios en el
que hemos de estar implicados. Cuántas cosas buenas dejamos de hacer en tantos
momentos porque quizá privan más otros intereses; cuántas veces dejamos de
participar en ese trabajo por los demás, en ese compromiso por hacer un mundo
mejor, porque primero están nuestros intereses personales; cuántas disculpas
vamos repitiendo como una letanía de que no tenemos tiempo, de que estamos muy
ocupados, que ahora tengo no sé cuántas cosas que hacer, que eso está bien para
los que nada tienen que hacer que se ocupen de esas cosas, que cerramos
nuestros ojos para no ver porque estamos esperando que otros sean los que
comiencen.
Cuando escuchamos la parábola que hoy nos propone Jesús
en el evangelio y vemos las disculpas de todos aquellos invitados para no
asistir al banquete, pensamos en lo fútiles que son tales disculpas, pero quizá
nos cueste vernos retratados en ellas. Es la lectura que hemos de hacer, viendo
que esa parábola Jesús nos la está diciendo por nosotros, por mí y por ti.
Pero quiero pensar una cosa más. Por una parte avivar
en mí ese compromiso por el Reino de Dios porque aunque en ocasiones me cueste,
la satisfacción que luego voy a sentir va a ser muy grande. El Señor me hará
sentir el gozo del trabajo por el Reino de Dios. Pero también quiero pensar
como yo puedo ser canal, vamos a decirlo así, para que llegue esa invitación
del Reino a los demás. A nadie podemos excluir; a todos hemos de llamar; a
todos hemos de hacer ese anuncio del Reino; todos pueden ser sembradores de
esas semillas del Reino de Dios a través de esas cosas buenas que pueden hacer.
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