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jueves, 5 de noviembre de 2015

Que sepamos pasar de las actitudes orgullosas del menosprecio a la acogida llena de amor para caminar juntos sintiendo el amor de Dios en nosotros

Que sepamos pasar de las actitudes orgullosas del menosprecio a la acogida llena de amor para caminar juntos sintiendo el amor de Dios en nosotros

Romanos 14, 7- 12; Sal 26; Lucas 15, 1-10

‘Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: Este recibe a los pecadores y come con ellos’. Qué difícil para un corazón lleno de orgullo ser compasivo y misericordioso con los demás. El corazón orgulloso todo se lo sabe y se lo merece; el corazón orgulloso es incapaz de verse a si mismo en el prójimo que está a su lado; el corazón orgulloso se cree un intocable porque cree que todo lo puede manchar sin darse cuenta de la miseria que lleva en su interior.
Qué distinto se nos muestra el corazón de Cristo que a todos acoge, a todos ofrece su compasión y su misericordia, más aún está siempre rondándonos, buscando nuestro corazón dolorido para sanarlo con su amor. Es el corazón de Dios, el Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en perdón, como tantas veces rezamos con los salmos.
Ante la actitud orgullosa y de menosprecio de los fariseos y los escribas que lo único que saben es criticar y juzgar Jesús nos ofrece dos hermosas parábolas. El pastor que va a buscar la oveja perdida allá donde esté para traerla gozoso sobre sus hombros cuando la ha encontrado, para curarla y llevarla de nuevo al redil, y la mujer que busca y rebusca por todas partes buscando la moneda que se le había perdido. Pero Jesús además nos habla de alegría por el reencuentro, alegría en el pastor al encontrar la oveja perdida y alegría en la mujer al encontrar la moneda que se le había extraviado; pero es una alegría expansiva, una alegría que se comunica a los demás para que todos participen de ella.
Mucho nos enseña Jesús con estas parábolas. Primero para nosotros mismos que nos sentimos perdidos, porque nos sentimos pecadores la confianza de que el amor del Señor nunca nos fallará; podremos estar en lo más hondo de nuestras miserias, pero el amor del Señor siempre se estará derramando sobre nosotros y con qué confianza podemos acercarnos humildes a El sabiendo que vamos a encontrar su amor y su perdón.
Pero nos enseña también la nueva mirada que hemos de tener hacia los demás. Tenemos la tentación y el peligro del orgullo que nos acecha; podemos también tener esa misma actitud que nos separa de los demás porque no queremos mezclarnos con todo el mundo, no vayan a verme con esa clase de gentes; podemos hacernos compasivos pero con una compasión llena de orgullo, porque ‘pobrecitos, mira como son’, y nos creemos mejores, nos creemos santos comparados con ellos.
Es la nueva mirada del amor verdadero que nos hace acercarnos a todos, ponernos a su lado y no digo a su altura porque nosotros no estamos en un estadio superior del que nos abajemos sino ponernos a su lado. Es el amor que tiende la mano, que ofrece una sonrisa, que se hace comprensivo, que nos hace mirarnos a nosotros mismos los primeros que también somos pecadores, que nos impulsa a ayudar a los demás para caminar juntos para salir de esos baches de la vida.
Es cuestión de llenar nuestro corazón de amor, de amor verdadero como el de Jesús.

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