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sábado, 12 de marzo de 2016

Desterremos de nosotros todo apriorismo que nos lleve al juicio, la discriminación y la condena viviendo el estilo nuevo de los valores del Reino de Dios

Desterremos de nosotros todo apriorismo que nos lleve al juicio, la discriminación y la condena viviendo el estilo nuevo de los valores del Reino de Dios

Jeremías 11, 18-20; Sal 7; Juan 7, 40-53

Con qué facilidad con nuestros apriorismos nos hacemos nuestros juicios y detrás de los juicios con sus críticas y murmuraciones surgen las discriminaciones que terminan en condenas. A priori, a primera vista, nos dejamos engañar por las apariencias en muchos casos muy subjetivas por nuestra parte, juzgamos a las personas, los consideramos unos ignorantes porque somos nosotros los que nos lo sabemos todo, ponemos nuestras pegas porque son de tal o cual familia, de tal o cual lugar.
Y porque no saben, prejuzgamos nosotros, no pueden opinar, no tienen derecho a decir nada, los miraremos con desconfianza, los encasillamos o los encerramos en unos guetos, no nos queremos mezclar con ellos o los miraremos mal, no queremos que estén en nuestro entorno o los queremos expulsar lejos de nosotros, los quitamos de en medio, de la sociedad, de la vida, de nuestro mundo.
Pensemos lo que hacemos en este sentido con mucha gente de nuestro entorno a los que siempre miramos con desconfianza y nos damos mil razones, porque algún día cometieron algunos errores, porque son hijos de tal o cual familia y muchas cosas más que bien nos entendemos; pensemos lo que hacemos con el emigrante que quizá viene a pedirnos una ayuda a nuestra puerta o lo encontramos por la calle, por lo que quizá haya hecho algunos los prejuzgamos a todos; pensemos en lo que estamos haciendo hoy desde altos ámbitos del poder o de la política con el problema de los refugiados; no tenemos más que recordar lo que estos mismos días se está decidiendo en nuestra comunidad europea.
Me hago esta reflexión y estas preguntas porque de alguna manera es también traducir a nuestra realidad lo que estaba pasando con Jesús, como nos cuenta hoy el evangelio.  No todos aceptaban a Jesús y también ponían sus pegas y en cierto modo discriminaciones. Al escucharle hablar algunos con muy buena voluntad y muy buenos deseos se preguntan si Jesús es un profeta o acaso es el Mesías. Pero estarán los que siempre ponen sus pegas, o más incluso, los que ya por sistema rechazan a Jesús. Que si de Galilea no podía ser el Mesías porque siendo hijo de David tenia que proceder de Belén – lo que ya entraña un desconocimiento de quien era realmente Jesús –, que si los profetas no surgían nunca en Galilea porque era llamada algo así como la tierra de los gentiles, como su reacción a la libertad con que Jesús se expresaba y anunciaba una nueva forma de vivir el Reino de Dios que anunciaba.
También nosotros cuando queremos ser en verdad fieles a la novedad que nos ofrece el evangelio que transforma nuestros corazones y nos hace vivir en unos nuevos valores, vamos a encontrar resistencia. Es la lucha que ya Jesús nos anunció que nosotros padeceríamos también.
Resistencia que incluso podemos quizás encontrar en los más cercanos que no quieren salir de sus rutinas y que rehuyen todo lo que pueda ser compromiso por los demás. Es la lucha que mantenemos en nuestro interior con nosotros mismos para vivir ese sentido nuevo de nuestra relación con Dios y con los demás en ese deseo de hacer que nuestro mundo sea mejor donde desaparezcan, por ejemplo, aquellas discriminaciones a las que hacíamos referencia al principio de esta reflexión.
Hemos de tener claro nuestro camino y lo que nos exige ser en verdad seguidores de Jesús. Sabemos que en ese camino no estamos solos porque El nos prometió que siempre estaría con nosotros y no nos faltará la fuerza de la gracia, la fortaleza del Espíritu del Señor. Vivamos valientemente nuestro compromiso por hacer un mundo mejor.

viernes, 11 de marzo de 2016

No vivamos con superficialidad nuestro ser cristiano empapándonos del conocimiento de Jesús para lograr una profunda espiritualidad cristiana

No vivamos con superficialidad nuestro ser cristiano empapándonos del conocimiento de Jesús para lograr una profunda espiritualidad cristiana

Sabiduría 2,1ª.12-22; Sal 33; Juan 7,1-2.10, 25-30

Un gran enemigo que tenemos demasiado cerca de nosotros es la superficialidad. Sí, no saber tomarnos las cosas con la profundidad debida, quedarnos en una mirada superficial sobre las personas fijándonos sólo en las apariencias, hacer las cosas como por rutina simplemente dejándonos ir pero sin darle verdadera profundidad y sentido a lo que hacemos, buscar el hacer las cosas con el mínimo esfuerzo lo que nos llevará a que no le saquemos verdadero provecho a aquello que hacemos contentándonos siempre con lo mínimo.
En muchos aspectos de la vida y en muchas cosas manifestamos muchas veces esa superficialidad que nos hace ser mediocres, o que nuestras relaciones con los demás se conviertan en una formalidad. Esa superficialidad se manifiesta también en nuestra vida cristiana. Nos contentamos con aquello de que somos cristianos de toda la vida y no siempre nos esforzamos por crecer y avanzar en nuestra vida cristiana.
Nos hacemos un cristianismo fácil muchas veces de hacer lo que siempre hemos hecho pero no estamos lo suficientemente abiertos desde nuestro corazón para acoger esa Palabra del Señor que nos pide más, que nos pide nuevas actitudes, que provoca una verdadera revisión de lo que hacemos para mejorarlo más y más. La palabra que nos invita a la conversión ahora en el camino cuaresmal que estamos recorriendo es como una cantinela que se repite, pero que realmente no escuchamos desde lo más hondo del corazón.
Es necesario abrirnos más y más a la Palabra del Señor que tenemos la oportunidad de escuchar cada día. Escucharla pero allá en lo profundo de nuestro corazón. Una Palabra que nos haga crecer en el conocimiento de Jesús y del misterio de Dios. Nos puede suceder como vemos les pasaba a los judíos en el tiempo de Jesús, como escuchamos hoy en el evangelio.
Eran superficiales en el conocimiento de Jesús. Como ellos decían ‘de éste sabemos de donde viene, pero cuando llegue el Mesías no sabemos de donde vendrá’. Y Jesús vendrá a decirles que en verdad no le conocían, aunque sepan de donde viene o quienes son sus parientes. Es necesario tener un conocimiento mayor de Jesús. Quedarse en que era de Nazaret o quienes eran sus parientes era una mirada superficial, porque lo que en verdad tendrían que descubrir era que El era el enviado del Padre. ‘A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado’. Era precisamente lo que ellos no eran capaces de descubrir, no querían aceptar.
Creo que un propósito muy interesante que podríamos hacernos en este camino cuaresmal que estamos haciendo sería el comprometernos a crecer en ese conocimiento de Jesús. No es simplemente saber cosas de Jesús, que seguramente conocemos muchas, sino saber a Jesús, llenarnos del Espíritu de Jesús, conocerlo en toda su profundidad.
Nos llevará a que leamos y leamos con mayor atención la Biblia, el Evangelio, convirtiéndolo en verdadero vademécum de nuestra vida. Tendría que ser como nuestro verdadero libro de cabecera. Empapándonos del evangelio de Jesús en una lectura diaria iremos conociendo más y más todo ese misterio de Jesús e impregnándonos de los valores del evangelio. Nos ayudará a salir de nuestra superficialidad espiritual, nos hará ir logrando una verdadera espiritualidad cristiana. Confieso que es algo que me preocupa para mí mismo y mi compromiso como cristiano.

jueves, 10 de marzo de 2016

Levantemos nuestros ojos a lo alto para descubrir desde la fe todo el misterio del amor de Dios que en Jesús se nos manifiesta y nos llena de vida

Levantemos nuestros ojos a lo alto para descubrir desde la fe todo el misterio del amor de Dios que en Jesús se nos manifiesta y nos llena de vida

Éxodo 32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47
Algunas veces nos surgen dudas en nuestro interior porque quizá no sabemos ver más allá de lo que tenemos delante de los ojos o de lo que puedan palpar nuestras manos. Nos hacemos excesivamente materialistas y podemos perder un sentido espiritual de la vida o la trascendencia que en nosotros y en los demás tendríamos que saber descubrir.
Y cuando nos quedamos solo en lo que nuestros ojos materiales puedan descubrir sin saber encontrar lo que puede haber realmente de bueno detrás de lo que vemos o experimentamos podemos perder el rumbo y podemos también errar el camino, aparecen los miedos, sobresalen las desconfianzas. Pero eso cuesta, nos llena de dudas muchas veces, es necesario un espíritu mas abierto a lo espiritual y a lo trascendente. Muchas veces la misma fe es cuestión de fe. Es un abrirnos a lo que nos puede parecer un misterio, pero que es realmente abrirnos a Dios. Y no siempre lo sabemos hacer, no siempre somos capaces de hacerlo.
Nicodemo iba también con sus dudas y con sus miedos cuando fue a ver a Jesús de noche, como nos cuenta este mismo evangelio de Juan que estamos ahora escuchando en estos días. El mismo hecho de que fuera de noche a ver a Jesús nos muestra las dudas – negruras – que pudiera haber en su espíritu y también los miedos que pudiera llevar consigo. Sin embargo se deja conducir por lo que intuía y es capaz de descubrir el misterio que se manifiesta en Jesús. Por eso podrá llegar a decir que si Dios no estuviera con Jesús no podría hacer las obras que hacía.
Es lo que en general le sucedía a los judíos como nos manifiesta el evangelio de este día. Mientras el pueblo llano y sencillo era capaz de descubrir en las obras de Jesús las obras de Dios, aquellos que se consideraban quizá más entendidos rechazan a Jesús, no son capaces de descubrir en las obras de Jesús las obras de Dios y, como tantas veces hemos visto, siempre estarán pidiendo signos y pruebas para reconocer a Jesús. Hay desconfianza en sus corazones, no son capaces de abrirse al misterio que se revela en Jesús y no creerán en El. Se les había cegado el Espíritu y no se abrirán al misterio de la fe. Es la recriminación que Jesús les está haciendo.
Que no nos suceda a nosotros. Que no se nos cieguen los ojos del alma. Que se avive nuestra fe para trascender de verdad a lo espiritual y al misterio de Dios. Que en verdad pongamos toda nuestra fe en Jesús. Que desde nuestra debilidad, desde las sombras de nuestras dudas levantemos los ojos a lo alto para que en Cristo se reavive nuestra fe.
Seamos capaces de descubrir el hondo sentido de las obras de Jesús que nos están manifestando lo que es el amor y la misericordia del Señor. Dios siempre nos ama, aunque nosotros por nuestro pecado no lo merezcamos; El nos ofrece su misericordia, su perdón, su gracia, su amor. Todas esas obras que vemos realizar a Jesús en el evangelio son signos para nosotros de ese amor de Dios y cómo a nosotros llega ese amor que nos transforma, que nos llena de vida.


miércoles, 9 de marzo de 2016

En esta cuaresma nos preparamos para que haya pascua en nosotros y por la fe en Jesús pasemos de la muerte a la vida arrancándonos del pecado

En esta cuaresma nos preparamos para que haya pascua en nosotros y por la fe en Jesús pasemos de la muerte a la vida arrancándonos del pecado

 Isaías 49,8-15; Salmo 103; Juan 5, 17-30
‘Al principio existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios… en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres… a cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios…’ Así nos hablaba Juan al principio de su Evangelio definiéndonos quien era Jesús y como venía a nosotros como luz y como vida para que tuviéramos vida. Ya en otro momento del Evangelio nos dirá que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia.
Eso fue la vida de Jesús. Eso fue su amor, regalarnos vida para que tuviéramos vida. Por eso la presencia de Jesús destierra, por así decirlo, todo lo que sea muerte. Cura a los enfermos, limpia a los leprosos, hace caminar a los inválidos, pone luz en los ojos de los ciegos y hace oír a los sordos, resucita a los muertos. Es el signo de la Buena Nueva que nos anuncia. El Espíritu de Dios está sobre El y lo ha ungido para anunciar la Buena Noticia, a los pobres, a los oprimidos, a los ciegos, a los enfermos; quiere la libertad, la luz, la vida. Solo necesitamos creer en El. ‘A los que creen en su nombre…’ los llena de vida, les hace participes de la vida de Dios, los hace hijos de Dios.
Es lo mismo que nos dice hoy en el evangelio. Se manifiesta como el Señor. Los judíos le rechazan porque dicen que se hace igual a Dios. ‘La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios’, recordamos que se nos decía al principio del evangelio. Ahora nos dice: Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere’. Jesús es la resurrección y es la vida, como se nos dirá en el episodio de la resurrección de Lázaro. Y los que creen en El tendrán vida para siempre.
‘Os lo aseguro, nos dice, quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio,-,- porque ha pasado ya de la muerte a la vida’. Juan en sus cartas nos dice que porque amamos pasamos de la muerte a la vida. Creemos en Jesús y nos ponemos en el camino del amor, que es ponernos en el camino de la vida. Tenemos que reafirmar con toda intensidad nuestra fe en Jesús.
Le buscamos, queremos creer en El, porque queremos llenarnos de su vida, sentirnos transformados por El. Hay en nosotros tanta muerte que necesitamos que Jesús nos cure y nos resucite. Es lo que queremos ir realizando ahora con toda intensidad en la cuaresma para poder llegar a vivir con intensidad la Pascua.
Que haya pascua en nosotros, porque ese paso de Dios por nuestra vida nos haga pasar de la muerte a la vida. Por eso tenemos que ir arrancándonos de esas tinieblas que nos afligen, de esas cegueras de nuestra vida, de  esa invalidez que nos paraliza, de esa lepra de nuestro pecado. Los signos que vemos realizar a Jesús en el evangelio tienen que realizarse en nuestra vida. Esos milagros que Jesús realiza, esas curaciones son signo de esa transformación de nuestra vida. Escuchemos la voz del Señor que nos arranque de ese sepulcro de muerte y nos sintamos resucitados a la vida.
No olvidemos que entramos en la órbita del amor y eso nos llevará también a que hagamos participes de esa vida de Jesús a los demás. Que se derrame su misericordia sobre nuestro mundo.

martes, 8 de marzo de 2016

Cristo viene a nosotros para levantarnos de nuestra invalidez y hacer renacer la esperanza en el encuentro con la misericordia divina

Cristo viene a nosotros para levantarnos de nuestra invalidez y hacer renacer la esperanza en el encuentro con la misericordia divina

Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-3. 5-16

Hay momentos en la vida que parece que perdemos toda esperanza. Nos cuesta avanzar, no encontramos salidas prontas, todo parece que se nos vuelve en contra, nos sentimos imposibilitados. Y no son solo las imposibilidades físicas que podamos tener o sufrir desde nuestras limitaciones corporales, sino que puede estar en ocasiones dentro de nosotros mismos porque no encontramos un sentido a lo que nos pasa o nos sentimos sin fuerzas para luchar; pero en ocasiones esas limitaciones las encontramos en nuestro entorno, las circunstancias que vivimos, o las mismas personas que nos rodean; no encontramos quizá el apoyo que necesitamos, esa mano que se tienda a nosotros para ayudarnos a levantarnos, esas espaldas quizás que se nos vuelven en contra.
Necesitamos una fuerza interior muy grande para superar esas situaciones, necesitamos una luz que nos ilumine y nos haga comprender, necesitamos esa fuerza que nos viene de lo alto que es la que verdaderamente nos va a levantar.
El  evangelio hoy nos habla de un hombre que está postrado en su camilla por su invalidez; espera, aunque parece que hay perdido ya toda esperanza, que las aguas milagrosas de la piscina se muevan y pueda llegar a tiempo de ser el primero para poderse curar. El no tiene fuerzas en su invalidez para llegar, pero nadie le ayuda; cuando solo por si mismo logra llegar ya otros se le han adelantado. Allí está hundido en sus negruras treinta y ocho años ya.
Vendrá hasta él quien le pueda hacer renacer sus esperanzas. ‘¿Quieres curarte?’ Parece quizás una pregunta sin sentido, una pregunta innecesaria porque todo el mundo puede ver su situación. Pero allí está quien le tiende la mano y lo pone a caminar. ‘¡Levántate, toma tu camilla y echa a andar!’ ¿Podrá hacerlo? ¿Le quedarán fuerzas en sus piernas después de tantos años de inmovilidad no solo para andar sino también para cargar su camilla? Una fuerza poderosa lo está levantando y toda su vida va a cambiar, aunque él no sabe aún quien le está poniendo a caminar.
¿Escucharemos nosotros esa voz que también nos levanta y nos pone a caminar? Porque también en nosotros hay mucha invalidez, muchas limitaciones que nos coartan, que nos impiden ser libres de verdad, que nos hacen ponernos en camino. Nos hemos creado o nos hemos encontrado quizá en nuestro entorno muchas vallas que tenemos que aprender a superar. También en ocasiones nos vemos hundidos y todo son negruras porque muchas cosas parece que tenemos en contra. Dentro de nosotros mismos hay también unos pesos muertos que nos llenan de muerte, que nos quitan la ilusión y la esperanza, que nos hacen retroceder en lugar de avanzar. También pesa en nuestro corazón el pecado con sus negruras que nos ata, que nos esclaviza, que nos aleja de la luz y nos impide alcanzar la vida verdadera.
Cristo viene a nuestro encuentro. Llega de mil maneras, aunque algunas veces no seamos capaces de reconocerlo, pero el va poniendo muchas señales en nosotros, en nuestra vida, en nuestro entorno para que aprendamos a levantarnos, para que sintamos la fuerza que El nos da, que nos hace superarnos, que nos impulsa a buscar la luz y la vida.
También a nosotros nos dice ‘toma tu camilla, levántate, echa a andar’. Con nosotros está su gracia, su fuerza, la vida divina que nos regala. Aunque nos sintamos culpables porque hayamos echado encima de nosotros el peso de nuestros pecados, El viene con su luz y su gracia y nos levanta. También a nosotros nos dice como a aquel paralítico ‘anda no peques más’, o como al otro que descendieron desde el techo ‘tus pecados están perdonados’. En nosotros renace de nuevo la luz de la esperanza en el encuentro con la misericordia divina.

lunes, 7 de marzo de 2016

El encuentro de fe con Jesús nos llena de vida y nos pone siempre en camino para ir al encuentro con los demás y llevarles vida

El encuentro de fe con Jesús nos llena de vida y nos pone siempre en camino para ir al encuentro con los demás y llevarles vida

Isaías 65,17-21; Salmo  29; Juan 4,43-54
No es fácil que ante una palabra que me diga alguien sobre lo que tengo que hacer yo inmediatamente me decida a realizarlo. Se necesita una confianza grande para fiarse de alguien así a la primera palabra que nos diga. Queremos sopesar bien lo que se nos dice, los pros y los contras que pueda haber en lo que debo realizar antes de decidirse uno, porque a ciegas así uno no se deja conducir.
Sin embargo hoy en el evangelio escuchamos que aquel hombre que había acudido a Jesús con el problema de la enfermedad grave de su hijo, ante una sola palabra de Jesús, acepta y se pone en camino. El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino’, nos dice el evangelista. Pero es que aquel hombre había acudido con fe a Jesús. Había subido desde Cafarnaún a Caná donde se encontraba en estos momentos Jesús ‘y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose’.  
Una hermosa lección y mensaje para la confianza y la fe que hemos de poner en Jesús en nuestra oración. Se uniría este pasado a todos aquellos otros momentos en que Jesús nos habla de la oración y de la perseverancia con que hemos de orar, de la seguridad de cómo siempre somos escuchados, y de la manera cómo hemos de hacer nuestra oración con una grande humildad. Recientemente escuchábamos la oración del publicano que subió al templo al mismo tiempo que el fariseo y como el publicano que humildemente se reconocía pecador delante del Señor bajó a su casa realmente justificado.
Pero creo que también el mensaje nos está enseñando cómo hemos de saber ponernos en camino. Sí, ponernos en camino, porque la fe que tenemos en Jesús no nos permite quedarnos insensibles e impasibles con los brazos cruzados.
Ponernos en camino tras el encuentro con el Señor para ir al encuentro con los demás; ponernos en camino porque tenemos un mensaje que trasmitir; ponernos en camino porque el amor nos hace activos ante las necesidades y sufrimientos de los demás; ponernos en camino para ser capaces de superarnos, de luchar, de no dejarnos arrastrar por la frialdad y la rutina, de no dejarnos vencer por tantos apegos que se nos meten en el alma y que son como rémoras que no nos dejan avanzar.
Nos fiamos de la Palabra de Jesús porque en El ponemos toda nuestra fe. Sabemos que el encuentro con El será siempre para vida y esa vida tenemos que llevarla también a los demás. Nos fiamos de Jesús y siempre queremos estar en camino. Así proclamaremos la gloria del Señor.

domingo, 6 de marzo de 2016

Una manifestación de que Dios es el Padre bueno que nos enseña a romper barreras para hacer que nos sintamos siempre cerca al calor del amor

Una manifestación de que Dios es el Padre bueno que nos enseña a romper barreras para hacer que nos sintamos siempre cerca al calor del amor

Josué 5, 9a. 10-12; Sal 33; 2Corintios 5, 17-21; Lucas 15, 1-3. 11-32
Pensamos que están lejos solo los que física o geográficamente se han alejando de un punto determinado, del lugar en que nos hallamos, o de las personas con las que han relacionarse; muchas veces sucede, sin embargo, que sin alejarnos físicamente nuestra distancia es muy grande porque situamos barreras entre nosotros o nuestro corazón se ha endurecido de tal manera que somos incapaces de entrar en una auténtica relación.
Creo que somos conscientes de ello porque qué distantes estamos tantas veces de los que más cerca están de nosotros porque no nos comunicamos, porque nos entra la desconfianza en el corazón, porque nuestras miradas no son limpias, porque hacemos el camino cada uno muy por su lado sin saber realmente lo que el otro piensa o quiere. Un vivir con esas distancias, aunque tratemos de acostumbrarnos o entretenernos con muchas cosas, realmente es algo difícil y muchas veces desconcertante.
¿Sabemos realmente lo que piensan las personas de nuestro entorno y cuales son sus expectativas e ilusiones? ¿Qué sabemos de sus problemas, de sus luchas interiores, de sus esperanzas o de sus angustias? Por aquí podríamos hablar de muchas cosas, de muchas soledades, de muchas frustraciones, de muchos sufrimientos callados en el corazón de cada uno. Mucho de eso hay en el mundo que nos rodea, pero nuestra distancia la ponemos cerrando los ojos para no ver y no saber.
Pero vayamos al evangelio que se nos propone en este cuarto domingo de cuaresma. Una parábola que nos habla de un padre y dos hijos. Un padre con un amor de padre tan grande que nada ni nadie podrá arrancarle la ternura que se desborda de su corazón. Ya veremos. Y dos hijos que parece que recorren caminos muy divergentes pero que pronto descubriremos que son en cierto modo convergentes por las distancias que van poniendo o quieren poner en sus corazones endurecidos.
Uno marcha lejos, incluso físicamente porque marchará por otros lugares poniendo distancias del amor del padre que no sabe comprender porque quiere recorrer a su manera los caminos de la vida haciendo sus propios caminos, pero que en el vacío y la soledad a la que llegará un día le hará sentir de nuevo en su corazón el hambre por el amor de su padre.
El otro no se marcha, pero está lejos en su corazón y aunque cercano al padre no sabe disfrutar de su amor, porque su corazón se ha endurecido y todo en su interior son exigencias y recelos, desconfianzas y negruras que le hacen incapaz de disfrutar del amor y de repartir amor. Hemos bien escuchado los diálogos llenos de resentimientos con su padre al final de la parábola.
Pero en medio está la ternura del amor del padre que le hace esperar pacientemente la vuelta del que se ha marchado lejos para salirle al encuentro con un abrazo y una fiesta de amor y de perdón, o le hará ir también al encuentro del que ahora no quiere entrar a la fiesta para ayudarle a comprender lo que es el amor verdadero.
Es el retrato de la misericordia de Dios, que nos espera, que nos llama, que nos busca, que nos sale al encuentro tantas veces en ese camino que tanto nos cuesta hacer para reconocer nuestras lejanías y para descubrir lo que es el verdadero amor.
Y escuchando y meditando estas palabras de Jesús tenemos que ser capaces de mirarnos con toda sinceridad, no haciendo disimulos ni poniendo tapujos para reconocer nuestros caminos equivocados cuando los queremos hacer a nuestra manera y que nos llevan a la soledad más terrible, a la indignidad más rabiosa porque nos sentimos manipulados ya sea por nuestras propias pasiones o por la injusticia de los demás, a la insensibilidad del corazón que se endurece y ya no es capaz de mirar al que camina a nuestro lado como un hermano sino que siempre nos parecerá un contrincante contra el que luchar, al hambre del amor verdadero aunque a veces erremos el camino o no seamos capaces de vislumbrar claramente hasta donde llega el amor que Dios nos tiene para acogernos y darnos su abrazo de paz y de perdón.
No nos queda otra cosa que decir ‘Padre, he pecado’, me he alejado de ti, y aunque no lo merezco quiero volver a tu amor. Sí, es una invitación a saborear el amor de Dios para aprender a tener también un corazón misericordioso con los demás.
Es el Padre bueno que nos ama y nos perdona; es el Padre bueno que viene a nuestro encuentro; es el Padre que nos ayuda a encontrar con los otros mirándolos siempre como hermanos; es el Padre bueno que nos pone en un camino de vida que es amor; es el Padre bueno que nos enseña a romper barreras para hacer que nos sintamos siempre cerca al calor del amor; es al Padre bueno que nos llena e inunda con la alegría del amor verdadero, hace fiesta a nuestra vuelta, pero nos invita a entrar siempre en la fiesta del amor de los hermanos. Claro que tenemos que decir: ‘Gustad y ved qué bueno es el Señor’.