Cristo viene a nosotros para levantarnos de nuestra invalidez y hacer renacer la esperanza en el encuentro con la misericordia divina
Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45;
Juan 5, 1-3. 5-16
Hay momentos en la vida que parece que perdemos toda esperanza. Nos
cuesta avanzar, no encontramos salidas prontas, todo parece que se nos vuelve
en contra, nos sentimos imposibilitados. Y no son solo las imposibilidades físicas
que podamos tener o sufrir desde nuestras limitaciones corporales, sino que
puede estar en ocasiones dentro de nosotros mismos porque no encontramos un
sentido a lo que nos pasa o nos sentimos sin fuerzas para luchar; pero en
ocasiones esas limitaciones las encontramos en nuestro entorno, las
circunstancias que vivimos, o las mismas personas que nos rodean; no
encontramos quizá el apoyo que necesitamos, esa mano que se tienda a nosotros
para ayudarnos a levantarnos, esas espaldas quizás que se nos vuelven en
contra.
Necesitamos una fuerza interior muy grande para superar esas
situaciones, necesitamos una luz que nos ilumine y nos haga comprender,
necesitamos esa fuerza que nos viene de lo alto que es la que verdaderamente
nos va a levantar.
El evangelio hoy nos habla de
un hombre que está postrado en su camilla por su invalidez; espera, aunque
parece que hay perdido ya toda esperanza, que las aguas milagrosas de la
piscina se muevan y pueda llegar a tiempo de ser el primero para poderse curar.
El no tiene fuerzas en su invalidez para llegar, pero nadie le ayuda; cuando
solo por si mismo logra llegar ya otros se le han adelantado. Allí está hundido
en sus negruras treinta y ocho años ya.
Vendrá hasta él quien le pueda hacer renacer sus esperanzas. ‘¿Quieres
curarte?’ Parece quizás una pregunta sin sentido, una pregunta innecesaria
porque todo el mundo puede ver su situación. Pero allí está quien le tiende la
mano y lo pone a caminar. ‘¡Levántate, toma tu camilla y echa a andar!’
¿Podrá hacerlo? ¿Le quedarán fuerzas en sus piernas después de tantos años de
inmovilidad no solo para andar sino también para cargar su camilla? Una fuerza
poderosa lo está levantando y toda su vida va a cambiar, aunque él no sabe aún
quien le está poniendo a caminar.
¿Escucharemos nosotros esa voz que también nos levanta y nos pone a
caminar? Porque también en nosotros hay mucha invalidez, muchas limitaciones
que nos coartan, que nos impiden ser libres de verdad, que nos hacen ponernos
en camino. Nos hemos creado o nos hemos encontrado quizá en nuestro entorno
muchas vallas que tenemos que aprender a superar. También en ocasiones nos
vemos hundidos y todo son negruras porque muchas cosas parece que tenemos en
contra. Dentro de nosotros mismos hay también unos pesos muertos que nos llenan
de muerte, que nos quitan la ilusión y la esperanza, que nos hacen retroceder
en lugar de avanzar. También pesa en nuestro corazón el pecado con sus negruras
que nos ata, que nos esclaviza, que nos aleja de la luz y nos impide alcanzar
la vida verdadera.
Cristo viene a nuestro encuentro. Llega de mil maneras, aunque algunas
veces no seamos capaces de reconocerlo, pero el va poniendo muchas señales en
nosotros, en nuestra vida, en nuestro entorno para que aprendamos a
levantarnos, para que sintamos la fuerza que El nos da, que nos hace
superarnos, que nos impulsa a buscar la luz y la vida.
También a nosotros nos dice ‘toma tu camilla, levántate, echa a
andar’. Con nosotros está su gracia, su fuerza, la vida divina que nos
regala. Aunque nos sintamos culpables porque hayamos echado encima de nosotros
el peso de nuestros pecados, El viene con su luz y su gracia y nos levanta.
También a nosotros nos dice como a aquel paralítico ‘anda no peques más’,
o como al otro que descendieron desde el techo ‘tus pecados están
perdonados’. En nosotros renace de nuevo la luz de la esperanza en el
encuentro con la misericordia divina.
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