Vistas de página en total

martes, 8 de marzo de 2016

Cristo viene a nosotros para levantarnos de nuestra invalidez y hacer renacer la esperanza en el encuentro con la misericordia divina

Cristo viene a nosotros para levantarnos de nuestra invalidez y hacer renacer la esperanza en el encuentro con la misericordia divina

Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-3. 5-16

Hay momentos en la vida que parece que perdemos toda esperanza. Nos cuesta avanzar, no encontramos salidas prontas, todo parece que se nos vuelve en contra, nos sentimos imposibilitados. Y no son solo las imposibilidades físicas que podamos tener o sufrir desde nuestras limitaciones corporales, sino que puede estar en ocasiones dentro de nosotros mismos porque no encontramos un sentido a lo que nos pasa o nos sentimos sin fuerzas para luchar; pero en ocasiones esas limitaciones las encontramos en nuestro entorno, las circunstancias que vivimos, o las mismas personas que nos rodean; no encontramos quizá el apoyo que necesitamos, esa mano que se tienda a nosotros para ayudarnos a levantarnos, esas espaldas quizás que se nos vuelven en contra.
Necesitamos una fuerza interior muy grande para superar esas situaciones, necesitamos una luz que nos ilumine y nos haga comprender, necesitamos esa fuerza que nos viene de lo alto que es la que verdaderamente nos va a levantar.
El  evangelio hoy nos habla de un hombre que está postrado en su camilla por su invalidez; espera, aunque parece que hay perdido ya toda esperanza, que las aguas milagrosas de la piscina se muevan y pueda llegar a tiempo de ser el primero para poderse curar. El no tiene fuerzas en su invalidez para llegar, pero nadie le ayuda; cuando solo por si mismo logra llegar ya otros se le han adelantado. Allí está hundido en sus negruras treinta y ocho años ya.
Vendrá hasta él quien le pueda hacer renacer sus esperanzas. ‘¿Quieres curarte?’ Parece quizás una pregunta sin sentido, una pregunta innecesaria porque todo el mundo puede ver su situación. Pero allí está quien le tiende la mano y lo pone a caminar. ‘¡Levántate, toma tu camilla y echa a andar!’ ¿Podrá hacerlo? ¿Le quedarán fuerzas en sus piernas después de tantos años de inmovilidad no solo para andar sino también para cargar su camilla? Una fuerza poderosa lo está levantando y toda su vida va a cambiar, aunque él no sabe aún quien le está poniendo a caminar.
¿Escucharemos nosotros esa voz que también nos levanta y nos pone a caminar? Porque también en nosotros hay mucha invalidez, muchas limitaciones que nos coartan, que nos impiden ser libres de verdad, que nos hacen ponernos en camino. Nos hemos creado o nos hemos encontrado quizá en nuestro entorno muchas vallas que tenemos que aprender a superar. También en ocasiones nos vemos hundidos y todo son negruras porque muchas cosas parece que tenemos en contra. Dentro de nosotros mismos hay también unos pesos muertos que nos llenan de muerte, que nos quitan la ilusión y la esperanza, que nos hacen retroceder en lugar de avanzar. También pesa en nuestro corazón el pecado con sus negruras que nos ata, que nos esclaviza, que nos aleja de la luz y nos impide alcanzar la vida verdadera.
Cristo viene a nuestro encuentro. Llega de mil maneras, aunque algunas veces no seamos capaces de reconocerlo, pero el va poniendo muchas señales en nosotros, en nuestra vida, en nuestro entorno para que aprendamos a levantarnos, para que sintamos la fuerza que El nos da, que nos hace superarnos, que nos impulsa a buscar la luz y la vida.
También a nosotros nos dice ‘toma tu camilla, levántate, echa a andar’. Con nosotros está su gracia, su fuerza, la vida divina que nos regala. Aunque nos sintamos culpables porque hayamos echado encima de nosotros el peso de nuestros pecados, El viene con su luz y su gracia y nos levanta. También a nosotros nos dice como a aquel paralítico ‘anda no peques más’, o como al otro que descendieron desde el techo ‘tus pecados están perdonados’. En nosotros renace de nuevo la luz de la esperanza en el encuentro con la misericordia divina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario