¡Ha resucitado! No lo busquemos en el sepulcro, ha vencido el amor, ha vencido la vida
‘¿Por qué buscáis
entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado’. No podemos menos que comenzar
repitiendo las palabras del ángel a aquellas buenas mujeres que iban al
sepulcro a buscar el cuerpo muerto de Jesús.
Pero nosotros las escuchamos de distinta manera. ‘¡Ha resucitado!’ Sí, está aquí. No lo
buscamos en el sepulcro. Lo sentimos y lo vivimos ahora aquí entre nosotros. El
Señor vive. Está aquí. Es lo que nos llena de alegría y de gozo grande en el
corazón que se desborda en nuestros cantos y en toda la celebración pero que ha
de desbordarse por toda nuestra vida.
En la tarde del Calvario elevábamos nuestros ojos a lo
alto de la Cruz para mirar a Cristo de frente y para dejarnos mirar por El. A
pesar de que el momento de pasión y sufrimiento nos embargaba el alma, sin
embargo mirábamos por encima de todo aquel dolor y sufrimiento para contemplar
el amor. Y allí estaba la respuesta.
Como nos decía el Papa Francisco en la tarde del
Viernes Santo: ‘En
realidad Dios ha hablado y ha respondido y su respuesta es la Cruz de Cristo.
Una palabra que es amor, misericordia, perdón’. Allí estaba el anuncio de victoria.
Por esto nuestro dolor entonces estaba lleno de esperanza porque en ese amor
nos llegaba la salvación, la misericordia, el perdón. Esta noche cantamos
definitivamente la victoria que ya comenzábamos a cantar al pie de la cruz
porque contemplamos, sentimos, vivimos, celebramos a Cristo vivo, a Cristo resucitado.
Y ese es el gozo hondo que nos embarga esta noche.
Un evangelista nos contaba que ‘al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas’, pero ‘esta es la noche clara como el día,
como hemos cantado en el pregón que nos anunciaba la pascua y la resurrección, la noche iluminada por mi gozo’. Todo
en esta noche es luz. Se ha encendido el fuego nuevo, la luz nueva de Cristo
resucitado. Se disipan las tinieblas, ha sido vencida la oscuridad de un mundo
lleno de muerte y de pecado. Brilla en medio de nosotros como un signo de esa
luz que nunca se apagará el Cirio Pascual para iluminarnos, para iluminar todo
nuestro mundo, con esa luz nueva de la resurrección. Es la noche iluminada por
la resurrección del Señor, la noche que se vuelva más clara que el día porque
brilla el lucero que no tiene ocaso.
Brilla la luz de Cristo resucitado y nosotros nos llenamos de su luz.
En las lecturas de la Palabra de Dios que nos han
servido de guía a través de toda esta vigilia de espera de la resurrección del
Señor hemos ido haciendo un recorrido por la historia de la salvación.
Contemplábamos la obra creadora de Dios, la fe de Abrahán, la liberación de
Egipto con el paso del mar Rojo, la voz de los profetas; todo un camino que nos
ha ido conduciendo al momento cumbre que contemplamos, sentimos y vivimos: la
presencia de Cristo resucitado en nosotros y en medio de nosotros. Todo venía a
ser imagen, preparación y anticipo de la nueva creación que en Cristo se
realiza cuando con su muerte y resurrección, liberándonos de la peor de las
esclavitudes que es nuestro pecado, recrea en nosotros ese hombre nuevo de la
gracia.
En la fuente del Bautismo, como un paso por el mar
Rojo, nos sumergimos para comenzar a vivir esa vida nueva, para nacer a ese
hombre nuevo. ‘Creemos en un solo
bautismo para el perdón de los pecados’, confesamos en el credo de nuestra
fe. Allí un día nos despojamos de ese hombre viejo de la esclavitud, del
pecado; en esa fuente de la salvación por la fuerza del Espíritu nos llenamos
de la vida divina de la gracia para ser hijos de Dios.
Es por eso por lo que en esta noche luminosa de la
pascua renovamos nuestro bautismo, renovamos nuestros compromisos bautismales,
al pie de la fuente bautismal e iluminados por la luz del Cirio Pascual,
comprometiéndonos una vez más a no dejarnos vencer por la tentación y el
pecado. Es algo serio e importante lo que vamos a hacer. Para eso hemos venido
preparándonos a través de toda la Cuaresma. Ahí vamos a proclamar una vez más
con todas nuestras fuerzas nuestra fe, esa fe que luego tenemos que proclamar
ante el mundo para que todos un día puedan alcanzar esa luz de la fe dejando
iluminar sus vidas por la luz de Cristo resucitado.
Al comenzar nuestra celebración y al encender el Cirio
Pascual hemos realizado un signo muy importante que no puede pasar
desapercibido y que tiene que significar mucho para nosotros. A las puertas de
nuestro templo, de la Iglesia como solemos decir, hemos realizado ese signo de
encender el Cirio en el fuego nuevo, y mientras íbamos entrando en la Iglesia
íbamos encendiendo nuestros cirios de la Luz del Cirio Pascual o también de
otros que ya la habían encendido antes que nosotros. Pero de una forma o de
otra era luz tomada del Cirio la que encendíamos, porque es la Luz Cristo,
Cristo que es nuestra Luz, la que nos ilumina.
¿Cómo ha llegado a nosotros la fe? ¿Cómo comenzamos a
creer y como alimentamos luego nuestra fe? Fueron nuestros padres quizá desde
la más tierna infancia, ha sido el testimonio que hemos contemplado en tantos a
lo largo de la vida que nos despertaron a la fe, o en tanto que habremos
sentido allá en lo hondo del corazón escuchando a Dios que nos hablaba, y ha
sido la mediación de la Iglesia que en la Palabra proclamada, en los
sacramentos, en la oración y en la vida de la Iglesia. Se nos ha ido
trasmitiendo esa luz de nuestra fe. Ahí está ese signo que hemos realizado
cuando hemos tomado esa luz.
Pero no se queda ahí porque nos hemos trasmitido la luz
los unos a los otros. Tenemos que trasmitirnos esa luz de la fe los unos a los
otros. Esa luz no la podemos ni encerrar en la Iglesia ni guardárnosla solo
para nosotros. Nosotros que la hemos recibido tenemos ahora que ir a los otros,
también a los que no tienen fe, para con nuestro testimonio, nuestra palabra,
nuestra vida ser un signo que trasmita, que despierte la fe para que, como
decíamos, todos seamos iluminados por esa luz de Cristo resucitado.
Queremos hacer un mundo nuevo y desde Cristo resucitado
nos ponemos en camino de realizarlo; en Cristo resucitado sentimos que sí es
posible ese mundo nuevo; en Cristo resucitado, que ha venido a transformar
nuestro mundo transformando nuestros corazones, sentimos la fuerza para irlo
realizando. Es la nueva creación que comienza con Cristo para llegar a ese
cielo nuevo y esa tierra nueva de la que nos hablará el Apocalipsis.
Desde Cristo resucitado tenemos que poner luz en
nuestro mundo, llenándolo de amor y de solidaridad, poniendo paz en las
relaciones mutuas de todos empezando por la convivencia de cada día con el que
está a nuestro lado, poniendo sinceridad y autenticidad en nuestra vida y
nuestro trato con los demás, luchando por una mayor justicia para que nadie
sufra, poniendo ese bálsamo de ternura que llenen de dulzura, comprensión y
misericordia nuestras mutuas relaciones. Pequeñas cosas, nos puede parecer,
pequeñas semillas de luz que hemos de ir sembrando pero que iluminarán nuestro
mundo.
Como decíamos antes, esta noche con la victoria de
Cristo se disipan todas las tinieblas y nos llenamos de esperanza porque ha
vencido el amor. Cantamos con gozo la resurrección del Señor. Cantamos con gozo
y esperanza porque nos sentimos perdonados y renovados. Cantamos con gozo y
esperanza porque sentimos que Dios sigue contando con nosotros a pesar de
tantas debilidades que hay en nuestra vida y en Cristo resucitado encontramos
nuestra fortaleza para ir a llevar esa luz, para trasmitir nuestra fe.
No buscamos más en el sepulcro de la muerte al que es
la Vida. La muerte está ya vencida. Cristo ha resucitado y con El nosotros nos
sentimos también sacados del sepulcro y llenos de vida. Resucitemos en verdad
con El. Vivamos el resplandor de la resurrección. Que ese sea el grito de vida
que proclamemos ante el mundo, nuestra
fe. El Señor está aquí, estará para siempre en nosotros y con nosotros.
¡Feliz
Pascua de Resurrección!