¿Cómo tenemos que mirar a Cristo crucificado?
Is. 52, 13-53, 12; Sal. 30; Hebreos, 4, 14-16; 5, 7-9; Jn. 18,
1-19,42
Hace unos días a través de estos medios de comunicación
que hoy tenemos le envié a un amigo una fotografía de la imagen de un Cristo
crucificado queriendo de alguna manera hacerle llegar con dicha imagen un mensaje
propio para estos días. Inmediatamente me respondió: ‘Ver eso me entristece, tío, yo no quisiera estar ahí en su lugar’,
a lo que yo le respondí ‘todo lo
contrario nos da paz’. ‘Sí, me
respondió, pero sufrió mucho’. Y yo
simplemente le añadí. ‘Gracias a que El
estuvo tenemos la salvación’, y le añadí ‘es el AMOR’. Entonces me respondió ‘mirándolo así me gusta más’.
¿Cómo tenemos que mirar a Cristo crucificado? Sí, es la
pregunta que quizá tengamos que hacernos en esta tarde del viernes santo. ¿Cómo
lo miramos? ¿Qué es lo que vemos? Es cierto que contemplar un cuerpo desgarrado
cosido al madero de la Cruz no nos es nada agradable a la vista. ‘Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado
y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos
ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado…’ Es la
descripción que con crudeza y realismo nos hacía el profeta.
Cuando levantamos los ojos a lo alto de la cruz, ¿es
eso solo lo que contemplamos? Nuestra primera mirada se queda en el cuerpo
dolorido de Cristo y como decía mi amigo
‘ver eso nos entristece, yo no quisiera estar en ese lugar’, no quisiéramos
tener que encontrarnos frente a frente con ese dolor porque parece que nos hace
daño. Pero como le decía, ‘él estuvo allí
por nosotros’; en nuestro lugar, podríamos decir también; o podríamos
pensar que El está allí en lo alto recogiendo todo el dolor y el sufrimientos
de tantos que caminan a nuestro alrededor y a los que quizá nos cuesta mirar.
¿No nos ha pasado quizá más de una vez que vamos por la
calle y allí en suelo está alguien tendiéndonos un cacharrito para que le
pongamos algo porque no se atreve quizá ni a tender su propia mano y también
nosotros volvemos la vista hacia otro lado porque no queremos mirar? Digo esto porque
es lo más corriente que nos encontramos cada día en nuestras calles y parques o
en las puertas de nuestras iglesias, pero son tantos los que pasan a nuestro
lado arrastrando el dolor de su sufrimiento, de su soledad, de sus angustias,
de sus penas y desesperanzas y no queremos mirar, o no queremos muchas veces
enterarnos.
Mucho es el sufrimiento que hay en nuestro mundo, y
pensamos en cuantos mueren de hambre y miseria a lo largo de nuestro mundo, o
sufren consecuencias de guerras y violencias, pero también quizá no tan lejos
muchas veces quienes padecen una cruel enfermedad sin una medicina que le
alivie o una mano amiga que le acompañe en el lecho de su dolor. Son muchas las
soledades y sufrimientos, las impotencias de tantos que no ven una luz para
seguir caminando con esperanza. No digamos cuantos están sufriendo en estos
momentos las consecuencias de la crisis económica que vivimos. La lista se
haría interminable y hoy al ponerme a los pies de la cruz de Jesús y mirar a lo
alto en ese cuerpo de Cristo atravesado y clavado en la cruz estoy viendo todo
ese sufrimiento y ese dolor de todo tipo de tantos a nuestro alrededor. Ojalá,
aprenda yo a mirar con una mirada nueva, con la mirada que Jesús desde la cruz
me está enseñando a tener.
Y Jesús está ahí en la cruz y gracias a ella nos llega
la salvación. Porque ahí en Jesús, ‘el
que soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, como nos
decía el profeta, herido de Dios y
humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, sus cicatrices nos
curaron; maltratado, voluntariamente se humillaba, enmudecía como cordero
llevado al matadero, no abría la boca, triturado con el sufrimiento entregó su
vida como expiación, expuso su vida a la muerte, fue contado entre los pecadores,
tomó nuestro pecado e intercedió por los pecadores’. Es la ofrenda del
amor. Es el AMOR.
Sí, contemplemos el amor; mirado desde el amor las
cosas se ven de distinta manera; descubramos que detrás y en el fondo de todo
ese sufrimiento de Jesús en la cruz está el Amor. Obediente al Padre sube a la
cruz, camina hasta el Calvario, entrega su vida por nosotros. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’,
había dicho en Getsemaní. ‘Aprendió,
sufriendo, a obedecer’, que nos decía la carta a los Hebreos, ‘y, llevado a la consumación, se ha
convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna’.
Contemplamos en la cruz el amor y la salvación. Pero lo
contemplamos como algo palpable y real para nuestra vida y para nuestro mundo.
Su entrega no es un sueño. Su entrega nos ha puesto en camino de ser un hombre
nuevo para hacer un mundo nuevo. Si nos sentimos nosotros traspasados por ese
amor que se destila desde la cruz de Jesús ya nuestra vida tiene que ser
distinta, no podemos vivir de la misma manera cerrando los ojos en nuestros
miedos o nuestra insolidaridad y necesariamente comenzaremos a hacer ese mundo
mejor, ese mundo nuevo.
Ya no podremos pasar por la vida volviendo nuestra vista
hacia otro lado porque el amor nos habrá abierto los ojos de un modo nuevo. Se
tiene que acabar la dureza de nuestro corazón para llenarnos de verdad de la
ternura de Dios, de la compasión y de la misericordia, de un amor efectivo y
real que comience a amar de verdad a los hermanos. No será necesario ya que nos
tiendan un cacharrito para pedirnos algo porque nosotros por adelantado
tenderemos generosamente y con amor nuestra mano sin ningún miedo ni
prevención. Sabremos detenernos de verdad junto al hermano para acompañarlo en
su soledad, para darle una esperanza en su angustia, para poner una nota de
alegría en su tristeza.
Levantemos los ojos a lo alto de la cruz de Cruz pero
vayamos con esa mirada directa al hermano con el que nos cruzamos en el camino
de la vida. Miremos directamente a Jesús que viene a nuestro encuentro en esta
tarde de viernes santo para llenarnos de su gracia, para llenarnos de verdad de
su amor.
Todo ese mal y todo ese sufrimiento se va a ver
transformado desde la Cruz de Cristo. La violencia se transformará en
mansedumbre, la venganza en perdón, el odio en amor, la mezquindad en
generosidad, la mentira en verdad. Desde la Cruz de Jesús se han de acabar los
miedos y cobardías, la insolidaridad no tiene cabida en nuestro corazón, las
tristezas se han de transformar en esperanza. Desde la cruz de Jesús nos
sentimos perdonados y redimidos; sentimos una paz nueva en nuestro corazón y
tenemos la esperanza de que en verdad podemos hacer algo nuevo en nuestra vida
y en nuestro mundo. Desde la cruz sabemos bien lo que es la misericordia y el
amor, la comprensión y el aliento para comenzar a caminar de nuevo.
Miremos a Jesús, miremos su cuerpo, sus manos, su corazón,
su mirada y sentiremos que algo nuevo comienza para nuestra vida desde su amor
y su entrega. La cabeza coronada de espinas de Jesús nos redime de nuestros
orgullos; las manos abiertas y gastadas de bendecir y de servir nos redimen de nuestras violencias y
codicias; ese rostro ensangrentado de Cristo pero tras el cual se ven esos
limpios y penetrantes nos enseñan a abandonar para siempre nuestras falsedades
y cegueras; esos pies gastados y cansados de tantos caminos para hacer el bien
nos esperan con paciencia y nos redimen de nuestras comodidades; ese cuerpo
roto por los azotes y el sufrimiento nos redimen de nuestras crueldades; ese
costado abierto de Cristo nos redime de nuestros egoísmos y desamores.
Con Cristo crucificado nos sentimos redimidos para
comenzar a vivir una vida nueva que será principio de un mundo mejor. Pongámonos
sin miedo a la sombra de la cruz que sabemos cierto que es camino de victoria y
de resurrección.
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