Vistas de página en total

sábado, 28 de julio de 2018

Sin desalientos ni cansancios tenemos que seguir construyendo con esperanza un mundo mejor queriendo en verdad cambiar el corazón de los hombres


Sin desalientos ni cansancios tenemos que seguir construyendo con esperanza un mundo mejor queriendo en verdad cambiar el corazón de los hombres

Jeremías 7,1-11; Sal 83; Mateo 13,24-30

En ocasiones podemos sentir la frustración o el cansancio en nuestras luchas y esfuerzos por hacer el bien, por querer ser mejores nosotros mismos, pero también por ofertar algo bueno a nuestra sociedad para hacerla mejor, pero seguimos viendo la presencia del mal, ya sea porque en nosotros mismos se mantiene la tentación y muchas veces tropezamos, sino también en ese mal que nos rodea, esa corrupción de todo tipo que amenaza y va corroyendo nuestra sociedad.
¿Por qué, pensamos en tantas ocasiones, tiene que haber tanta gente con malicia, tanta gente interesada que solo va a lo suyo, tantas ambiciones que lo que hacen es destruirnos, tantos afanes de poder y de grandezas que se quedan al final en fuegos fatuos, en vanidades, en la búsqueda de nuestros propios halagos?
Es la existencia del mal que está a nuestro lado y que muchas veces trata de envenenarnos porque caemos seducidos por esos mismas ambiciones o vanidades. Vemos casos de flagrante injusticia y cómo querríamos destruir a quienes actúan de esa manera porque pensamos que así arrancaríamos el mal de raíz de nuestra sociedad. ¿Pero no estaríamos cayendo en los mismos errores, no nos estaríamos cegando por esas maldades para actuar nosotros también con esa misma violencia?
Es como los que se preguntan ante situaciones catastróficas que se suceden en nuestro mundo, unas veces motivadas por causas, errores, o maldades humanas, otras quizá por la fuerza de la misma naturaleza, y ante las consecuencias de muertes o de damnificados se preguntan, digo, donde está Dios. Por supuesto, comprendo que en nuestro interior surgen muchos interrogantes y mucho dolor, pero también tendríamos que preguntarnos donde está el hombre; el hombre que está en la causa con su malicia o con el mal uso de la naturaleza de todos esos males, o el hombre que insolidariamente mira hacia otro lado y no despierta la solidaridad de su corazón. Nos es fácil echarle la culpa a Dios a quien queremos ver así como un solucionador de todos nuestros entuertos, pero no hemos sido capaces de escuchar en nuestro corazón la llamada de ese Dios que nos ha puesto en ese mundo para construir y no destruir, y que quiere poner en nuestro corazón amor y capacidad para responder a esas situaciones de mal buscando verdadero remedio al dolor de la humanidad.
Por ahí va el sentido de la parábola que nos ofrece hoy el evangelio. La parábola del trigo y de la cizaña que crecen juntas en el campo, porque hubo un hombre malo que sembró la cizaña donde antes se había sembrado buena semilla. En la parábola se nos dice que tenemos que dejar que crezcan juntos, que al final se decantará el buen trigo de la mala cizaña. Una imagen de la esperanza de Dios en el corazón del hombre; No podremos cambiar la cizaña ni la mala planta que nos será difícil arrancar sin que arranquemos la buena, pero si podemos cambiar el corazón del hombre, para que transformado pueda dar al final bueno frutos de conversión que se transformen en obras de amor.
Es lo que Dios espera de nosotros. Porque esa cizaña la llevamos muchas veces demasiado metida en nuestro corazón, pero tenemos que aprender a cambiar el corazón. No es imposible con la gracia del Señor. Es lo que tenemos que hacer, contando con la gracia y la fuerza del Señor. Así no nos desalentaremos, así seguiremos construyendo con ilusión y esperanza ese mundo mejor, donde vayamos haciendo desaparecer el mal.

viernes, 27 de julio de 2018

Tener la tierra preparada es tener deseos de algo mayor y mejor, de crecer en nuestra fe y de llenar de vitalidad la vida



Tener la tierra preparada es tener deseos de algo mayor y mejor, de crecer en nuestra fe y de llenar de vitalidad la vida

Jer. 3, 14-17; Sal.: Jer. 31; Mateo, 13, 18-23
En ocasiones los niños nos parecen impertinentes con sus preguntas; una y otra vez nos están preguntando; ¿por qué? ¿por qué? Nos preguntan una y otra vez, todo lo quieren saber, nos preguntan por todo. Un buen padre que quiere ser en verdad educador de sus hijos trata siempre de responder, es más, trata incluso de fomentar ese interés y esa curiosidad, porque es el camino del aprender y del saber.
No solo es la ‘impertinencia’ de los niños, sino que nos encontramos con personas que siempre están indagando, preguntando, queriendo saber razones, no se conforman con el conocimiento que ya tengan de los hechos o de las cosas sino que quieren saber más; seguro estaréis pensando en una curiosidad malsana que puedan tener algunas personas que lo que preguntan y averiguan les da pie a sus cotilleos, comentarios, criticas, juicios… Pero, aparte de esto, creo que sí es necesario que tengamos cierta curiosidad en el alma, porque queremos saber, porque queremos aprender, porque queremos profundizar en las cosas y no nos contentamos con cualquier respuesta.
Es algo innato en nuestro ser y será lo que de verdad nos hará crecer en la vida, trazarnos metas altas en nuestras más nobles aspiraciones, y nos llevará a esa sabiduría de la vida que en verdad no lleva a la madurez y a una mayor plenitud de nuestra existencia. Personas que se contentan con todo, que no sueñan con algo mejor, que no luchan y se esfuerzan por crecer y madurar, que viven de una manera amorfa su vida, son como personas sin vida; les falta ilusión, les faltan deseos en su alma y se vuelven conformistas que es una forma en cierto modo de morir.
Es hermoso encontrarse personas mayores, que ya quizá por sus años no esperamos que quieran embarcarse en nuevas aventuras de la vida, pero que sin embargo son inquietos, quieren aprender de todo y buscar fuentes de conocimiento y de saber donde sea. Pesarán los años, el cuerpo puede ya encontrarse debilitado pero no les falta vitalidad hasta el último minuto y eso es vivir la vida con intensidad. Nos encontramos sin embargo personas que han llegado ya al tiempo de una jubilación de sus trabajos y las vemos envejecer como a la carrera, porque ya no son capaces de querer emprender algo nuevo, de darle vitalidad a su vida, de darle un sentido y un valor a su vida cuando aun pueden hacer mucho por los demás.
Perdónenme mis amigos que me leen que mi reflexión haya ido tomando estos derroteros. La comencé desde la idea que nos ofrece el evangelio hoy en que los discípulos le preguntan a Jesús por el sentido de las parábolas que ha pronunciado y quieren que se las explique. Ese deseo de saber, de entender más y mejor lo que Jesús les va hablando del Reino de Dios, me llevo a está reflexión de las preguntas que nos hacemos o necesitamos hacernos en la vida.
Y ahora me planteo si esa curiosidad, digámoslo así, ese deseo de saber más y entender claramente las cosas lo tenemos en todo lo que afecte a nuestra fe y a nuestra vida cristiana. Quizá en otros aspectos de la vida tenemos esa curiosidad y deseos de aprender de lo que antes hablábamos, pero en cuanto se refiere a nuestra fe o a nuestra vida cristiana quizás seguimos andando con nuestro conformismo y no entran dentro de nuestras preocupaciones y deseos.
Esa buena tierra preparada de la que nos habla hoy la parábola del sembrador y Jesús nos explica pasa precisamente por ese camino de búsqueda, de deseos de algo nuevo y mejor, de ese roturar nuestro corazón arrancando esas hierbas del conformismo para hacer esa semilla nueva que se echa en la tierra de nuestra vida pueda dar fruto. Hemos de tener deseos de saber más, de conocer mejor, de profundizar más hondamente en las cosas que atañen a nuestra fe que son al mismo tiempo en las cosas más profundas de nuestra vida.
Algunas veces parece que estamos más atentos e interesados en ideas o pensamientos de orden religioso o filosófico que nos puedan venir de acá o de allá y enseguida los presentamos como la panacea de todo lo mejor para nuestra vida, sin antes haber preocupado debidamente de conocer en verdad lo que es nuestra fe y el sentido de nuestra vida cristiana, dando por sentado que ya nos lo sabemos sin haber nunca profundizado en ello. Puede haber cosas buenas y bonitas en esas otras ideas que se nos presentan, pero ¿habremos descubierto de verdad lo bueno y bello que está en el fondo de nuestro sentido cristiano de la vida, de lo que el evangelio nos ofrece?

jueves, 26 de julio de 2018

La fiesta de san Joaquín y santa Ana los abuelos de Jesús una llamada para valorar cuanto recibimos de nuestros mayores como cimiento de la construcción de una sociedad nueva


La fiesta de san Joaquín y santa Ana los abuelos de Jesús una llamada para valorar cuanto recibimos de nuestros mayores como cimiento de la construcción de una sociedad nueva


Hoy celebramos la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen María. Una antigua tradición que arranca del siglo II atribuye estos nombres a los padres de la Santísima Virgen María. El culto a Santa Ana ya aparecía en la Iglesia oriental en el siglo IV, aunque sería mas tarde, en torno al siglo X cuando en el Occidente se comenzó a celebrar también la fiesta de san Joaquín que hasta hace pocos años se celebraba en agosto, pero después de las reformas del calendario litúrgico tras el Concilio Vaticano II se unificaron las fiestas del santo matrimonio en esta fecha.
La tradición sitúa la casa de los padres de María en los alrededores del templo de Jerusalén, basándose también en los evangelios apócrifos, muy cerca de donde estaba la piscina probática. Allí se levanta hoy la Iglesia de santa Ana, que nos recuerda también el lugar del nacimiento de María. La iconografía religiosa y cristiana es abundante siguiendo estas tradiciones antes mencionadas.
Como es normal hablar de los padres de María es hablar de los abuelos de Jesús. Es por lo que desde hace años se ha aprovechado también esta fiesta para celebrar a los abuelos, nuestros abuelos, todos los abuelos en lo que entrarían también todas las personas mayores.
Justo es que la sociedad los reconozca. En fin de cuentas en la vida vamos hundiendo nuestras raíces en nuestros antepasados de los que nos gusto o no nos guste somos sus herederos. Muchas veces al pensar en los abuelos de lo primero que nos acordamos son de sus achaques y debilidades. Pero tenemos que aprender a reconocer que la riqueza de nuestra vida, y esa riqueza no son solo los bienes materiales que hayamos heredado de ellos, de ellos lo hemos recibido en la cultura y en el saber, en los valores que nos trasmitieron y en cuantas enseñanzas para la vida ellos nos supieron trasmitir.
Ellos fueron los que antes que nosotros con sus medios y con sus limitaciones también fueron construyendo esta sociedad que hoy nosotros vivimos y que lo que hacemos es continuarla y seguirla desarrollando. Nos creemos los jóvenes que solo valen nuestras cosas y nuestras ideas, lo que nosotros hacemos y a cuantas posibilidades nosotros nos abrimos. Pero ¿sobre qué se está construyendo todo eso? Sobre lo que nuestros antepasados construyeron. Son realmente los cimientos de lo que nosotros queremos construir hoy; como cimientos parece que están enterrados y no los queremos ver, pero son la fortaleza de lo que nosotros ahora podemos vivir.
No podemos olvidar sus valores, no podemos olvidar su espíritu de sacrificio y su abnegación, no podemos olvidar su trabajo muchas veces bastante fatigoso porque quizá no tenían los medios de los que hoy nosotros con nueva técnica nosotros nos podemos aprovechar.
Pero ahí están esos cimientos con su fortaleza, si ellos no hubieran hecho lo que hicieron nosotros ahora no podríamos continuar con la construcción de nuestra sociedad, esa sociedad nueva que entre todos queremos construir. No le quitemos validez a lo que ellos hicieron, sino sepamos descubrir su importancia y la validez que sigue teniendo. Y entendemos que no nos referimos solo a lo material sino a lo que es la vida, toda la vida con todos sus valores, que aun seguimos observando en ellos, nuestros abuelos.
Hemos de saber reconocer y agradecer; hemos de saber corresponder a tanto cariño como pusieron en todo lo que hicieron para nosotros estemos hoy aquí donde estamos; hemos de saber estar cerca de ellos y acompañarlos en estos momentos que para muchos son ya de debilidad. Desgraciadamente la sociedad algunas veces los olvida y también las familias, arrinconándolos a un lado de muchas maneras sin saber reconocer cuanto les debemos. Pero que no sea homenaje de un día que son homenajes fáciles de hacer y que pueden ser efímeros.
Muchas cosas podríamos reflexionar en este día, vaya estas consideraciones como homenaje, pero también para que con corazón agradecido despertemos y sepamos estar a su lado. Ellos se lo merecen.

miércoles, 25 de julio de 2018

Que con la intercesión del Apóstol Santiago, patrono de España, se mantenga íntegra la fe cristiana en nuestro pueblo


Que con la intercesión del Apóstol Santiago, patrono de España, se mantenga íntegra la fe cristiana en nuestro pueblo

Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Sal 66; 2Corintios 4,7-15; Mateo, 20, 20-28

Celebrar la fiesta de un apóstol es para todo cristiano un motivo grande de alegría y una preafirmación de nuestra fe y nuestra fe con verdadero sentido eclesial. Fueron los elegidos del Señor a quienes confió la Iglesia y la misión de anunciar su evangelio, su buena nueva de salvación a todos los hombres. Si hasta nosotros ha llegado el anuncio de la Buena Nueva de Jesús fue por esa misión encomendada por Jesús a los apóstoles y que se ha ido continuando ininterrumpidamente a través de los siglos. Confesamos nuestra fe en Jesús y lo hacemos en la Iglesia, con la fe de la Iglesia, con la fe recibida de los apóstoles.
Pero celebrar la fiesta del Apóstol Santiago es para nosotros un motivo de doble alegría, de una alegría aun más honda. Somos los herederos beneficiarios de su predicación en nuestra tierra según hermosa tradición. Así se ha trasmitido a través de los siglos, y tenemos por una parte el Pilar de Zaragoza que sustenta la imagen de la Virgen como señal de su presencia y de la protección de María en los arduos trabajos del anuncio del evangelio por parte del apóstol, pero además tenemos su sepulcro en Compostela que ha mantenido encendida esa llama de la fe en nuestro pueblo, pero que además fue signo para los pueblos de Europa que hasta allí a través de los siglos han peregrinado.
Así lo consideramos nuestro patrono y protector y seguimos pidiendo para que por su intercesión se mantenga íntegra la fe cristiana en nuestro pueblo. Y si un día con su protección nos convertimos en signos evangelizadores no solo en medio de Europa sino también para las tierras del nuevo mundo que se abría a nuestra civilización, ahora no dejemos apagar esa llama de la fe, aunque no sean fáciles los momentos que vivimos donde necesitamos una nueva evangelización de nuestra tierra y nuestras gentes.
No nos vamos a detener ahora en hacer una reseña de cuanto el evangelio nos dice de la figura del hijo del Zebedeo, ni entretenernos en dar motivaciones que nos afirmen la certeza de las tradiciones que nos hablan de la presencia del apóstol en nuestra tierra hispana. Vamos a fijarnos brevemente en algún detalle de lo que nos habla el evangelio y que pueda ayudarnos no solo en el camino de nuestra fe personal sino también de nuestro compromiso con nuestra tierra, nuestro mundo y nuestra Iglesia.
‘¿Podéis beber el cáliz que yo de beber y bautizaron con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?’ Es la pregunta de Jesús a aquellos dos hermanos que llenos de fe, de ilusión, de entusiasmo acuden a Jesús valiéndose de su madre para obtener lugares especiales de honor en el Reino que anuncia Jesús.  Fue quizá el entusiasmo juvenil, igual que un día habían sido valientes y radicales para dejar la barca y las redes, lo que ahora les hace responder afirmativamente a la propuesta de Jesús. ¿Entenderían bien ellos el alcance de las palabras de Jesús?
Beber una copa con alguien no es algo baladí. Beber una copa con alguien entraña una amistad ya consolidada pero que además en cierto modo es promesa y deseo de seguir viviendo en aquella primigenia amistad y comunión. La copa que Jesús les ofrece compartir no es cualquier copa de fiesta, es la copa que Jesús ha de beber y como veremos mas tarde en Getsemaní tanto le cuesta tragar a Jesús. ‘Que pase de mi este cáliz’ pediría Jesús lleno de angustia y hasta terror que le haría sudar sangre en Getsemaní. Es la copa de la que Jesús les está hablando, es un bautismo de sangre el que Jesús les está anunciando.
Una referencia a la pasión y a la pascua. Y la Pascua entrañaba un sacrificio, el sacrificio del cordero pascual, como signo y anticipo de la pascua definitiva en que seria sacrificado el verdadero cordero pascual que es Cristo. Y eso tendrían que irlo aprendiendo. Ahora piden primeros puestos, lugares de honor, pero Jesús les dice que esos lugares pasan por el servicio, por hacerse servidores y esclavos de todos. Es la grandeza de Jesús y la grandeza que Jesús nos ofrece.
Al celebrar la fiesta del apóstol Santiago eso mismo se nos está preguntando a nosotros. ¿Podemos beber el cáliz del Señor, podemos beber de la copa de la Pascua junto a Jesús? y es aquí donde tenemos que ver hasta donde llega nuestro compromiso, hasta donde llega nuestra fe. 
Esa fe que tenemos que confesar en medio de nuestro mundo y donde hoy no es tan fácil. Los tiempos van cambiando, en el mundo en que vivimos no todos aceptan de la misma manera el hecho religioso, no todos entienden lo que es ser cristiano y tanto nos encontraremos gente que va en contra de todo lo que huela a religioso o a cristiano, o también dentro de nuestro propio grupo de los que nos llamamos cristianos lo entendemos de la misma manera y mucho se quedan en una tradición que hay que recordar pero que no implica para nada su vidas.
Se nos hace difícil muchas veces, se nos convierte en un camino cuesta arriba que nos es difícil recorrer; nos entran miedos y cobardías, nos sentimos sin palabras con las que hablar y el testimonio que damos con nuestras vidas no es siempre el apropiado, vamos remando a contracorriente de lo que hace la mayoría en nuestro mundo. Pero es una misión que se nos ha confiado, que Cristo ha puesto también en nuestras manos y que no podemos rehuir.
Aquí queremos pedir hoy la intercesión del apóstol Santiago que ha sido ese faro de luz y ese signo en medio de nuestro mundo a lo largo de los siglos. Y como el apóstol Santiago sintió la presencia de María, la Madre del Señor, en la ardua tarea de la predicación del evangelio en nuestra tierra – signo de ello es el Pilar de Zaragoza – así nosotros sintamos también la presencia amorosa de María en la tarea de la nueva evangelización en la que estamos empeñados.
Quiero concluir aquí como una oración con el texto del himno del Apóstol que estos días se canta con fervor en Compostela:
Santo Adalid, patrón de las Españas,
amigo del Señor:
defiende a tus discípulos queridos,
protege a tu nación.
Las armas victoriosas del cristiano
venimos a templar
en el sagrado y encendido fuego
de tu devoto altar.
Firme y segura como aquella columna
que te entregó la Madre de Jesús;
será en España la Santa fe cristiana,
bien celestial que nos legaste tú.
¡Gloria a Santiago,
patrón insigne!
Gratos tus hijos
hoy te bendicen.
A tus plantas postrados te ofrecemos
la prenda más cordial de nuestro amor.
Defiende a tus discípulos queridos,
protege a tu nación.

martes, 24 de julio de 2018

Gestos nuevos, actitudes nuevas, posturas nuevas que sean verdaderos signos de comunión en el Reino de Dios que vivimos


Gestos nuevos, actitudes nuevas, posturas nuevas que sean verdaderos signos de comunión en el Reino de Dios que vivimos

Miqueas 7,14-15.18-20; Sal 84; Mateo 12,46-50

Como siempre Jesús está rodeado de gente, les enseña, cura sus enfermedades, bendice a los niños, escucha suplicas y lamentos, todos acuden a Jesús. No les dejan tiempo ni para comer. Algunas veces cuesta llegar hasta El pero todos desean hacerlo. Será la mujer que le toca la orla del manto por detrás pensado que Jesús ni se dará cuenta, o serán los que llevan al paralítico en una camilla que terminaran por romper el techo por encima de donde está Jesús para bajarlo hasta su presencia.
 Ahora son su madre y sus parientes los que llegan hasta Jesús pero no pueden acceder hasta donde está El; la prudencia de una madre hace que se queden fuera y serán otros los que le llevan la noticia a Jesús diciéndole que fuera están su madre y sus hermanos esperándole. Entendemos que en el leguaje semítico la referencia a los hermanos no se trata de los hijos de una misma madre, sino es referencia a los familiares, lo que diríamos hoy los primos; muchas veces los primos son en la vida de una persona más que los mismos hermanos según qué circunstancias de la vida hayamos vivido.
Parecería lo normal que Jesús dejase todo lo que estaba haciendo para venir al encuentro de su madre y de sus parientes, pero Jesús sigue enseñando. Pero no es un desprecio, no lo podemos mirar así, sino es la lección que Jesús quiere darnos. Su misión es el anuncio y la construcción del Reino de Dios, y todo hecho y toda circunstancia es propicia para hacer ese anuncio, para indicarnos las características que hemos de vivir de ese Reino de Dios. No es poner en un segundo termino a la familia, precisamente Jesús hablará fuerte contra aquellos que porque donan sus bienes al templo y al culto, se permiten ya abandonar para siempre a sus padres.
Ahora Jesús quiere hablarnos de esa nueva comunión que tendría que existir entre quienes queremos vivir el Reino de Dios. Bien sabemos, lo tenemos en la experiencia de la vida, como muchas veces en nuestras mutuas relaciones se van creando vínculos muy fuertes no solo con los que son de nuestra misma carne y sangre, sino que somos capaces de amarnos y queremos, sentirnos en verdadera comunión quienes en la vida nos hemos relacionado con fuerza y hemos sabido convivir y trabajar juntos. ‘Los hay que son más afectos que un hermano’, ya nos decían los libros sapienciales del antiguo testamento.
Es el nuevo sentido de familia, de sentirnos verdaderamente hermanos que tiene que haber entre los que seguimos a Jesús. Quizá se ha repetido como una muletilla inacabable lo de ‘hermanos’. Pero quizá no siempre hemos sentido verdaderamente ese afecto de hermanos entre todos los que seguimos a Jesús. Nos queda mucho para vivir con toda intensidad el sentido del Reino de Dios.
Nos decimos hermanos, pero andamos divididos, y no pienso ya en el desgarro de la Iglesia a través de los siglos en lo que llamamos las diferentes iglesias cristianas; es ese desgarro que se produce en aquellos que tenemos cerca, los que pertenecemos a una misma comunidad, a una misma parroquia, a una misma diócesis. Vivimos en la distancia los unos de los otros como si fuéramos desconocidos, y lo peor es que algunas veces incluso haciéndonos la guerra los unos a los otros. Grupos parroquiales enfrentados, o en los que cada uno va por su lado y no se tiene en cuenta lo que los otros grupos hacen como si no fuera cosa nuestra.
Pensemos, por ejemplo, en la forma o el lugar en que nos situamos cuando acudimos al templo para las celebraciones, vamos a nuestro sitio, vamos a nuestro rincón, nos ponemos a distancia, parece que un banco lleno de gente nos agobia y nos buscamos otro rincón.
Muchas actitudes, muchas posturas, muchos gestos tenemos que cambiar y hacer nuevos para expresar de verdad esa comunión de hermanos.

lunes, 23 de julio de 2018

Una vid cargada de frutos es imagen de la vida y de la fe que está llena de vida y resplandeciente de amor


Una vid cargada de frutos es imagen de la vida y de la fe que está llena de vida y resplandeciente de amor

Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8

Una hermosa imagen de la vida la que nos ofrece el evangelio de hoy; una hermosa imagen de la fe que está llena de vida, tenemos que concluir. Es la imagen de la vid, bien enraizada, bien cuidada, podada convenientemente y cultivada con todo mimo que en consecuencia nos ofrecerá sus frutos.
En mi tierra en estos días podemos contemplar en nuestros campos las vides exuberantes que comienzan a dejarnos ver sus frutos; crecen frondosamente aunque el agricultor sabe cómo quitar los ramajes innecesarios, los sarmientos que no van a dar fruto para que los que comienzan a ofrecernos los primeros racimos reciben el calor del sol necesario para llegar a la mejor maduración. Mucho podríamos comentar de tanto mimo y tanto cuidado de los agricultores en sus cultivos y que pueden ser buena imagen del cuidado de nuestra vida de fe.
No nos sirven unos sarmientos muertos sino unas vides llenas de vida. Es lo que tiene que ser nuestra fe; no la podemos dejar morir y muchas veces por falta de cuidado se nos seca, se nos muere y al final nos quedamos sin nada llenos de oscuridad y de muerte. Igual que de nada nos sirven unos terrenos heredados que en otro tiempo ofrecieron hermosas cosechas si ahora no los cuidamos, no podemos contentarnos con decir que hemos heredado una fe que nos dieron nuestros padres si ahora nosotros no la cuidamos para poderla vivir y hacer que dé fruto en el momento en que vivimos.
Una fe bien enraizada y se lo debemos a nuestros padres que nos la trasmitieron; una fe bien enraizada que ahonda sus raíces en la Iglesia y cuanto ella nos ofrece para seguirla manteniendo viva; una fe bien enraizada porque seguimos plantando en lo más hondo de nuestro corazón la Palabra de Dios que ilumina y alimenta nuestra vida; una fe bien enraizada porque la Eucaristía es nuestro alimento, porque los sacramentos nos ayudan y nos purifican para ir arrancando de nosotros  todo el pecado que tantas veces nos ahoga y nos quiere llenar de muerte.
Hoy nos dice Jesús que sin El nada podemos hacer, nada podemos ser. Es la savia divina de la gracia que llega a nuestra vida; es la participación en el misterio pascual de Cristo que cada día queremos hacer presente en nosotros dando muerte al pecado y queriendo siempre renacer a vida nueva. Sin Cristo nada podemos ser, porque El es nuestra única verdad y es nuestra vida. Sin Cristo nada podemos hacer porque siempre en su nombre hemos de iniciar cuanto hagamos para que todo sea siempre para la gloria de Dios.
Florecerán así los racimos de buenas obras en nuestra vida; podremos en verdad dar fruto en ese compromiso con que vivimos nuestras vidas siempre dispuestas al bien, siempre dispuestas al servicio, siempre disponibles para el amor. Son frutos que han de responder al hoy y ahora de nuestro tiempo con sus expectativas y con sus exigencias.
Que seamos en verdad esa vid cargada de frutos, unos frutos que nos alimenten y nos enriquezcan en el hoy de nuestra vida e iluminen también a los hombres de hoy; no olvidemos que hemos de ser signos en medio del mundo que hoy vivimos. Que estemos en verdad llenos de vida porque estemos llenos de amor.

domingo, 22 de julio de 2018

También necesitamos descansar, irnos a solas con Jesús a un sitio tranquilo y apartado para aprender a tener una mirada distinta y a entrar en una nueva sintonía


También necesitamos descansar, irnos a solas con Jesús a un sitio tranquilo y apartado para aprender a tener una mirada distinta  y a entrar en una nueva sintonía

Jeremías 23, 1-6; Sal. 22; Efesios 2, 13-18; Marcos 6, 30-34

Imaginemos que esta época de verano nos aparece un buen amigo que nos invita a que pasemos un fin de semana en su casa de la playa o del campo; en medio de los rigores del calor de este tiempo veraniego – al menos en nuestro hemisferio, que ya se que por América donde también me siguen estas reflexiones es invierno – seguro que nos sentiremos muy felices de aceptar  y poder disfrutar de este tiempo de relax y de descanso.
Seguramente que lo trataríamos de aprovechar muy bien para descansar, aunque ya sé que algunos regresan mas cansados del tiempo de verano porque son tantas las actividades en las que quieren participar que al final el descanso se puede convertir en un agobio. No es que el descanso sea simplemente un tiempo para no hacer nada, pero si para hacer un parón en nuestras actividades habituales y aprovechar para el compartir y convivir con la familia y con los amigos dedicando tiempo también a cosas que nos ayuden a cultivar el espíritu.
También puede ser una ocasión en que liberados de las tareas habituales podamos dedicar más tiempo a los demás. Creo que conocemos o hemos oído hablar en alguna ocasión de personas que dedican este tiempo para implicarse en obras sociales, habiendo incluso quienes marchan a países del tercer mundo para realizar alguna labor a favor de las gentes de esos lugares; amigos conozco que se van a América o también a África desde ONG’S que altruistamente dedican tiempo y medios a ayudar en esos lugares.
Necesitamos cultivarnos y crecer en el espíritu y puede ser una hermosa ocasión para ello, sobre todo cuando generosamente nos damos por los demás. Cuando lo hacemos así aprendemos a mirar la vida de otra manera, contemplar las necesidades o problemas de los demás con otra mirada, con otros ojos y podemos hacer una lectura de la vida bien provechosa para nosotros mismos.
Al hilo de estas consideraciones alguien podría pensar a qué viene todo esto y qué relación puede tener con la Palabra de Dios que se nos ofrece en este domingo, ya que en estas semillas de cada día tenemos siempre muy presente la Palabra que cada día la liturgia de la Iglesia nos proclama.
Dicho de una forma rápida y pronta, mira por dónde hoy vemos que Jesús se lleva de vacaciones a los apóstoles. Nos dice el evangelista que al regreso de los apóstoles de aquella misión que Jesús les había encomendado y cuando están contando cuanto les ha sucedido, es tanta la gente que se agolpa que no tienen tiempo ni para comer.
Y Jesús en la barca se los quiere llevar a un sitio lejano y tranquilo para descansar. Vacaciones. Eran momentos de intensa convivencia, de diálogo y de enseñanzas especificas por parte de Jesús a los apóstoles, es el tiempo de estar con Jesús en mayor intimidad, es tiempo de cultivo espiritual y de crecimiento en el Espíritu.
Pero allí van a aprender a mirar la vida y a las personas de nueva manera, a darle importancia a las personas, a abrir el oído para escuchar los lamentos y gritos del corazón, a aprender a tener una nueva sensibilidad para saber actuar de otra manera cuando en la vida vamos tan deprisa sin ni siquiera fijarnos con aquellos que nos cruzamos.
 Cuantas veces pasa a nuestro lado hasta el amigo más querido y no lo vemos porque estamos entretenidos en nuestras cosas. La imagen del que va caminando con los ojos fijos en una pantalla para chatear por WhatsApp con el más lejano pero que no vemos al que está cercano y pasa junto a nosotros es bien significativa y descriptiva de cómo vamos hoy por la vida.
‘Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma’.
También, sí, necesitamos nosotros descansar; también necesitamos irnos a solas con Jesús, como dice el evangelista, a un sitio tranquilo y apartado. No se necesitará quizá hacer largos recorridos, sino que hemos de saber encontrar ese tiempo y ese lugar, por muchas que sean las cosas  que tenemos que hacer, por muchas que sean las actividades en las que estamos implicados, por muchas que sean nuestras responsabilidades y obligaciones.
Necesitamos tiempo para comer, para reflexionar, para escuchar en nuestro interior, para mirarnos por dentro, para dejarnos aconsejar, para encontrar esa luz que disipe tantas tinieblas, para que aprendamos a tener una mirada distinta, para que seamos capaces de aprender a sintonizar más y mejor con los demás.
No nos escudemos en nuestras amistades lejanas que cultivamos con las redes sociales, aunque eso puede ser muy bueno también, sino que aprendamos a mirar al que tenemos cerca, al amigo de siempre quizá, al vecino con el que nos cruzamos en la escalera o en la calle, con ese familiar que solo nos vemos de cuando en cuando. Algunos parámetros tendremos que cambiar, pero necesitamos esa mirada nueva también sobre nuestra vida.
Muchas cosas nos puede sugerir este evangelio que estamos reflexionando. Dedícale tiempo a la reflexión para escuchar a Dios en tu corazón. Decíamos al principio lo bueno que era que un amigo nos invitara a un fin de semana a descansar en su casa de la playa o del campo. Hay un amigo que nos está invitando y no necesitamos muchas cosas para irlo a pasar con El.
Con razón rezábamos con el salmo ‘El Señor es mi pastor, nada me falta: En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…’