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martes, 24 de julio de 2018

Gestos nuevos, actitudes nuevas, posturas nuevas que sean verdaderos signos de comunión en el Reino de Dios que vivimos


Gestos nuevos, actitudes nuevas, posturas nuevas que sean verdaderos signos de comunión en el Reino de Dios que vivimos

Miqueas 7,14-15.18-20; Sal 84; Mateo 12,46-50

Como siempre Jesús está rodeado de gente, les enseña, cura sus enfermedades, bendice a los niños, escucha suplicas y lamentos, todos acuden a Jesús. No les dejan tiempo ni para comer. Algunas veces cuesta llegar hasta El pero todos desean hacerlo. Será la mujer que le toca la orla del manto por detrás pensado que Jesús ni se dará cuenta, o serán los que llevan al paralítico en una camilla que terminaran por romper el techo por encima de donde está Jesús para bajarlo hasta su presencia.
 Ahora son su madre y sus parientes los que llegan hasta Jesús pero no pueden acceder hasta donde está El; la prudencia de una madre hace que se queden fuera y serán otros los que le llevan la noticia a Jesús diciéndole que fuera están su madre y sus hermanos esperándole. Entendemos que en el leguaje semítico la referencia a los hermanos no se trata de los hijos de una misma madre, sino es referencia a los familiares, lo que diríamos hoy los primos; muchas veces los primos son en la vida de una persona más que los mismos hermanos según qué circunstancias de la vida hayamos vivido.
Parecería lo normal que Jesús dejase todo lo que estaba haciendo para venir al encuentro de su madre y de sus parientes, pero Jesús sigue enseñando. Pero no es un desprecio, no lo podemos mirar así, sino es la lección que Jesús quiere darnos. Su misión es el anuncio y la construcción del Reino de Dios, y todo hecho y toda circunstancia es propicia para hacer ese anuncio, para indicarnos las características que hemos de vivir de ese Reino de Dios. No es poner en un segundo termino a la familia, precisamente Jesús hablará fuerte contra aquellos que porque donan sus bienes al templo y al culto, se permiten ya abandonar para siempre a sus padres.
Ahora Jesús quiere hablarnos de esa nueva comunión que tendría que existir entre quienes queremos vivir el Reino de Dios. Bien sabemos, lo tenemos en la experiencia de la vida, como muchas veces en nuestras mutuas relaciones se van creando vínculos muy fuertes no solo con los que son de nuestra misma carne y sangre, sino que somos capaces de amarnos y queremos, sentirnos en verdadera comunión quienes en la vida nos hemos relacionado con fuerza y hemos sabido convivir y trabajar juntos. ‘Los hay que son más afectos que un hermano’, ya nos decían los libros sapienciales del antiguo testamento.
Es el nuevo sentido de familia, de sentirnos verdaderamente hermanos que tiene que haber entre los que seguimos a Jesús. Quizá se ha repetido como una muletilla inacabable lo de ‘hermanos’. Pero quizá no siempre hemos sentido verdaderamente ese afecto de hermanos entre todos los que seguimos a Jesús. Nos queda mucho para vivir con toda intensidad el sentido del Reino de Dios.
Nos decimos hermanos, pero andamos divididos, y no pienso ya en el desgarro de la Iglesia a través de los siglos en lo que llamamos las diferentes iglesias cristianas; es ese desgarro que se produce en aquellos que tenemos cerca, los que pertenecemos a una misma comunidad, a una misma parroquia, a una misma diócesis. Vivimos en la distancia los unos de los otros como si fuéramos desconocidos, y lo peor es que algunas veces incluso haciéndonos la guerra los unos a los otros. Grupos parroquiales enfrentados, o en los que cada uno va por su lado y no se tiene en cuenta lo que los otros grupos hacen como si no fuera cosa nuestra.
Pensemos, por ejemplo, en la forma o el lugar en que nos situamos cuando acudimos al templo para las celebraciones, vamos a nuestro sitio, vamos a nuestro rincón, nos ponemos a distancia, parece que un banco lleno de gente nos agobia y nos buscamos otro rincón.
Muchas actitudes, muchas posturas, muchos gestos tenemos que cambiar y hacer nuevos para expresar de verdad esa comunión de hermanos.

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